No somos dueñas de OUAT ni sus personajes, sólo del desarrollo de la historia.


Prólogo [Emma]

Era la primera noche que trabajaba en el bar y ya se me habían caído dos vasos que suponía que me iban a descontar del sueldo. Empezaba a pensar que no estaba hecha para poner gintonics y bebidas varias, pero era el único trabajo que había encontrado lo suficientemente rápido como para poder pagar el primer plazo de la universidad.

Cada dos minutos tenía que preguntarle a Ruby cómo se preparaba la bebida que me habían pedido. Ella hacía ya tiempo que trabajaba allí así que me ayudaba como podía mientras atendía a los clientes que se acercaban a ella. Desde que había empezado el turno no había dejado de sonreír, a pesar de lo desagradables que llegaban a ser algunos clientes. Incluso cuando un chico había intentado ligar con ella, Ruby había mostrado una gran sonrisa y un irónico tono para decirle que se fuera a otra parte.

– ¿Cómo haces eso? – le pregunté.

– ¿El qué? – Ruby me miró durante un instante.

– Hacer ver que estás contenta de estar aquí porque, créeme, yo ahora mismo preferiría estar en cualquier otra parte.

No pude oír la respuesta de Ruby porque una clienta se acercó a la barra y tuve que prestarle toda mi atención para a) oír lo que me pedía por encima del ruido de la música y b) saber qué era lo que me estaba pidiendo exactamente.

– Un gintonic, por favor - me sentí aliviada de saber preparar esa bebida.

– Perfecto, ahora mismo - me sorprendí dedicándole una sonrisa. Aunque ella ni reparó en eso ya que vi como bajaba la cabeza, abatida por algún motivo que yo no conocía. Aun así, preparé la bebida y se la serví. - Aquí la tienes.

– Gracias.

Ya era la segunda vez que me hablaba sin mirarme a la cara y eso, de algún modo, me incomodaba y me daba curiosidad al mismo tiempo. Más clientes se acercaron y yo tuve que atenderlos, sin embargo notaba su presencia, sentada en el taburete. Quería saber qué le pasaba pero el bar se llenaba cada vez más, sin dejarme un solo minuto para respirar y aún menos para hablar con ella. Temía que se fuera pero no podía hacer otra cosa que esperar que se quedara el tiempo suficiente como para poder acercarme.

La noche transcurrió sin más vasos rotos pero ella seguía allí sentada, pidiendo un gintonic tras otro. Al fin se hizo lo suficientemente tarde como para que la mayoría de la gente decidiera que había tenido suficiente por una noche y yo no pude alegrarme más cuando vi el grupo más grande del bar saliendo por la puerta. Ya solo quedaban dos pequeños grupos bailando en la pista y ella sentada en la barra.

Hacía un par de minutos que nadie se acercaba a la barra cuando decidí ir a preguntarle qué motivo podría tener una chica como ella para estar sentada en un mismo antro toda una noche. Pero ella se me adelantó.

– Otro, por favor.

– ¿Por qué una chica como tú se pasaría la noche en un antro como este? - pareció sorprendida de recibir una pregunta y levantó al fin la vista.

– Creo que deberías tratar el sitio donde trabajas con un poco más de respeto, ¿no crees? – intentó evitar la pregunta pero yo conocía esa táctica.

– No has contestado – respondí con una sonrisa.

– ¿Tengo que hacerlo?

La respuesta me pilló por sorpresa, y eso se reflejó en la ceja que levanté involuntariamente. Sin embargo, a ella pareció gustarle mi gesto ya que un amago de sonrisa surgió bajo su nariz.

– Supongo que no, pero entonces seguirás aquí sentada, borracha y triste. Si lo haces, puedes desahogarte y sacar fuera lo que hace que hayas pasado esta miserable noche de sábado en un barucho de mala muerte, mientras te atiende una camarera que ha roto dos vasos en su primera noche. No sé, piénsalo. – La contemplé por unos segundos y tras no observar ningún cambio en ella, decidí alejarme y no molestarla.

De repente escuché su voz tratando de sonar por encima de la música.

– Tienes razón.

- Lo siento, ¿qué has dicho? – me burlé con una amplia sonrisa.

– He dicho que tienes razón – respondió mientras rodaba los ojos.

Le informé de que mi turno terminaba en media hora y que, si quería, podíamos continuar nuestra prometedora charla en alguna otra parte. Ella aceptó y me observó mientras algún que otro cliente trasnochado me pidió lo que por su bien debería ser la última copa. Cuando al fin pude despedirme de Ruby, ella seguía mis pasos con un leve desequilibrio, seguramente a causa del alcohol. Aun así, cuando le ofrecí mi ayuda, ella se negó en rotundo, alegando que estaba perfectamente bien y que sabía caminar desde que tenía dos años.

No sé muy bien cómo, nuestros pies nos guiaron a la playa de Brighton, que no estaba lejos del bar. No hacía frío pero el viento era más pronunciado cerca de las olas. Nos sentamos en la arena y nos quedamos en silencio durante un rato hasta que yo ya no pude aguantar más.

– Por cierto, ¿cómo te llamas? – no había caído en la cuenta de que no sabía su nombre hasta que esas palabras salieron por mi boca, casi sin querer.

– Regina. ¿Y tú?

– Emma, encantada de conocerte –le ofrecí mi mano para poder estrecharla con la suya pero ella no hizo ningún movimiento.

– ¿Salir de un bar y andar juntas hasta una playa no es conocernos ya? – su extraña respuesta y mi mano esperando la suya me hicieron sentir un poco decepcionada, aunque creo que lo notó porque dejó de fruncir el ceño e hizo una mueca de resignación. – Encantada de conocerte, Emma.

Se hizo el silencio de nuevo, dejando de fondo el sonido de las olas rompiendo una y otra vez. La contemplé, pero ella no pareció darse cuenta puesto que siguió mirando al mar como si estuviera sola. Sola en la vida, sola con sus problemas, sola con sus alegrías. Y quizá fuera así.

– ¿Vas a contarme qué te ocurre o vamos a pasarnos la noche así?– pregunté, intentando no hacer notar de forma tan evidente mi curiosidad.

– Problemas familiares, podríamos decir – esperé a que dijera algo más pero me di cuenta de que no tenía pensado profundizar en el tema.

– Genial, muy específico, perfecto para que pueda ayudarte– mi burla hizo que rodara los ojos, pero consiguió el efecto deseado.

– Mi madre… está haciendo algo. Algo que no está bien. Algo que podría poner en peligro muchas vidas y yo… yo no puedo hacer nada para evitarlo. Ni yo ni nadie.

– ¿Ella sabe que lo sabes?

– Sí – bajó la mirada y pude notar lo que sentía. Pude notar la tristeza, la rabia, la decepción y la impotencia.

No supe qué decir. No supe cómo ayudarla. Deseaba saber cómo era estar enfadado con tus padres. Deseaba saber cómo era tener padres. Dije lo único que sabía de forma cierta y segura.

– Lo que haga tu madre no es ni será nunca culpa tuya, Regina.

– Me culparás cuando lo descubras. Y nadie confiará más en mí. Por su culpa.

– No lo haré,¿vale? No te culparé.

Me sonrió, pero sus ojos no decían lo mismo. No me creía. Y supongo que no era de extrañar, ya que nos acabábamos de conocer. ¿Quién se fiaría de alguien a quien apenas conoce? Yo seguro que no.

Cuando me di cuenta de que estaba empezando a amanecer, decidí que había llegado el momento de llevarla a casa. Me indicó donde vivía. No estaba a más de cinco minutos caminando pero la llevé en coche ya que parecía cansada. La dejé en el portal de su casa y me aseguré de que entraba. No fue hasta que llegué a mi casa que me di cuenta de que no me había dado su teléfono ni yo le había dado el mío.

Esperé que volviera al bar, esperé encontrarla por ahí alguna noche. Incluso trabajé allí más tiempo del que debería haberlo hecho, por si acaso volvía.

Pero ese día nunca llegó.