Prefacio
-Thorin, esto tiene que acabar.
El aludido dejó la humeante taza de café sobre el cristal de la mesa, y le dirigió una aburrida mirada a su hermana menor.
-Llevas meses sin salir de casa – continuó la otra, con lo que para él era de seguro el soliloquio más largo de toda su existencia. Y eso teniendo en cuenta que a Dís le encantaban los soliloquios…
-No comes, apenas duermes, y aunque te escudas en el trabajo tu rendimiento ha bajado.
Aquella última afirmación lo devolvió a la realidad. ¿Cómo que su rendimiento había bajado? ¿Quién le habría contado aquella falaz mentira a la entrometida de su hermana?
-¿Quién te ha dicho eso? – inquirió él, ferozmente.
Ella fue a abrir la boca, pero detuvo el aliento entre sus labios en el último momento, frunciendo el ceño. Debió pensar que no era una buena idea continuar por ese camino.
-¿Quién? – repitió él, aferrando sus manos a la taza con fuerza. -¿Ha sido Balin?
Dís lo miró muy fijamente, como pensándose si era mejor contestar o no. Finalmente, la verdad salió.
-Ha sido Dwalin, Thorin.
El aludido dejó caer la mandíbula inferior, sin preocuparse por mantenerla sellada y dejando que la fuerza de la gravedad hiciera todo el trabajo.
La mujer entrecruzó las manos bajo su vientre, se quitó el pelo de la frente en un gesto automático, y tomó asiento al lado de su hermano. Parecía mayor de lo que era en aquellos momentos, y Thorin sintió un súbito temor abrirse paso por su garganta. Siempre había visto a Dís como lo que era: su hermana pequeña. Pero nunca había parado a fijarse en que su aspecto físico distaba bastante de los treinta y cuatro años que realmente tenía. Y sintió miedo porque en aquel momento se dio cuenta de que él también debía parecer bastante mayor de lo que era. Tal vez, siempre lo había parecido.
-Thorin – comenzó ella, tranquilamente, a hablar de nuevo, agarrando una de sus manos entre las de ella, finas y largas. Estaban frías, y un poco enrojecidas por la lejía. Había estado fregando los platos cuando él había llegado a su casa.
-Sé que querías a Eleine – suspiró la benjamina de la familia, - pero has de dejarlo ir. Esto te está matando.
El hombre, con un suspiro, desenganchó sus manos de la taza, agarró con la que le quedaba libre las de su hermana, y sintió temblar su voz ante la confesión que estaba a punto de hacer.
-De eso se trata, Dís – susurró, intentando contener los gemidos y las lágrimas que ya luchaban por salir. –Creo… creo que nunca la quise, realmente. Creo que nunca la he querido.
