«juro solemnemente que mis intenciones no son buenas»


Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K Rowling y compañía. Los fragmentos de la canción que aparecen dando inicio y/o cierre a cada capítulo pertenece a No puedo vivir sin ti, El Canto del Loco.

N/A: Esta historia no puede ser reproducida de forma total o parcial bajo ningún concepto. Si encuentran este fic u otro cualquiera en otra página, avisadme con urgencia. Yo misma me encargaré de ver si es plagio. Mirad en mi perfil que páginas tienen permitido la reproducción.

Capítulos: 1/3.


Este fic ha sido creado para el "Amigo Invisible 2017" del foro "Hogwarts a través de los años".


Para Patty (Nochedeinvierno13-Friki), espero que te guste

tanto como a mí escribirlo, ¡disfruta!

(y, repito, no he pagado ni un solo galeón).


hada doméstica #1.

hada doméstica,Angelito Bloodsherry.

primero


No puedo vivir sin ti, no hay manera
No puedo estar sin ti, no hay manera


Ginny llevaba viviendo en Toulouse con Luna dos meses y medio. Los mejores meses de su vida. Tal vez, solo tal vez, estaba exagerando un poco. Un poco bastante, si se paraba a pensarlo. Pero fueron unos buenos meses donde las preocupaciones se esfumaron entre risas de pintura y donde se permitió ser feliz, aunque fuesen unos instantes.

Unos instantes maravillosos.

Y eso que la primera vez que estuvo allí, dos días después de su abrupta salida de las Arpías y de que Harry la convenciera de un cambio de aires, había creído que no duraría ni veinticuatro horas. No porque su amiga fuese un desastre, también, sino porque eran polos opuestos. Una cosa es hablar por lechuzas, tomarse una pinta en un pub con sus amigos o compartir el liderazgo en el ED y otra muy distinta, convivir.

Sí, convivir era muy serio.

No se puede ser serio con Luna Lovegood.

¿Cómo convives con alguien que pueda levantarte a las tres de la mañana porque le ha parecido descubrir una inquietante criatura invisible que vive en la tapa del váter? ¿Y qué necesita tu aguda mirada de cazadora para no-quieras-saber-exactamente-qué? Era imposible.

Tan imposible como adaptarse a sus horribles horarios. ¿Es que Luna era incapaz de pasar una noche entera sin inmutarse? ¿O sin hacer ruido? ¿Por qué todas las criaturas del universo habían decidido hospedarse en ese maldito piso? Era inconcebible. Ginny, que había sido jugadora de Quidditch hasta hace nada (y había vivido en una familia donde reinaba la Ley del más fuerte), estaba curada de todos los males relacionados con dormir poco y comer cualquier cosa que pillara en el frigorífico, pero no terminaba de acostumbrarse a toda esa situación.

Era una situación de locos, como le hizo saber a gritos a su odiado amigo de ideas suicidas cuando se lo cruzó.

Sin embargo, le dio ese fin de semana de margen -sí, todo eso había sucedido en un fin de semana, Merlín bendito, menos mal que no en la primera noche-. A fin de cuentas, Malfoy, de entre todas los magos del universo, había sobrevivido casi cuatro años con ella sin acabar en Azkaban o en la planta psiquiátrica de San Mungo.

No, la situación no mejoró después de ese fin de semana. Empeoró, si es que es posible.

Y le hizo replantearse la salud mental del hurón.

Luna estudiaba una especialización sobre las propiedades de las hadas en los núcleos mágicos o algo así. Y se pasaba gran parte del día instalada en el salón con un montón de cachivaches, pergaminos por doquier y su pintura para hacer su investigación. ¿Qué para qué quería la pintura? No preguntes. No era relevante, pero te lo va a explicar igualmente, la usaba para lo que mejor le viniera. En el mejor de los casos, para pintar en los lienzos que casi nunca tocaba.

Ese es el punto, no los usaba, pero la pintura se acababa.

¿Uno más uno? Pues eso.

Esos primeros cinco días fueron horribles. Todavía no le entra en la cabeza que no le diera un infarto o le lanzara un imperdonable. No consiguió pegar ojo sin que Luna la despertase a gritos o con el rostro a centímetros del suyo. Su habitación parecía un campo de batalla cuando vino de volar el miércoles y lo único que Luna hizo fue mencionar a un tipo de hada traviesa que prefería no recordar y que le hizo abandonar la habitación sin abrir la boca de lo enfadada que estaba.

Ni viviendo en la Madriguera, vaya.

Y lo peor no era eso, era que el agua de la ducha no fuera del todo bien o saliera cualquier cosa menos agua, como le ocurrió el jueves por la mañana, o encontrarse en la nevera cosas que prefería no darles nombre porque entonces no volvería a comer nada en lo que le restaba de vida. Era mejor no pensar en la masa pegajosa del lunes. No lo pienses, no quieres vomitar. Y por eso decidió, una semana después, despedirse de Luna como las amigas que eran y solo coincidir cuando fuera terriblemente necesario.

Era lo correcto.

Para las dos.

No ocurrió. Si hubiera ocurrido, no estaría contándote esta historia, ¿no te parece, amigo? La pregunta que tendrías que hacerte, que es la misma que Ginny se hace a veces, ¿qué pasó para que cambiase de opinión de forma tan drástica? No fue un cambio de la noche a la mañana.

Tal vez, sí.

Fue ese sábado de madrugada. Ginny se había levantado temprano para empacar las pocas pertenencias que rondaban por el que podría haber sido su cuarto, cuando oyó un insistente picoteo en la ventana.

Era una lechuza.

La lechuza de Anya, su ex capitana del equipo.

Y su ex en otros menesteres que prefería no recordar porque no tenía ganas de destrozar la habitación.

Soltó sin miramientos la bolsa de entrenamiento contra el suelo, sin preocuparse de despertar a sus vecinos, a fin de cuentas era un edificio de estudiantes, un poco de ruido no mataba a nadie, y se acercó hasta la ventana en un par de zancadas. La furia aumentaba por momentos y que las manos le temblaran no ayudaba en nada.

¿Merecía le pena abrir la ventana? ¿Tomar esa maldita lechuza? El animal en cuestión no tenía la culpa y no parecía muy feliz ahí parado.

La dejó pasar.

—Lo siento, pequeñín —la lechuza soltó el sobre en el suelo y con un par de gruñidos al ver que no recibiría golosina o por haberla dejado tanto tiempo ahí esperando en el frío de la mañana, se marchó indignada.

Igual que su dueña.

Iba a empezar a cogerle asco también.

Rasgó el sobre esperando encontrar una carta con cientos de excusas surrealistas sobre lo mucho que lamentaba haber hecho lo que había hecho y bla, bla, bla…, pero lo que halló fue un pergamino oficial del equipo.

¿Qué mierda…? —devoró la carta en unos minutos y si antes había estado furiosa, ahora se sentía capaz de quemar el bloque de pisos con solamente chasquear los dedos—. ¿Se puede ser más hija de Circe? Merlín.

No quería llorar. No iba a llorar.

Esa puta no se lo merecía.

Ni el maldito equipo.

Se frotó los ojos con fuerza e hizo arder toda evidencia de que la carta alguna vez hubiera existido con un incendio sin varita. Las cenizas se desvanecieron antes de tocar el suelo. Ginny observó la alfombra azul turquesa el tiempo suficiente para poder tranquilizarse.

No lo consiguió. ¿Dónde estaría su varita? Un hechizo silenciador y otro amortiguador, y podría gritar y rabiar como una desquiciada durante horas. Vale, quizá también un hechizo bloqueador para que Luna y sus tonterías matutinas no la molestaran. Merecía ser esa niña caprichosa que una vez fue durante un rato.

Lo necesitaba más que merecerlo.

Lanzó un rápido vistazo a la habitación para darse de lleno con su insufrible compañera de piso. Ex compañera de piso. No, no iba a usar ese prefijo, si no quería sufrir una rabieta mágica digna de un mago novato. Luna estaba en el umbral de su habitación mirándola con curiosidad, ¿y era preocupación lo que veía en sus ojos grises? Estaba justo ahí, como todas las mañanas, con ese extraño pijama lleno de baratijas y el pelo hecho un desastre.

Era adorable.

Y no era una hija de la mismísima Circe como Anya.

—El mejor remedio contra los buddies es una taza de chocolate —comentó como si en lugar de mencionar una criatura inexistente, estuviera dándole los buenos días—. Se están alterando, es extraño, pensé que me había deshecho de ellos.

—¿Qué?

Luna cruzó la habitación con ligereza, sus rubios cabellos danzaban a cada paso que daba, parecía una de esas hadas que estudiaba tan concienzudamente, un hada doméstica. Sin darse cuenta, estaba sonriendo. Luna siempre parecía fuera de lugar, pero, ahora mismo, encajaba en ese desastre maravillosamente bien.

Luna le correspondió la sonrisa.

—Los buddies, vinieron contigo —se paró justo delante de ella, separadas apenas por un par de centímetros, y miró por encima de su cabeza como si realmente hubiera alguna especie de bicho ahí y estuviera maquinando cuál era la forma de hacerlo desaparecer. Su ceño fruncido era más mono que su sonrisa, se le forman unas arruguitas en la frente.

Luna, ajena a los pensamientos más que peculiares de Ginny, levantó una de sus manos y, con sumo cuidado, la posó encima de la cabeza pelirroja de su amiga. La aludida parpadeó sorprendida un par de veces, mientras que Luna entrecerró los ojos y ladeó el rostro para poder ver mejor lo que sea que estuviera viendo. Ginny es que ya no podía hilar dos pensamientos juntos, ¿a qué había venido eso? ¿y por qué sentía un cosquilleo allí donde Luna había posado su cálida mano?

Tragó saliva y se concentró en cualquier cosa que no fuese esa mano y el revoloteo que se había formado en la boca del estómago. Pero, entonces, sin ser del todo consciente, sus ojos vagaron hasta la boca de Luna, más específicamente, al labio que estaba siendo torturado por sus dientes. Y todo empeoró.

Porque tenía que empeorar, ella nunca tenía suerte.

Intentó alejarse, porque si se quedaba ahí, acabaría haciendo alguna tontería y todas sus tonterías acababan como esa carta, se vio incapaz. Como si le hubieran lanzado un hechizo paralizante o como si la cercanía de Luna fuese embriagadora.

—Luna…

Había pasado toda la semana con ella, ¿por qué tenía que afectarla ahora? ¿se le habían bajado las defensas por esa jodida carta o qué?

—¿Ginny? —la mano ya no estaba en su cabeza. Y tendría que ser un alivio, pero no. No, para nada.

¿Cómo iba a serlo?

Esa mano, esa cálida y acogedora mano, estaba acunando su mejilla. Puesta en su cara y quemaba. Necesitaba concentrarse cuanto antes, no solo porque su amiga estaba hablando o parecía que hablaba, sino porque era surrealista que se estuviera sintiendo así por Luna, entre todas las personas.

Luna no era el tipo de chica que le atraía. Le gustaban menos desquiciadas y más masculinas. No tan bajitas, tan alocadas, tan suaves, tan femeninas, tan… Luna. No estaba sonando racional ni para su cabeza ni para ella y Luna seguía hablando.

—Los buddies ya no están.

Tampoco estaba diciendo nada serio.

No se había perdido mucho.

Bien podría desconectar.

No.

—Luna, verás… —miró al suelo nerviosa y roja como un tomate. Estaba segura que su cara no tenía nada que envidiar a su pelo en este momento. Las dos estaban descalzadas, se fijó de repente, Luna tenía unos pies pequeños e imperfectos y estaba demasiado lejos, cosa que le molestó bastante.

Sacudió la cabeza. No era momentos de pensar estupideces, sino de coger las maletas, desaparecer y después matar a alguien.

Alzó la cabeza.

Luna también miraba sus pies interesada.

Oh, Morgana.

Y también alzó su cabeza. Luna sonreía.

—Una taza de chocolate —concluyó asintiendo y Ginny no recordaba haberle hecho una pregunta o que Luna hubiera sugerido desayunar, sin embargo, no tuvo tiempo de decir nada porque Luna tomó su mano y tiró de ella fuera de la habitación.

Sus manos entrelazadas eran una visión casi extraordinaria, porque eran tan diferentes, pero encajaban tan bien que casi dolía. No era un dolor malo, no del todo agradable, pero para nada malo.

Le gustaba ver sus manos así.

Podría acostumbrarse.


Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás


continuará...