Disclaimer (tal vel el más largo de mi historia): De los personajes que aparecerán en este fic, algunos son míos en su totalidad, otros son de personas con muchísimo dinero, que se dedican a maltratarlos, y otros son de personas como yo, que se dedican a vivir la vida y ser felices cuando pueden. Para empezar, James Potter, Sirius Black, Remus Lupin, Peter Pettigrew, Lily Evans, Regulus Black, Alice (Daniels en este caso), Severus Snape, Edgar Bones, Mary Macdonald, Hestia Jones, Amelia Bones y Frank Longbottom (además de algún agregado ocasional) pertenecen a JKRowling, que para mi es la maestra, y es gracias a sus obras que estoy en esto. Luego, Sam y Dean Winchester pertenecen a Erik Kripke, su director y creador. Son los personajes de la serie Supernatural, yo me he limitado a quitarlos de su contexto e introducirlos en este. Kripke es quien me hace soñar. Luego, Destiny Taylor es de la grandísima Isilme Lupin, pero yo le doy una vida propia que os hace odiarla y quererla casi tanto como yo quiero a su dueña. Y los demás, ¿qué decir de ellos? Bethayi Redford, Jeyne Darcy, Diane Rushmore y Sophie Langley son mis niñas. Yo las creé, y seguimos con ellas. Y las nuevas chicas del fic: Juliet Blossom, Ananda Justock y Dhalya Hitchens son completamente mías, y más os vale no utilizarlas sin mi permiso, porque podría enfadarme. Yo no utilizo a ninguno de los personajes antes citados con ánimo de lucro, tan solo de divertirme y de que nos lo pasemos tan bien y tan mal juntas como nos lo hemos pasado en la edición anterior.
Agradeceros desde lo más hondo de mi corazoncito a todas esas personas que estuvisteis ahí en la primera parte, apoyándome y animándome a seguir, odiándome y queriéndome por lo que escribía. Gracias a Isilme Lupin, Sonia, Erised Black, BaTuKeRa, Elianita11, Zory, Druella Black, chukii, 44, Alba Diggory-Black, -41tz1-, kaori Potter, Aury Lupin Potter, lira21, alguien anónimo, ALI TONKS BLACK, Narcotic.love, By.me, Clara-Black, Emma Bovary, Lidia, sel, Ozzygirl, Judith Malfoy, Revés-Potter, dama de hielo, Mariale-26, Juupotter, Jaqui Evans, Hela Morrigan, Kry, chepita1990, Sybilla.in.Wonderland, PauLy, ColibriBlack, Lali Evans, loli, Lulii, Ccii Tnks, Vics23js, astoria greengrass-malfoy, Nixi Evans, IDALIA2209, Sol Potter, Evans, eetta, Bell Evans, isa.asi.isa y SOL por haberme dejado aunque solo fuese un review en la primera parte. Gracias por estar ahí.
Este capítulo tiene una dedicatoria muy especial, para dos personas que están de cumpleaños, y a las que quiero mucho… muchísimo. Isilme Lupin y Sonia. Destiny Taylor y Sophie Langley. Dos amores, dos amigas. Dos personas maravillosas. Os quiero, chicas.
En fin... ahora que ya me he deshecho en agradecimientos y etcéteras, os voy a explicar un poquito de que va todo esto: como ya sabéis, Locura transcurre en tiempo real, y el tiempo que pasa para los personajes es el mismo que pasa para nosotros. El último capítulo de la Primera Parte se ubicaba el 18 de enero de 1977 (fue publicado el 18 de enero de 2008) y este capítulo se sitúa seis meses después, 18 de julio de 1977 (y se publica 6 meses después, 18 de julio de 2008). Ahora, repasemos lo que ocurrió en el último capítulo: Lyanna ha muerto, Bethany se debate entre la vida y la muerte y Jack se ha suicidado. Y lo más divertido… Voldemort ha entrado en Hogwarts.
Para que entendáis un poco mejor la narración, lo que está en cursiva son momentos en el pasado, todo lo demás es narración presente…
Espero que os guste y todo eso xD
Tras la nota de autora más larga de la historia, APB Productions presenta…
18 Julio 1977
1. Living through the past
La noche era oscura, como las puertas del infierno. La luna, casi llena, brillaba en el cielo como un anuncio de dolor para la noche siguiente. Al menos, para esos desafortunados que corrían su destino pendientes de su brillo.
Se quitó la pesada capa de terciopelo, y entro en casa, fatigado, antes de arrastrarse precariamente a la ducha, y dejar que el agua helada cayese sobre su cuerpo febril y convulso. Cada noche, al empuñar la varita, sentía que no podría. Que jamás sería capaz de hacerlo. Pero al volver a la cama, se encontraba con el motivo. Recordaba como su prima, sangre de su sangre, lo había obligado a escoger un destino.
Todo era caos y confusión. Los profesores habían ofrecido resistencia, defendiendo, con uñas y dientes, la integridad de sus alumnos.
Los Gryffindor, más temerarios que sensatos, habían optado por defender a sus compañeros más pequeños. Y él había corrido por todo el castillo, intentando encontrar a su joven e insensata esposa. Pero ella lo había encontrado a él.
-Vaya, vaya, primito…-su prima mayor, Bellatrix, se alzaba ante él, imponente, cubierta de polvo y sangre, tan majestuosa como solo alguien de su familia puede llegar a serlo.
Regulus la había mirado, dividido entre la desconfianza y el alivio.
-¿Qué haces aquí?-preguntó él, con brusquedad. Estaba preocupado por Jeyne. Por su hermano y por su cuñada.
-Cazar-dijo ella con una media sonrisa depredadora, salvaje.-Matar a niños impuros, que no se merecen estar aquí.
Regulus tragó saliva, intentando ignorar el retortijón de estómago que había tenido.
-¿Te apetece unirte a nosotros?-dijo luego, con su voz de terciopelo y acariciándole la mejilla con suavidad.
-Estoy ocupado…
-Es tu deber, primito.-dijo ella, clavando sus ojos grises en los de su primo.
-Lo sé, pero ahora tengo otras prioridades…
-¿Cómo buscar a tu gritona, colorista y descuidada esposa?-preguntó, como quien pregunta el tiempo.
-¿Dónde está?-la voz de Regulus se redujo a un susurro, fiero y posesivo. Jeyne era suya. Y como alguien le pusiese una mano encima, conocería el instinto territorial de los Black.
Bellatrix soltó una carcajada.
-¿La quieres, eh?-dijo con sorna.
-Eso no es de tu incumbencia-le espetó él a su prima. Si cabía una pequeña posibilidad de que Jeyne estuviese en peligro, no había espacio para la paciencia.
-¿Temes por ella?-preguntó luego.
Regulus desvió la mirada.
-Mira, Bella, me encantaría quedarme aquí intercambiando conversaciones, pero mi esposa podría estar en peligro y…
-No tiene por qué…-susurró ella, tentadora.
-¿Ah no? ¿De qué hablas?
-Si te unes al Lord, no tiene por qué pasarle nada malo. Estaría, por muy cabezota que sea, fuera de peligro.
Regulus la miró a los ojos. Idénticos a los suyos. A los de su hermano. Y se centró en Jeyne. No podía permitir que le pasase nada malo. Sabía, de alguna forma que se escapaba al conocimiento humano habitual, que por ella, sería capaz de todo.
-¿Segura?
-Te lo juro.
Respiró profundamente. Ya se arrepentiría luego. Ella, Gryffindor, irreflexiva, lo hacía irreflexivo también.
Sabía que su madre estaría orgullosa de él.
-Acepto.
Salió de la ducha, intentando apartar de su mente las imágenes de aquella noche. A él, de momento, solo le obligaban a mirar, a aprender. Le enviaban con su prima, a aprender las artes del oficio. Y cuando estuviese preparado. Cuando ella considerase que estaba preparado, pasaría a formar parte de ellos, en pleno derecho. Podría proteger a Jeyne. Con total fiabilidad.
Y hablando de ella… dormía, tumbada de costado, en la cama de sábanas de seda negra, con un fino camisón blanco, casi transparente. El pelo, de aquel color, dorado oscuro, que ella tenía, se extendía a su alrededor, formando bucles imprecisos sobre la almohada.
Regulus se tumbó a su lado con cuidado, intentando no despertarla. Hacía calor. Demasiado, incluso para ser julio. El pantalón de lino que usaba para dormir, le sobraba, pero, pese a ello, se acercó a Jeyne, en busca de un calor diferente, algo que solo ella podía darle.
Intentó no despertarla cuando le pasó un brazo por la cintura, y respiró profundamente, al llenarse su olfato, del dulce olor de su pelo.
Lentamente, ella se giró entre sus brazos, y lo miró a los ojos con una media sonrisa, antes de acariciarle la mejilla con suavidad.
-¿Dónde has estado?-preguntó con suavidad, mirándolo a los ojos.
-He salido con Mulciber y Rosier-dijo con suavidad. Técnicamente no era mentira.-Siento haberte despertado, mi niña.-añadió luego.
-No importa, Reg-dijo con suavidad, acercándose todavía más a él.
El chico la estrechó entre sus brazos con fuerza. Tener su cuerpo, frágil y fuerte, entre sus brazos, era lo único que lo mantenía cuerdo. Lo que le ayudaba a no volverse loco ante los macabros festivales de cada noche.
La besó con dulzura. Ella era lo único que lo aferraba al mundo de la luz. Lo único que le impedía hundirse en las tinieblas de las noches de matanza.
Y necesitaba olvidarlas. En su cuerpo.
Allí estaban los cuatro, tumbados en el jardín de la casa de James, bajo el calor de julio, casi asados. Miraban la luna, y Remus se revolvía incómodo, sabiendo que en menos de veinticuatro horas, lo peor de si mismo saldría a la superficie.
Hacía calor, y él, debido a su condición de licántropo, y faltando tan poco para la transformación, estaba, literalmente, hirviendo. Tanto que, si le ponían un cubito de hielo en el pecho, se derretía casi de inmediato, con un siseo.
Sirius bromeaba sobre ello. Siempre bromeaba, aun que en realidad solo desease estar muerto. Había perdido demasiado en una guerra que no había hecho más que empezar. Había perdido más de lo que él mismo sabía. Y, afrontarlo, a veces, era casi imposible.
La última vez que la había visto, no era si no una burda imitación de lo que había sido en el pasado. Cuando había sido su niña.
Madame Pomfrey le había dicho que había perdido la memoria, y que no le diese impresiones emocionales demasiado fuertes. Por lo demás, estaba estable.
Él había pasado a verla, y se le había hecho pedazos el corazón, al verla tan pequeñita como siempre, y más pálida que nunca, en aquella cama, que parecía demasiado grande para ella, en la que parecía tan, tan perdida.
Lo peor, había sido, cuando ella lo había mirado, sin reconocerlo, porque Sirius sintió que se le reducía el corazón a pedazos mucho, muchísimo más pequeños.
La batalla había pasado. Casi sin bajas, y menos de los suyos. Dumbledore había vuelto a tiempo. Si. Pero no para salvarla a ella. Y a él.
-Hola…-la voz le salió ronca, atragantada por las lágrimas que no iba a derramar.
-Hola.-su voz era débil, como si la pérdida de sangre la hubiese debilitado demasiado.-No te ofendas pero… ¿Quién eres?
Sirius quiso llorar. Pero no podía. Tenía que ser fuerte. Por los dos.
-Soy… soy Sirius. Sirius Black…-dijo con la voz ronca.-Tu… tu… mejor… amigo-no se veía capaz de pronunciar una palabra más. No podía pronunciar ni una palabra más, al menos, no sin derrumbarse y llorar. Contárselo todo, y que fuese lo que Merlín quisiese.
Ella extendió una mano, blanca y fría, como la nieve, y le acarició la mejilla con suavidad. Sirius cerró los ojos ante el contacto. Aquello era como una especie de salvación en medio de un mar que lo ahogaba.
-Sirius…-los ojos verdes de la chica lo asaetearon con preguntas.
Él la miró a los ojos, con los suyos grises, rebosando de un amor tan, tan grande que sentía que podría volverse etéreo de lo mucho que la quería.
-Dime.
-¿Qué me ha pasado?-sonaba perdida, desorientada. No tenía ni idea de qué había pasado. Como había llegado allí. A ese estado.
-Te… te caíste por una escaleras y te golpeaste la cabeza.-dijo Sirius, aliviado de no tener que mentirle.
-Ah…-respiró profundamente.-Es que me duele un montón la tripa…-susurró a modo de confidencia.
Sirius, ante ese comentario, quiso morirse, solo si eso le paliaba el dolor. Habían estado a punto de tener un hijo. Un pedacito de vida. Un pedazo de sus almas, que había crecido en el interior del cuerpo que él más amaba. Y se había ido. Para siempre. Junto con sus ilusiones.
-Bueno, enana, tengo que dejarte descansar-susurró él, acariciándole el pelo, embelesado. La adoraba. Por Merlín. Con toda su alma.
-¿No puedes quedarte?-preguntó ella con suavidad.
¿Cómo decirle que no podía verla así, que se moría por dentro?
-No, enana, me tengo que ir. En serio.-susurró.
Ella intentó incorporarse, pero le salió una mueca y soltó un quejido de dolor.
-¿Estás bien?-preguntó él alarmado. Sintiendo, casi, como si le doliese a él.
-Si, si… ha sido la tripa… no sé, tal vez me haya roto algo en la caída…-musitó pensativa, recostándose contra la almohada.-Sirius, por favor, acércate-pidió luego, con dulzura.
-¿Para qué?-inquirió él, sin embargo, obedeciendo. No sabía negarle nada. Ahora menos que nunca. Estaba indefensa. Y él debía cuidarla.
-Porque quiero que me des un beso de buenas noches-susurró ella, al tiempo que él se acercaba.
Sirius depositó un suave beso en su frente, y respiró su suave aroma a coco, que parecía no abandonarla nunca. Lo que daría ahora por abrazarla, por susurrarle que la quería. Que la quiere. Con toda su alma.
-Buenas noches, princesa-susurró luego, casi en su oído. Fue consciente de cómo se estremecía, y los labios de la chica buscaron su mejilla con suavidad, al tiempo que él se giraba, de modo que acabó depositándole un beso en la comisura de los labios.
-Buenas noches, grandullón-susurró luego ella, con una sonrisa.
Aquel no había sido el final. Había sido un comienzo. Uno nuevo para ellos. Para Beth, de la mano de Sirius, y de sus amigas, que la trataban como si fuese un cristal.
Si cualquier soñador hubiese esperado que no hubiese consecuencias para lo que había pasado, al menos, no más que la perdida de toda una vida de recuerdos, Beth, empezó a cambiar.
Las hormonas, por culpa de la pérdida del niño, aceleraron su metabolismo, y la convirtieron en una masa redondeada de casi noventa kilos, que, al medir poco más de un metro cincuenta, parecía una gigantesca pelota de playa.
Y sin embargo, lejos de lo que Lily y las demás habían pensado, Sirius no se apartó de ella. Nunca. Siguió a su lado, sintiendo como el corazón se le rompía en mil pedazos, cada vez que ella daba un nuevo paso hacia la degradación.
La última vez que la había visto, las hormonas le habían convertido la piel del rostro, de su precioso rostro, en un cromo del más triste pus y sangre.
Y, ni siquiera entonces había dejado Sirius de quererla.
Había comprendido, de alguna manera ajena a sí mismo, que una cosa es el amor, y otra el sexo. Que para uno es necesario atracción. Para el otro es solo necesario dejar flotar el alma.
Y Sirius siempre amaría a Bethany. Por mucho que cambiase…
-Canuto… tío…-la voz de James parecía llegar desde lejos.-¿Estás bien?
Y Sirius sintió que volvía de muy, muy lejos.
-¿Qué?-estaba levemente desorientado.-¡Claro que estoy bien!
-Estabas pensando en ella… ¿no?-la voz de Peter no era más que un susurro, casi una brisa que atravesó el jardín de James, sobre la hierba.
-Siempre estoy pensando en ella-repuso Sirius, con total dignidad.
Remus suspiró, y logró, por fin, apartar la mirada del subyugante control que la luna ejercía sobre sus sentidos.
-¿Y en qué piensas de ella?-preguntó con suavidad.
Sirius miró las estrellas. Luego miró a sus amigos. Sus hermanos. Su manada.
-En que tenemos que recuperarla. A la Beth de siempre. A mi niña.-dijo con suavidad, levantándose del suelo.
Sus amigos lo imitaron, antes de entrar a la casa de James, con las esperanzas puestas en sus mullidas camitas.
-Hay muy pocas maneras, Sirius, por no decir ninguna, de que Beth vuelva a ser la chica que te hizo faltar a tu palabra-la voz de Remus, dolorosa, pese a ser sabia.
-Si hay alguna manera, Lunático, la encontraré.
-Si hay alguna manera, Canuto, te ayudaremos.-corroboró James.
Porque los Merodeadores siempre estarían juntos.
Se sentó en la cama, con el sol filtrándose por las rendijas de las persianas. Se apartó el flequillo de los ojos y se volvió hacia donde su hermano roncaba. Solo le veía la parte superior de una despeinada cabeza de pelo castaño. Estaba tapado por mantas y más mantas, pese a estar en verano.
Salió de la cama y empezó a agenciarse la ropa por la habitación antes de que su hermano se levantase.
-Joder, Sammy, ¿no sabes caminar sin hacer ruido?-la voz de su hermano increpándolo es lo primero que oye Sam Winchester, a medio vestir, con el pantalón sin abrochar y la camiseta en la mano.
-No son horas de estar en la cama, Dean-replica mordaz.
-No son horas de estar en la cama-se burla Dean apartando las mantas. Camina, en calzoncillos, hasta llegar al baño.-No estás en edad de ser un sabelotodo inaguantable, y lo eres.
-No estás en edad de ser un sabelotodo inaguantable-ahora era Sam quien se burlaba de Dean.
-Eh, capullo, como no te calles, saldré de aquí y te tragarás la del 45-se oyó la voz de Dean desde la ducha.
Sam puso los ojos en blanco y empezó a meter las armas en el bolso de cuero castaño claro que tenía a los pies de la cama, antes de que tuviesen que abandonar el hotel.
Cuando estuvieron listos, Sam miró a Dean con una media sonrisa.
-¿Crees que los encontraremos?
Dean lo miró, casi con insolencia.
-Hermanito, eso ni se duda.
Abrió los ojos y se sentó en la cama. A veces le parecía toda una proeza el hecho de seguir viva, sobre todo al tener en cuenta que no recordaba nada, absolutamente nada de lo que había sido su vida antes del 18 de enero de ese mismo año.
El primer recuerdo que tenía, tan nítido como si hubiese ocurrido la noche anterior, era a Sirius en la enfermería de Hogwarts, contándole que se había caído por las escaleras.
Dejando a parte ese tema, era una chica completamente normal.
En realidad había estado un poquito gorda, porque, desde su caída, había empezado a engordar como una auténtica foca, y le salieron granos en la cara, aun que Sophie le dijo que era algo absolutamente normal en ella, que le pasaba siempre por esas fechas.
Aun que eso había sido antes del verano. Porque ahora volvía a ser la de siempre, al menos, según Destiny. Porque si, Destiny era la mejor amiga de Bethany. Tan buenas amigas que estaba pasando el verano en su casa.
Beth veía a Destiny como a la hermana que siempre quiso y nunca tuvo.
Y lo mejor de todo, era que Destiny le había ayudado mucho ese verano. Porque Beth se había enamorado, o bueno, algo así.
El afortunado se llamaba Stan, y trabaja en Zonko, la tienda de bromas de Hogsmeade. Beth lo había conocido cuando había ido con su mejor amigo, también conocido como Sirius, a comprar bombas fétidas para tirarle a Snape el día de San Valentín. O al menos, es lo que decía la rubia.
Beth adoraba a Sirius. Era como el hermano mayor que nunca tuvo. Era el chico que siempre estaba ahí. Su mejor amigo. Su mitad. Le escribía todos los días, preguntándole qué le pasaba, cómo estaba, y, vaya, preocupándose por ella. La verdad es que era un cielo. Un ángel de chico. Y a Beth la entristecía que Sirius no saliese con chicas… porque el chico necesitaba a alguien. Eso lo tenía muy claro. Pero es que Sirius no quería.
-Sirius… anda… si es guapísima.-había dicho por novena vez consecutiva.
-Beth, que no le voy a entrar a Rosmerta.
-Entiendo que sea un poco mayor para ti, pero parece buena chica.
Entonces Sirius bufaba y luego sonreía. Ella se ponía delante de él, con los brazos en jarras.
-Sirius Black, te gusta alguien y no me lo has dicho-acusaba mirándolo muy, muy mal.
Sirius se reía.
-Si, Beth, me gustas tú.
Y entonces ella se cruzaba de brazos y se hacía la enfadada. Que Sirius bromease con algo así no era agradable. Y punto.
Destiny entró en ese mismo instante en la habitación que compartía con Beth, y le dedicó una sonrisa a su amiga.
Bethany se había convertido en algo mucho más importante que su mejor amiga, casi, casi, como una hermana. Por poco, no había llenado el espacio que Lyanna había dejado en su alma. Estaba pasando el verano en su casa, y aun que la rubia no supiese nada de lo de Jack, era, en parte, mejor; ya que él había dejado una carta para su hermana. Sophie la había guardado sin abrir, con la esperanza de que si Beth recobraba la memoria, pudiese leerla.
Dest estaba muy contenta con Beth, porque había vuelto a ser la de siempre. Había engordado. Si, pero había vuelto a adelgazar, y estaba estupenda. O casi. Porque solo hacía falta mirar a Sirius para ver que estaba loco por ella, aun cuando estaba gordita.
El caso es que, como su amiga se había colado por un tío de Hogsmeade, no tenía ojos para nadie más. Y ella no tenía ojos para nadie más que para Justin. Porque el chico era un cielo. Un verdadero ángel. Ella, desde que Lyanna había muerto, exactamente seis meses atrás, no había podido tener contacto físico con ningún chico. Básicamente porque cada vez que besaba a Justin, sentía como si una mano gigante le apretase el estómago, y como si su sistema respiratorio se volviese de algodón.
Y no podía acercarse a él. Y él lo entendía, y la respetaba. No la había abandonado o forzado a ir más rápido. Era un absoluto cielo.
Beth salió de la cama y se acercó a Destiny antes de abrazarla y darle un beso en la mejilla.
-Felicidades, canija-le dijo con una sonrisa.-Dieciséis, eh… ya te me haces mayor…
Destiny soltó una risita.
-Te acaba de llegar una carta de Sirius-dijo lanzándosela a la cama.
Beth se acercó a ella y la cogió. Distinguió la caligrafía de Sirius. Tenía una letra que a ella, al menos, se le antojaba preciosa.
-Tenemos que mandarle una carta a Sophie, que también está hoy de cumple-dijo con una sonrisa.
-Lo sé, lo sé-replicó Destiny con impaciencia.-Abre la carta de Sirius de una vez…-la urgió luego.
Beth obedeció, y desplegó el pergamino.
"Hola enana
Dale las felicidades a Destiny de mi parte y de la de estos tres capullos que están leyendo sobre mi hombro lo que te estoy escribiendo. Es que se piensan que estamos saliendo en secreto, pero no entienden que tú no quieres saber nada de mi… pobres criaturas… viven de ilusiones.
Y nada, Bethy, que quería saber cómo estás y eso, enana, porque hace más de dos semanas que no nos vemos, y te echo de menos. Sobre todo a los masajes y el chocolate.
A lo mejor nos pasamos hoy por casa de Dest, que Remus quiere llevarle un regalo. Pero no le digas nada, porque se supone que ni siquiera yo sé que tiene algo. Es que, ya sabes, desde que se pusieron a empollar juntos en la biblioteca… se nos han vuelto más empollones que de costumbre.
Y nada más, enana, que nos vemos esta tarde.
El abrazo más grande del mundo para la niña más guapa.
Sirius"
Destiny miraba el pergamino absorta. Beth lo dobló con cuidado, y lo guardó en la misma caja en la que tenía el resto de cartas de Sirius.
-Es un cielo.-dijo con un suspiro.
-Beth… ¡despierta! Sirius está colado por ti.-le dijo su amiga.
Bethany se echó a reír.
-No, no lo está… es como un juego. Pero en realidad sé que no le gusto. Me quiere demasiado como para enamorarse de mi… Es… soy su mejor amiga…
Destiny sacudió la cabeza, apenada.
-Vale, si, lo que tú digas, Beth. Vamos a desayunar.
Salió de su dormitorio, sacudiéndose la melena, y siendo plenamente consciente de que el ayudante de su padre, joven, unos cinco años mayor que ella, la miraba, como si desease devorarla.
Se giró levemente y le dirigió una mirada cargada de la más pura insolencia. Como si estuviese desafiándolo a abandonar su puesto e ir a por ella; desafiándolo a arrinconarla contra la pared… o a dejar que ella lo arrinconase.
El joven se limitó a alzar una ceja, fingiendo que no había percibido su mirada, y había continuado con lo que hacía en el escritorio del pasillo.
Juliet bajó por las escaleras de su casa con cuidado. Había llegado a Londres tan solo dos días antes, y la verdad era que recordaba más bien poco de cuando era pequeña. Tan solo las prólijas fiestas a las que acudía con su padre, para las que se vestía con unos horrendos vestidos de lacitos y volantes.
Gracias al cielo, tenía diecisiete años, no cuatro, y podía vestirse a su gusto, sin que nadie se atreviese a impedírselo, básicamente porque su padre pasaba mucho de ella.
Se sentó sola, ante la inmensa mesa del comedor, y se apartó un mechón de pelo castaño que le caía sobre los ojos.
Kimberly, su elfina doméstica, se apresuró a llevarle un tazón de café y una bandeja con pasteles de hojaldre recubiertos de miel y azúcar glasé.
Juliet dio un sorbo a su café, negro y cargado, y luego soltó un suspiro.
-Kimby, ¿podrías decirle a mi padre que quiero dar una fiesta en casa?-pidió con suavidad.
-Claro que si, señorita Juliet. Lo que mande la señorita-dijo la pequeña criatura haciendo un par de reverencias mecánicas y envaradas.
La chica cerró los ojos y se recostó en la silla, sintiendo como el café empezaba a hacerle efecto y a despertar su sistema nervioso.
Si. El único recuerdo del Londres de su infancia eran las fiestas que organizaban los magos de Sangre Limpia. A las que ella acudía. Y recordaba a un chico de su edad, más o menos, con unos modales exquisitos, y una sonrisa, para su edad, de las que quitaban el hipo.
Debía mandarle una carta. Invitarlo a su fiesta. Que, por supuesto, sería por todo lo alto.
Apoyó la mejilla en el frío cristal de la ventana. Hacía bastante calor, tanto en el interior como en el exterior de la habitación, y la ventana aportaba un tipo de frescor a sus mejillas acaloradas, que nunca antes había sabido valorar.
Alice suspiró, al tiempo que su mirada se perdía por el Cairo. Notó como alguien la abrazaba por la espalda, rodeando su cintura con un brazo, y apoyaba la barbilla en su hombro. Se giró levemente, y depositó un suave beso en la mejilla de Frank.
Sus padres le habían hecho un espléndido regalo de fin de estudios, ya que el chico había acabado en Hogwarts, y la familia Longbottom le había obsequiado un viaje a Egipto, con Alice.
En realidad, Alice no estaba incluida en los planes, pero la chica estaba bastante mal al terminar Hogwarts, ya que Beth había perdido la memoria, y eso las había afectado a todas mucho, ya que, a parte, su amiga había empeorado mucho, físicamente. Y a parte, Frank no podía sobrevivir un mes y medio sin Alice. Así que, no sabía todavía cómo haría para arreglárselas cuando ella tuviese que ir a Hogwarts y ella a la Academia de Aurores.
Lo único que les importaba, a ambos, era disfrutar del tiempo que les quedaba juntos, de la mejor manera posible.
-¿Qué tal has dormido?-preguntó Frank a su novia con suavidad.
-Bien, cariño, bien.-susurró ella, girándose entre sus brazos. -Hoy es el cumpleaños de Destiny y Sophie-dijo luego, acariciándole una mejilla antes de darle un beso suave en los labios, poniéndose de puntillas.
-Entonces tenemos que ir a comprarles algo, y luego a la lechucería mayor de la ciudad, para enviarles un regalo… ¿has pensado en algo?-preguntó luego, alejándose de la ventana, con ella todavía abrazada, y pegada a él.
-No… pero tal vez… algo mágico y útil…
-Se me ocurre que en el rastro del borde del río venden colgantes de protección… según tengo entendido no esquivan maldiciones demasiado fuertes, pero sirven para salir airoso de un duelo con facilidad…
-Si, me parece bien…-dijo con suavidad, soltándose de Frank para buscar su ropa. Quería darse una ducha.
El chico se sentó en el bordillo de la cama. Ladeó la cabeza mirando a Alice. Sabía que la echaría muchísimo de menos cuando se fuese a Hogwarts. Pero algo, en lo más hondo de sí mismo, le decía que sobrevivirían. Que se querían lo suficiente como para resistir a eso, y a mucho, muchísimo más.
Salieron a la calle, y, de la mano, caminaron por interminables calles de puestos de tiendas la mar de monos. Llegaron al borde del río, donde se alzaba una fila interminable de puestos ambulantes, en los que vendían objetos muy extraños. Algunas tiendas de los comerciantes del desierto, que atendían a sus clientes en el interior. Y una, que llamó especialmente la atención de Alice. La tela del exterior de la tienda, era completamente negra, y del interior procedía un aroma a incienso muy cargado, que hizo que la rubia tosiese levemente, al tiempo que se giraba hacia Frank.
-¿Entramos?-preguntó con suavidad.
-Si tú quieres…
Y entraron.
En el interior, el calor era sofocante, como si acabasen de entrar en un horno, y un anciano de piel curtida, y morena, con la cara más arrugada que Alice había visto nunca, presidía la estancia, en medio. Tras una mesa baja, de color negro, con unos recamados en plata, que hablaban de la exquisitez del lugar.
El suelo estaba sembrado de alfombras, colchones y cojines. Y del techo, del palo que sostenía la tienda, colgaba un quemadero de incienso.
-Jóvenes ingleses. ¿Desear magia del sabio Farikki?-dijo el anciano en un rudimentario inglés, mirándolos con unos ojillos blanquecinos y cegados por la edad.
Alice se giró hacia Frank e intercambiaron una mirada desconcertada al preguntarse cómo había sabido aquel anciano que eran ingleses.
-Oh, jóvenes, no temer. Sabio Farikki todo saber. Sabio Farikki ciego estar y saber que joven rubia regalo de amigas buscar.
-¿Puede usted leer la mente?-preguntó Alice acercándose a la mesa con cautela.
-Sabio Farikki mente no leer. Solo con los ojos del alma ver.
-¿Y qué me recomienda para mis amigas?-inquirió la rubia arrodillándose delante de la mesa, al tiempo que Frank se acercaba para sentarse a su lado.
-Amiga rubia de joven rubia muy enferma estar. Ella quien ser no recordar. Sabio Farikki saber que amigo rubio de joven rubia un monstruo en él albergar. Y Farikki el Sabio un libro para él regalar.-dijo chasqueando los dedos, haciendo que un libro se materializase ante Alice y Frank, con una nube de polvo.-Secretos de era antigua despertar van. Y mago de luna, libro necesitar. Pues libro contar secretos oscuros. De magia de oscuridad. Libro ayudar al amigo rubio a ayudar a la amiga rubia.
Alice miró el libro. Seguramente Remus lo adorase. Sabía que a Remus le encantaban los libros antiguos, y aquel parecía muy, muy viejo. Ahora faltaban Dest y Sophie. Los regalos de los demás los buscaría antes de marcharse.
-Y joven rubia llevar, para amigas que envejecen lindo de colgar.-chasqueó los dedos, y aparecieron ante ellos dos colgantes que tenían forma de prisma picudo, de obsidiana, con una parte plana, y la otra con aristas. Unas cadenas de plata.-Lindo de colgar ser magia pura. Negra cuando luna redonda estar. Amiga rubia de joven rubia ambas partes necesitar, cuando luna redonda estar y sangre su cuerpo empapar.
Alice miró los colgantes, y luego miró a Frank.
-Son preciosos-susurró luego, sobrecogida.
-Farikki saber que preciosos ser.-dijo el anciano.
Una vez salieron de la pequeña tienda, Alice con el libro para Remus bajo en brazo y Frank con los regalos de Destiny y Sophie en el bolsillo, se dirigieron hacia la estafeta de lechuzas de la zona turística del Egipto mágico.
El paseo se les hizo agradable. La gente caminaba con amplias túnicas y hablaban con voces agradables. Pese a que ellos no entendiesen muy bien qué decían.
De repente, una anciana de rostro arrugado, se aferró a Alice, que soltó un respigó e intentó soltarse. Pero la mujer empezó a hablar, y tanto Alice como Frank escucharon anonadados lo que la mujercita les dijo.
-Se acerca la oscuridad. Una guerra entre la luz y las sombras. Lucha y muerte. Lo veo en tu destino. Una loca os hará enloquecer por amor. Todo empezará para vosotros con la muerte de los padres de un amigo. Y tras ello, casi nadie podrá sobrevivir. Se acerca la oscuridad. Y nada, será igual para nadie. Jamás.
Después, la mujer se soltó de una asustada y sorprendida Alice y se alejó dando tumbos hasta confundirse entre la multitud. Frank se acercó a su novia y la abrazó con fuerza, mientras la chica hundía el rostro en su pecho.
-¿Estás bien?-preguntó preocupado.
Alice parpadeó un par de veces, confusa. Respiró profundamente y esbozó una media sonrisa.
-Si, si…-susurró luego.
Frank le dio un beso en la frente y le acarició el brazo con suavidad.
-¿Vamos?-preguntó con dulzura.
-Si, si… tenemos que meter los regalos en las lechuzas, o sino no llegarán a tiempo-dijo con suavidad.
Siguieron caminando hacia la estafeta, hasta que, de repente, Alice se paró en seco, haciendo que Frank la mirase preocupado.
-¿Qué pasa?
-¿Me puedes explicar cómo una vieja loca egipcia habla en un correcto inglés?
Frank abrió la boca para contestar. Pero la cerró, al no encontrar respuesta.
Salieron al patio trasero de la casa. Se internaba en un pequeño bosquecillo que, a su vez, formaba parte de uno mayor. Lily se sentó en las escaleras del porche trasero, de madera, de la casa de Mary. Hacía fresquillo allí, aun que hacía un calor infernal para ser julio en Escocia.
La comida de Miranda Macdonald era la mejor que Lily había probado nunca, y la familia de su amiga, que la trataba como a una hija más, era la más divertida que Lily había conocido en mucho tiempo.
Sus hermanos, siete, y todos más pequeños. Monika y Mick, con nueve años. Melissa con siete, Marianne y Michelle con cinco, Mikaella con tres y Meredith con uno recién cumplido. Y Mick, el único chico de la casa, era el jefe de todas ellas. Porque su padre, Maurice Macdonald se había largado de casa un año atrás.
Lily se pasó la mano por el pelo, ante la mirada de Mary, que la escrutaba con sus ojos azules.
-Eso te pasa por dejarle a Mel que juegue a las peluquerías contigo.-le dijo.
La chica esbozó una sonrisa. Había accedido a jugar con Michelle a las peluquerías muggles, y la hermana de su amiga le había cortado la melena, que antes tenía por la mitad de la espalda, por los hombros.
-No me importa-aseguró con una media sonrisa.-Me encantaría tener una hermana pequeña-añadió luego.
-Te regalo a las mías-soltó Mary con una sonrisa.-A todas menos a Meredith y Mikaella, que todavía son soportables…-añadió soltando una risita.-¿Sigues peleada con Petunia?-preguntó luego, con cautela.
Lily suspiró, cansada.
-Si, podría decirse que si… al fin y al cabo… no hemos hablado desde que me vine a tu casa… y… no sé, le dije cosas bastante desagradables…-reconoció la pelirroja.
-Si tenemos en cuenta que llevas tres días aquí, Lils, qué quieres que te diga…-murmuró Mary con una media sonrisa.-Tal vez deberías mandarle una lechuza...-opinó luego.
-Es que… Mary, Petunia tiene razón. Mi madre está mal… Y mi deber sería haberme quedado a su lado, se supone, ¿no?
-Lily… a ti te hacía daño quedarte allí. Sé que te duele que tu madre esté mal, y apuesto lo que quieras a que tu madre también lo sabe. El haber intentado distraerte, salir del hoyo, no te hace ser peor hija.-dijo con firmeza.-Mi padre es un jodido cabrón al que siempre quise con toda mi alma. Pero se fue, y dejó a mi madre con esos monstruitos, y conmigo, que soy un cielo…-añadió con una sonrisa.-Y créeme que irme a tu casa el verano pasado ha sido de las mejores cosas que he podido hacer en mi vida…
-Ya… Mary, pero… sabes de sobra que no estoy así por mi madre… al menos, no solo por eso…
-¿Potter?-tanteó la chica con suavidad.
Lily miró al suelo, abrazándose las rodillas.
-Discutimos. En enero… hace… hace exactamente seis meses…-suspiró.-Y… joder. Fue una tontería. Una tontería tremenda, sabes… pero desde entonces no hemos vuelto ni a hablarnos… si cada vez que nos cruzábamos en algún pasillo o en las clases miraba a otro lado…
La chica tragó saliva, antes de respirar hondo y hacer como que no le importaba. Aun que, en el fondo, el hecho de que James, quien siempre había proclamado a los cuatro vientos que la quería, pasase de ella así, por una pequeña discusión, le dolía mucho a la pelirroja. Sobre todo porque en el fondo, había sido ella la que lo había chantajeado preguntándole a que venían esos apodos que tenía con sus amigos, aun que, tal vez lo que, realmente más la enfurecía, era que, al haberle dicho que tal vez ella no lo quisiese a él, James la había creído sin dudar.
Por otra parte estaba Severus. No había vuelto a acercarse al chico. Ni había dejado que el chico se acercase a ella. Porque si se enteraba de que ella y James lo habían dejado, porque él había hablado con ella, y Lily lo había protegido, Severus se inflaría como un pavo, y picaría a James sabiendo que Lily lo defendería, y la pelirroja no quería joderla más con James. Ya bastante mal estaban, como para defender al chico que había sido prácticamente causa de su ruptura.
Suspiró.
Mary la miraba con una media sonrisa.
-Tal vez debieses hablar con James.-sugirió.
-¿Ah si? ¿Y eso por qué?-había sonado todo lo borde que había querido sonar.
-Porque nunca, Lily, nunca te había visto así. Pareces ida la mayor parte del tiempo. Y créeme que en los siete años que hace que nos conocemos, jamás te había visto así…
-Ya… bueno… si…-Lily suspiró.-Pero Mary, no puedo…
-¿Por qué?
-Porque no. ¡Que venga él a disculparse por haber creído que no le quería!
Mary entrecerró los ojos y soltó una risita entre dientes.
-Ay, Lily… tú y tu orgullo…
-No es orgullo Mary.-mentía. Porque sabía que en realidad si lo era.-Es solo que… si quiere recuperarme que venga a por mí.-dijo resuelta.
-¿Y si tu quieres recuperarlo a él?-planteó Mary, sin perder la paciencia.
-Ay, Mary, en serio. No sé que te habrán hecho esos turcos, pero la Mary de antes no me discutiría que esperase a que Potter viniese.
Mary esbozó una sonrisa cargada de cariño.
-Me han enseñado a madurar. A ser justa. A hacerme mayor.-dijo con suavidad.
-¿Ah si?-Lily se quedó mirando a su amiga estupefacta.
-Bueno… algo así.-reconoció la chica.
Lily soltó una risita y Mary la abrazó y le estampó un beso en la mejilla.
-Arriba ese ánimo, mi niña.-dijo con una traviesa sonrisa.
De repente, se oyeron unos gritos en la entrada de la casa y el sonido como de un forcejeo puso en guardia a ambas brujas. Todavía no estaba demostrado que los hermanos de Mary fuesen magos, y en caso de que alguien los quisiese atacar (Mary se estremecía cada vez que Lily le contaba algún detalle del ataque de Voldemort a Hogwarts) no podrían defenderse ni con magia accidental.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó Lily levantándose preocupada.
-No sé, Mick, Monika y Michelle estaban jugando a Robin Hood, tal vez tengan problemas...-dijo con una media sonrisa.
Pero en aquellos momentos llegó hasta ellas la voz de Mick.
-¡Mary! ¡Mary! ¡Ven, corre! ¡Ven a ver lo que hemos cazado!-su voz sonaba emocionada.-¡Y pregunta por ti!
Las dos chicas corrieron a toda velocidad hacia la parte delantera de la casa. Cuando doblaron la última esquina Lily se detuvo en seco, y Mary no pudo reprimir una carcajada al ver a sus tres hermanos subidos encima de un chico castaño que estaba en el suelo, completamente tumbado y atado, cubierto con una red.
-¡Don!-dijo con una risita.-¡Que bien que hayas venido!-añadió con suavidad.
Se acercó al chico, seguida de Lily. Donnovan Wood, más conocido como Don, o Donny, para las amiguitas especiales… estaba tirado en el suelo panza arriba, debatiéndose entre reírse o enfadarse.
-Vamos, chicos, quitadle la red y desatadle.-pidió Mary a sus hermanos.
-Nosotros le vimos antes.-protestó Monika.
-Ya, pero yo me lo tiré antes.-dijo Mary, dando por zanjado el asunto.-Así que, enanos, desapareced de mi vista ¡ya!
Y los tres niños entraron corriendo en casa.
-Joder con tus hermanos… deberías amaestrarlos.-dijo Don levantándose y limpiándose la tierra del pantalón.
Mary lo miró con una sonrisa. Don había cambiado bastante desde que ella lo había visto por última vez. En la boda de Jeyne. En diciembre.
Ahora estaba más alto, con el pelo más corto, y más moreno. Eso si, seguía estando más bueno que el queso curado, y esa sonrisa seguía aflojándole las rodillas.
-Hola Evans.-dijo luego el chico.
Lily, a quien no se le escapó la forma en la que el brazo de Don Wood se enroscó alrededor de la cintura de Mary, le dedicó una sonrisa. Por lo que se veía, lo de Don y Mary iba en serio. O, al menos, todo lo en serio que se pudiese esperar de esos dos, porque, por lo que ella sabía, que tampoco era para tanto, Don Wood jamás visitaba a ninguna de "sus chicas" en su casa.
-Em… ¿vosotros dos qué sois exactamente?-preguntó con algo parecido a toda la cautela que un Gryffindor pudiese tener.
-¡Oh, Lils, se me olvidó contártelo!-saltó Mary con una enorme sonrisa.-Yo y Don somos…-lo miró a él, como esperando algún tipo de confirmación.-… novios.
La pelirroja los miró estupefacta durante un par de décimas de segundo.
-Vaya… genial.-dijo entusiasmada.-Me alegro un montón.-añadió luego con una sonrisa.
-¿Vienes a dar una vuelta?-preguntó Don.
La pelirroja alzó una ceja.
-¿Me ves cara de florero?
Los tres estallaron en carcajadas.
-No, no voy…-dijo luego.-Tengo que ir a escribir una carta importante… Dest y Soph están hoy de cumple…
-Oh… ¡es cierto!-Mary se volvió hacia su novio y le dedicó una sonrisa.-¿Vamos a comprar un helado?-preguntó con suavidad.-Luego les miramos algún regalo… y se lo mandamos de parte mía y de Lily.
-Vale…
-Lils… siento… siento dejarte sola.
-No, Mary, créeme que necesito estar sola. Tengo demasiado sobre lo que reflexionar… ya sabes.
-Vale… bueno, dile a mamá que estaré aquí para la hora de la cena.
Lily asintió con suavidad antes de alejarse en dirección a la casa, decidida, claro está, a reflexionar. Sobre muchas cosas, en realidad. Aun que, lo más acuciante. Sobre Petunia, Severus y James… su James.
¿Cómo podía haberle dicho que no le quería? ¡Por Merlín! Si todos y cada uno de sus besos estaban marcados a fuego en ella. Si James formaba parte de ella, tan dolorosa e intensamente que a veces le daba incluso miedo. Él la hacía sentirse a salvo, sentirse bien. Sentirse querida. Porque cuando la miraba como si fuese lo más absolutamente precioso del universo, cuando la miraba adorándola, Lily se sentía total e inmensamente feliz.
Y ella lo había mandado todo a la mierda. Así como así.
Caminar por entre aquellas piedras, algunas medio derruidas, y otras aguantando, estoica y orgullosamente el paso de los siglos, hacía que se sintiese en paz. Cada mota de polvo de aquellas piedras encerraban historia, miles de cosas… sabiduría; y eso es algo que toda Ravenclaw apreciaría.
Sophie caminaba bajo el polvo, por en medio de la Acrópolis, en Atenas. Había aprendido a dejar la mente en blanco, casi a la perfección. No pensar y dejarse llevar. A esto se había reducido.
Había estado enamorada de Remus. A veces, creía que todavía lo estaba. Pero él nunca, desde aquella loca noche en la biblioteca, hacía ya tanto tiempo, había vuelto a acercarse a ella con esas intenciones. Bueno. Si. Una. En la boda de Jeyne. Pero ella estaba tan borracha que no contaba.
Y desde entonces. Siempre amigos. Y Sophie se había cansado. Y mucho. Y había decidido que no esperaría más. Que viviría su vida. Sin esperar a Remus. Porque ya estaba harta de esperar. Aun que doliese en el alma no hacerlo.
Las vacaciones de verano habían sido el momento ideal para irse con Hestia a casa de sus bisabuelos, en Grecia. Antiguos magos, de tradición clásica, y muy longevos.
Sophie intentaba pensar lo menos posible en Londres, en Hogwarts y en Beth, que estaba fatal la última vez que ella la vio. Pero sobre todo, intentaba no pensar en Remus.
En aquel momento, alguien la abrazó por la espalda, y se giró para dedicarle una sonrisa a Hector. Hestia venía de la mano de Dominic, y traían refrescos.
Hector era el chico de esa semana. Porque si. Sophie le había reprochado a Beth que se tirase a medio Ravenclaw después de romper con Sirius… pero ella misma no había podido evitarlo. Aun que, claro está, no era culpa suya. Si había que culpar a alguien, debería ser al calor, a Hestia o a Remus, pero ella no tenía la culpa de que los besos que Hector le daba en el cuello, al tiempo que sus manos entraban bajo su falta hiciesen que se olvidase del significado de la palabra decencia, y que su cerebro gritase, en alguna zona por debajo de su ombligo algo que sonaba mucho a pecado.
Y era su cumpleaños. Dieciséis años cumplía. Y nadie se había acordado. Tal vez porque al estar lejos todos consideraban que sus vidas personales eran más importantes que una amiga que está lejos.
-¿Quieres ir a dar una vuelta?-preguntó Hector con una media sonrisa.
-No, gracias, prefiero quedarme un poco más por aquí.-susurró ella.
Respiró hondo. Necesita volver a Londres cuanto antes. Necesita ver a Beth. Y sabe que Beth, seguramente la necesite a ella también. Al fin y al cabo es su mejor amiga, y estaba mal. Había perdido a su hijo, y ahora no se acordaba de nada. Pero Sirius había dicho que era lo mejor para ella, y, aun que las circunstancias fuesen las que fueron… Sophie, y todas las demás, sabían que nadie querría jamás a Bethany, ni mitad de lo muchísimo que Sirius la había querido. Que todavía la quería.
Hestia la enganchó de la cintura y se la llevó a parte un momento.
-Soph… ¿te encuentras bien?-preguntó con suavidad.
-Si… ¿por?
-Oh, vamos, Ravenclaw, se te da fatal mentir…-dijo la más bajita de las dos encarándose con su prima.-¿Es por Remus, verdad?
-No.
-Si.
-Vale… si.-terminó por reconocer Sophie. Era prácticamente imposible mentirle a Hestia.
-Pues vas a hacer que se cague en todo. Que sufra…
Sophie alzó una ceja dubitativa.
-¿Qué propones?
-Ay… muchachita, escucha a la maestra…
Diane abrió la puerta, y se encontró cara a cara con un par de ojos grises, enormes y tímidos. Edgar Bones. Su Edd.
-Hola.-dijo con una dulce sonrisa.
-Hola, Dy…-dijo él con suavidad.
-¿Quieres pasar?-preguntó ella con suavidad, dando un paso hacia atrás.
-No te digo que no, pero yo venía por si querías dar un paseo…-dijo componiendo la sonrisa de niño bueno que Diane tanto adoraba.
-No… no, prefiero quedarme en casa… pero quédate conmigo un rato, anda…-pidió la morena dejando que Edd entrase en su piso, que acababa de recoger.
La verdad era que ahora no eran novios. Desde lo de Lyanna, no habían vuelto. Y tampoco lo necesitaban. Se pasaban el día juntos, bromeando, riendo y sobre todo, rozándose accidentalmente, cosa que ponía muy nerviosa a Diane.
Desde que había vuelto de Hogwarts, su padre había intentado violarla tres veces. En dieciocho días. Pero ahora ella contaba con una defensa que su padre no tenía en cuenta antes de molestarla. Era mayor de edad en el mundo mágico. Y con un simple hechizo podía mantener la puerta cerrada toda la noche.
Pero necesitaba ver a Edd. Todavía lo quería. Nunca había dejado de hacerlo. Su relación ahora se basaba en amistad, y, a veces, besos de muy raro en raro; como si sólo fuesen amigos.
Diane se sentó en el sofá, al lado de Edd, y lo miró con una sonrisa, al tiempo que él le acariciaba la mejilla con suavidad.
-Te he echado de menos-susurró el chico desviando la mirada.
Tal vez fuese el miedo, o tal vez que el amor es más fuerte que cualquier otra cosa. También es verdad que no hablaron nunca más de ellos dos desde la muerte de Lyanna. Pero Diane se puso de rodillas en el sofá, al lado de Edd, antes de lanzarse a besarlo.
Con más intensidad que nunca.
Edd, sorprendido, rodeó la cintura de Diane con los brazos, concentrado en volver a besarla, en saciar la sed de ella que había tenido siempre. Y los labios parecieron volverse locos, y empezaron a recorrer la mejilla de la chica, hasta llegar a su oreja, al tiempo que la Gryffindor metía una mano por dentro de la camiseta de Edd, al tiempo que iba terminando cada vez más recostada en el sofá.
Se separaron levemente, para mirarse a los ojos, y Edd depositó un beso en su nariz.
-Te quiero-susurró rozando su mejilla con los labios.
Diane sintió un extraño cosquilleo que la recorrió desde la nuca hasta la base de la espalda, al tiempo que sus pulmones se quedaban un poco más sin aire.
-Y yo a ti, Edd…-susurró, con la voz ahogada, depositando un beso en la base de su cuello, antes de delinear la clavícula del chico con la lengua. Una mano de Edd se coló por debajo de su camiseta, y acarició suavemente la piel blanca de su barriga.
La chica intentó por todos los medios humanamente posibles no pensar en su padre, ni en cómo intentaba abrirle las piernas, pero no podía. Sintió como toda su espalda de se tensaba al tacto de las manos de Edd, y él lo notó. Dejó de besarla y rozó su mejilla con la nariz. Suave.
-Dy, ¿te encuentras bien?-preguntó con la voz levemente ronca.
-Yo… esto…-desvió la mirada.-¿Podríamos parar, por favor?-musitó, sin poder evitar que se le llenasen los ojos de lágrimas.
-Claro, preciosa.-dijo él sentándose y sentándola.-¿Qué pasa?-la miró a los ojos preocupado, al tiempo que depositaba un suave beso en su frente.
-No… nada…-susurró ella, depositando un beso en sus labios.- Es solo que…
-No importa, preciosa… no pasa nada…
-Es que no estoy… preparada, creo-susurró con un hilo de voz.-Sé que tengo ganas de hacerlo contigo… pero… tengo miedo-reconoció mirando al suelo.
-No pasa nada, mi niña, de verdad…
Ella soltó un suspiro, casi desmayado, y Edd la abrazó.
-¿Hay algo que quieras contarme?-preguntó luego, con cautela.
Si, que su padre la había intentado violar tantas veces que ya ni se acordaba del número exacto.
-No. Nada, Edd… ¿Por qué?-preguntó ella con suavidad, acariciándole la mejilla.
-Porque estás rara… como frágil…
Ella esbozó una sonrisa, y le dio un suave beso en los labios.
-No te preocupes… estaré bien.
Siempre que estuviese con él estaría bien.
Todo y nada había cambiado. Él seguía siendo el mismo, y seguía sin tenerla a ella.
Estaba tumbado, boca arriba, sobre la cama, con la mirada perdida en el techo de su dormitorio. No sabía por cuanto tiempo podría seguir soportándolo. Y no solo las palizas. Porque había presenciado esa misma mañana la número dos cientos doce, según sus cálculos.
Lo que Severus no soportaba, a parte de que su padre pegase a su madre, era el hecho de que Lily estuviese lejos de él. Y no solo físicamente. Si no también en el ámbito espiritual. Porque ella estaba lejos de él. Ahora un alma rota. Sin posibilidad de recuperación.
Se arremangó la manga izquierda y se contempló el antebrazo. Allí, de color negro azabache, y como tatuada a fuego, brillaba la marca del Señor Tenebroso.
A veces, a Severus le gustaría poder arrancarse el cerebro. Dejar de pensar, de ver esos ojos verdes en todas partes. Dejar de soñar con un pelo rojo escurriéndose entre sus manos en medio de un remolino de sábanas.
Quería tenerla. Para siempre. Y el hecho de ser consciente de que ella lo odiaría por esa marca que lacraba su antebrazo, le hacía sentir, en lo más hondo de sí mismo, que haría cualquier cosa por ella. Cualquiera.
Moriría, mataría, torturaría y sería torturado por ella. Porque la adoraba, con todas y cada una de las fibras de su alma.
Un estallido de ira y celos a la altura de su estómago al darse cuenta de que ella era de Potter. Él había sido el primero, y no habría nunca ninguno más. De sobra conocía él el instinto territorial de los Gryffindor.
Pero había algo que lo diferenciaba de James Potter, más allá de su capacidad intelectual y su madurez. Él era un siervo del Señor Tenebroso, y Potter era tan solo un niño mimado, bajo el ala de Dumbledore, con demasiado dinero y posición social como para considerarse vulnerable.
Y Severus sabía que, o mucho cambiaba Potter, o llegada la hora de proteger a Lily, solo uno de ellos estaría en condiciones. Y, desde luego, sería él.
Un nuevo sentimiento, de esperanza, brotó en su interior. Si alguien podía proteger a Lily, sería él. Nadie más.
Destiny estaba terminando de acomodar las cosas sobre la mesa de la terraza, cuando timbraron en la puerta principal. Sus padre se habían largado de vacaciones, y ella había invitado a su Justin y a Jeyne, que seguramente vendría con Regulus. Y también vendría Sirius, con los demás. Lily estaba en Escocia, y no podría venir, así como tampoco Sophie, que estaba en Grecia, o Alice, que estaba en Egipto.
-Beth, ¿vas tú?-pidió Destiny suavemente, terminando de colocar las servilletas.
-Claro.-respondió la rubia, entrando en la casa, corriendo, lo que provocaba que su pelo ondulado saltase tras ella.
Bethany abrió la puerta, y se encontró cara a cara con Sirius, que no tardo ni diez décimas de segundo en abrazarla como si se tratase de un oso, y a darle vueltas en el aire.
-Joder, Sirius, deja espacio, que no podemos entrar con ese culo gordo que tienes-se oye la voz de James desde atrás.
-Perdona, James, pero Sirius no tiene el culo gordo.-repuso Beth con una sonrisa, al tiempo que su mejor amigo le rodeaba la cintura con el brazo.
Nadie sabía lo que Sirius estaba sintiendo en ese momento, pero el hecho de que su princesa volviese a estar preciosa, era una especie de regalo del cielo. Nadie más que Merlín ( y sus amigos, a los que había roto el cerebro de tanto decirlo) sabía las ganas que tenía de volver a verla. James lo entendía a la perfección, porque necesitaba ver a Lily, más que nada en el mundo. Porque, aun que estuviesen enfadados, o se odiasen, o lo que fuese, seguía coladito por la pelirroja.
-¿Dónde está Dest?-se oyó una voz desde el fondo.
-Oh, Just…-Beth se abrió paso entre los Merodeadores, dándoles un beso a cada uno, hasta llegar junto a Justin, que estaba en la acera, al lado de Jeyne y Regulus.-¡Jey!-exclamó al tiempo que abrazaba a su amiga.-Entrad.-dijo con una dulce sonrisa, abrazando a Jeyne de la cintura.
Regulus, el marido de Jeyne, le dedicó una larga mirada, como pensativa, antes de tomar la mano de su esposa.
-Jey, mi niña, tengo que irme, en serio…-dijo en voz baja.
La Gryffindor le dedicó una larga mirada antes de encogerse de hombros y darle un beso en los labios.
-Nos vemos esta noche, supongo…-dijo luego, antes de entrar en la casa con Beth.
Destiny los esperaba en el interior. La música a punto. Black Sabbath sonaba en el tocadiscos, y ella sonreía apoyada en la mesa.
Tan pronto lo vio, saltó a abrazar a Justin. Hacía dos semanas que no lo veía. Desde que se despidieron en el andén. Y él, para ella, es todo lo que una chica pueda desear; y mucho más. Porque ha sido su mejor amigo, y le dio todo su apoyo, incondicional, cuando murió Lyanna.
Sin embargo, el beso que le dio, fue, por llamarlo de alguna forma; extraño. Destiny no le dio más importancia, y le dedicó una sonrisa, al tiempo que se volvía hacia su cuñada y la abrazaba con fuerza.
-¡Que guapa, Destiny!-dijo Jeyne con una sonrisa cargada de cariño. La verdad era que se había puesto unas mechitas rojas, y le sentaban muy bien, sobre todo en contraste con sus ojos verdes. Le daban un toque un tanto "lilyesco" y estaba muy mona.
-Gracias, Jeyne…
-¡Vaya! Pero si es mi canija preferida.-dijo Sirius levantándola en el aire y dándole vueltas.-¿Qué tal está Beth?-preguntó en su oído.
-Yo diría que perfectamente.-respondió ella en el mismo tono.-Dice que está colada por un tío de Hogsmeade. Pero no sé… la verdad es que no me da nombres.
Sirius la dejó en el suelo.
-Felicidades, canija.-dijo con una sonrisa, antes de acercarse a Beth. Sabía que en aquellos momentos no tenían una relación en ningún sentido; a no ser la amistad. Pero en su interior, Bethany seguía siendo suya. Y lo sería para siempre. No importaba qué pasase.
Remus abrazó a Destiny. La chica se había convertido en su mejor amiga. Incluso más que Lily; porque ella desde que dejó a James, se había distanciado de él. Y de todos los Merodeadores, en realidad. Y él estaba muy unido a Destiny. Tal vez porque era una chica maravillosa, o porque tenía una conversación inteligente; pero, en más de una ocasión se sintió tentado de contarle su secreto. Pero seguía teniendo miedo. Mucho miedo a que la gente a la que quería, aun que fuese como amiga, lo abandonase.
Le entregó su regalo, con una dulce sonrisa; su dulce sonrisa. Y le dio un beso en la mejilla.
-Tal vez este libro te ayude a entenderme mejor.-dijo, con los labios pegados a su piel.
Destiny miró el libro. Licantropiae. Sintió que le temblaban las manos. Remus. Un licántropo. Sintió como le temblaban las rodillas. Y no sintió miedo. Sintió una tristeza inconmensurable. Pobre Remus. Tener que pasar por todo eso.
Sin pensárselo, saltó a su cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas. Sintió como Remus le devolvía el abrazo.
-Gracias, Remus… gracias por el regalo.-dijo, de forma que todos pudiesen oírla.-Y tenemos que hablar…-añadió en voz más baja, para que solo el chico la oyese.
Se soltó de él y se abrazó a Justin, al tiempo que los conducía a todos hacia la terraza. Jeyne caminaba con James. Se habían enfrascado en una conversación sobre Quidditch, y Peter los seguía, entusiasmado. Remus se quedó con Sirius y Beth.
-Beth, ¿has sabido algo de Sophie?-preguntó con la voz levemente ronca.
La rubia esbozó una sonrisa, cargada de cariño antes de acariciarle la mejilla a Remus con suavidad y luego darle un beso en la otra.
-Si… está en Grecia, con Hestia y sus bisabuelos…
-¿Y sabes si…?
-¿Si…?
-¿…tiene novio… o algo?
Beth desvió la mirada antes de contestar.
-Lo ideal es que tuviese solo uno… pero me parece que de nueve para abajo no pasan.-la tristeza, la rabia y el dolor que se transparentaba en su piel era estremecedor.-Se nos ha echado a perder, Remus… y creo que sólo tú podrás salvarla…-susurró, volviendo a mirarlo a esos ojos dorados.
El chico asintió.
-Sé que en el fondo te gusta. Y ella a ti te quería… ahora, francamente; no lo sé.
Remus se fue a la terraza, levemente cabizbajo; y Sirius volvió a abrazar a Beth; como si de un oso se tratase.
A la chica la recorrió un escalofrío. No cabía duda de que Sirius la quería. Era su mejor amiga. Y eso implica cariño. Pero ella, a veces, no se entendía ni a sí misma. Porque, sobre todo recién levantada; a veces, sentía como si estuviese enamorada de Sirius; como si le gustase. Como si ese abrazo que le estaba dando no fuese suficiente. Y tenía miedo. Mucho miedo, a colarse por su mejor amigo.
Porque a veces, sentía que era demasiado tarde ya. Y eso, le daba más miedo todavía.
-Bethy…-la voz de Sirius le llegaba suave, casi ronca, de algún lugar cercano a su frente.
-Dime…
-Estás preciosa.-dijo con una sonrisa, separándose de ella.-Pero… ¿has recordado algo de lo de antes?
Les había dicho Pomfrey que, gradualmente, iría recordándolo todo; pero él no quería que lo hiciese hasta que estuviese preparada.
-No. Nada…-dijo ella con suavidad.-Solo… a veces…
-¿A veces…?
-Sirius… ¿Tú y yo fuimos alguna vez novios?-y de repente, sintió como un escalofrío mayor; y la sensación de unos besos desperdigados por su cuello, mientras unas manos recorrían sus piernas, casi desesperadas.
-¿A que viene eso?
-A que, a veces, siento como si lo hubiésemos sido.
Y de repente, Beth fue consciente de que estaban demasiado, demasiado cerca; y de que los labios de Sirius, finos y aparentemente suaves, estaban demasiado cerca de ella. Y no sabía si estaba colada por su mejor amigo, si alguna vez habían sido novios. Solo sabía que estaba confusa. Y que Sirius estaba bueno, qué cojones.
Acariciándole la mejilla, suave, con dos dedos, depositó un suave beso en su labio inferior, antes de atraparlo con el suyo.
Sirius sintió como todo su cuerpo se descontrolaba. Estaba volviendo a besar a Beth; o bueno, Beth, su Beth lo estaba volviendo a besar a él. Y tenía miedo a que fuese una ilusión, un sueño, o algo, que se contuvo, por ella; solo por ella.
Empezó, lentamente, a responderle al beso, lo que provocó que Beth lo besase todavía con más intensidad. Y Sirius creyó volverse loco; o, al menos, que sus manos se volvían locas, porque una de ellas se coló por debajo de la camiseta de Bethany, al tiempo que la acorralaba contra la pared, metiéndole la lengua, desesperado. Y la oyó gemir. Y creyó volverse loco.
La chica se aferraba a él desesperada. Su mente era una sucesión de chispazos, retazos de recuerdos que pasaban por ella en décimas de segundo. Todo demasiado rápido. Demasiado confuso. Una hondonada en medio de un bosque, al tiempo que un chico de rostro borroso entraba en ella. Una petaca llena de agua en lugar de Wishky. Un chico rubio de ojos verdes que se parecía demasiado a ella, acorralándola contra una estatua. Subiendo y bajando por el aire en una escoba. Alguien aferrándose a sus caderas y mordiéndole el cuello. Alguien besándole el pelo. Un susurro en su oído diciéndole te quiero. Y todo daba vueltas. El mundo se había vuelto irreal, y la única parte física que existía eran los labios de Sirius. Nada más importaba. Bueno, si, algo más importaba. Su mano entrando por su camiseta y acariciándole la espalda, y algo que se le estaba clavando en un lugar demasiado poco ortodoxo.
Y Beth solo alcanzaba a entender que no quería que eso se terminase.
De repente, Sirius se separó de ella, y la soltó, como si se hubiese quemado.
-¿Estás bien?-preguntó con suavidad.
Ella, todavía sin abrir los ojos, asintió.
-No sé… no sé lo que ha pasado; pero supongo que lo siento…-dijo con la voz entrecortada.
-¿Supones?
-Estoy confusa, Sirius.-abrió los ojos, y lo miró directamente. Podía jurar por Merlín mágico que nunca antes esos ojos grises habían brillado tantísimo.
-¿Por qué?
-Porque… a veces, siento como si estuviese enamorada de ti; pero otras… otras no entiendo nada, y… bueno, sé que somos amigos. Y no quiero joder la amistad que tenemos… ¿lo entiendes, verdad?
-Claro que si, enana.-repuso él con una sonrisa. En realidad mataría por poder hacerle el amor en ese preciso instante.-Haremos como que aquí no paso nada, si quieres… ¿vale?
-Vale, grandullón.-dijo con dulzura.-Y gracias.
-No tienes por qué darlas.-respondió.-Eres una de las personitas que más me importa, Beth.-dijo con suavidad, dándole la mano y saliendo a la terraza, donde estaban sus amigos, comiendo los pinchitos y canapés que Destiny había preparado.
-¿Dónde os habíais metido?-preguntó James con una traviesa sonrisa.
-Estábamos hablando…-dijo Beth.
-No, Beth. A James no se le contesta así.-dijo Sirius dedicándole una sonrisa a la chica de la que estaba enamorado.-A ver, James… ¿A ti que cojones te importa?-le dijo a su mejor amigo.-¿Ves, Beth? Así.
La chica esbozó una sonrisa al tiempo que intercambiaba una mirada con Destiny, que asintió, casi imperceptiblemente, comprendiendo.
Era prácticamente de noche, y la luz de la luna llena se reflejaba sobre el mar, mientras ve como unas cuantas figuras irregulares se recortan contra el cielo.
Y Sophie sonríe, al abrir un sobre anónimo, del que cae una media luna de plata, con un papelito en el que pone felicidades, amor.
No sabe quien lo ha escrito; pero sabe que una persona que la quiere se ha acordado de su cumpleaños.
La luna está llena, bañando el Mediterráneo. Y ella no puede evitar acordarse de Remus. Al que quiere olvidar.
Sophie siente cómo se le escapa una lágrima, el día de su decimosexto cumpleaños, al recordar aquella noche, en la biblioteca.
Se jura a sí misma que Remus morirá por ella. Se morirá por sus huesos. Y entonces, ella será la que venza. Y se vengue por todo.
Pero para eso… tiene mucho que entrenarse. Y cambiar.
Remus, Sirius, Peter y James se habían ido conforme se empezaba a poner el sol. A Destiny, francamente, no se le había escapado la forma de mirar que tenía Beth hacia Sirius. Su intuición le decía que lago había ocurrido entre ellos. Y la mirada que Bethany le había dedicado, no hacía más que confirmar sus sospechas.
Sin embargo ahora ella y Justin estaban en la terraza, solos. La luna le confería a la piel de su novio un tono plateado que acentuaba sus rasgos dulces, y Destiny le acarició la mejilla con suavidad.
Justin agarró su mano con suavidad y la besó, despacio. Tierno.
-Dest, mi niña, tenemos que hablar…
-¿Qué ocurre, Just?-preguntó mirándolo a esos ojos azules.
-Que tenemos que dejarlo.
Destiny sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Un puñetazo que la dejó sin fuerzas y sin aliento. No pudo impedir que se le llenasen los ojos de lágrimas.
-¿Por qué?-sonó todo lo dolida que podía. Y era mucho. Porque Justin la quería. Justin la respetaba.
-Destiny… no lo hagas más difícil, por favor.-pidió el chico con la voz ronca.-Tengo que irme a Rumania. Voy a estudiar dragones… y tú te mereces vivir sin ataduras. Tienes dieciséis años. Puedes vivirlo todo al lado de otras personas, mi niña.
-Pero yo quiero vivirlo todo contigo, Justin… no puedes irte así.
-Destiny, no quiero que me esperes.-dijo el chico con suavidad.
Destiny se tragó las lágrimas, aguantando la compostura. No era una Gryffindor. Pero era orgullosa.
-Está bien.-tragó saliva.-Escríbeme, si te apetece.-dijo con suavidad.
-Lo haré, pequeña, lo haré.-dijo con suavidad, antes de depositar un beso en la frente de Destiny y desaparecerse con un plop.
La chica se dejó caer al suelo, maldiciendo su buena suerte. Porque, vaya… su novio la dejó el día de su cumpleaños.
James, Peter y Remus ya estaban en el bosque. Pero Sirius no había podido irse. Había tenido que subir a darse una ducha. Poco importaba que en el bosque fuese a ponerse otra vez como un cerdo de tanto correr. Pero necesitaba quitarse todo rastro de Beth de la piel. Porque dolía. Quemaba.
Había necesitado tanto, tantísimo, volver a besarla, volver a sentir su cuerpecillo, frágil y cálido contra el suyo; y era agradable saber que no había cambiado en nada. Que seguía besando igual, indecisa y firme al mismo tiempo. Con poca lengua y mucha saliva.
Sacudió la cabeza un par de veces, para alejar de él esos pensamientos. Tenía que esperar. Y lo sabía. La adoraba, si. Con todas las fibras de su ser; pero hasta que ella volviese a ser la de siempre, hasta que pudiese decidir; esperaría.
Una carta sobre su cama, y la abre con dedos un tanto temblorosos.
Se dejó caer encima de la cama, sin lograr identificar la caligrafía.
Sirius:
Tal vez no recuerdes quién soy, o tal vez desde que renegaste de tu familia y de todo lo que ser un Sangre Limpia implica. Si; las noticias vuelan. Y el tiempo pasa; aun que, confío en que no te hayas olvidado tan pronto de Juliet. Si, aquello que parecía un repollo de volantes en las fiestas que organizaba mi padre.
He vuelto a Londres, después de tantísimo tiempo; y me gustaría que, como única persona a la que conocía, acudieses a la fiesta que voy a dar en mi casa el último día de este mes.
Deseo ver cuánto has cambiado en estos trece años.
Un abrazo.
J. Blossom
Sirius esbozó una sonrisa. Juliet. Se acordaba. La vestían con miles de lazos y volantes. Y tenía unos ojos azules inmensos; casi como si el océano se desbocase a través de ellos. Si. Él también quería saber cuánto había cambiado en aquel tiempo.
Se levantó de la cama y saltó por la ventana. El deber lo llamaba. Y tenía un juramento con el que cumplir.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido el capítulo? La verdad es que espero que os haya gustado, pese a ser el primero. Me he esforzado, ¿o no? Bueno, en vista de lo mucho que me he extendido en las notas previas, en estas seré más bien breve.
Espero que os haya gustado, y a eso se reduce todo. Cualquier duda o reclamación, por favor, un review. Pero recordad, adelgazar adelgazan, pero yo no devuelvo el dinero.
Os adoro mucho.
.:Thaly:.
