No sé si vayan a leer esta historia pero la publico igual porque estará de respaldo. La historia es una versión bastante libre del libro El Código da Vinci de Dan Brown. También hay unos cambios en la historia original de la serie como el hecho que Silvia no muere porque Pepa toma las balas por ella, el resto se sabrá... eventualmente.


Capítulo Uno: Distancia

"Una guerrera espiritual es alguien que ha comprendido que la principal batalla que hay que librar es contra sus propios errores, su propia oscuridad y que la conquista más grande es la conquista de sí misma. Debe enfrentar sus propios miedos y aprender a fluir en el mundo sabiendo que es una peregrina de todos los tiempos. Una guerrera espiritual es mediadora en sus relaciones con los demás y consigo misma apelando al amor y a la bondad que reside dentro de sí misma y de los demás. Una guerrera espiritual honra su cuerpo, su sexualidad y su feminidad. Una guerrera espiritual eres tú, soy yo y son todas las mujeres que caminan bendiciendo y honrando su camino".

Letty Malak "Circulo La Luna y El Grial"

Una semana atrás

En una cabaña cubierta de árboles en medio de un bosque, un hombre se sentó tras una mesa de madera cubierta con carpetas de manila abiertas. Dentro de ellas había varias fotos a color y en blanco y negro de dos mujeres vestidas de blanco y rodeadas por un grupo de gente que les sonreían felices. Eran las imágenes de una boda. El hombre de aspecto hosco miró a las imágenes con el entrecejo fruncido maldiciendo por lo bajo en un idioma extranjero. Luego, abrió un cajón de la mesa de madera sacando una pistola con un cargador y un tuco de balas, dejándolo todo encima de las fotografías y luego sonrió mirando hacia la pared de su costado derecho donde descansaba un cuadro raído y gastado de una joven pelirroja posada sobre una rodilla con la cabeza gacha, ataviada de una armadura de guerrera con su escudo a la espalda, sosteniendo una espada enterrada en el suelo con una mano ensangrentada en señal de profundo respeto. La punta del mango de la espada en lugar de ser de metal era una rosa de pétalos abiertos que se desojaba. . Más abajo del cuadro, en la parte inferior derecha y en letras blancas en manuscrita una pequeña frase rezaba: "La Rosa de la Magdalena". El hombre volvió su vista hacia las fotografías en el centro de la mesa fijándose en la pelirroja vestida de blanco y la pelirroja del cuadro y sonrió con malicia como recordando un viejo chiste. Ambas mujeres eran idénticas.

- Protinus te videre, bellator Messiam*. - susurró en voz alta guardando de nuevo en su lugar el arma, el cargador y las balas y salió de aquella habitación hasta sus aposentos de aspecto espartano, una cama, y una mesa de madera pequeña con su silla y gran crucifijo colgado en la pared. Donde se desnudó dejando entrever una espalda llena de cicatrices. Se volvió a vestir con una túnica oscura y salió de la pequeña cabaña hasta el claro del bosque dónde esperó. No tuvo que esperar mucho tiempo, ya que sus sentidos excitados por la emoción le avisaron de inmediato que ya no estaba solo cuando un grupo de sombras se hizo visible en medio del claro. El pequeño grupo de seis hombres que había llegado al lugar también vestía túnicas oscuras y sus rostros estaban cubiertos con capuchas. El mayor de ellos saludó al hombre que los esperaba con voz seria y el otro le devolvió el saludo con la misma seriedad.

- Praesent tempus, frater.** - fue todo lo que el recién llegado habló en lengua extranjera mirando al otro hombre que asintió con seriedad y en silencio siguió al grupo hasta perderse en la oscuridad de los árboles que los rodeaban. La misión había comenzado.

* Nos veremos pronto, mesías guerrera.

** Es tiempo, hermano.

"Y en otras informaciones, Aún permanece desaparecido el capo de la mafia italiana conocido como "El Gordo" quién escapó de la prisión de máxima seguridad en la isla de Sicilia hace ya una semana. Ayudado por los propios guardias de la prisión, el hombre huyó con tres de sus hombres de confianza en un helicóptero que les esperaba en un bosque cercano al recinto penitenciario y huyó en medio de la noche con rumbo desconocido. Como recordarán, el hombre es famoso por ser un importante traficante de drogas y armas en el sur de Italia y también por haber cometido la llamada masacre del 15 de julio, en la boda de la subinspectora María José Miranda y la médico forense Silvia Castro, ambas pertenecientes a la comisaría de San Antonio que llevaba el caso del mafioso italiano y que estuvo a punto de atraparlo, llevando consigo un gran coste personal. En la masacre donde murieron dos de sus miembros, también fue herida la subinspectora Miranda cuando salvó la vida de su esposa llevándose el proyectil destinado hacia ella... según fuentes del caso la subinspectora Miranda ha quedado..."

- Ya basta... no hay más televisión para ti Pepa Miranda, no sé qué sacas viendo siempre la misma noticia - la voz seria de Silvia no llevaba derecho a réplica mientras miraba a su esposa retorcerse para llegar a la silla de ruedas que yacía lista a su lado de la cama. Tomando el mando a distancia del televisor lo apagó con un resoplido de fastidio. Desde que se han enterado del escape de la prisión de El Gordo, Pepa ha estado bastante cascarrabias. Silvia comprendía que en parte era el miedo hablando, pero ella no tenía nada que temer. Le irían a hacer frente a ese hijo de puta cuando llegase el momento.

- ¿Y qué más me queda por hacer pelirroja? - fue la pregunta que soltó de golpe la mujer más alta con rabia - Soy una lisiada que tiene que moverse en una puta silla de ruedas Silvia, ¡No sirvo para nada!

Silvia la miró resoplando con fastidio, no dispuesta a caer en el pesimismo abierto de su esposa. Recordó con demasiada claridad el día de la boda y la maldita masacre que le costó la vida a Montoya y a Quique y que también dejó lisiado a Povedilla para siempre. La pelirroja también recordó con un estremecimiento cómo su vida también estuvo a punto de ser truncada para siempre por una bala que estaba destinada matarla pero que Pepa había tomado para ella con el horrible desenlace de acabar paralizada de sus dos piernas. Porque esa tarde Pepa no había recibido sólo un balazo sino dos. Uno en la cabeza que la dejó en estado de coma por dos meses y sin saber si quedaría con secuelas más adelante, y el otro que le atravesó la espalda, dañando además un par de vértebras de espina dorsal que la dejó con una parálisis de la cintura para abajo.

Casi ocho fueron los meses en los que Pepa tardó en recuperarse. Despertó del coma sin más secuela que una leve amnesia de la cual se recuperó del todo, excepto por la parálisis.

La morena sufrió mucho cuando se enteró que tal vez no iba a poder caminar nunca más. A pesar de que el médico la había operado para arreglar sus vértebras y luego, sólo era cuestión de tiempo y mucha rehabilitación para que la joven volviese sobre sus pies nuevamente.

Sin embargo, un año después de todo aquello Pepa seguía sin poder moverse y eso tenía a la chica en un estado de ira perpetua. Ira que no tenía cómo descargar que no fuera con palabras hirientes y cortantes que tenían hasta el borde a su esposa, la destinataria directa de aquella rabia.

Aún con todo, Silvia había sido paciente y compresiva con su esposa. Ella sabía lo que una herida como la había sufrido su niña le causaría a su psiquis así que se aguantaba estoicamente las puyas de su amante ahora rubia. Pero por supuesto que la paciencia de la pelirroja tenía un límite y por mucho que amase a Pepa estaba llegando peligrosamente al suyo.

- Eso no es cierto Pepa - dijo en voz baja Silvia acercándose a su niña para acomodarle bien las largas piernas en su silla de ruedas - Lo único que no puedes hacer es caminar Pepa, nada más. Además, ya sabes lo que dijo el doctor, con el tiempo...

- ¡Joder pelirroja que ya ha pasado más de un año! - rompió la joven con brusquedad alejándose del calor del cuerpo de su esposa cuando esta hizo en intento de abrazarla - ¡Un puto año Silvia! ¡Un puto año y mis malditas piernas todavía no me responden! ¡Seis jodidos meses en los que no he podido ni siquiera hacerte el amor como se debe porque mi ánimo está por los suelos!

- Pero Pepa, tú sabes que eso a mí no me importa...

- ¡Pero a mí sí me importa, coño! - volvió a quejarse con fiereza golpeándose las piernas con los puños apretados - ¡A mí sí que me importa el hecho de saber que soy una inútil buena para nada, a la que le tienen que ayudar hasta para ir a mear Silvia!

- ¡Pero Pepa...! - Silvia intentó por todos los medios acercarse a su esposa pero esta se negaba con obstinación, alejándose todo lo que podía considerando el espacio de la habitación que no era mucho.

- No pelirroja, no hables que no quiero oírte - la voz de Pepa había bajado hasta llegar casi a un susurro que a Silvia le había costado lo suyo escuchar, pero se tensó cuando se dio cuenta de la actitud derrotada de Pepa. La rubia había agachado la cabeza, no se atrevía a mirar a su esposa al pronunciar las siguientes palabras.

- Necesito que te vayas pelirroja - fue la petición de una Pepa destrozada - Necesito que te alejes de mí ahora. Necesito que empieces a vivir de verdad, no así aquí atada a una lisiada por el resto de tu vida.

Silvia se quedó callada. En parte choqueada por haber oído la petición de Pepa y en parte furiosa con la rubia que aún no se atrevía a mirarla y furiosa por el hijo de puta del mafioso italiano que les había cagado la vida.

Silvia Castro estaba agotada. Agotada y furiosa de ser el saco de boxeo de una mujer que había perdido toda esperanza, estaba cansada de luchar para darse cuenta que peleaba una batalla perdida. Se acercó hasta la silla de ruedas que sostenía a Pepa y la volteó con brusquedad y así mismo fue que tomó el rostro de su esposa entre sus manos y la besó. La besó con la misma rabia y la impotencia que no había dejado de sentir desde el día de la boda. Cuando se separaron Pepa quiso hablar pero la rubia la cortó de una sonora bofetada en la mejilla que le llegó a dar vuelta la cabeza.

Se lo merecía y Pepa lo sabía. Por eso mismo fue que aguantó el golpe con estoicismo e incluso cuando se recuperó le ofreció la otra mejilla sin decir palabra y la pelirroja volvió a golpearla pero sin la fuerza de antes. Volvió a golpearla esta vez lanzando golpes de puño al cuerpo de Pepa hasta que se derrumbó de rodillas en su regazo cuando la rabia se convirtió en llanto y Pepa la sostuvo hasta que la otra se cansó de llorar abrazada a su esposa.

Pepa se odiaba. Nunca antes se había odiado tanto o había sentido esa emoción con tanta fuerza. Le dolía muchísimo hacer sufrir a Silvia cuando se juró nunca hacerla sufrir de esa manera, pero estaba desesperada. Estaba desesperada por no poder moverse, por no poder usar sus piernas como correspondía, por no poder ejercer su trabajo en la policía que tanto amaba y por no poder ser la esposa que Silvia se merecía. Odiaba no poder hacer el amor con la pelirroja como ella quería, a pesar que sentía todo lo que ella le hacía a su cuerpo. Desde la operación que le reconstruyó la espalda, Pepa podía sentir todo desde más abajo de la cintura para arriba pero no sentía las piernas, ni siquiera un hormigueo o dolor. La rubia era capaz de llegar al orgasmo si la pelirroja le hacía el amor pero le costaba mucho dejar que lo hiciera. Cómo también le costaba hacerle el amor a Silvia aun cuando tenían algunas posiciones que le acomodaban para ese propósito. Lo que odiaba Pepa era sentirse lisiada a pesar de todo, no poder salir como la gente normal a la calle con sus dos piernas y no en una silla de ruedas, de tener que depender de Silvia para ayudarla a bañarse a pesar de que el baño estaba acondicionado para cubrir todas sus necesidades. Pepa se agotaba de tener que acarrear el peso muerto de sus piernas en el baño al bañarse y al usar el inodoro. Tanto así que algunas veces Pepa no aguantaba y las veces que tenía que ir al baño le temblaban los brazos de tener que aferrarse a las barras paralelas para sentarse en la taza. Llegó a caerse de culo un par de veces por ese motivo y eso era sólo una parte de lo que odiaba de sí misma.

Pepa estaba inmersa en una profunda depresión y Silvia y todos los que rodeaban a la ahora ex policía lo sabían. La antigua chispa que se podía ver en los ojos de Pepa Miranda había desaparecido junto con la función de sus piernas y ni siquiera Silvia había podido traerla de vuelta. Ahora Pepa se había convertido en una mujer hosca, malhumorada y bastante porfiada que no tenía más propósito en la vida que lamentar su condenada suerte. Y la misma Pepa sabía que no podía seguir arrastrando a Silvia a su pozo de desesperación.

Llevaba un tiempo pensando en separarse de ella, no como su esposa porque obviamente todavía la amaba, sino que físicamente. Pepa necesitaba tiempo a solas para recuperarse mentalmente de su apatía y con Silvia pegada a su silla de ruedas veinticuatro/siete no podía.

Era la única manera de poner un poco de distancia entre las dos y así obligar a Silvia a que siguiera con su vida que se había quedado estancada desde el día que ella se había despertado en una cama de hospital, paralizada.

Sin embargo, Pepa sabía que eso a la pelirroja la iba a poner hecha una furia y todos los golpes que recibió de su mano le dieron cuenta de ello. Su mejilla izquierda todavía le hormigueaba por la bofetada que recibió de ella. Silvia Castro cuando pegaba, pegaba bastante fuerte.

El golpe sí le había dolido, pero más le dolía ver a su niña perdiendo su vida junto a ella. Perdiendo los años que le quedaban de juventud atrapada junto a alguien que no podía hacer demasiado para seguir su ritmo y Pepa no estaba dispuesta a que aquello siguiera sucediendo. Tenían que se separarse antes que el abismo entre ellas siguiera creciendo y ya no hubiese retorno ni forma de poder salvarlo. O de acabar matándose entre ellas, lo que pasara primero.

Lo que Pepa no sabía era que la mente de Silvia seguía por ese mismo derrotero. La pelirroja conocía muy bien la personalidad de su niña y sabía que la parálisis era un golpe del que le costaría bastante recuperarse. También sabía que aunque tuviese todo su apoyo y el del resto de su familia, el no poder ser autovalente le estaba comiendo la psique. Silvia comprendía que Pepa necesitara espacio pero temía que la soledad le hiciera aun peor de lo que ya lo estaba. No quería perder a Pepa, pero parecía que todo iba a llegar eso en algún momento. Silvia suspiró con cansancio sopesando sus opciones. Si se quedaba, se arriesgaba a que Pepa la terminase odiando de por vida y si se iba quizás con el tiempo, Pepa se daría cuenta que de verdad la necesita a su lado. Pasó un tiempo hasta que Silvia tomó la decisión que a pesar de todo le rompería el corazón. Alejarse de Pepa el tiempo que ella estimara.

- Está bien Pepa - fue todo lo que dijo la pelirroja cuando se levantó del regazo de su esposa. La rubia la miró sin entender a qué se refería alzando una ceja - Te voy a conceder el deseo que me pides - le volvió a decir, luchando para que no se le quebrara la voz de la emoción - Te dejaré a tu aire, te daré la distancia que necesites Pepa, pero recuerda que yo sigo siendo tu esposa y no dejaré de serlo hasta el día que me muera.

A la rubia le brillaron los ojos al ver la emoción cruda en los ojos de Silvia y se maldijo por ser tan cobarde. No tenía toda la intención de separarse de su princesa porque la amaba con locura, pero la desesperación la estaba asfixiando y con ella, enloqueciendo también a Silvia que no tenía la culpa de su genio borde.

Llena de angustia, Pepa observó a su esposa mientras esta sacaba del armario una maleta y comenzó a abrir cajones en busca de un poco de ropa que llevarse. No tenía muy pensado a donde ir todavía, aunque si sabía que pasaría la noche en un hotel para seguir luego con su vida lejos de Pepa. O al menos lo más lejos posible sin dejar de estar pendiente de ella y sabía que era hora de llamar a su hermana Lola de regreso a San Antonio. Desde que se separó de Paco que seguía en Barcelona, volvió sólo cuando se enteró del tiroteo y asistió a los funerales de Montoya y Quique, pero luego regresó a su vida en la otra ciudad. Silvia necesitaría la ayuda de su hermana y de su familia para apoyarse en ella durante esta difícil situación.

Pepa no dejó de observar a Silvia mientras terminaba de arreglar su maleta para marcharse. Al saber que iba a quedar sola, de pronto se sintió embargada por un profundo temor. Estaba aterrada de que Silvia la dejara. Que se marchara y que ya luego no la amase nunca más.

Tiritando, Pepa se aferró a los apoyabrazos de la silla de ruedas y tragó convulsivamente sin dejar de mirar a Silvia que ahora le estaba dando la espalda mientras sacaba artículos de tocador para echarlos a la maleta.

- Te amo princesa... - el susurro apenas dejó los labios temblorosos de Pepa pero sin embargo Silvia concentrada en los movimientos de su esposa a su espalda, consiguió escucharlo.

Pero al voltearse para responder a la declaración de Pepa, Silvia tuvo que luchar contra sus propias lágrimas al ver la vulnerabilidad en todo el cuerpo y en los ojos de su mujer. Nunca antes Silvia había visto a su niña tan débil e indefensa, tampoco mirando tan pequeña casi como una niña, acurrucada en su silla de ruedas, asustada.

Silvia no se aguantó más y esta vez casi corrió la pequeña distancia que la separaba de Pepa y por segunda vez aquella tarde tomó el rostro de su niña entre sus manos y la besó. El beso de la pelirroja estaba lleno de tristeza mezclado con rabia e impotencia, pero al mismo tiempo lleno del intenso amor que todavía sentía por ella. Pepa correspondió a aquel beso con el mismo fervor llegando a atragantarse por la emoción y por las lágrimas que no dejaban de rodar por sus mejillas.

Se besaron hasta que el aire se les hizo escaso y tuvieron que separarse, pero sólo para juntar sus frentes en medio de un profundo suspiro con los ojos cerrados.

- Pídemelo Pepa - le pidió Silvia a su esposa besándola de nuevo casi con rabia - Pídemelo y lo hago Pepa, te lo juro... pídeme que no me vaya esta noche y no lo haré. Déjame amarte Pepa, por favor... no me alejes de tu lado...

Silvia volvió a besarla y Pepa no pudo más de la desesperación. Le devolvió el beso con la misma rabia y comenzó a tocarla por todas partes hasta que ambas volvieron a separarse en busca de aire.

- Sólo esta noche princesa - Pepa estuvo de acuerdo acariciando la mejilla enrojecida de Silvia - Sólo por esta noche cariño, no te vayas. Sólo por esta noche ámame por favor. Hazme olvidar que no puedo dejar esta maldita silla, hazme olvidar que no puedo caminar, hazme lo que soy princesa... tuya.

Silvia respondió a las palabras de Pepa comiéndole los labios a besos y ninguna de ellas dijo nada más en toda la noche. Silvia ayudó a Pepa a volver a la cama desde la silla de ruedas y la recostó bajo las sábanas. Con mucha paciencia desnudó a su esposa dejando un reguero de besos por toda la piel descubierta haciendo que se volviera de gallina. Silvia sonrió cuando escuchó los primeros gemidos saliendo de la boca de Pepa cuando la pelirroja comenzó a jugar con sus pezones que poco a poco se fueron quedando erectos bajo su toque.

La rubia tenía sus ojos cerrados y se aferraba a la espalda de su esposa mientras se rendía a sus pasiones. Ella también necesitaba sentir la calidez de su piel y no tardó nada en pedirle a su princesa que se quitara la ropa. Ahora ambas yacían recostadas en topless, Silvia a horcajadas sobre el cuerpo de Pepa que no dejaba de acariciar y llenar de suaves mordiscos y besos. Silvia anhelaba marcar a Pepa como la suya y esta última no tenía nada en contra de que lo hiciera, al menos hasta que ya estaba tan excitada, que su necesidad se estaba volviendo dolorosa.

- Princesa por favor... no puedo seguir aguantando... - Pepa ya no se cortaba en rogarle a su esposa por su liberación. Había comenzado a hacerlo desde que se dio cuenta que Silvia se volvía más apasionada al oírla rogándole y al final entendió que con eso la que ganaba un intenso orgasmo, era ella.

- Lo sé preciosa, tranquila - fue el susurro ronco de Silvia que volvió a dejar a Pepa en el borde haciéndola tiritar con anticipación.

El torso de Pepa se arqueó en la cama y la rubia gimió con más fuerza cuando sintió la punta de la lengua caliente de Silvia sobre su clítoris hinchado. Las manos de Pepa esta vez se aferraron al cabello rojo de su niña y comenzó a gemir tan alto que Silvia temía que la escucharan los vecinos.

Pero a Pepa sólo le importaba llegar a su ansiado orgasmo en manos de su esposa y cuando por fin lo hizo, se corrió alzando su torso de la cama, temblando como jalea y gritando el nombre de Silvia en voz alta. Silvia por su parte cayó agotada en los brazos de Pepa aun sintiéndola tiritar. Cuando quiso saber qué le pasaba fue detenida por los brazos de Pepa que se aferraron a su espalda sin querer soltarla jamás.

Y esta vez fue Pepa la que desahogó su angustia hecha un mar de lágrimas. Lágrimas de dolor, de rabia y miedo de saber que cuando llegase la mañana se encontraría como hace mucho tiempo no se encontraba, o al menos mucho antes de volver a conectarse con su princesa. Sola.