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Este foro participa en el reto #23 del foro Alas negras, palabras negras.
LA DEUDA
Se balanceó sobre las puntas de los pies, nerviosa, a la espera; pero no tuvo que esperar mucho. Porque no tardó ni cinco minutos en verla llegar.
«Mírala, ¡menuda mosquita muerta! Yo sé lo que pretende, yo y sólo yo… pero no se lo consentiré. ¡No dejaré que él caiga en sus redes!».
Arrugó el ceño y aguardó a que la joven pasara por su lado.
Entonces alargó el brazo, le sujetó la muñeca y tiró de ella con brusquedad.
Las dos quedaron ocultas en las sombras del corredor.
–¡Ah! –Jeyne Westerling dio un respingo; su pequeña y rosada boca adquirió la forma de una «o». Wylla, en cambio, tenía los labios fuertemente apretados.
–¿Dónde vas? –Sus ojos relampagueaban.
–Yo… –Jeyne boqueó, confusa. No esperaba encontrarse a nadie; se suponía que lo habían dispuesto todo para que el camino estuviese despejado. Pero Wylla Manderly era escurridiza como un tritón y leal como un cachorro de lobo huargo, y llevaba horas apostada frente a los aposentos de su señor. De su rey. Del Rey en el Norte, con quien su familia contrajo una deuda que jamás podría olvidar.
–Bah, no hace falta que me lo digas: ya lo sé –bufó Wylla–, pero no lo harás. ¡Antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver!
–Robb… –empezó a decir la otra.
–¡No te atrevas a llamarle así! Para ti no es Robb, es el Rey en el Norte. Y, por si no lo sabes, acaba de perder a sus hermanos pequeños.
–Lo sé –Jeyne agachó la cabeza–. Venía a… consolarle.
–No quiere tu consuelo, y menos aún el de tus parientes. Amigos de los Lannister… ¡Con razón Viento Gris os gruñe a diez leguas de distancia! Apestáis a traición –La barbilla de Jeyne temblaba, no sabía dónde meterse. Wylla soltó una carcajada–. Oh, vamos, ¡no me digas que te doy miedo! ¿Tan debiluchas sois las sureñas? No voy a cortarte en rodajas con la espada de mi padre, y no porque no tenga ganas, sino porque no deseo darle más quebraderos de cabeza a mi rey –La joven puso los brazos en jarras–. Pero no permitiré que te acerques a él, y menos aún un día como hoy. ¡Largo, ahora!
No tuvo que insistir. Jeyne Westerling giró sobre sus talones y dejó que se la tragara el corredor.
Wylla se retiró un mechón de pelo verde de la frente y sonrió, satisfecha.
«He salvado al Rey en el Norte de una mala pécora… y una puñalada en la espalda». Aquel pensamiento le hinchó de orgullo; nadie lo sabría, pero ella sí. Y eso le bastaba.
«He salvado al rey… a Robb. A mi rey».
Su sonrisa vaciló.
«A mi amor».
Se sonrojó sin darse cuenta. ¿Su amor? ¡Qué tontería! Robb acabaría haciendo lo que hacen todos los reyes, sin excepción: casarse con una princesa, una mujer alta, esbelta, hermosa, delicada… Nada que ver con Wylla Manderly, una chiquilla revoltosa con el pelo teñido de verde.
Pero ella estaba enamorada, y no se arrepentía de ello.
Por esa noche, el Rey en el Norte estaba a salvo.
