Erase una vez, en unas tierras tan lejanas que… Bah, no, demasiado clásico.
Pues, mira, era un día que… Dios, ¡no! Demasiado cutre.
Creí que esto iba a ser más fácil y ni siquiera sé cómo empezar. Toda mi vida he ido a rastras de una libreta en la que apuntaba todas las locas historias que pasaban por mi mente, sobre todo en las clases de matemáticas, pero es que la historia que quiero contaros no es fruto de mi mente sino de lo que mis ojos vieron, de lo que escuché, de los variados aromas que presencié. Esta historia fue real, yo estuve ahí, lo recuerdo. Las leyendas cobraban vida delante de mí, peleaba contra y junto a ellos, la magia existía.
Ah, daría lo que fuera por regresar a aquellos días…
Recuerdos, no memorias
La historia comienza un día cualquiera que parecía de lo más normal. La luna ya estaba sobre el oscuro cielo en este pequeño pueblo al que llamo hogar. No es un pueblo muy poblado, la mayoría de las personas son ya ancianas, yo solo soy una de las pocas excepciones. Yo caminaba por el bosque que lo rodeaba. Supongo que para muchos era de locos adentrarse en un bosque de noche y solo y quizás para mí también lo era, pero el maldito de mi perro se había adentrado al perseguir algo, quizás una liebre. Gritaba su nombre pero no me hacia ni casa, maldito chucho. Estaba preocupado y la oscuridad que había allí empezaba a ponerme nervioso. Hacía frío por la humedad que desprendía el lugar. Miré al cielo para encontrar la luz de la luna que me relajase, pero las frondosas copas de los árboles me lo impedían.
-Dae joder, quieres venir- Volví a gritar, con cabreo e impaciencia. Escuché un ruido, como un pequeño llanto o quejido de un perro. Miré a esa dirección y luego empecé a caminar hacia allí con velocidad, para después correr.
Esquivé los troncos de los árboles todo lo bien que podía. Empecé a asustarme al ver como algunos de los árboles y el terreno estaba patas arriba, completamente destrozad, como si hubiese pasado un tornado. ¿Qué diablos habría hecho esto? Tragué saliva para luego seguir el camino. Por unos momentos sentí como si el suelo temblase ligeramente, como si algo grande, muy grande, estuviese andando por aquí. Escuché un relincho cerca de mí, varios en verdad, y más de esas enormes pisadas. Me escondí tras uno de los pocos troncos que quedaban en pie y miré curioso, y un poco asustado, qué era lo que se acercaba.
Era enorme, de piel pálida y no poseía un rostro muy atractivo que digamos. Tenía la forma de un gran hombre, caminaba encorvado y en sus gigantes manos agarraba dos pequeños caballos y… Dios, y a Dae. ¿Por qué este perro siempre se estaba metiendo en problemas?
Seguí al que reconocí como un Troll, espera… ¿Un Troll…Aquí? No era posible, no era lógico ni realista en ningún sentido. ¿Los Trolles existían? Dejé atrás mis dudas cuando me tope con un gran campamento y a otros dos Trolls que parecían estar cocinando algo en una gran olla.
-Cordero ayer, cardero hoy y como si lo viera, cordero mañana- Se quejo uno de ellos.
-Deja de refunfuñar. Esto no es cordero- Le protestó otro.- Son caballos frescos- Acabó diciendo mientras ponía los dos ponis y a Dae en una cerca donde habían más de esos pequeños caballos. Intenté acercarme lo más sigiloso que pude a donde los tenían encerrados, ocultándome tras los arbustos y diversas plantas mientras esos gigantes seguían discutiendo. Uno de ellos estornudó, no sabía que se pudiesen enfermar. "Anda mira, un tropezón" Dijo uno, sentí como se me revolvía el estómago cuando vi como fuese lo que fuese que le había salido de la nariz de aquel Troll caía dentro de la olla. "Oye, así a lo mejor tendrá más sabor" y aún así se lo iban a comer. Solo me quedaba un metro de distancia para llegar a donde tenían encerrado a los ponis y allí mismo vi a un pequeño hombre que intentaba romper las cuerdas en vano, me acerqué a él.
-Hey…- Le susurré. El pequeño hombre, pues era unas cabezas más bajo que yo, se dio la vuelta asustado y a punto estuvo de pegar un grito, que evité poniéndole la mano en su boca.- Tranquilo, no soy un enemigo- Lo tranquilicé, soltándole y mirando a los Trolls, quienes no se habían dado ni cuenta. Menos mal.
-¿Quién diantres eres?- Preguntó en voz baja, un poco enfadado por haberlo asustado de esa manera.
-Dejemos las presentaciones para después ¿Vale? Ahora hay que sacar de aquí a estos ponis- Respondí mientras buscaba con la mirada algo con la que romper la cuerda, pero algo acercándose a mí y saltándome encima me distrajo- Dae, Dae… Tranquilo chico, shhh…- Le susurré intentando que mi perro se quedase quieto, pero este no dejaba de lamerme la cara y hacer pequeños llantos.- Shh… Calla, tranquilo…Vete, escóndete entre la hierbas y mantente callado- Le ordené y segundos después él había acatado la orden. Miré a mi nuevo amigo que me miraba con ojos curiosos.- Emm… Bien, primero hay que encontrar algo con lo que romper esto-
Ambos buscamos cualquier cosa que nos fuese de utilidad: palos, piedras… Entonces vi como él dirigía sus ojos hacia los Trolls, más concretamente a uno de los cuchillos que llevaba uno en su cinturón de piel.
-Espera…- Le grité en voz baja al ver como iba hacia ellos, despacio y dispuesto a conseguir ese cuchillo. Genial, como lo pillen vamos a estar en un lío. Yo solo me quedé en mi lugar, tranquilizando a los ponis para que no hicieran ruido y rezando para que no pillasen al valiente hombre.
Estaba a medio metro, detrás de uno de los Trolls. Consiguió tocar el mango del cuchillo. Vamos, vamos, vamos… ¡Mierda! El maldito y oportuno Troll fue en busca de su pañuelo, y lo encontró, pero también se llevó con él al pobre hombre, quien recibió los mocos de aquel ser. Asqueroso.
-Toma ya, mirar lo que me ha salido de la nariz. Tiene piernas, brazos y todo.- Realmente los Trolls eran algo estúpidos.
-¿Qué es?- Dijo uno.
-No lo sé, pero no me gusta- Dijo el otro mientras lo soltaba y dejaban caer al pequeño hombre. Dios, tenía que haberle preguntado el nombre.
-¿Qué eres?- Preguntó uno mientras todos los gigantes lo rodeaban.- ¿Una especie de ardillas gigantes quizás?-
-Soy un saque… Digo, un Hobbit- Les respondió él. Claro, un Hobbit, un mediano. Por eso era tan bajo, ¿cómo no había caído? Ahora estaba claro y confirmado que no estaba en mi mundo, ¿estaba en la Tierra Media?
-¿Un Saquehobbit?... ¿Podemos cocinarlo?-
-No daría para más de un bocado, es demasiado pequeño-
Volví a dirigir mi atención a esos tres gigantes y al mediano, el cual empezaba a meterse en un gran lío. Tengo que ayudarlo, pero ¿cómo? Si solo tuviese un arma. Miré a mi alrededor, pero no había nada útil, solo piedras. Suspiré. A la mierda todo. Volvía a esconderme entre los matorrales y árboles, caminando rápido y lo más silencioso que supe, mientras los escuchaba conversar.
-Quizas haya más Saquehobbits por aquí cerca- Escuché decir a un Troll, mientras cogía al Hobbit por los pies, y lo alzaba boca abajo.- ¿Hay más como tú merodeando por donde no deben?-
-No- Se limitó a decir el mediano.
-Sé que mientes… Ponle los pies en el fuego, oblígale a habl…- Pero aquel Troll no acabó de decir su frase, pues una piedra chocando contra su rostro le interrumpió.
-¡Suéltale!- Grité mientras me dejaba ver, poniéndome enfrente de ellos, con otra piedra en la mano.
-¿Cómo?-
Genial, encima de tontos, sordos.
-He dicho…- Dije mientras lanzaba otra piedra que le dio en la nariz a otro-…Que lo soltéis…- Y con una sonrisa burlona en los labios, cogí otra piedra y jugué un poco con ella, dando un aviso de que en cualquier momento la lanzaría.
Realmente me parecía estúpido, unas cuantas piedras no podrían acabar ni si quiera con un solo Troll, pues imagínate con tres, pero era lo único que se me había ocurrido. El Troll que sujetaba al Hobbit me gruño y segundo después me lanzó al mediano, a quien intenté coger lo mejor que pudiese, pero por la fuerza del lanzamiento acabamos yo en el suelo y él encima de mí. Lo que sí no me esperaba era lo que sucedió después: Mucha gente, muchos hombres de baja estatura que cargaban espadas, hachas o cualquier otro tipo de arma, salieron entre la vegetación y plantaron cara a los Trolls.
-¿Estás bien?- Pregunté a Hobbit mientras ambos nos poníamos en pie. Él solo asintió no muy convencido.
Un pie gigante se dirigía hacia nosotros dos y ambos nos fuimos por una dirección diferente para que este no nos aplastara. Esquivé a pequeños hombres con largas barbas y a sus armas. Enanos, eran enanos. También esquivaba a las manos de los Trolls que intentaban pillarme y a sus pies que intentaban aplastarme. Mi corazón iba dos por mil latidos a cada segundo que pasaba, sentía como sudaba, tal vez por miedo, tal vez por la adrenalina que estaba sintiendo o porque jamás en mi vida había corrido tanto como esta noche. De pronto y sin darme cuenta por donde pisaba, me tropecé con algo y caí de cara contra el suelo. Había sido aquel cuchillo que había provocado todo este follón y que yo ahora estuviese en el suelo. Mis ojos miraron en dirección a los ponis que estaban nerviosos y asustados, no los culpaba de ello. Cogí el enorme cuchillo y corrí hacia ellos mientras los Trolls estaban ocupados recibiendo espadazos en sus pies y piernas. Los relinchos de los ponis me ponían nervioso y aunque intenté tranquilizarlos de mil maneras, fue más que en vano, así que lo único que pude hacer fue cortar cuanto antes aquella cuerda y dejarlos libres. Y así lo hice. Sonreí aliviado y satisfecho cuando los vi correr con fuerza y perderse en el bosque, olvidando por un momento la batalla que había tras de mí.
-¡Bilbo!- Escuché a alguien gritar alarmado. Me giré para encontrarme al Hobbit siendo agarrado por lo Trolls en cada extremidad.
-Desarmaos… O lo desarmamos…-
Esto me era deprimente, tanto lío para acabar metido en un saco junto a no sé cuantos enanos que no conocía de nada y un mediano, esperando a ser cocinados y devorados por unos tontos Trolls. Algunos de los enanos estaban atados a un palo que daba vueltas sobre el fuego, como si fueran el típico cerdo con una manzana en la boca.
-Deberíamos saltearlos y gratinarlos con un poco de salvia- Propuso uno de ellos.
Nunca pensé que los Trolls fueran tan civilizados como para cocinar sus alimentos de una forma ten elaborada, siempre creí que conforme cogía a sus presas se los metía en su boca y listo.
-Ni condimento ni nada. No tenemos toda la noche, falta poco para que amanezca…-
¿Poco para que amanezca? Pero si en mi pueblo acababa de anochecer y el tiempo no se pasa tan rápido… Un momento… Claro el sol. Tengo entendido por historias que aparte de que los Trolls son torpes y unos estúpidos es que se convierten en piedra cuando les da la luz del sol.
-Esperar…- Escuché decir a Bilbo, o así era como había escuchado que se llamaba el Hobbit.- Estáis cometiendo un grave error-
Sonreí para mí mismo, divertido. Parecía que al mediano y a mí se nos había ocurrido lo mismo.
-No se puede razonar con ellos, son imbéciles.- Gritó uno de los enanos que daba vueltas sobre el fuego.
-¿Imbéciles? ¿Y nosotros que somos?- Respondió otro enano.
Bilbo ignoró a sus compañeros y se levanto como pudo, dando pequeños saltos para avanzar hacia los Trolls.
-Me refería al condimento…-
-¿Cómo? ¿Qué pasa con el condimento?- Preguntó curioso el Troll que se encargaba de cocinar.
-¿Los habéis olido? Vais a necesitar algo más fuerte que la salvia antes de servirlos-
Sus compañeros se quejaron ante las palabras del Hobbit, ofendidos, lo cual me hizo gracias. Los enanos no se habían dado cuenta de cuál era el objetivo de Bilbo.
-¿Y tú que sabes de cocinar enanos?-
-El secreto para cocinar enanos es…- Bilbo se quedó callado, pensativo pues no se le ocurría nada que les consiguiera obtener un poco más de tiempo y sus nervios y las prisas de los Trolls para que hablase no lo ayudaban.- El secreto es… ¡Despellejarlos primero!-
-¿¡Cómo?!- Protestaron todos los enanos, incrédulos de lo que estaba diciendo su supuesto compañero.- ¡Yo sí que te voy a despellejar!
-Es una tontería como una casa, yo me he zampado muchos con piel, de un bocado- Protestó uno de los Trolls, pero no le presté mucha atención ya que vi a alguien correr por los alrededores y como el sol empezaba a dar sus señales de vida por el horizonte.
-Tiene razón, no nos vamos a morir por comer enano crudo- Dijo uno llamando mi atención cuando vi como cogía a un enano de gran barba pelirroja y lo alzaba para metérselo en la boca.
-¡Alto!- Grité en un impulso, ganándome todas las miradas y deteniendo la acción del Troll- No te lo comas, está…. ¡Está infectado!-Dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
-¿Cómo?- Preguntaron todos.
- Sí, todos lo están. Tiene una infección muy grande y mortal, y muy contagiosa. Si lo sigues cogiendo te lo contagiará. Yo no me la jugaría- Les expliqué, siendo lo más convincente que supe.
-¿Cómo que infectado? Nosotros no estamos infectados, tú sí que estás infectados- Se quejó uno de los enanos, haciendo que soplase un bufido y rodase los ojos.
-¿Y quién diablos eres tú? Ni siquiera te conocemos – Gritó otro enano con voz claramente molesta y ofendida.
Uno de los enanos les pego una patada a los otros para que se callasen, y por fin parecieron que captaron lo que Bilbo y yo pretendíamos.
-Estoy más infectado que ninguno-
-No, yo estoy más infectado que tú-
Asentí satisfecho, aunque una cosa estaba clara: los enanos no sabía disimular muy bien.
-¿Y qué podemos hacer?- Preguntó uno, dirigiéndose al Hobbit.- ¿Los soltamos y ya está?-
-No me parecería mala idea- Susurré para mí mismo.
-¿Crees que no sé lo que tramáis? Estos renacuajos creen que caeremos como tontos-
-¿Renacuajos?- Dijimos a la vez el mediano y yo. Hacía años que nadie me llamaba así.
Bueno, vale, quizás los Trolls no eran tan tontos como todos pensábamos, pero claramente lo aparentaban por completo.
-¡Que el alba caiga sobre vosotros!- Gritó una voz que desconocía y que no había escuchado hasta el momento. Una figura de un hombre alto sobre una piedra apareció, ¿sería la silueta del ser que había visto correr hace un rato?
-¿quién es?- Preguntó uno de los Trolls.
-Ni idea- Contestó otro sin darle importancia alguna.
-¿Podemos comérnoslo?- Propuso el último de ellos y fue lo último que dijo, pues aquel hombre con una puntiagudo sombrero clavó su bastón en la gran piedra, la cual se rompió, dejando ver los brillantes y anaranjados rayos de luz del sol que empezaron a quemar y a convertir en piedra a nuestros enemigos.
Suspiré aliviado y feliz, por fin este mal rato había llegado a su fin.
