La mejor medicina

Naomi obliga a Raye a acostarse. Él ha pasado los últimos dos días, de corrido, levantado, leyendo periódicos en todos los idiomas que conoce (Misora tiene entendido que son seis, pero su prometido confiesa guiarse más por fotografías y palabras claves que distingue en cada artículo) y trabajando frente a la laptop sin parar. Luego de que sus ojos tomaron una coloración rojiza, a juego con las bolsas violáceas debajo, y la barba comenzara a crecerle, haciendo que su aspecto de hombre sobrio y trabajador trastabillara al punto de que el agua limpia que se llevaba a los labios partidos cada media hora, bien pudo haber sido whisky puro, ya no tuvo siquiera ánimos para despreciar con ademanes bruscos y frases cortantes los pedidos suaves de Naomi porque cumpliera con al menos cuatro de las ocho horas de sueño que su cuerpo le ha reclamado desde la infancia que no compartieron. Y de la cual, ella guarda memoria gracias a tardes eternas que ha pasado con la madre de Raye, hablando en ese idioma atípico, entre el silencio y la ironía, contemplando las fotografías del hijo único, varón, el orgullo de esa pequeña estirpe de diversidad racial, todas ordenadas en ascendente desde el ecosonido en el cual se trasluce una mancha grisácea, que hoy es un hombre de mal carácter y grandes éxitos en su haber.

-Tu madre llamó para ver cómo estabas.-Le dice mientras sube la frazada hasta su mentón y coloca una bolsa con agua caliente en su cabeza. Raye Penber abre los ojos enrojecidos, como si hubiera visto un fantasma. La figura de la persona que lo trajo al mundo llega a posarse en la cabecera de la cama, una estatuilla con vida, vestida de negro, caminando encorvada como una delgadísima mantris religiosa, llevándolo a la escuela con una sonrisa esbozada a penas con la energía necesaria para estirar los labios y el alma suficiente como para dar gracia mínima al gesto afectivo.

-¿No te pasó la receta de la sopa de jitomate que me preparaba?-Preguntó con la voz algo débil, casi delirando entre las manos dulces de su casi esposa y las algo-más-agrias de la mujer que le cuidara entonces, ambas visiones bailando sobre cuchillos, entre frutas, verduras y agua calentándose en la hornalla azul.

-¿Qué sopa de jitomate?-El tono de la voz de Naomi suena algo divertido e irónico. Raye se maldice por no estar en sus cabales, para ponerle donde merece estar.

-La sopa de...-Su visión se hace doble y su novia se triplica.-La roja, esa roja que preparabas...

Ella le toma las manos, las estrecha.

-Lo sé. Raye, amor, tienes fiebre.