-¿Y esos?- preguntó curiosa- ¿Quienes son?
La chica miró a su espalda deseosa de echar el ojo a quien fuera para soltar toda la información posible cuando su semblante cayó al completo, a la vez que exhalaba el aire ruidosamente.
-Los Cullen- dijo, sin mayor ímpetu- Se mudaron el año pasado de Denver o Detroit o Austin. No lo recuerdo. Son los hijos de acogida del doctor Cullen y su esposa.
-¿De acogida?- repitió.
-Sí, ya sabes, chicos problemáticos, de esos que nadie quiere adoptar.
-Jess, eso tampoco lo sabes- le reprochó su amiga.
-¿Acaso, tu sí? Nadie sabe nada de ellos. No se mezclan con el resto, no hablan con el resto. Sobre todo ese- señaló a uno de los chicos de la mesa- Edward Cullen. Ni siquiera lo intentes porque nadie en el pueblo es lo suficiente para él.
Bella sopesó las palabras de su amiga. Bueno, amiga, todo lo amiga que podían ser cuando su padre prácticamente le obligó a llamarla porque conocía a los suyos para que el primer día de instituto no tuviera que presentarse en el centro sola. Y fue algo que agradeció, porque además de presentarla por doquier y enseñarle cada recoveco, hablaba tanto que así Bella sólo tenía que limitarse a asentir porque no le daba tiempo a nada más.
Al fin y al cabo, el instituto nuevo no estaba tan mal.
Mudarse en pleno semestre empezado parecía una completa locura, lo mismo que cambiar Phoenix por el lluvioso Forks, pero parecía un sitio tranquilo y agradable para vivir. Allí todo el mundo quería saberlo todo de todos. Su padre ya se lo había advertido pero su nuevo amiga Jessica y su compañera Angela se lo habían corroborado. De todos, excepto de aquellos Cullen. Eran cinco y se sentaban juntos, en una mesa apartada de la cafetería. Tres chicos y dos chicas. Las dos chicas no podía ser más diferentes entre sí: una rubia con cara desafiante y una morena pequeñita con sonrisa afable. Lo mismo que los chicos: uno grandote con pinta de practicar varios deportes, otro delgado y rubio, y el último con el cabello de un color indefinido, despeinado, delgado y alto.
Por eso, quizás, decidió añadir algo más que monosílabos a su conversación.
-¿Tú y él...?- preguntó tímidamente- ¿... habéis salido?
-¡Eso le hubiera gustado mucho!- contestó Ángela para reírse.
Jessica le regaló una mirada helada a la vez que un codazo y removió el contenido de su brick de leche para dar un sorbito mientras se hacía la interesante.
-Le pedí que me acompañara al baile de Sadie Frost, ya sabes, ese de "la chica es la que elige" y ni siquiera levantó la mirada para contestarme un "no". Es un presuntuoso. Y un creído. Si se lo pedí fue por lástima, siempre está sólo cuando sus hermanos están haciendo cosas de parejas. Intenté ser una buena samaritana y mira cómo me lo pagó. Espero que la Tierra se abra y se trague el culo presuntuoso de Edward Cullen.
Angela aguantó la risa lo mismo que Bella, pero ella levantó la vista por encima de su hombro para mirar de nuevo la mesa de los chicos. La rubia hacía algo con su móvil, el grandote jugaba con la bola de papel que se la pasaba al otro chico rubio y la pequeñita hablaba con... Edward. Le hablaba sonriendo y él le sonreía de la misma manera. No parecía un presuntuoso. Ni creído. Quizás llamaban la atención demasiado allí. Vestían a la última moda, aunque cada uno a su estilo – la rubia llevaba tacones y la morena zapatillas de bailarina- lo mismo que los chicos – el grandote iba de chándal, el rubio de zapatos y camisa y Edward iba informal, con una sudadera, vaqueros y zapatillas deportivas -. Y estaban juntos. Un arma de doble filo cuando llegas a un sitio nuevo en el que no es fácil integrase, menos si estás acompañado.
Quizás si su padre no se hubiera empeñado en presentarle a Jessica, hoy ella se sentaría en una mesa, sola.
-¿Qué quieres decir con que sus hermanos hacen cosas de pareja?- preguntó frunciendo el ceño.
-Oh, veo que no se te escapa una- se adelantó en la mesa para hablarle con confidencia- La rubia, Rosalie, y el grandote, Emmett, están juntos. Pero juntos, juntos. Son novios, ya sabes. Lo mismo que la pequeña, Alice, y el rubio, Jasper. No estoy muy segura de que eso sea legal.
-Vamos, Jess. ¿Por qué no iba a serlo? No son hermanos- protestó Ángela.
-Pero viven juntos. ¿No es un poco raro?- insistió- El doctor Cullen es algo así como un padre de acogida/casamentera- se echó a reír.
-Quizás deberías de pedirle que te acogiera a ti. Así, podrías salir con Edward- bromeó Angela.
-No saldría con él así me lo pidiera de rodillas- bramó.
-Seguro...
Bella levantó la vista de nuevo por encima de su hombro para mirar de nuevo a los chicos. Bueno, a los chicos no, a Edward en concreto, y sintió una punzada de simpatía y cercanía con él aunque no hubiera cruzado una palabra en su vida antes. Seguro que se sentía solo. Sus hermanos parecían amables con él – ahora la rubia le enseñaba algo en su móvil mientras la pequeñita se sentaba junto al chico rubio – pero seguro que era incómodo si además de ser nuevo en un pueblo donde todo el mundo quiere saber de ti, tu compañía está emparejada. Eso lo sabía bien ella. Su mejor amiga siempre había sido su madre pero ahora estaba de vuelta al hogar de su padre porque ésta se había vuelto a casar y no quería ser su carabina eternamente...
Quizás Edward sólo necesitaba unas palabras amables. Y Jessica lo había sido con ella, pero las técnicas de acoso y derribo no le gustaban a todo el mundo. Podía saludarle cuando se levantaran. Decirle algo como "hola, soy nueva...". No, se trabaría. Sobre todo ahora que los chicos se levantaban para vaciar sus bandejas y pasar por su lado para abandonar la cafetería como si no hubiera nadie en el mundo.
Y mejor hubiera sido así, porque su vida estaba muy cerca de cambiar.
Llevaba semanas y semanas rogándole a sus padres que consideraran la educación a distancia hasta que se graduara porque odiaba tener que acudir al instituto, pero siempre obtenía la misma respuesta:
-Edward, cariño, el instituto seguro que no está tan mal y estás con tus hermanos. Yo tengo muy buenos recuerdos de cuando iba al instituto. Deberías intentar ser más sociable. Inténtalo, ¿vale? Unas semanas más, y hablaremos.
Y con un beso en la mejilla y una mirada amorosa de las suyas, zanjó la conversación un vez más. Y por las miradas amorosas y los besos en la mejilla de su madre, aguantó esas semanas más.
Aunque más le hubiera valido no hacerlo.
Aquella mañana el instituto estaba más revuelto y caótico de la habitual. Algo tenía que pasar en el sistema educativo de este país para que haya que poner un detector de metales en el umbral de la entrada y después tengas que pedir un pase de pasillo para ir al baño como si fueras un terrorista. Algo tiene que ir muy mal cuando día tras días tienes que escuchar a tus compañeros clase tras clase hablar de ti y de tu familia porque en un pueblo tan pequeño como era Forks, por supuesto que iban a llamar la atención. Su hermana Rosalie conducía su BMW, Emmett era el quaterback del equipo de futbol del instituto, Jasper era un estudiante brillante y Alice era... Alice.
Pero como soportaban aquello por él, no le quedaba más remedio que aguantar.
Pasó la primera clase, la segunda y la tercera. A la cuarta, antes de la hora de la comida tuvo su habitual contencioso con su profesor de Matemáticas que entendía más bien poco de integrales definidas cuando estas se salían de su libro con soluciones y le recordó que allí el profesor era él por mucho que hubiera tomado clases avanzadas en su último instituto.
Así que llegó a la cafetería arrastrando los pies para sentarse en su habitual silla hasta que sus hermanos se reunieron.
Hoy Emmett y Rosalie estaban enfadados. Los enfados normales que podían tener Emmett y Rosalie. Por lo que pudo intuir una animadora había estado demasiado tiempo mirándole durante el entrenamiento y según Rosalie él debía de haber hecho algo al respecto que no fuera quitarse la camiseta para lucirse. Incluso tenía fotos en su móvil que lo demostraban. Se les pasaría. Porque además de tener una familia que le quería y le protegía, sus hermanos estaban enamorados entre sí, lo que le hacía tener aún menos ganas de protestar.
-¿Os habéis enterado?- dijo Alice al sentarse en la mesa- Hay una chica nueva. Comparto la clase de Literatura con ella, aunque está sentada en otro grupo. Es la hija del jefe Swan. Se acaba de mudar desde Phoenix.
-Ya veo- suspiró Rosalie levantando la vista de su móvil un segundo- Jessica Stanley la ha captado, así que si era alguien normal antes de mudarse aquí, se habrá perdido para siempre.
Jessica Stanley. La acosadora. Al menos, así la llamaba en su mente. Durante las primeras semanas de instituto allá a donde levantaba la vista, allá se la encontraba, con una sonrisa falsa, un escote inmerso y un mechón del pelo en un dedo. Hasta le pidió ir a un baile, algo donde las chicas elegían o algo por el estilo. Y después de decirle que no, tenía la sensación que había sido ella quien había divulgado el rumor de que estaba metido en drogas.
Bueno, mejor eso que la verdad.
-Parece agradable- insistió Alice.
-Lo sería. Hasta ahora- rebatió Rosalie- Quiero ir a la manicura. Necesito que alguien me lleve y me espere porque no podré conducir si tengo la manicura recién hecha.
Esa sugerencia iba dirigida directamente a Emmett que dejó de jugar con una pelotita de papel para empezar a implorar perdón. Rosalie le haría sufrir lo suficiente para volver a tener a su esclavo servicial que besaba el suelo que ella pisaba. Era incómodo verlo, pero le alegraba. Le alegraba que su familia se quisiera tanto, hubieran tenido la fortuna de encontrarse y de poder estar juntos cuando cada uno tenía una triste historia a sus espaldas. Y como en parte lo hacían por él, se levantó arrastrando la silla para acudir a su siguiente clase.
El profesor de Biología era acaso peor que el profesor de Matemáticas. Llevaban semanas con la misma práctica porque estaba seguro que no sabía resolverla. Los microscopios eran horriblemente malos, con sus oculares llenos de hongos por la cantidad de estudiante manazas que había pasado por ellos que poco se podía aprender con ellos. De hecho, una vez a la hora de la cena, lo comentó en casa y su padre a punto estuvo de donar una partida nueva que detuvo a tiempo. Con suerte no se llegaría a graduar allí y se mudarían antes de que el mal material afectara a su salud.
Entró en el aula y llegó a su pupitre, junto a la ventana. El revuelo estaba a su alrededor, por el resto de los estudiantes que se acomodaban, pero se centró en el día inusualmente soleado que había en la calle, donde incluso pájaros revoloteaban sobre el césped. Pájaros pequeños y de colores. Nunca había visto nada así en Forks, que no fuera un aves de rapiña o un carroñero. Por eso, sólo por eso, quizás, ella le pilló desprevenido.
Primero entró en el aula la acosadora. Venía seguida de su amiga, la morena de las gafas, parloteando y parloteando sin parar. Blah, blah, blah. Podía escucharla desde el fondo del aula y aún así le molestaba. Como a su amiga. No sabía como una chica tan prudente y tan silenciosa podía soportarla. Entraron para sentarse en sus pupitres, tras él y notó, como siempre, como le seguía acosando hasta en la lejanía- dejó caer su bolso con sus libros sobre donde había colgado su cazadora.
Bueno, eso era lo máximo que iba a conseguir de él.
No, no, los pájaros no le distrajeron. Fue la acosadora.
Antes de que se cerrara la puerta, alguien interrumpió al profesor, abriendo la puerta tras picar levemente. Escuchó, mientras él buscaba su práctica manoseada por el tiempo que la llevaba terminada, algo de un permiso o una firma en un parte, que no le interesó porque no era asunto suyo. Después el profesor le contestó que no pasaba nada, que se sintiera bienvenida y que tomara el único asiento libre, porque la clase estaba prácticamente completa.
El suyo.
Entonces, alguien movió el taburete junto a él con un chirrido contra el linóleo. Y ahí levantó la vista para quedarse prácticamente con los ojos cristalizados.
Ella. La chica nueva. La chica de la que había hablado Alice. La chica de la que cuchicheaba todo el instituto. La hija del jefe Swan. Lo primero que pensó que a él no se parecía, porque era rudo, tosco y tenía bigote. Y ella era suave, frágil, estrecha y prácticamente etérea, como si no perteneciera a aquel sitio, con aquel jersey de lana y unas botas de pelo. Era morena de pelo largo con unas suaves hondas, de piel fina y limpia y ojos marrones. Unos ojos no especiales por su color, si no por la manera con la que le miraron.
Y porque le hicieron darle un vuelco al corazón, algo que no le había ocurrido antes.
Siempre le había parecido que había algo malo en él. No es que no tuviera la capacidad de amar, porque amaba a su madre con locura, a su padre y a sus hermanos, a cada uno a su modo aunque pelearan, pero siempre le había parecido que nunca podría sentir nada más de eso. Nunca le había llamado la atención ninguna chica, como él se lo llamaba a ellas. Porque llevaba una carga muy grande sobre su espalda, una carga que hacía sufrir a su familia, que había hecho infeliz a su madre poniéndola al borde de la muerte, pero que le había regalado a su padre, así que siempre se había dado por satisfecho.
Hasta ese momento donde todos sus esquemas se rompieron.
-Eh...- dudó aquel ángel etéreo señalando el taburete- ¿Está libre?
Se quedó paralizado sin saber qué decir o qué hacer y tras varios segundos asintió torpemente con la cabeza. La chica sonrió, se sentó, puso sus libros sobre la mesa y con las mejillas encendidas le miró de reojo.
Ahora sintió varias cosas, la primera huir de allí. Decir que estaba enfermo. ¡Quizás estaba enfermo! Estaba sufriendo una taquicardia, eso era. Así le dejarían estudiar en casa y graduarse para marcharse a la Universidad.
Si era un buen momento para volver a cambiar de nombre, ese era. No quería que esa chica lo pronunciara. No quería ver a esa chica nunca más. Porqué tenía que latirle el corazón así. Ya era suficiente afortunado. No merece saber que no tenía ninguna tara y que era una persona... normal.
Quizás Jessica tenía razón y Edward Cullen era un creído y un presuntuoso porque salió de la clase de Biología prácticamente empujándole y despareció del instituto el resto del día, e incluso el resto de la semana. Sus hermanos si estuvieron en su mesa al día siguiente, al siguiente y al siguiente, incluso la semana próxima, pero Edward Cullen no estaba. Quizás lo de las drogas era verdad. No creía que fuera un camello en un pueblo tan pequeño, menos que su padre no lo supiera, pero definitivamente algo le pasaba a ese chico.
-Papá...- dijo mientras ponía la mesa de la cena- Me preguntaba si... ¿Conoces a los Cullen?
Limpiándose el bigote de la leche, doblo la servilleta para ponerse un plato delante antes de decir.
-¿Al doctor Cullen y a su esposa? Sí, se encarga de la Clínica Social, además de llevar el Servicio de Urgencias del Hospital. Su mujer tiene un negocio de antigüedades, creo. Importan y exportan muebles o algo por el estilo. Se mudaron desde Denver, el año pasado. ¿Por qué? ¿La gente ya te ha hablado mal de ellos?
-¡No!- exclamó- Bueno, un poco. Son un tanto... extraños. No sé- se sentó a la mesa también- Están juntos y no hablan con nadie. De hecho, uno de los chicos, Edward, comparte una clase conmigo pero no ha asistido más.
-Creo que el sistema educativo del instituto de Forks se les queda un tanto pequeño, antes asistían a clases avanzadas e incluso estuvieron escolarizados en casa por lo mucho que se mudaban. Varios profesores se quejan de ellos porque sobresalen al resto de los alumnos, pero la asociación no tiene dinero para ponerlos en otra aula. Además, la gente del pueblo se lo ha puesto un tanto difícil y son buenos chicos. A mí no me han dado ningún problema.
-¿Sabes por qué se mudaban tanto? Si su padre es médico y su madre compra antigüedades... ¿por qué tanta mudanza?
-No les gustará estar mucho tiempo en el mismo sitio- se encogió de hombros- ¿No quieres más maíz?
Aunque la mayor preocupación de su padre fuese el maíz o el bigote de la leche, a Bella la conversación se le repitió una y otra vez en la mente porque todo le parecía raro, que hasta le preocupaba. Si alguien tuviera el teléfono de Edward se lo pediría para llamarle porque quizás estaba enfermo, pero dudaba que Jessica lo hubiera conseguido, que lo compartiera y más qué decirle. Después recordó que Angela le habían dado el anuario del año pasado dado que colaboraba con el aula de fotografía para que fuera familiarizándose con nombres y rostros y que allí tendría información suya, pero al buscarle no aparecía, ni él ni sus hermanos. Después le googleó y menos: no apareció ni una mísera mención ni un enlace a algún otro anuario online de algún instituto más al que hubiera asistido.
Era como si no hubiera rastro alguno de Edward Cullen o su familia.
-Edward, cariño, no puedes quedarte eternamente en la cama- dijo su madre con su sonrisa amorosa y su beso amoroso en la mejilla- Deberías levantarte y acudir hoy al instituto. Hace sol.
Señaló el gran ventanal frente a la cama por donde se colaban los rayos de sol matutinos para suspirar, girarse en la cama y arroparse de nuevo. Sol, otra vez en Forks. Desde que se habían mudado de Denver no había visto el sol más de tres días seguidos, y ahora parecía que estaban en el Caribe. Seguro que era culpa de aquella chica, de sus ojos y del color de su pelo. Había tenido la tonta fantasía que ella había traído el sol, aunque no fuera científicamente posible.
-Cariño...- insistió su madre- Por favor, no me gusta verte así.
-Ni a mí estar así- murmuró contra su edredón.
-Es por esa chica, ¿verdad?
-¿Qué chica?- repitió como un resorte volviéndose- ¿Papá te ha dicho algo de una chica?
¡Oh! ¡No se podía confiar en nadie de esa familia! ¿Acaso en eso se había convertido su día a día, en otra versión de chismes de instituto? Sabía que su padre daría la vida por él, que en más de una ocasión lo había hecho pero llegar a este punto...
Después de quedarse bloqueado como lo que era, un chico de 17 años, delante de la chica nueva, durante ese segundo donde olvidó toda su carga, huyó de allí. Sí, huyó. Era cobarde y era infantil pero no pudo soportar estar más cerca de ella con taquicardia o sudores en las palmas de las manos. Y al primer sitio al que se le ocurrió fue acudir al Hospital en busqueda de su padre. Él era su ángel de la guarda, la razón por la que estaba vivo o tenía una familia, así que seguro que le ayudaría.
Corrió por los pasillos y empujó la puerta de su despacho sin siquiera picar como si hubiera sido criado por una manada de lobos. Y así asustó a su padre, sentado al otro lado de la mesa, enfrascado en una lectura en su ordenador.
-Edward, hijo- preguntó alarmado- ¿Qué pasa? ¿Va todo bien?
-Hay una chica nueva en el instituto.
-¿Cómo?- preguntó totalmente confuso.
-Hoy ha llegado una chica nueva al instituto. A mitad de semestre. Alice dijo que era la hija del jefe Swan, pero no sabía que tuviera hijos o que estuviera casado. Comparte conmigo la clase de Biología y con Alice la de Literatura- dijo sin tomar aire- ¿Que sabes de ella?
Su padre le miró de hito en hito, suspiró, se pasó la mano por la frente y le indicó que se sentara. Pero Edward no le hizo caso y le volvió a increpar, incluso apoyándose en la mesa.
-¿No es un poco raro que se mudara a mitad de semestre o que comparta clases con los dos?
-Su padre lleva hablando de que vendría durante semanas. Estaba muy emocionado porque su exmujer y él llevan divorciados desde que su hija era apenas un bebé y solo le visitaba en las vacaciones escolares. Y no es nada raro, no es un instituto tan grande.
Entonces, el primer plan de Edward se desmontó por completo: huir de allí agarrándose a la paranoia que le acompañaba desde que tenía conciencia. Alguien les descubría o sabía que les habían descubierto o antes de que les descubrieran empaquetaban sus cosas y se marchaban sin más, una y otra vez. Menos en Forks. Donde parecía un sitio tan apartado y tranquilo que pudieron matricularse en el instituto y permanecer por más de los acostumbrados 10 meses antes de que alguien empezara a sospechar. Pero allí estaban anclados, y si podía evitarlo, lo evitaría.
-Quiero irme de aquí. No me gusta, no me hace sentir cómodo.
-¿Irte, a dónde, hijo?
-No lo sé. Me ha puesto muy nervioso.
-Edward, ¿no crees que son demasiadas molestias simplemente por una chica nueva? Ella estará tan incómoda como tú y si te ha dicho algo, seguro que sólo ha querido ser amable.
-Tú no lo entiendes, no me ha dicho nada, me ha...- exhaló de golpe- Papá, por favor, déjame irme unos días. Quiero alejarme de aquí, de todo esto. No lo soporto por mucho más tiempo.
-¿No nos soportas, a nosotros, tu familia? ¿Quieres alejarte de nosotros?
-¡No! Sólo que...- ahora suspiró- Papá, por favor, sé que no estoy en condición de pedir nada, que ya tengo bastante fortuna, pero... sólo unos días. Iré a casa de tía Irina y dejaré que me llames cada cinco minutos. Y volveré y no mencionaré de nuevo lo de volver a estudiar por correspondencia. Por favor.
Su padre suspiró, se volvió a frotar la frente y abrió un cajón de su escritorio para tenderle las llaves de su coche.
-El depósito está lleno, déjalo en el aeropuerto de Seattle, iremos a por él. Usa la VISA de oro para comprar el billete de avión y saca el suficiente dinero al contado, no uses los cajeros en cuanto salgas de aquí- dijo en su tono monocorde que tan bien conocía cuando planeaban una huida- Yo hablaré con tu tía y con tu madre, porque si te despides de ella, le partirás el corazón.
Pero la huida a la casa de los parientes no había resultado tan bien como le pareció en el despacho de su padre. Alaska le gustaba mucho porque allí había vivido parte de su infancia y era el sitio al que siempre regresaban entre mudanza y mudanza, pero huir de los problemas siempre traía problemas nuevos. Como su prima Tanya. Irina no era su tía biológica ni Tanya su prima carnal aunque se trataban como tal, así que a medida que crecieron empezara a confundir sus sentimientos le incomodaba más que lo que ocurría en Forks. No le gustaban nada ese tipo de cosas. Podía decirle a su madre y a sus padres que les quería, a sus hermanos, sobre todo a Alice al que estaba más unido, pero si se había alejado de todos ellos por su bloqueo por culpa de una chica, que no haría por no rechazar a su prima por enésima vez.
-Quizás si le pidieras a Carlisle que te dejara venir aquí al insituto conmigo, accedería. Si Forks no te gusta, no tienes por qué volver allí.
-Da igual si Forks me gusta o no me gusta, allí es donde vive mi familia.
-Siempre te puedes volver a mudar aquí, con nosotras- insistió ahora intentando cogerle la mano.
Ugh, el contacto físico. Podía abrazar a sus padre y a sus hermanos, pero no quería tocar a nadie más.
-Tanya...- dijo en un chasquido de lengua librándose de su mano- No quiero que esto te confunda. No he venido por ti. Mis sentimientos no han cambiado.
-Quizás cambien, con el tiempo. Yo te conozco, tú me conoces, sé tu secreto...
-Tal vez necesite a alguien que no sepa mi secreto-interrumpió- Tal vez necesite a alguien que me haga sentir... normal.
Y cruzando los brazos a la defensiva como cada vez que tenían la misma conversación, Tanya contestó:
-Eso es que ya tiene nombre. Hay una chica, estoy segura. ¿Cómo se llama?
Entonces se dio cuenta que...
-Ni siquiera lo sé.
-Esa chica, Jessica Stanley- contestó su madre con su tono dulce y conciliador- ¿Ha vuelto a pedirte una cita?
-No- dijo en un refunfuño- Es la presidenta de mi club de antifans, no creo que lo quiera volver a intentar.
-Entonces, deberías de pedírselo tú a otra chica. Deberías salir y divertirte. Cometer alguna locura. ¿No crees?- le pellizcó por el edredón- Beber una cerveza para que te eche una reprimenda.
-¿Quieres en serio que me beba una cerveza?
-No, sólo quiero que sonrías- dijo con una caricia en la mejilla- Que seas un chico normal.
-Yo también quiero ser un chico normal.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo- repitió.
-No hay más que hablar- sacudió el edredón- los chicos normales acuden a clase, así que sal o haré la cama contigo dentro.
Hoy sería un chico normal. Se lo había prometido a su madre. Y nunca rompía las promesas de su madre.
-Esto...- murmuró Bella- Me preguntaba, Angela, si el año pasado tú te ocupaste de las fotos del anuario.
-Sí, claro- dijo ella jovial- Los últimos tres años. ¿Por qué? ¿Quieres unirte al club de fotografía?
-No creo que lo mío se la fotografía- suspiró negando la cabeza- Sólo quería saber por qué... Verás, el otro día los estuve hojeando y me di cuenta que ninguno de los Cullen salen.
-Oh, sí, faltaron el día de las fotos. Después intenté quedar con ellos, pero no mostraron ningún interés, así que lo dejé correr.
-Vaya...- suspiró para morderse el labio inferior- ¿No es un tanto extraño? Quiero decir que... Jessica lo único que hace es meterse con Edward, pero... ¿todo no es un poco extraño? Eso de que se muden tanto y sean todos hijos de acogida...
-Tienen que tener todos historias muy tristes, ¿no crees? Todo el mundo habla de que si están juntos, los coches que tienen o la ropa que llevan, pero nadie se da cuenta de que tiene que haber una historia terrible, quizás sus padres murieron o les retiraron la custodia. Y ahora se tienen los unos a los otros, así que hasta entiendo que no hablen con nadie porque la gente no se ha portado muy bien con ellos desde su llegada.
Bella asintió a lo que decía su amiga Angela. Sí, apartir de hoy Angela sería su amiga y Jessica su compañera, porque le había hecho ver las cosas con otro prisma. Se había obsesionado en saber por qué no había rastro de los Cullen cuando ella tenía razón, quizás tenían una historia trágica a sus espaldas que nadie tenía derecho a conocer. Así que decidió que no le importaba. Y lo decidió a tiempo porque cuando cruzó las puertas de la clase de Biología vio a Edward sentado en su pupitre, junto al suyo, vacío.
El pulso se le aceleró de golpe cuando sus miradas coincidieron y sintió como toda la sangre de su cuerpo se iba a su cara, sobre todo cuando él apartó los libros de su parte de la mesa como si asumiera que iba a sentarse allí. Bueno, eso llevaba haciendo todo el tiempo en el que él había faltado, pero no tenía por qué saberlo. Incluso uno de los días se sentó en su taburete porque le gustaba ver el jardín por la ventana. Pero mejor no decírselo no fuera que volviera a desaparecer.
Carraspeó, agachó la cabeza – para que el pelo se le fuera hacia delante- y fue hacia su sitio para sentarse y dejar los libros sobre la mesa.
-Hola- dijo una voz varonil y aterciopeladamente perfecta- Siento no haberme presentado el otro día. Soy Edward Cullen.
Bella dio incluso un saltito en su asiento de la impresión para mirarle, con mejillas encendidas, como si no creyera que le hablara. Pero no sólo le hablaba, hasta le sonreía mientras le miraba. No es que sonriera abiertamente mostrando todos los dientes pero al menos tenía las comisuras de los labios curvadas ligeramente hacia arriba y sus ojos no destilaban hostilidad como la última clase que compartieron, sino cordialidad. Y eran de color verde. Unos ojos verdes, preciosos. El otro día, con los nervios, ni siquiera se había dado cuenta. Verdes esmeralda, parecían algo de otro mundo.
-Bella- carraspeó- Bella Swan.
-La hija del jefe Swan- añadió él.
-Sí- suspiró divertida- Creo que lleva semanas pregonando por el pueblo que me mudaba con él.
-¿De dónde te trasladas?
-De Phoenix.
-Esto debe de ser muy diferente de aquello.
-No está mal- se encogió de hombros- Supongo que acabaré acostumbrándome a la lluvia. Aunque hoy hace sol- sonrió- Me gusta el sol.
Edward también sonrió levemente y miró por la ventana, al jardín, donde revoloteaban unos pájaros, de colores. Bella también se quedó mirando porque por el bosque tras la casa de su padre solo merodeaban pajarracos ruidosos, pero después tomó aire para decir:
-Desapareciste.
Edward la miró de golpe frunciendo el ceño, pero después meneó la cabeza para contestar:
-Tuve que salir del pueblo por... motivos personales.
-¿Y ya están bien... esos motivos? ¿Te vas a volver a ir?
-Creo que no. Por ahora.
-No te has perdido nada: llevamos más de una semana con esta misma práctica- dijo divertida.
Bella mostró su hoja arrugada por los bordes que dejó en el extremo de la mesa para cruzar los brazos sobre el libro. Edward le volvió a sonreír, esta vez divertido y sacó su hoja para ponerla encima. Se fijó entonces que en el brazo derecho lleva una especie de muñequera de cuero con un escudo de metal que tenía pinta de ser muy caro.
Por eso los Cullen caían mal en este pueblo de chismosos y envidiosos.
-¿Puedo preguntarte algo?- añadió él apoyándose sobre sus libros, como ella estaba.
-Claro- respondió Bella en un sobresalto por si se había percatado que miraba fijamente sus pertenencias.
-¿Bella viene de...?
-Isabella. Pero todo el mundo me llama Bella. No me gusta demasiado. Suena muy formal.
-Yo te llamaré siempre Bella.
El sol se había ido. ¡El sol se había ido! Al término de las clases, una lluvia fina caía sobre el Instituto tiñéndolo todo de aquel color grisáceo tan típico de Forks. Y su humor cambió, a medida que las nubes se apoderaban del cielo. Por eso, su teoría de que la chica nueva, de que Bella, había traído el sol, no iba tan desencaminada.
Después de Biología tuvo que ir a su soporífera clase de Matemáticas y más tarde a la de Francés. Pero eso no fue lo peor, porque en la clase de Química se tuvo que someter a un examen que había perdido en sus días de huida que seguro que no tendría buena nota, lo que disgustaría a sus padres.
Esta noche no pegaría ojo para hacer algún trabajo para sorprender al profesor, y así hacer que lo olvidara. Tenía uno muy bueno sobre pilas voltaicas del instituto de Nueva York. Allí sacó un 10. Aquí no tendría por qué ser diferente, a no ser que el profesor no lo comprendiera como le ocurría habitualmente.
Bajó las escaleras desde el edificio hasta el aparcamiento y allí vio a Emmett y a Rosalie, esperándoles junto a su coche.
No les había visto porque se había incorporado a las clases después de la hora de la comida, y todos excepto Alice iban un curso adelantados con respecto a él. Patanes del Instituto de Forks. Separarles para que lo pasaran peor. Su expediente era el mejor de todos, tenía muchos créditos, los suficientes para adelantarle un año y poder graduarse con sus hermanos, pero allí estaba, en su purgatorio personal. Pero estaba seguro que no necesitaron de más para saber que estaba allí. Ni siquiera un vistazo al aparcamiento en búsqueda de su coche – donde destacaba entre los destartalados modelos de los otros estudiantes- porque habrían oído a alguien decirle a otro alguien que Edward Cullen ya había salido del agujero donde llevaba metido una semana.
-¡Mira quien se digna a acompañar al resto de los Mortales!- exclamó su hermana en cuanto le vio- ¿Se encuentra ya de mejor humor, su Excelencia?
-¿Necesitas a alguien que te lleve a la manicura? ¿O quizás que te lleve a la peluquería? Ya se te empiezan a notar las raíces.
Aunque en un primer momento se llevó las manos a las raíces de su pelo justo en la raya que se abría su flequillo, después le mostró su cara de indignación y le dio un codazo a Emmett que se había reído con su chiste.
-No, necesitamos que alguien nos lleve a casa. Emmett está castigado sin el Jeep por haber suspendido y Carlisle me quitó las llaves del Mercedes por las multas de aparcamiento. Y no pienso llamar a Esme para que nos venga a recoger como si fuéramos unos parvularios.
Le sonaba extraño oír a Rosalie dirigirse a sus padres por sus nombres de pila. En la intimidad siempre los habían utilizado, pero allí, con público le daba hasta... miedo. Una tontería, porque ahora estaban integrados en el pueblo con esas identidades, un sitio tan pequeño y seguro que merecía tal privilegio, pero aún así tras tantos nombres y tantas historias aún se le hacía raro. Cuando era niño recordaba llevarlo escrito en la palma de la mano. Lo escribía y los escribía cada vez que se le borraba y a los pocos días ya lo recordaba a la perfección, pero una especie de salvavidas, aunque hasta hace bastante poco nunca le habían dejado ir solo a ninguna parte o integrarse en ninguna actividad social por el peligro que entrañaba.
-A mamá y a papá, Rosalie- le recriminó.
-Lo que sea. Abre de una vez. Se me está empezando a apelmazar el pelo. Odio este clima. Y este pueblo. Está a dos horas en coche de la primera boutique decente. Yo si que debería irme, pero para no volver más.
Edward acalló el mitin de su hermana desactivando la alarma del coche con una rafaguita de luces y pitidos para que abriera la puerta del copiloto y se metiera dentro sin más.
-¿Vienes o qué?- le gritó desde dentro a Emmett
-¿Y Jasper y Alice?- preguntó inocentemente éste.
-¡Que se busquen la vida!- volvió a bramar- ¿Acaso Edward es un servicio de taxi? Y si lo fuera, le pertenece al primero que da con él. Osea: tú y yo. ¡Vámonos de una vez!
Emmett iba a obedecer pero le dijo a su hermano que creía que Jasper tenía algo del club de debate y que Alice le acompañaría para esperar juntos a que Esme les recogiera, pero Rosalie volvió a exclamar. Él le pidió calma, algo que enervó más a la chica, así que cuando Edward sacó su teléfono móvil para llamarles, estaba a punto del infarto.
Pero hasta se le olvidó. Se olvidó de su hermana y sus exigencias. O de su hermano fanfarrón y bromista castigado también sin entrenamientos hasta que aprobara. O de la lluvia fina de Forks, porque Bella bajó las escaleras para cruzar el aparcamiento en dirección a una camioneta vieja, aparcada delante.
Llegó hasta ella sin darse importancia, sin preocuparse de que él – y el resto- le miraran. Incluso la última parte la hizo dando una pequeña carrerita poniéndose los libros sobre la cabeza para protegerse de la lluvia. Los dejó en el capó, buscó las llaves y entonces, solo entonces, levantó la vista y se percató que le miraba. Se sonrojó como se había dado cuenta que le pasaba a menudo, se quitó uno de los auriculares que llevaba puestos, le sonrió e incluso le saludó levemente con la mano antes de abrir la puerta y meterse dentro.
Y ahí, el corazón, volvió a latirle con normalidad.
Así que eso era... ¿lo que te pasa cuando te gusta una chica? ¿Lo que le ocurrió a Rosalie y a Emmett cuando éste segundo llegó a casa y a Carlisle le empezó a urgir poner pestillos en las puertas y que nadie se levantara por la noche sin permiso? ¿O lo que les pasó a Alice y a Jasper en su orfanato por lo que Carlisle y Esme no pudieron separarles y les acogieron juntos? ¿Esas eran las mariposas en el estómago de las que hablaban las novelas?
Porque Bella... le gustaba, eso seguro. Le hacía sentir... normal. Le hacían tener ganas de sonreír. Le ponía nervioso. Quería mirarla. Mirarla sin pestañear a ser posible. Lo del otro día debía de ser un flechazo. Y olía tan bien, como a flores, a flores y a sol.
Bella le daban ganas de olvidar todo su pasado y sólo saber cosas sobre ella.
-¿Que...?- la voz de su hermano le trajo a la realidad- ¿Qué ha sido eso?
Batió las manos delante del rostro de Edward para llamar su atención y después miró atrás, donde Bella daba marcha atrás a su camioneta. Después adelante de nuevo. Y por último a la camioneta.
-¿Que me he perdido? ¿Que ha sido esa sonrisita y ese saludo? ¡Edward, tío!
Ahora le dio una palmadita en la espalda que casi le hacen perder el equilibrio acompañada de una carcajada.
-¡No me toques!- le exclamó- Y no ha sido nada. Así que cierra el pico y métete en el coche o le diré a mamá y a papá lo de la hierba que tienes escondida.
Emmett levantó ahora las manos el signo de rendición y se sentó en el asiento trasero del coche junto a Rosalie. Edward lo rodeó para entrar por el asiento del conductor y sin más, bloqueó las puertas para poner el motor en funcionamiento.
-¿Que mosca le ha picado?- susurró Rosalie.
-La chica nueva- le contestó en un guiño de ojo teatral que pudo observar por el espejo retrovisor.
Y ahí supo que otro purgatorio personal acababa de comenzar.
