NdA: este fic es un regalo para Miruru y Alega, que querían un Frain. Como es una de mis grandes OTPs y nunca había escrito de ella, pensé que era la excusa perfecta para dedicarle un fic a este par de tontorrones. ¡Así que muchas gracias a las dos por darme la oportunidad y por lo amables que habéis sido con el fic! Como siempre, mil gracias a Tanis Barca por ser una beta tan dedicada. Cualquier error que se haya escapado es sin duda culpa mía al revisar las correcciones que se me indicaron.

Disclaimer: ninguno de los personajes (excepto los OCs mencionados de Castilla o Aragón, a su vez inspirados en los de Tanis Barca) me pertenecen, son propiedad exclusiva de Himaruya y no escribo con fines lucrativos.


CAPÍTULO I

EN EL MISMO BANDO

18 de febrero de 1701, el Escorial, Madrid, reino de España

—Pues… está hecho. Somos oficialmente parientes.

—Eso parece.

Los dos se quedaron en silencio sin saber bien qué decir, sentados en sillas continuas y algo achispados después de tantos brindis.

Había sido un día especial, por no decir único. Felipe V había llegado, al fin, a la capital de su nuevo reino después de un largo recorrido que lo había llevado desde París a cruzar los Pirineos y recorrer la mitad de la Península Ibérica hasta Madrid. Y allí había ocupado el trono. Por primera vez en su historia, un francés se había ceñido la corona española. Una idea que, hacía unos años, habría causado estupor. España casi podía sentir cómo los reyes se revolvían en sus tumbas, después de tantas guerras y sangre vertida para que al final… La dinastía de los Habsburgo se hubiera extinguido, dejando paso a los Borbones.

Pero a su vez, a España no le parecía tan terrible. Es más, sentía cierto entusiasmo mezclado con un toque de aturdimiento. Estaba cansado de las guerras a las que los Habsburgo de Austria le habían arrastrado y que tanto habían dilapidado las arcas reales. Una pequeña parte de él quería creer que quizás, a partir de ahora, las cosas pudieran cambiar.

—La de vueltas que da la vida. —Dio un sorbo al vino tibio. La copa estaba tan helada que hacía daño con sólo rozarla y el gélido viento le estaba dejando sin dedos. De repente la idea de salir a despejarse al balcón ya no le parecía tan buena, pero tampoco le apetecía regresar al agobiante salón de baile.

—A veces se me olvida lo jovencito que eres —rió Francia, apoyando la barbilla en una mano y mirándole a través de los mechones rubios de cabello—. Y las que te quedan, España. ¿O ya puedo llamarte Antonio?—Se mordió la lengua, tragándose un seco «no» y esbozó una sonrisa ambigua—: Muy pronto, ¿no?

«Demasiado», pensó.

Contemplaron la sierra con solemnidad. Desde el interior del palacio llegaba la música de la fiesta, las risas de los nobles y sus interminables parloteos, pero parecían venir de muy lejos, como si estuvieran a un mundo de distancia. Los sobrios pero elegantes jardines se extendían a sus pies, iluminados por la suave luz plateada de la luna que también delineaba los tejados del pueblo. Más al fondo, las impresionantes montañas resplandecían con sus cumbres nevadas bajo la fría cúpula celeste.

España se removió en su asiento y una nube de vaho se escapó de sus labios mientras se ceñía el chaquetón con irritación. Nunca le habían gustado las ropas de corte. Le constreñían, le impedían respirar, y la mayor parte de las veces se sentía como un pavo real. Daba igual que Castilla insistiera en que le quedaban de maravilla, prefería trajes menos formales y algo más desenfadados. A Francia, en cambio… Lo contempló de reojo. Una impresionante casaca con botones y tiras de oro se cerraba sobre una camisa de cuello alto y mangas largas de un suave color celeste, queresaltaba su cabello rubio y hacía juego con sus ojos azules. Comparada con la moda española, mucho más severay oscura, él brillaba con colores elegantes e impactantes. Ni siquiera su sombrero emplumado le quedaba ridículo porque sabía lucirlo como si fuera una parte más de él.

En un par de meses toda su corte vestiría igual. Deseó que se lo tragara la tierra. Era más fácil enfundarse en trajes austeros, eso lo tenía claro, aunque tampoco le gustaran, que tener que ir escogiendo combinaciones de colores. Ah, ¡cómo odiaba las modas!

Se estremeció cuando una fría corriente de aire sacudió el mantel que cubría la pequeña mesa que había entre ambos. Dejó la copa y se arrebujó. Era la primera vez, desde que se conocieran, que se sentaba al lado de Francia sin una amenaza de guerra de por medio. Se suponía que no tendría que haber tensión entre ellos pero no podía evitar los recelos. Todo el mundo sabía el interés de Luis XIV por poner las manos en las riquezas que venían de sus territorios de Ultramar y, aunque había jurado que no haría a Felipe su heredero, España seguía temiendo que quisiera un imperio conjunto. Donde, por supuesto, predominaría Francia.

Pero, al menos de momento, se suponía que eso no iba a pasar. Sólo se esperaba, como era normal, que los Borbones colaboraran entre sí. Es decir, que su política se adecuara a la de Francia. Era mucho pedir. No en vano habían sido rivales durante más de doscientos años, prácticamente desde que España nació (1). Recordaba haber pensado que no quería pelear con él, que le parecía una buena persona. Y en algún lugar recóndito de su mente todavía lo había considerado así en las escasas ocasiones que habían logrado estar en paz.

Sin embargo, Francia había sido su infierno personal durante la mayor parte de su vida. Siempre interponiéndose, poniéndole la zancadilla, dispuesto a declarar la guerra con la más mínima excusa. ¡Incluso se había aliado con musulmanes para atacar las posesiones españolas! Muchas de las cicatrices que recorrían su cuerpo se las debía a él.

Y lo mismo podía decirse en el caso contrario, claro.

Dos siglos de enemistad no podían borrarse de un plumazo.

Pero la realidad era que Carlos, el pobre y enfermizo Carlos II, había muerto. Qué irónico que el último rey Habsburgo se llamara como el primero y hubiera sido tan diferente. Las opciones para otros monarcas más neutrales habían fracasado. Era elegir a Francia o a Austria…

—Es extraño, ¿verdad? —dijo de pronto Francia.

España torció la boca.

—Me cuesta hacerme a la idea —tuvo que reconocer.

Francia se puso a dar vueltas a un anillo que llevaba en el dedo y España miró de reojo el suyo. Tenía un bonito zafiro a juego con el de su nuevo «esposo» y era sorprendentemente discreto para haberlo escogido Francia. Todo un alivio, porque había temido que quisiera ponerle un pedrusco. Su cara debió ser un poema cuando Francia se lo puso en el dedo.

—Pensé que algo práctico aunque elegante te gustaría más que los anillos que están de modaen París —aclaró cuando España lo miró como si le hubiera salido otra nariz.

Imaginó a Francia debatiéndose sobre qué anillo escoger y se encontró sonriendo. Casi al instante experimentó un aguijonazo de culpabilidad. Todavía notaba el vacío de la vieja alianza de Austria, como si fuera una traición habérsela quitado, a pesar de que él había sido el primero en darle la espalda. Se repitió por enésima vez que había hecho lo correcto y que tampoco es que le quedaran muchas más opciones. No tenía sentido que siguieran odiándose ahora que se necesitaban el uno al otro, como le había dicho Castilla.

De pronto Francia le levantó la mano para ver el anillo y, cuando se inclinó hacia su silla, España pudo oler su suave y refinado perfume.

—No pensé que te lo dejarías puesto. Pero te queda bien —dijo Francia. Sintió su cálido aliento sobre la piel antes de que depositara un suave beso en sus nudillos y le mirara, juguetón. España notó un golpe de calor, acompañado de frustración e irritación—. Siempre pensé que sería bonito tenerte.

—No me tienes —respondió con brusquedad. Se incorporó, desentumeciendo las piernas, y se dirigió hacia la balaustrada—. Esto no va a volver a ser como con Austria, ¿me oyes? Felipe es mi rey. Luis debe romper todos los vínculos con él. No habrá un rey para ambos. —Esbozó entonces una sonrisa desagradable—. ¿O quieres enfrentarte a Inglaterra?

Francia resopló. Por un momento creyó que no contestaría, pero terminó por levantarse y acudir a su lado.

—Inglaterra no me importa ahora mismo. Y siento haberme expresado mal, pero en el fondo los dos sabemos a lo que nos referimos: Carlos y Felipe intentaron hacer lo mismo conmigo, aunque no de forma tan directa. El caso —se apresuró a decir antes de que España lo interrumpiera— es que ahora somos aliados. O incluso más. Ahora compartimos una familia regente. No tiene sentido que nos comportemos como antes. Sé que no podemos confiar el uno el otro de pronto, aunque… —Francia le tendió una mano—. Sinceramente, me alegro de que por fin podamos estar en el mismo bando.

Sin quererlo, recordó las pocas ocasiones durante las que pudieron mantener una conversación decente se le habían quedado grabadas a fuego. Alguna vez incluso se habían carteado y aunque el tono exagerado de Francia le había sacado de quicio, también había pensado que era un hombre culto, con una labia impresionante y que, quisiera o no, le imponía mucho respeto.

Pensó en todas las ocasiones en las que había admirado la fuerza de Francia, en las que había deseado que no fuera su enemigo.

Y se quedó desarmado.

Al fin y al cabo, no tenía sentido darle la espalda a la realidad, ¿verdad?

—Sonará ridículo, pero… yo también.

Le estrechó la mano y se las apañó para devolverle la sonrisa.


27 de abril de 1702, Zaragoza, reino de Aragón, reino de España

Había abierto las ventanas de par en par para que entrara el aire, que ya estabacargado de olor a tierra mojada y de los primeros brotes de flores. Respiró hondo, armándose de paciencia. La tensión le estaba destrozando los hombros y tenía la espalda como la cuerda de un arco. Se masajeó el cuello mientras cogía la pluma y se descargaba contra el papel. Ni siquiera se molestó en poner el saludo de cortesía; no estaba de humor.

No tengo mucho más que decir sobre la otra carta, Francia. Sabíamos que podía haber guerra, pero no que estallaría tan pronto. Sólo podemos esperar que no se alarguedemasiado.

Sonrió de medio lado. Ni él era lo suficiente inocente para creer algo así. Seguramente duraría varios años, durante los cuales tendría que gastar más y más dinero. Como si Castilla no estuviera agotada de por sí, ahora se embarcaban en otra guerra.

¡Se veía cuánto habían cambiado las cosas por pasar a estar gobernado por otra dinastía!

Sí, me encuentro bien, de momento, pero estoy preocupado por las pocas galeras que tengo en el Mediterráneo. He estado revisando y parece que no superan las 28. Es un número muy bajo para estar en guerra.

Se detuvo, avergonzado por su escasez de medios. Pero tampoco era un secreto. Cualquier enemigo más o menos espabilado podía mandar un espía y comprobarlo con sus propios ojos. No le cabía duda que Inglaterra tenía muy bien contados todos sus navíos.

En el Atlántico, ya que insistes en saberlo, dispongo de 20 buques de guerra, pero no tengo posibilidades de construir más. No ahora mismo, al menos. Creíque tendría más tiempo para… ya sabes, para acostumbrarme al nuevo rey y a la nueva situación. Supongo que tenemos que agradecérselo a Luis.

Paladeó la bilis y disfrutó de volcar parte de su rencor en aquel estúpido papel. Era liberador.

Me temo que Inglaterra no tardará en buscarme las cosquillas y estoy tratando de hablar con Portugal, pero se ha cerrado en banda. No sé cuánto tardará en declarar la guerra, porque dudo mucho que se mantenga neutral, pero es cuestión de tiempo. Quiero creer que podremos negociar…

«Y que terminaremos pronto con esta pesadilla», pensó ylevantó la pluma. Se mordió la lengua. No. No queríamostrarse tan desvalido a los ojos de Francia, caer tan bajo. Aun así, teníaque ser realistas:

pero Inglaterra quiere meter las zarpas hasta donde pueda y no se irá hasta que le dé un buen pedazo. Quizás exija territorios en las colonias, yo qué sé. Me preocupan más Austria y su candidato al trono, que es más mayor que Felipe y tiene más experiencia. Además, está el tema de los Países Bajos. Pronto tendré que ir a controlar la frontera, así que cruzaré por tu territorio. ¿Crees que podrías prestarme ayuda?

Ya que a su rey le sobraban medios para provocar la guerra, esperaba que no le importara prestarle algo de munición y que le facilitara el cruce hacia la frontera con Flandes.

Después te enviaré un documento oficial, ahora mismo todavía no hemos decidido cómo organizar a los Tercios, pero ve pensándotelo si esta carta te llega antes, por favor.

Iba a dejarlo ahí, pero recordó que Francia le había preguntado por la situación de los monarcas. Al pensar en María Luisa su expresión se suavizó un poco y cuando volvió a escribir, lo hizo con mucha más tranquilidad.

En cuanto a la reina…

Castilla está encantada con ella, la trata como si fuera su propia hija (2), y la verdad es que es para estar orgulloso de ella. Ayer mismo, tras reunir las cortes de Zaragoza, juró los fueros de Aragón. Él te manda saludos, por cierto.

Sonrió al pensar en el reino, con esa sonrisa tan seca que le cortaba el rostro cuando se mencionaba a Francia, pidiéndole que mandara a la mierda a su nuevo esposo de su parte. Los suegros nunca se llevaban bien con los yernos, por lo que parecía.

Dice que es una pena que no te hayas quedado un poco más, sobre todo para que Felipe se sienta seguro.

Frunció el ceño. Felipe era… ¿Cómo había dicho Madrid? Ah sí, un «niñato mimado llorón que no deja de suspirar. Pero no es mala persona. Al menos tiene más cerebro que Carlos».

El rey alternaba entre períodos de alegría y otros de profunda tristeza; además, era un muchacho muy joven que se dejaba llevar por sus emociones. Sincero, aunque problemático. Todavía no tenía muy claro qué pensaba de él, al contrario que Castilla, que estaba encantada con su nuevo monarca. En cualquier caso, Dios había decidido someterlo a una dura prueba y no les quedaba otro remedio que esperar y comprobar si era capaz de superarla con éxito.

Al principio me dio muchísima lástima. Ya es un hombre, tiene 17 años, pero lo han arrancado de su hogar y además no entiende nada de español. Pero va mejorando, gracias a Dios. Sería una verdadera lástima que se quedara aislado. Te informo de que ha llegado bien a Italia contra Austria y aunque me preocupa que tenga que guerrear allí, es un alivio saber que está dispuesto a defender nuestros intereses. No te lo tomes a mal, Francia, pero la Corte está preocupada por la influencia de tu rey sobre el nuestro. Ya sabes, tiene muchos amigos franceses y sabemos que la correspondencia es constante. No es algo agradable de ver, aunque estemos en guerra. Pero espero que, cuando regrese, se sienta más cómodo entre nosotros.

Se frotó los ojos, cansado. Ojalá. No quería repetir la experiencia de Carlos I. No quería un gobierno de franceses, sino uno propio. Uno que se preocupara por sus intereses y que le ayudara a remontar cabeza de una vez.

Pero eso sólo pasaría si terminaban la guerra pronto.

Un saludo,

España.


3 de marzo de 1702, París, reino de Francia

Cuando Francia leyó la carta se quedó sorprendido por la cantidad de rencor que desprendía aunque, luego, al considerarlo con propiedad, reconoció que era algo lógico. Una parte de su ser que todavía recordaba el aislamiento al que le sometieron Carlos V y su hijo Felipe II, que volcaron a Europa entera en su contra, no pudo evitar regodearse. Esa parte consideraba que no estaba mal que España experimentara de vez en cuando cosas así.

Pero una vez se sentó en su elegante escritorio de caoba y mojó una pluma, se recordó que tenía que ser diplomático. No era fácil ser aliado de otra persona y tenían que tomárselo con filosofía. España le necesitaba, quisiera o no reconocerlo. Y él le queríaconsigocomo fuera.

Así que respiró hondo, dejó que su mirada se perdiera un rato al otro lado de la ventana, donde un cielo nublado con algún claro por el que se colaban los rayos del sol, amenazaba con lluvia.

Querido España:

Me encanta recibir noticias tuyas, incluso si están un poquitoenvenenadas. Lamento escuchar lo de tus barcos, pero no te preocupes. He hablado con su Majestad y está dispuesto a proteger tus navíos con buques de guerra. No podemos permitir que Inglaterra ponga sus manos en nuestro oro.

La sola idea le escamaba tanto que le costaba quedarse sentado.

Aragón, por cierto, es un encanto.

¿Se notaría la ironía? España podía ser un poco obtuso a veces, así que no estaba seguro, pero tampoco podía arriesgarse a resultar insultante.

Puedo percibir su odio incluso a través de ti, pero me temo que tengo malas noticias para él: tengo la intención de visitaros pronto. Probablemente baje con el duque de Berwick y mis tropas. Estoy convencido de que las encontraréis eficientes.

¿Castilla no me ha mandado recuerdos? Debe estar muy ocupada.

O alguien se había olvidado a propósito de incluir un saludo. Estaba convencido de que Castilla era la más conforme de todos con aquella unión. Como habría tenido que ser, si Carlos V no hubiera nacido.

Respecto a Felipe, España, debes entender que precisamente porque no te conoce, no sabe español ni está habituado a vuestra forma de ser, quiera estar rodeado de franceses. Comprendo tus suspicacias y estoy seguro de que las perderás una vez pase el tiempo. Pero ahora mismo lo último que necesitamos es desconfianza, comocomprenderás. Luis está haciendo lo posible porque esta guerra nos beneficie a ambos. No tiene sentido darle más vueltas, ¿no crees?

Claro que le daría vueltas, pero al menos tenía que intentarlo. ¿Estaría sonando demasiado prepotente? Bueno, qué más daba. España tenía que asumir que ahora no era él quien llevaba la voz cantante.

Manda recuerdos a la encantadora reina. Sé que a tu lado estará segura y que Castilla cuidará bien de ella.

Y claro que puedo prestarte ayuda. Tu mensajero se perdió y estuvo a punto de extraviar la carta, así que me ha llegado antes la información oficial. No sé si recibirás este mensaje antes de partir, pero si es así, espero que sepas que te estaré esperando y que te acompañaré en persona. ¿Tal vez entonces pueda conseguir que confíes un poco en mí?

No lo sé. Tendríamos que dejar que pasara el tiempo.

Mucho tiempo, reconoció para sus adentros. No había esperado que la guerra estallara tan pronto, así que tendrían que andarse con pies de plomo. Releyó la carta varias veces, no muy convencido. Normalmente era capaz de ser mucho más florido y entretenido, pero aquella carta era… tan fría. Sí, esa era la palabra. Fría.

«Ay, esto va a ser más difícil de lo que esperaba».

Después de tomar un tentempié decidió que no merecía la pena cambiar la carta. Pensó un poco más la despedida, no muy seguro de qué debería poner, y acabó soltando un:

Ansioso por verte,

Francia.

Después se la dio a un paje para que la entregara a un mensajero y se olvidó del asunto.


(1) Esto obedece a mi headcanon: para mí, España no existe hasta los Reyes Católicos.

(2) La reina María Luisa Gabriela de Saboya se casó con Felipe V en 1701 en Figueras, cuando tenía sólo 13 años.