Renuncia: todo de Sui Ishida.

Prompt: 010. Me sentía particularmente tranquilo [Tabla "Corazón Delator"; minutitos]


Carecía de opciones. Era él y su callejón sin salida —un cuarto sin puertas ni ventanas— donde la negrura de la noche le oprimía la consciencia como una cáscara de huevo hasta que se quebrase. Una y otra y otra vez. Kaneki realmente no había podido escoger un camino diferente. Aunque consideró la posibilidad, la desechó.

«Éste mundo está muy equivocado».

Porque esa era la vida real —no una inspirada en alguna novela— y los finales felices escaseaban cual agua en un desierto. No tuvo alternativa, de verdad. Le orillaron, arrinconándolo, arrancándole pedazos de sí. Primero la cordura, después el corazón.

«Por favor, no me conviertas en un asesino».

Quedó solo, pese a estar rodeado de gente que le vino apreciando. Matando la vida y conviviendo con la muerte, fue extraviando sus valores y principios. Antes de darse cuenta, Kaneki sólo empleaba sus manos para fines relacionados a la violencia.

(Ya eres un asesino, no puedes cambiarlo, ¿por qué no lo aceptas Ken?)

En vano eran sus sacudidas de cabeza, entre murmullos inentendibles. Cuando jalaba sus cabellos, infligiéndose más dolor emocional que físico y se tragaba las lágrimas impertinentes con un regusto amargo, igual que la comida que él solía disfrutar. En pasado. Sí, inútil, todo aquello. Él también. Creyó saberse fuerte al aceptar su naturaleza ghoul, más no sirvió de nada. Alejaba a todos los que eran importantes, ocultaba su miedo a estar solo tras burdas promesas.

Y sus palmas, oh sus dedos, cada día se teñían un poco más con rojo.

Hubo un tiempo en que Kaneki los usó para otras cosas. Para pasar las páginas de un libro, mandar mensajes a Hide, llevarse una hamburguesa a la boca, ponerle una manta a su madre tras un extenuante trabajo. Sin embargo, ya no conseguía recordar cómo lo hacía, por qué. Si los miraba ahora sólo vislumbraba sangre seca. Un propósito. Quebrar. Destruir. Comer. Sufría debido a su fuerza, esa que le volvía vulnerable. Su ternura disminuía, quedándose Hinami con buena parte de esta para no preocuparla. Ken empezó a aborrecer sus manos. Eran peligrosas.

No supo reaccionar cuando Touka se les quedaba viendo sin asco o repugnancia, sino un deje de tristeza

por él,

por su destino,

por esa emoción que le provocaba sin consciencia.

Ella era tan parecida, protegiéndose bajo un ceño fruncido. Alguien a quien Kaneki al intentar acariciar se le enterraban las astillas de su piel mancillada. Todos estamos un poco rotos, no te creas tan especial, idiota Kaneki. Y lo entendía. Sólo que a su lado era más soportable. Buscando un significado a sus palmas, más allá de sostener el cuerpo delicado de Touka con estas, manteniéndola cerca de él. O rozarse por accidente al agarrar la misma taza de café, tibia y humeante; haciendo que Kaneki se pensara menos monstruoso. Incluso si continuaba el rojo por todas partes. Y fuera sucio. Tan, tan sucio. Pues no tenía cordura, ni corazón a esas alturas (Pero tenía a Touka). Y pese a ser él violencia-caos, ella estaba dispuesta a tomarlo todo.

Ken odiaba sus palmas aún así. Amargamente. Inmensamente. Excepto cuando Touka las tomaba entre las suyas, con cierta renuencia, y mirándolo a los ojos, taladrándole en esos pozos sin fondo donde no le importaría caerse. Llevándose los dedos a sus labios, lamiendo, limpiando, purificando. Casi con ternura, desmoronando sus defensas.

(Recobrando su humanidad).

Era ahí, donde comprendía, entonces, que la única fuerza que necesitaba era la suficiente para entrelazar sus manos. Y nada más.