I

Enlazando historias

- No puedo creer lo que ha ocurrido. Tenía la esperanza de que esa alimaña hubiera heredado mis poderes, pero está claro que la hija de Giure jamás estará a mi nivel.

- Señor, creo que debería usted unir su fuerza con el Hutt del que le hablé. Sin duda, es un ser sumamente poderoso e influyente. Tiene bajo su mando terrorífico a todo Tatooine, y podría atreverme a especular que su poder traspasa las fronteras espaciales.

- Tal vez, Boba, tal vez... Hum, sí, tienes razón, pero antes de tomar cualquier decisión, debo asegurarme de eliminar a la escoria de mi planeta… Ya tendré ocasión de conversar, estando solo, con esa persona... Puedes irte, ah, y lleva lo que me pediste.

- Muchas gracias, señor – el caza recompensas hizo una inclinación respetuosa y se alejó hacia la puerta.

- Boba – el joven volteó – Tu padre estaría orgulloso de ti. Mi Maestro y yo, también – el joven hizo un ademán de agradecimiento y desapareció detrás de la puerta – Bien, veamos de lo que eres capaz, Giure. De lo contrario, hoy será tu último día, lo juro – cogió el arma que yacía sobre una mesa y salió a grandes zancadas.

Procuró no hacer ruido y penetró en el amplio jardín. Sus ojos estaban inyectados de ira, y por más esfuerzos que hizo por evitar hacerse notar, no pudo dejar de sorprenderse al oír lo que dijo la persona que tenía al frente.

- Espero que no estés enfadado, padre. Esa Jedi era muy poderosa, yo jamás podría haber logrado matarla.

- Esa mujer no era una Jedi, era un ser de tu misma raza, pero de poderío inferior – sus ojos parecían arder.

- Oh, ya... veo. No volverá a repetirse, te lo prometo. Lo lamento, padre, creo que deberías entrenarme un poco más, sentí... un leve bloqueo que me impidió lograrlo, cuando ella dijo... Dijo que hay más como yo en el mundo así que...

- Claro que no se volverá a repetir. Ha llegado el momento de que demuestres de manera real si has asimilado mis enseñanzas – el hombre se acercó lentamente a la persona encapuchada que cortaba plantas con una espada láser, muy parecida a la de los Jedis.

- ¿Qué... qué quieres decir? – al verlo tan cerca, se puso de pie, temblando ante lo inesperado. Su voz denotaba que se trataba de una joven, aunque debido al manto que la cubría, de un marrón claro casi aterciopelado, no se podía saber a ciencia cierta la naturaleza ni la dimensión total de su belleza.

- Te he criado desde que eras una infante, con la finalidad de que sigas mis pasos – se detuvo muy cerca a ella – Ahora... – encendió su sable por lo que ella se apartó – debes luchar por sobrevivir.

- Ya te dije que no me interesa ser Sith, ¡DÉJAME EN PAZ! – el temor y la impotencia se apoderaron de la mujer.

- Lo lamento… - la miró con ironía cruel y enseñó los dientes con malicia – Pero, hija mía… no tienes elección – comenzó a atacarla.

Instintivamente, se defendió del golpe con su espada. A cada ataque, la joven sólo atinaba a retroceder y usar el arma como protección. No mostraba interés en atacar, actitud que logró exacerbar la ira contenida por el Sith, que estaba cansado de su incompetencia para emplear el Lado Oscuro de la Fuerza.

- ¡ATACA DE UNA BUENA VEZ O QUIERES QUE TE MATE! – el golpe que asestó sólo logró cortar una parte de su manto. A pesar de ello, el hombre sonrió satisfecho.

- ¡YA TE DIJE QUE NO QUIERO PELEAR, NO ME GUSTA, NO SOY SITH! – aterrada, intentó correr hacia la puerta, pero él, dando un salto acrobático, le cerró el paso. Los años vividos a su lado le habían hecho comprender que los Siths eran seres abominables, a los cuales debía evitar si quería sobrevivir.

- No te he dado permiso para que te vayas – la miró con ojos llameantes – Ya he matado varias veces, recuerda a quienes. Tu muerte me puede servir para tener más fama entre los Siths y lograr mi cometido.

- Varias veces me has dicho que me necesitas para lograrlo, ¡MUERTA NO TE SIRVO! Por favor, te daré lo que quieras, sabes bien que lo puedo hacer, pero déjame libre, ¡POR FAVOR, PADRE! – lágrimas de dolor, miedo y súplica rodaron por sus mejillas.

- Ja, eres tan cobarde e inútil como tu madre. Ella también prefería su libertad a tomar parte en mis proyectos. No era más que una escoria.

- No hables así de mi madre – a pesar de las lágrimas, su rostro se endureció.

- Hum – maliciosamente, el Sith comprendió que podía lograr su cometido de esa manera, por lo que prosiguió con sus ataques – Claro que hablo así y cuantas veces me dé la gana, ella era una Jedi inepta que nunca asimilaba mis consejos, una pobretona que pensaba que la vida consiste en cultivar florcitas y recorrer la galaxia en busca de nuevos amigos… Algo que lamentablemente pareces haber heredado…

- Cá... cállate – bajó la cabeza y sus dientes se apretaron con fuerza. Al cerrarse, sus uñas cortaron la empuñadura del sable.

- Bah, no era más que una... mediocre. Realmente para lo único que me sirvió fue para crearte... Sólo vivió para servirme.

- Te dije... que... ¡NO INSULTARAS A MI MADRE! – ante el terror del hombre, la joven comenzó a atacarlo salvajemente. Él sólo podía retroceder, con los ojos muy abiertos y cogiendo firmemente la espada, hasta que en un rápido movimiento, ella cortó sus dos manos, por lo que él cayó al piso.

- ¡AHHH! – el dolor, aunque insoportable, no se comparaba en nada con la intensa sensación de desamparo y desesperación que comenzaba a embargarlo.

Tirado, contra una esquina, el Sith miraba aterrado a la figura que blandía la espada contra él. Su plan de convertir a la persona que había criado por 18 años parecía hacerse realidad, pero, por lo mismo, le había llegado la muerte.

A pesar de su propio poder, el cual era considerable debido en parte al hecho de haber sido Aprendiz de Darth Tyranus, sabía bien que si arremetía contra él, la chica lo mataría. Se resignó, pues, a la esperanza de una venganza por parte de sus oscuros Maestros, a los que, en cobarde conjunto, creía capaces de derrotarla.

La muchacha que lo amenazaba experimentaba sentimientos encontrados en su interior. Debido a ello, el Lado Oscuro parecía cobrarse una factura que ella había evitado pagar desde hacía mucho. Hasta el momento, ese hecho había terminado por confirmar una antigua leyenda que se creía sólo un mito… A no ser que...

- ¿QUÉ PASA, NO QUERÍAS MATARME, NO ESTÁS FELIZ DE QUE ME CONVIERTA EN LO QUE TANTO QUERÍAS? – la fina voz, casi de niña, no parecía venir de la figura enajenada y encapuchada que lo amenazaba.

- Detente, no lo hagas, tú no eres una Sith… Si me matas, mi Maestro intentará vengarme… ¡LE CONTARÁ AL EMPERADOR QUIÉN ERES Y ÉL TE BUSCARÁ PARA ENTRENARTE O... MATARTE! – se desesperó visiblemente – Hasta ahora nadie ha sabido sobre ti, te he ocultado bien… Contra él o contra Dooku, no podrás, ¡TU ENTRENAMIENTO NO ESTÁ COMPLETO!

- Que vengan, me servirá para terminar lo que... Cuando lo hagan, me cobraré la deuda del trabajo por el que nunca recibí reintegro – luego de decir con rabia esas palabras, lo atravesó sin piedad – Además, recuerda que soy mucho más poderosa que todos ellos juntos, querido padre – sonrió satisfecha.

Minutos después, una nave abandonaba la atmósfera del sistema Dantooine. Su ocupante, desconcertada por el crimen que acababa de cometer, no podía creer que, a pesar de renegar de ese estilo de vida, finalmente había cedido a su influencia.

- Sólo espero, que para mi llegada a Coursant, ellos aún no se hayan enterado de tu muerte, Maestro… – la figura encapuchada miró atentamente los controles, con mirada perdida.

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El planeta-ciudad Coursant, desde el espacio, parecía inalterado. Aunque era la primera vez que lo visitaba, la mujer sintió en su interior la energía emanada de alguien conocido por ella.

Ante esta idea, decidió que lo mejor era buscar a esa persona. Pensó que fingir ser una víctima de los Siths le permitiría conseguir asilo en el sistema. No sabía que, aunque el simular inocencia le traería recompensas, estaba a punto de presenciar, a la distancia, la amenaza de destrucción de un ser muy poderoso y la muerte espiritual del que se consideraba un ser humano especial.

- Ya sé dónde está, pero percibo que está en peligro... La energía de los que se encuentran con él es intensa... Creo que – miró hacia un costado – esas deben ser las plataformas de aterrizaje. Descenderé.

Dejó la nave sin ningún tipo de precauciones. Sabía que no le serviría más adelante, ya que estaba convencida de la ayuda que pensaba recibir. Avanzó caminando y saltando por entre los edificios, hasta que, frente al del Senado Galáctico, observó una luz intensa y percibió una energía indescriptible.

- ¡Por Dios… AN...! – no pudo completar su frase. Al saltar, un bulto oscuro la golpeó. Comenzaba su verdadera vida, e iniciaba el camino hacia su destino, en medio de una oscuridad hasta entonces desconocida.

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Hacía poco que el General Obi-Wan Kenobi había dejado atrás la casa de los Lars, entregando el bebé de Amidala a la esposa de Owen, y comenzaba el estudio del fondo de los cañones, cuando su transmisor comenzó a sonar. Al accionarlo, una figura familiar le transmitió un mensaje desesperado. Debía regresar a Polis Massa, Estación que acaba de dejar hacía unas horas. La idea no le agradó, pero lo que acababa de oír era suficiente como para levantarle los ánimos. Luego habría tiempo de sobra para comenzar la construcción de su nuevo hogar.

Tatooine estaba a por lo menos varios miles de parxes de la Estación de la Antigua República donde se había despedido de su antiguo Maestro y de su amigo el Senador Organa. Ahora este último le llamaba para informarle que, sorprendentemente, alguien había logrado rescatar de la muerte al Maestro Windu, alguien, al parecer, con habilidades especiales. Organa le refirió que al llegar se enteraría de quién se trataba.

Aún renegando, como todo un adulto interrumpido en su momento de holgazanería, Kenobi subió a su nave. Se iniciaba su camino.

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El primero en entrar a la recámara de la clínica de Polis Massa fue el pequeño pero poderoso Yoda, Maestro de varias generaciones Jedi.

Su caminar lento, pausado, casi imperceptible, era su mejor arma contra los enemigos. Mientras ellos pensaban que era un viejo decrépito y sin habilidades, Yoda se transformaba en una auténtica bala al momento de combatir con la espada láser.

Organa le siguió de cerca, con la misma expresión de incredulidad que el pequeño Maestro expresó al mirar el lecho, específicamente, a su ocupante. Sus ojos se abrieron considerablemente al observar que lo que había imaginado difería abismalmente con lo que ahí se encontraba.

- ¿De verdad esta persona quien lo rescató fue? – preguntó algo desconfiado a Organa, quién lo miraba desde el umbral.

- Un médico nos informó que la Senadora Amidala los mandó traer, antes de toda la desgracia.

- Hum, siento un estremecimiento en la Fuerza. Este nuevo suceso, impredecible fue. Y Windu, está bi...

Lo interrumpió la repentina, sino brusca, entrada de Kenobi. Los saludó con una sonrisa entre culpable y juguetona. Miró la cama, y luego se dirigió a Organa y a Yoda alternadamente.

- La Fuerza definitivamente está conmigo siempre. Durante el trayecto escapé de milagro en tres ocasiones. Al parecer mi cabeza ya tiene precio... ¿Maestro, cómo está Windu?

- El Senador Organa estaba a punto de informarme cuando nos interrumpiste – Yoda sabía como regañar de manera dulce y comprensiva.

- Lo siento. – Kenobi identificó la peculiar forma, por lo que bajó la mirada y quedó pensativo. Hasta que escuchó al Senador responder su pregunta.

- El Maestro Windu está estable. Le pudimos reconstruir la mano que perdió en el combate… ya sabemos en cual combate – bajó la mirada y luego de unos segundos – Me preocupa más la persona que lo rescató. Según refirió el médico, por orden de Padmé C3PO los trajo inconscientes. Aún sostenía la espada láser.

- ¿Espada láser? – los ojos de Kenobi se abrieron hasta sus límites y se hubiese desmayado, sino fue por la oportuna intervención de Yoda.

- Sí, Obi-Wan, espada. Eso sólo significar dos cosas puede, que posee habilidades de Jedi o Sith, o que sólo entrenada en el uso de esa arma por algún caza recompensas fue. De todos modos, interesante y desconcertante... ésto es.

- ¿Una natural con habilidades especiales? ¡ES UN MENSAJE DE LA FUERZA!. ¿Y dónde está?, quisiera agradecerle y conversar con ella – como si recién notara el significado de esa palabra, parpadeó, miró con rostro estupefacto a su Maestro y a su amigo y repitió con voz y rostro graciosos – Ella… Acaso... ¿Acaso se trata de una mujer?

- Pues sí, Obi–Wan, esa persona es un una, no un un – Organa, al igual que Yoda reía para sus adentros y sonreía a un asombrado y casi carnavalesco General Kenobi reducido ahora al antiguo Padawan Kenobi que se asombraba de todo cuanto era nuevo para él.

- ¿Problema para ti es el que una mujer sea?, ¿o es tu orgullo el que tu razonamiento impide? – como un rayo fugaz, la mirada divertida de Yoda había tornado en una mueca de enfado nada amistosa.

- No, Maestro, es sólo que...

- ¿Dónde estoy? ¿Quién habla?

- Despertó – Organa miró directamente al lecho.

La voz femenina que había interrumpido a Kenobi era dulce, triste, y le produjo un gesto de desconcierto. Antes de ubicar la fuente, miró a todos lados sin saber realmente de dónde provenía, hasta que volvió a reparar en la grácil figura que yacía en el lecho.

- Oh, veo que despertamos a la enferma, será mejor salir para dejarla descansar – hizo una inclinación a manera de despedida, y ya estaba en la puerta cuando Yoda lo trajo a la realidad.

- ¿Pero cómo, no dijiste que agradecerle y conversar querías? – su voz denotaba un tanto de sarcasmo – Pues bien, no te vayas, ella fue quién a Windu rescató.

Kenobi no pudo creer en esas palabras. Hacía unos instantes había intentado imaginarla. Creía que se entrevistaría con una mujer ahombrada, mayor que él, aún, incluso, hasta se imaginó que podría tratarse de una wookie, pero ahora que la tenía cerca, la realidad superaba a su imaginación.

- ¿Alguien podría decirme en dónde me encuentro? – se incorporó con dificultad para poder observarlos.

La joven que yacía en la cama era de una singular belleza. No es que fuera tan hermosa como lo había sido Amidala, pero tenía una mirada muy triste en sus hermosos ojos miel. Sus cabellos claros formaban coquetas ondas que caían sobre sus hombros, delicados y juveniles.

Los miraba a todos con interés, o al menos así parecía hacerlo, porque rodeaba con la mirada todo su campo visual. A Kenobi le pareció que era un poco más pequeña que Padmé, la Senadora que había sido la causa de su fracaso como Maestro Jedi. E incluso, que él podría bien ser su padre, ya que aparentemente le doblaba la edad. Ésto claro, si él pudiese haber, en algún momento de su vida, tenido una pareja, ya que el Código Jedi era muy estricto en ese aspecto. Y él se consideraba un ser muy respetuoso de las reglas…

- Está en la Clínica de una Estación de la Antigua República, Mel-Anie Giure. Estamos en Polis Massa. Bienvenida, me alegra que haya despertado, ¿se siente bien?. Soy el Senador Bail Organa, miembro de la familia real de Alderaan, y me acompañan... – la muchacha lo interrumpió.

- Vaya, veo que Padmé cumplió su promesa – miró como si le fuera difícil distinguir algo – Le agradezco mucho sus atenciones y la hospitalidad, Senador Organa, pero me sentiría mucho mejor si encendiera las luces. Está todo tan oscuro que no distingo nada. ¿Me haría ese favor, Maestro Kenobi?

Si se lo contaban, no lo hubiera creído. La joven decía que no veía nada, cuando todo estaba fuertemente iluminado, pero lo había reconocido. Y eso era lo más enigmático, ¡ÉL NO LA CONOCÍA!

- ¿Perdón? – fue lo único que salió de sus labios y se hubiera puesto a reír si Yoda no intervenía.

- Señorita, me parece que haber un error debe, estamos en una habitación completamente iluminada…

- ¿Es él, verdad Padmé? – la muchacha, sin hacer caso a las palabras de Yoda, había fijado su vista en una esquina – La voz que escuché al despertar sonó igual a la de la grabación que me hiciste escuchar antes de que me desmayara.

- Está loca – pensó Kenobi, y estaba a punto de hacer partícipe de este pensamiento a Yoda cuando la muchacha lo miró enfurecida y le increpó.

- ¿Loca?, loco es usted que sigue triste por su fracaso y no se atreve a aceptar que es el culpable, que no se pone a analizar el destino que la Fuerza le tiene.

- ¿Fracaso? – después del shock inicial despertó de manera brusca al analizar las palabras de la chica en su contra – Mire jovencita, soy un General y un Maestro Jedi respetado por muchos soldados. El que ahora me encuentre en esta situación no es su problema y además lo de Anakyn – se detuvo al observar que increíblemente, ella había logrado ingresar a su pensamiento y a su corazón – Pero, ¿cómo...?

- Calma, lo importante ahora su salud recuperar es – Yoda intervino al ver que estaban alterados.

- ¿Quién habla, dónde está? – la chica buscó con la mirada extraviada la fuente de esa voz avejentada y tranquilizadora que le era un tanto familiar – Ya había oído antes esa voz, pero no veo a la persona de la cual proviene – miró con desesperación a su alrededor – No veo nada Padmé, ¡estoy ciega... CIEGA, CIEGA, NOOO!

Se comenzó a agitar en medio de la maraña de cables, sábanas y llanto, mientras intentaba incorporarse. Bail accionó un botón que llamó de inmediato a unos doctores provistos de unas jeringas con líquido tranquilizante.

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No supo en qué momento, pero minutos después, Kenobi, junto con Yoda y Organa, se encontraba en la Sala de Conferencias donde habían decidido el destino de los bebés Skywalker. Ésto no le agradó a su alma triste, ya que sentía que había sido partícipe de una traición contra aquel que lo había traicionado y que era, probablemente, el ser al que más había amado… hasta ese momento.

- Increíble. Windu recibió numerosas descargas de energía y está bien. Ella sólo recibió un disparo en el brazo y una descarga de energía paralizante. No debería estar ciega.

- Quizá sea producto de ese rayo. Es decir, quizá sea solo un efecto pasajero – Kenobi intentaba olvidar el incidente que acababa de vivir.

- No es eso lo que me intriga. Su capacidad de verlos a Padmé y a ti desconcertante es – lo miró fijamente – ¿De alguna parte la conoces, Maestro Kenobi?

- No, Maestro. Eso me confunde.

- Les propongo algo, háganle un interrogatorio en tres días. Así saldremos de dudas.

- Organa razón tiene. Pero antes quiero que aprovechando que dormida está le saques una muestra de sangre y la analices – Yoda le entregó a Kenobi un minúsculo aparatito.

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En la habitación, la mujer yacía profundamente dormida. Obi-Wan la miró con atención, le tocó la frente y luego descubrió un brazo delgado y fuerte a la vez. Colocó encima de una vena el aparatito y, cubriendo nuevamente el brazo con la sábana, salió de la habitación tan sigilosamente como había entrado.

- En realidad no entiendo su interés en esa muchacha, Maestro, parece un poco desequilibrada, aunque debo admitir que es especial – Kenobi abrió la puerta de una habitación.

En un extremo se hallaba un microscopio electrónico conectado a una computadora. Ese tipo de instrumentos eran muy comunes en la época en que los Jedis eran los seres más respetados. Servían para la identificación de pequeños con habilidades especiales, por la concentración de midiclorias en su sangre, los cuales eran separados de sus familias antes del año de vida, para ser entrenados en el dominio de la Fuerza.

- Sinceramente creo que pierde el tiempo – cedió el paso a su antiguo Maestro.

- ¿El tiempo perdí al entrenarte cuando ni siquiera colocarte tu manto podías? – Yoda miró agriamente a su ex Padawan – Sinceramente creo que el ínfimo valor de las apariencias olvidas.

- Lo siento, Maestro, tiene razón, es sólo que me han pasado muchas cosas... en tan poco tiempo… – bajó la mirada, triste.

- Cosas por las que te sientes culpable, como refirió la pequeña.

- Así es, aunque es un sentimiento que creo prefería no reconocer ni divulgar.

- Tal vez la Fuerza otra oportunidad para ti tenga – Kenobi lo miró sin comprender – si razón ella y yo tenemos. Coloca la muestra de Mel en el Analizador.

- Sí, Maestro – al hacerlo, la computadora procesó en breves segundos la muestra, mostrando un disco que se incrementaba hasta el infinito, y finalmente, explotó por la cantidad de energía en movimiento – ¡PERO, QUE...! – Kenobi y Yoda retrocedieron por la explosión. En los ojos del General se leía el asombro y el miedo.

- Jum, jum, jum, razón tenía, sí que la tenía…

- ¿De que habla, Maestro? ¿Qué significa ésto?

- Significa, que, a parte de los niños Skywalker, la Fuerza nos pone una nueva aliada, o enemiga a la vez – al ver a Kenobi intrigado prosiguió – Mel es la última representante de una raza que se pensaba extinta o incluso, ficticia.

- ¿De una raza extinta?, no comprendo – atrás quedó el orgullo y el pensamiento en la chica como un ser desquiciado. Ahora era él el que se sentía un ser monstruoso, y a la vez, ridículo.

- Mel... una Darth Jedi es…

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En el lecho, Mel comenzó a abrir los ojos. Movió el rostro en la penumbra hasta que descubrió en un extremo una figura conocida y querida para ella. La miró fijamente y le sonrió, pero luego las lágrimas rodaron por sus mejillas.

- Me mentiste – las lágrimas no dejaban de brotar.

- No lo hice, sabes bien que no – Padmé estaba ahora vestida con la túnica del entierro, bella, pero con el rostro triste y calmo, rodeada de una luz blanca y cálida – Los traje ayudada por Three – Mel la cortó en seco.

- Dijiste que Obi-Wan Kenobi me apoyaría y no es cierto, es un tipo orgulloso y resentido.

- Ha pasado por muchas cosas en poco tiempo. Intenta entenderlo. No es fácil, pasar por lo que él, y traicionar sus principios personales.

- ¿Principios personales, a qué te refieres? – el interés por el misterio logró que dejara de llorar.

- En tres días te van a interrogar y te explicarán algunas cosas que no sabías. Te prometo que conocerás parte de la vida de Obi-Wan que ignoras. Sólo te pido que tengas paciencia y sepas comprenderlo, es una buena persona, Mel-Anie, un gran amigo.

Mel miró a su amiga intrigada, pero comprendió que era mejor no preguntar nada más. Le sonrió a la cada vez más difusa imagen. ¿Qué misterio podía guardar un ser tan triste como Kenobi? No pudo responderse.

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- Durante años los Jedis y los Sith intentaron ocultar ese secreto, por seguridad – Yoda apoyó lastimeramente su rostro en sus manos.

- Es increíble, ¿amor entre Jedis y Siths? – miraba el piso como queriendo encontrar una respuesta milagrosa.

- Amor no, mi joven Padawan – cuando lo veía tan desprotegido y desorientado, prefería llamarlo de esa forma – El Sith que origen dio a esta singular raza aprovecharse quiso de la inocencia de la Jedi para lograr nuestra extinción al conocer nuestros secretos por medio de ella.

- Pero al casarse, el niño que tuvieron...

- Así es, Obi-Wan, los mató. Esa es la creencia que se tiene. Un Darth Jedi tanto de Sith como de Jedi por igual tiene. Si por un Jedi se entrena, bueno será, y lo contrario igual es. Pero, más poderoso que los Jedis y los Siths es, la Fuerza su aliada y súbdita se convierte por voluntad propia. Crear vida y eliminarla con su mente, pueden.

Kenobi pensaba que estaba libre de sorprenderse luego de haber vivido tantas desgracias pero, luego de oír sobre la raza de la muchacha, se sintió caer en un profundo vacío.

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La Sala de Conferencias, después de tres días de haber llegado a la Polis Massa, se le antojaba como el escenario perfecto para nuevos descubrimientos. Kenobi observaba la meditación de un repuesto Windu mientras Yoda jugueteaba con su bastón. Pensando estaba en qué nueva historia conocería ese día, cuando de pronto apareció Organa, presa de una agitación poco normal.

- ¡ACEPTÓ, Y DE TODO CORAZÓN! – sonriente miró luego a Windu – Mace Windu, es agradable verlo de pie.

- Gracias, Senador Organa, ahora lo que me preocupa es lo que estamos a punto de conocer. Fuera del agradecimiento por salvarme, siento una profunda desconfianza sobre esa muchacha y su entrenamiento.

- Bien dices, Windu. Padawan de Sith o de Jedi puede ser. Lo último conveniente será, pero lo primero... a su aniquilación nos ha de llevar.

- Bueno, con el interrogatorio que le haga usted, Maestro Windu, responderemos todas nuestras dudas.

- Me temo que eso no será posible Obi-Wan – Organa alzó la voz para hacerse oír.

- ¿Cómo? ¿No dijo que había aceptado? – Kenobi estaba desconcertado.

- Sí, pero quiere que seas tú quién lo haga – mientras Organa hablaba, los Jedis, a excepción de Kenobi, sonreían maliciosamente.

- ¿Yo?, pero, ¡SI NOS ODIAMOS! – Kenobi saltó en su asiento como por acción de un resorte.

- Jum, jum, jum, del odio al amor un paso hay. Ve y realiza lo que hacer debes.

Mientras observaba a Kenobi marcharse resignado, Windu pensaba en las palabras bromistas o... proféticas, del pequeño Maestro… Y llegó a la conclusión de que ni como broma le gustaban.

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Tocó la puerta y una voz fina le respondió indicándole libertad para ingresar. Así pues, abrió la puerta y al voltearse, pudo ver a Mel, sentada, en un pequeño sillón.

Era la mujer de veintitantos años más hermosa que su apreciación hubiera clasificado como tal. Llevaba puesto un hermoso vestido negro, similar al de los Jedis, que entallaba perfectamente en su cuerpo. El peinado, suelto, resaltaba el color de sus ojos.

- Vengo a interrogarla, Mel-Anie Giure – se repuso finalmente despertando de su embelesamiento, después de haber permanecido inmóvil en el umbral.

- Lo sé – contestó fríamente, y luego, señalando un sofá contiguo al de ella, añadió – Tome asiento, General Kenobi. Supongo que ya estamos ambos más tranquilos y que no tenemos desenvainados los sables.

- Por mi parte, todo está olvidado. Y creo que si usted no hubiera hurgado en mi pensamiento no hubiéramos sido partícipes de lo que ocurrió hace tres días – Kenobi se había sentado frente a ella y le decía ésto mientras escondía las manos entre sus mangas – Me alegra saber que ya puede ver.

- Más que ver, percibo las cosas que me rodean. Como usted dijo, leo la mente de los demás. Y le agradezco, por cierto, el que pensara en mí como una mujer muy hermosa al entrar en mi aposento.

Kenobi se puso tenso y desvió su mirada. Luego se paró e intentó retirarse.

- ¿Qué ocurre, Maestro, tan corta fue la entrevista? – la muchacha sonreía burlonamente – Creí que tendría un cuestionario amplio…

- No puedo interrogarla sabiendo que conoce cuál será la pregunta de antemano…

- Comprendo, pero le aseguro que no había leído su mente al ingresar aquí, sólo sus ojos y, bueno, un poco de amor propio sobrealimentado me dieron esa percepción... Lamento haberlo incomodado, quería crear una atmósfera agradable, pero veo que tenemos distintas apreciaciones del sentido del humor... No leeré su mente, lo prometo, tome asiento… Por favor – Mel volvió a señalar el asiento, esta vez con respeto y con un marcado gesto de arrepentimiento.

- Descuide – luego de breves segundos se sentó nuevamente y mirando sus manos al igual que ella las suyas se atrevió a comentar – Hasta cierto punto, sus poderes me resultan divertidos – sonrió con complicidad.

- Eso es agradable... Aún recuerdo el tono de su voz cuando después de decir que la habitación estaba a oscuras le pedí directamente que encendiera las luces – le sonrió coquetamente.

- Cierto. ¿Y podría explicarme el por qué de su capacidad?

- Cuando Padmé nos encontró, en las circunstancias que ya le referiré, me prometió ponernos a salvo y que un tal General Kenobi podría ayudarme a conseguir albergue. Me había enseñado una grabación de uno de los encuentros entre usted y su esposo, por lo que cuando escuché su voz, no lo vi físicamente, sino más bien mentalmente – su explicación sencilla lo convenció.

- Ya veo. Se orientó y me imaginó.

- Así es – se miraron fijamente – Maestro Kenobi, puede comenzar si lo desea.

Había comenzado a apreciarla. Por ello aguardó un momento antes de formular su pregunta, buscando la manera de no sonar demasiado descortés o incrédulo. Había mantenido la mirada gacha, hasta que al fin se decidió por la pregunta más directa.

- Mel-Anie Giure, ¿qué ocurrió esa noche?

Mel lo miró y sintió compasión por él. Temía dañar con su confesión aún más a ese hombre tan herido por el destino y por sus errores. Al fin, respiró profundamente y lo miró a los ojos.

- Supongo, que ya saben que soy una Darth Jedi…

- Sí, le tomé la muestra para el análisis de midiclorias mientras dormía y... destruyó la computadora – por primera vez ambos rieron sinceramente.

- Y supongo que quieren saber quién me entrenó más que conocer lo que ocurrió esa noche, ¿verdad? – Kenobi bajó la mirada y guardó silencio, ella lo miró y comprendió que lo había hecho sentir culpable, por lo que se apresuró a decir – No los culpo, Obi-Wan, yo habría hecho lo mismo.

- No es que seamos tan superficiales, es sólo que estamos en crisis… Quizá no lo sepa, Mel-Anie, pero...

- Su Aprendiz ocasionó la creación del Imperio, ¿verdad? Sí, lo sé, lo leí en su mente cuando lo conocí, usted esperaba que yo fuera él, pero sabe, la Fuerza obra grandes cosas – Kenobi alzó la vista extrañado – No sé qué efecto podrá tener lo que voy a decirle en este momento, pero debo hacerlo. Ani... Anakyn, es mi hermano.

Kenobi se sintió nuevamente como un barco a la deriva. Pasó por un recuento mental de todo lo vivido con su querido Ani. Bajó la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Es un gran hombre, Obi-Wan, si es capaz de llorar ante mí.

- No puedo evitarlo por más que lo intente. Ani era mi hermano más que mi Padawan. Yo lo quería…

- Pues entonces estemos felices, porque ambos somos sus hermanos. Usted por afinidad, y yo por, por ser una creación de la Fuerza igual que él.

- Eso no es totalmente cierto. Usted nació de la unión de un Sith con una Jedi, no fue formada de la nada como en el caso de Anakyn – Kenobi intentó no sonar demasiado insensible.

- Quizá, pero lo que en realidad crea a un Darth Jedi es la Fuerza. Por eso podemos, crear cosas – hizo aparecer con un chasquido de dedos a un wookie, lo que casi ocasionó que el Jedi se cayera de su sillón – Destruirlas – un nuevo chasquido y el wookie se convirtió en polvo – leer la mente, lo cual no haré como he prometido, y un sin número de habilidades que difícilmente puedo describir o conocer por la complejidad de la Fuerza en mi ser, pero que ya usted ha observado.

- Entonces eso fue, ¡USTED CURÓ LAS HERIDAS DE WINDU! –tras un esfuerzo mental instantáneo lo comprendió.

- Refiere bien, e incluso habría podido reconstruirle la mano, pero el clon que nos atacó me interrumpió – comprendiendo que se habían salido un poco del tema central – lo cual nos lleva a la explicación que requiere, ¿verdad, Obi-Wan? – hizo un gesto muy femenino con el rostro esbozando una exquisita sonrisa.

- Llegados a este punto, creo que deberíamos tutearnos – un sonriente Obi-Wan Kenobi comprendió la coquetería de la chica – Claro, siempre y cuando me permita llamarle Mel, a secas.

- Claro… Obi – ambos se miraron sonrientes.

Los ojos verde azulados del Jedi se fundieron lentamente en la miel de los de la chica, tal y como se mezclan el agua y el azúcar. Por un momento, creyó comenzar a sentir algo parecido a lo que había llevado a su Padawan al Lado Oscuro. Ella, por su parte, sentía cada vez más la turbación que producía en él, y temerosa de hacerle daño, prosiguió con la plática.

- Yo… me crié en Tatooine, en una casa cercana a la de Anakyn y Shmi… Antes de que ustedes llegaran – Obi-Wan asoció esta alusión a su llegada intempestiva con Qui-Gon Jinn en su época de Padawan – unos 3 años quizá, cuando Ani y yo teníamos 7, llegó un Sith a la aldea. Se llamaba Darth Maul y era el Maestro del Sith que usted mató en Naboo – Kenobi mostró un rostro sorprendido y asustado – Sé lo que piensa con mirar esa expresión. Y lamento tener que afirmarla.

- ¡TU PADRE! – ya sea la conmoción, el miedo o el arreglo entre ellos, por primera vez la tuteó sin darse cuenta – ¿No me diga que la entrenó? – la emoción que le imprimió a esa pregunta fue tan grande que volvió al estilo respetuoso.

- Yo estaba jugando con Ani, en realidad… era su amor de niñez – simuló ignorar completamente la pregunta anterior, para no destrozar las emociones del Jedi bruscamente – cuando sentí el sonido característico de la espada láser de mi madre, cuando la usaba para cegar los campos. Aunque ella era natural y jamás fue entrenada en la República, un amigo Jedi le había conseguido el arma y se la había obsequiado en uno de sus cumpleaños. Como puede imaginarse, me emocionó el saber que mamá usaba en ese momento la espada y fui corriendo a mi casa – se puso de pie ante la atenta mirada del Maestro, el cual se sorprendió al ver que no había errado al calcular su estatura y contextura, ya que era más baja que Padmé, aunque un poco más desarrollada – Al llegar, deseé, a pesar de mi corta edad, no haber ido.

Se detuvo un instante en la ventana y observó la lluvia que comenzaba a caer, con la expresión más triste del mundo. Obi-Wan la miró atentamente y deseó no haber iniciado el interrogatorio. Había decidido terminarlo, cuando ella volteó, con la mirada perdida en los recuerdos.

- Vi a Maul matar a mi madre con su espada láser, luego de que ella me gritó que me marchara. Volteé y fui corriendo en dirección de la casa de Shmi para advertirle y pedirle ayuda a Anakyn, pero pensé que lo mejor era ir a un lugar apartado. Lo hice, pero cuando llegué al lugar que había elegido Maul estaba ya ahí. Me llevó con él, jamás pude despedirme de mis amigos… Ani era muy pequeño, creí que lo mejor era que me olvidara.

- Jamás mencionaron nada sobre ti – temió herirla, pero pensó que lo mejor era ser sincero – No te recordaban…

- Vaya, ¿lo ves? Otro poder, puedo borrar la memoria – lo miró y se sonrieron – Me entrenó en Dantooine.

Lo miró esperando a que él sacara la espada láser y la intentara partir en trocitos pero no fue así. Se había quedado tan ensimismado con el relato que no quería interrumpirlo con negociaciones hostiles.

- Crecí bajo su supervisión y entrenamiento, siendo muda testigo de sus vilezas y excesos. Me contó cómo había nacido yo, el amor que le tuvo a mi madre, qué era yo realmente… Siempre me habló del Lado Oscuro, pero en realidad quiso convertirme en Sith a los 28 años, edad que tengo ahora – Kenobi sonrió para sus adentros al comprobar que no había errado en los cálculos: ella era mucho menor que él, aunque un poco mayor de lo que esperaba – Te juro Obi, que jamás cometí una vileza, pero ese día...

- Hablas de... ¿el día de la desgracia de Coursant?

- Sí… Ya había notado sus intenciones, así es que me dediqué a mi distracción preferida: podar las plantas con mi espada – sonrió como una niña pequeña – y lo hubiera seguido haciendo, pero él se me acercó y blandiendo la espada, me obligó a pelear, y... – se sentó nuevamente y comenzó a sollozar.

- Te entiendo – como un padre dulce, Kenobi acarició sus manos y se le acercó – yo sé lo que se siente atacar a alguien que amas y...

- Yo no lo amaba, mató a mi madre, ¿cómo habría de sentir algo parecido al amor por él? – al levantar la vista, mostró una mirada muy dura, que hizo retroceder al Jedi y de paso recordarle la que hacía unos días había visto en su amigo.

- Entonces...

- No, no, no sé qué pasó, sólo recuerdo que estaba ganando terreno, se abalanzó sobre mí, yo no quería..., en eso recordé a mi madre, lo que había visto por años, y, la rabia brotó de mi ser y... lo maté.

Kenobi reconoció en esas palabras la mentalidad de un Sith, se llevó la mano a la cintura en busca de la espada láser, pero vio como ésta volaba hacia el extremo opuesto de la habitación.

- Veo que no cumpliste tu promesa – le dijo de manera natural a la chica, que lo miraba.

- No puedo permitir que lo hagas antes de que acabe mi relato – lo miró a los ojos y luego emitió un suspiro y bajó la mirada – Luego que ocurrió ésto, supuse que Darth Tyranus, uno de los compinches de mi padre, podría arremeter contra mí al enterarse de que lo había asesinado – lo miró cuando escuchó que él comenzaba a hablarle.

- Eso habría sido imposible, Anakyn lo mató antes de que tú y tu padre se enfrentaran – lo dijo con total naturalidad – Además, para ese entonces Dooku, o Tyranus, como lo conociste, tenía como Aprendiz a un androide, el General Grievous. Y me parece extraño que el Aprendiz de tu padre lo fuera también de Sidius.

- Bueno, Sidius jamás conoció en persona a mi padre. Darth Maul tenía sus propios planes, por ello cedió ante la petición del Emperador por intermedio de Dooku y dejó el entrenamiento de su Aprendiz al Lord de los Siths. El que ambos tuvieran el mismo nombre era una forma de defensa para mi padre – como recordando algo que le había llamado la atención del comentario de Kenobi, lo miró extrañada – Vaya, pues entonces Ani debió alcanzar su sueño a plenitud, decía que quería ser un gran Jedi – lo dijo con gran admiración, pero al ver que Kenobi se ponía triste prosiguió con el relato – Bueno, tomé la nave de Maul y como estaba tan nerviosa la puse en automático. Me llevó a Coursant, en donde, desde que bajé, sentí la energía de Ani. Era de noche. Como no tenía un vehículo terrestre, comencé a caminar, de vez en cuando hice el recorrido saltando entre los edificios. Estaba al frente de la cede de la República, cuando sentí una energía extraña. Me asusté e intenté saltar hacia el edificio más cercano, cuando... – bajó la mirada – choqué bruscamente con el cuerpo de Windu.

- ¿Estaba consciente?

- Al chocar sí, pero cuando caímos, le pregunté quién era, qué había pasado, y..., se desvaneció – Kenobi la observaba atentamente – Cuando curaba sus heridas, apareció un clon que al verlo inconsciente me preguntó si estaba muerto, le dije que no e intentó dispararle, pero lo persuadí de lo contrario – se miraron y sonrieron al comprender que ambos captaban la idea del otro – Si, esa es otra habilidad.

- Pero no es tan extraordinaria. Yo también puedo hacerlo – sonrió satisfecho – Muchas veces me he valido de esa habilidad para salir con éxito.

- Con la diferencia de que yo puedo aplicarla incluso en mentes fuertes como la de Yoda o el Emperador – la sonrisa de Kenobi se tornó en un gesto de respeto – Ya había logrado convencerlo, cuando apareció otro que me disparó en el brazo, al cual, instintivamente, partí en dos con mi espada... Apareció un tercero que me lanzó un rayo paralizante. No me durmió, así que estaba intentando moverme cuando un rayo de energía lo mató. Alcé la vista y vi una mujer muy hermosa frente a mí. Era Padmé – sus ojos brillaron con dulzura al recordar a la mujer – Le conté con dificultad lo que había ocurrido. Me dijo quién era el hombre al que había rescatado y... me prometió, antes de desmayarme, que nos pondría a salvo.

- Ya veo… - bajó la mirada en actitud reflexiva.

- Lo referente a usted, ya se lo conté antes… Eso es todo, Maestro, saque sus propias conclusiones…

Kenobi tenía muchas dudas más, pero creyó prudente no formularlas. Alzó la mirada, y en silencio, la miró fijamente. No, no podía percibir maldad en ella.

- Bueno, ahora le entregaré su sable, para que haga su trabajo – a estas palabras le siguió el reencuentro entre el arma y su dueño.

- Esa decisión debe tomarla el Concejo en pleno…

- ¿Pero qué opina usted? – la joven le miró con sus ojos miel suplicantes.

- Yo... no detecto maldad en ti, al menos no tanta como para hacerme daño – le sonrió – pero creo que, como dice Yoda, eres una buena aliada en estos momentos, contra el Imperio, o una temible enemiga, si no recibes el entrenamiento adecuado y te desvías por el Lado Oscuro.

- Lo sé. Por ello deseo pedirle un favor – el Jedi la miró intrigado – Obi-Wan, entréname para ser Jedi… Deseo ser tu Padawan.

Por un instante, la voz de Mel se repitió en su cerebro, se modificó, se volvió casi metálica, se transformó en la de Skywalker y luego, en la quejosa voz de Vader. Como en un sueño, Kenobi se levantó, la miró como se mira a un bicho repugnante y salió corriendo a toda velocidad.

- ¿Obi-Wan? ¡REGRESE! – la muchacha se levantó y lo siguió – Ay, Dios mío, qué hice… – sus ojos se humedecieron involuntariamente – Lo herí sin querer.

҈…..҈

Corrió y corrió, y mientras lo hacía sentía que regresaba a su planeta de origen, al momento en que lo identificaron, que llegó al Templo, que conoció a sus Maestros... sentía que el corazón y el cerebro le estallaban. Se detuvo y se apoyó en una de las barandas de la estación.

De lejos, una grácil figura que lo había estado siguiendo se detuvo también y lo observó con atención. Mel bajó la mirada comprendiendo el dolor que había despertado sin querer, cuando algo duro tocó su brazo. Alzó la mirada instintivamente. No vio a nadie, pero el golpecito se repitió, así es que bajó la vista y abrió los ojos sorprendida al ver a la criatura que estaba erguida a su costado.

- Dejemos que un instante medite. Sígueme, que mucho de qué hablar tenemos – Mel siguió a Yoda sin emitir un sólo comentario.

҈…..҈

La Sala de Conferencias le pareció muy sofisticada, tomando en consideración que Tatooine y Dantooine eran sistemas pobres. Notó que Windu la miraba con desconfianza. Ya deben haberle contado todo sobre mi origen, pensó, pero prefirió esperar que él le hablase.

Yoda se le antojaba como un ser místico y casi infantil, pero su conocimiento de la Fuerza y su habilidad para manipularla le indicaban que era el más poderoso de los Jedis. Estaba observándolo discretamente cuando Windu se encargó de cortar el silencio existente en la sala.

- Te agradezco mucho el que me ayudaras. Sin ti no estaría aquí ahora.

- Comienzo a arrepentirme – su comentario estaba dirigido a sus pensamientos del momento y no a la frase emitida por Windu.

- ¿De haberme salvado? – Windu comprendió lo que ocurría y lo dijo con benevolencia, acompañando sus palabras con una sonrisa paternal.

- Oh no – Mel despertó de su sueño, mejor dicho, pesadilla – no me refería a eso, sino a que tenía la intención de ayudar a Obi y no pude, al contrario, involuntariamente lo he herido más…

- ¿Obi?, jum, veo que un profeta soy – Yoda le dirigió un guiño de complicidad a Organa, al cual éste respondió con una sonrisa.

- ¿Eh? No, no es lo que se están imaginando, él sigue al pie de la letra el Código Jedi y...

Se calló al sentir que Obi-Wan se acercaba por el pasadizo. Él entró, hizo una reverencia y sin percatarse de la figura que estaba sentada frente a su lugar, probablemente porque seguía turbado por lo que acababa de vivir, se sentó.

- Acabo de terminar el interrogatorio a Mel-Anie. Se mostró dispuesta y me contó todo lo que deseábamos saber – como si deseara que las cosas se sucedieran rápidamente, lanzó la frase sin meditarla – Es una Sith, fue entrenada por el Maestro del Sith que asesinó a mi Maestro.

Probablemente habría replicado como la vez en la que pensó que era una loca, pero Mel prefirió callar cuando escuchó que el Jedi al que el Aprendiz de su padre había matado era el Maestro de Kenobi. Comprendió al instante la raíz de sus temores.

- Hum, creí que llegarías diciendo Mel solamente – Yoda mostró una gesticulación de complicidad que Kenobi no pudo descifrar.

- Sea como sea – dijo luego de unos segundos de turbación – creo que lo mejor para nosotros es que sea eliminada.

- Eso debe decidirlo el Concejo, Maestro Kenobi – su insolente sugerencia provocó que Kenobi al fin se percatara de su presencia.

- Y el Concejo está integrado por Jedis, entre los que me incluyo, señorita – Mel sintió que las palabras de Kenobi tenían algo de rencor al ser pronunciadas – Maestro Yoda, cumplí mi misión, creo que es mejor que parta a Tatooine, aún no me he instalado. Y mientras más tiempo pase en el espacio más pongo en peligro su existencia y la mía. Nos están buscando en varios sistemas.

- Hum, ¿qué sugieres Windu? – Yoda no hizo caso del comentario de Kenobi y simplemente se dirigió a su igual.

- Yo creo – por una extraña razón, Windu sintió la necesidad de mirar a Mel a los ojos. Cuando lo hizo, sintió que una idea comenzaba a cuajarse en su cerebro, una idea no personal, mas bien adquirida o… suministrada – Creo, que merece una oportunidad como cualquier otra natural. Debería ser entrenada.

- ¿Cómo? – Kenobi miró a Mel y ella bajó la mirada como para evitar que la descubriera – Es muy vieja, no sabemos nada de su pasado, tiene poderes particulares mayores a los nuestros, ¡PUEDE INFLUIR EN CUALQUIER MENTE! – su voz denotaba desesperación – Es aún más peligrosa que Anakyn, nos podría hacer daño, ¿no lo ven?

- Yo pienso igual que Windu – Yoda terminó de despanzurrar la poca confianza de Kenobi – Mel, ¿entrenada por nosotros quieres ser?

- Maestro, yo sólo quiero cumplir con lo que ustedes me indiquen. Nada me haría más feliz que contribuir en algo para lograr el sueño de Padmé… Si es su voluntad, asígnenme un Maestro, tal vez uno que no conozca para que todo sea formalmente – Mel miró a Yoda y a Windu por separado, cuidando de no toparse con la mirada desconcertada de Kenobi.

- Bien, en ese caso, tu Maestro será...

҈…..҈

Por más esfuerzos que hizo, no logró sacarle la más mínima respuesta. Sentada a su lado, en la nave, Mel pensaba si habría sido una buena idea o no el influir en Windu y lograr su entrenamiento.

- Veo con pesar que no está contento con mi nominación – al ver que no le iba a responder, bajó la mirada – Lo siento, pero fue una orden superior.

- ¿Orden superior? – Kenobi se alteró marcadamente – Hizo trampa Giure, influenció en Windu de manera deshonesta.

- Que lástima que no confíe en la persona que salvó a un Jedi de morir arriesgando su propia vida…

- Bah, un Sith lo habría hecho para despistar y una Darth Jedi creo que sabría actuar mejor por su vasto conocimiento de la Fuerza – su alteración era evidente.

- No me siento feliz siendo lo que soy, Kenobi – miró por la ventanilla de la nave – Definitivamente Padmé, me mentiste, este hombre no ve mas allá de sus narices. Es muy arrogante.

- Por favor, a mí no me convences con esas tácticas – Kenobi ni se dignó a mirarla, hasta que escuchó la plática entre las dos mujeres.

- Está lleno de temores, quería mucho a Ani, entiéndelo – la voz de Padmé era perceptible sólo para Mel.

- Pero tiene en mí la mejor oportunidad de recuperarlo y no me tiene fe – Kenobi sonreía incrédulo a la vez que dirigía con destreza su nave.

- Entonces dile que Qui-Gon desea que te entrene, de la misma forma que le prometió hacerlo con Anakyn.

- ¿Qui-Gon Jinn? Por favor, dirá que le hablo de él porque oí ese nombre de su boca – la mano de Kenobi tembló al escuchar el nombre.

- Háblale sobre Jar Jar Binns y el ataque a Naboo – la voz sonaba cada vez más desesperada.

- Hasta dónde llegará esta farsa… – Kenobi comenzaba a interesarse, aunque no lo quiso aceptar.

- No confía en mí, Padmé, jamás lo hará – lanzó un suspiro lastimero – No lo entiendo.

- Mel debes ayudarme, si no haces que él tenga deseos de volver a entrenar no lo hará con mi hijo y no salvaremos a Ani.

- Luke y Leia llevan en sus venas la sangre de mi hermano, no será necesario entrenarlos – al escuchar esos nombres, Kenobi se decidió por fin a mostrar su interés – Y en el peor de los casos lo haré yo, no te preocupes. Llegados a Tatooine lo buscaremos las dos y comenzaré con su entrenamiento.

- ¿Quién te habló sobre los bebés? – Kenobi la miraba asombrado.

- Padmé, creo que ya se lo referí, pero no me creyó – bajó la mirada resentida.

- ¿Y te ha contado toda la historia? – preguntó luego de observar en silencio el vasto océano estelar.

- No, me dijo que lo haría usted en su momento – lo miró entre temerosa y decidida. El resentimiento comenzaba a esfumarse.

- Pues... creo que ha llegado… – dijo por fin luego de un largo suspiro salido desde el fondo de su ser.

҈…..҈

Luego de contarle todo, permanecieron en silencio largo rato, ambos mirando hacia el espacio. Ella no sabía qué hacer, si seguir callada o decir algo reconfortante. Afortunadamente, el Jedi rompió el hielo.

- Supongo, que tú y Padmé me odian por todo lo que pasó – la miraba, ya con mayor confianza.

- No, usted cumplió con su deber, respetó el Código y la voluntad de sus Maestros. Fue un auténtico Jedi, y aunque tuvo que ir en contra de sus principios personales, sobre todo el de la amistad, sepa que creo y sé que actuó correctamente. No tengo razones para reprochar su actitud, Maestro. Hubiera hecho lo mismo en su lugar.

- Veo que has cambiado de opinión en corto tiempo… Cuando nos conocimos dijiste que yo tenía la culpa de todo, en especial de la pérdida de Anakyn en el Lado Oscuro…

- Me equivoqué – Kenobi la miró intrigado – Sólo de una parte – él sonrió como agradeciendo el cumplido – Creo que su único error fue el no notar que Ani estaba enamorado y que su facultad para ver el futuro se había acrecentado. Pero aún lo podemos salvar, tenga fe en la Fuerza.

- Sí, la tengo. Luke lo hará, estoy seguro que podrá lograrlo – Kenobi lo dijo con una voz cansada.

- No si usted no me entrena…

- Una cosa no tiene que ver con la otra, Mel, estamos hablando de cosas tan distintas como el agua y el aceite.

- Usted y yo nos parecemos en algo – Kenobi frunció el ceño – Después de nuestras respectivas desgracias quedamos traumatizados. Usted teme entrenar a alguien y que se repita el fracaso, y yo temo usar la espada láser. Si me entrena venceremos nuestros temores.

- Eres más fuerte que yo, en un instante de desesperación me matarías – el General comenzaba a convencerse a sí mismo de que debía aceptar la propuesta, ya que ella podría influenciarlo de cualquier modo a tomar una decisión positiva.

- Aún no manejo todos mis poderes perfectamente. Ayúdame, Obi, sola no podré. Creo – su voz se tornó seria – que puedo devolverte a tu Padawan.

- Ya lo intenté una vez, a ti no te recuerda…

- Pero yo tengo de mi lado a alguien que él ama – lo miró a los ojos sin rastro de malicia. Obi-Wan comprendió a la perfección – Casi podría jurárselo... El amor de Anakyn Skywalker por la Senadora de Naboo... será su salvación – se miraron convencidos que era lo correcto y luego fijaron la vista en el ojo de Tatooine, que iba creciendo.