Zelda, princesa de Hyrule, ¿Quién diría que esa adorable niña con ojos azules y cabellos castaños lloraría de esa manera? Ella iba corriendo desesperadamente por los enormes corredores del castillo en el que vivía, quería que alguien le diera conforte, sea su padre o madre preferiblemente, no estaban, se encontraban fuera del reino por lo que buscaba a su tutor, Perícleo, pero nada, fue corriendo hasta el patio del castillo, donde, sin darse cuenta, chocó contra una persona, la pequeña de seis años casi cae al suelo, pero es salvada por el hombre con el que se tropezó, este tenía una capucha puesta, impidiendo ver su cara, pero de ella, del lado derecho de su cara, había un ojo de color rojo que brillaba opacamente, el hombre soltó a la niña y asustada de su imponente aspecto, fuerte y alto, además de misterioso, se asustó.

–¿Q-quién eres?– Preguntó nerviosa la pequeña Zelda.

–¿Por qué lloras, Zelda?– La pregunta del hombre hizo que la niña se extrañara de saber que aquél hombre sabía su nombre, aunque no fuese sorpresa, ya que era princesa del reino.

–¿Cómo sabes mi nombre?– Preguntó curiosa la pequeña con el dedo índice colocado sobre sus labios.

–No te pregunté eso… Te pregunto ¿Por qué llora la hija de Nayru?– La niña inclinó la cabeza a un lado, ya que el nombre de su madre no era ese a su entender.

–Mi mami no se llama…– La pequeña fue interrumpida por las risas del hombre, quién se inclinó a su altura, tomó su mano derecha y puso su dedo sobre una marca de nacimiento en forma de tres triángulos que ella tenía.

–Te llamo hija de Nayru, la sabiduría, así como le hablaría al hijo de Din, o al de Farore, este pequeño triángulo que tienes en la mano, hará que algún día tú y ciertas personas se conozcan.– Le dijo, la niña lo escuchaba con mucha atención.

–Dígame señor ¿Usted es un fantasma?– Preguntó de repente la pequeña fijándose en ese ojo brillante del hombre, recibiendo la risa de este.

–Sí, yo sólo soy un hombre muy viejo, que se murió hace muchos años, pero no soy malo.– El hombre ahora tenía a la niña sentada sobre sus piernas, jugueteando con todos los colgajos que desprendían de su capa.

–Si no eres malo ¿Por qué no descansas en paz?– La niña, aunque con seis años de edad, tenía una inteligencia increíble, cosa que el hombre notó, y le recordó a alguien.

–Porque estoy esperando a alguien…– Le susurró al oído, cosa que la niña asintió de manera como si estuviera guardando un enorme secreto.

–¿A quién?– Le respondió susurrando.

–Estoy esperando a mi nieto…– Le dijo el hombre colocando su dedo índice sobre sus labios, como si quisiera que la niña guardara el secreto.

–¿No lo visitas?– Preguntó Zelda curiosa.

–No, no puedo.– El hombre parecía estar algo triste ahora, sin embargo, la niña le traía recuerdos, recuerdos de alguien a quien había conocido, eso lo hacía feliz, recordar a su vieja amiga.

–¿Por qué?– Zelda preguntó de nuevo con los ojos atentos en el del hombre.

–Porque aún no es tiempo de que me conozca.– El misterioso hombre bajó a la niña de sus piernas, se paró recto y se quitó la capucha que ocultaba su cara.

Aquél hombre tenía un ojo rojo, el otro azul, el pero rubio con muchas canas cubriéndolo y una barba dorada que era algo larga, la niña sintió conocer a aquél hombre, y lo picó en l a pierna para llamar su atención.

–¿Si?– Preguntó el hombre agachándose nuevamente a la altura de la pequeña.

–¿Cómo te llamas?– Preguntó con curiosidad, el hombre le sonrió.

–Me llamo Link.– Respondió.

–Link… ¡Nunca lo olvidaré!– Le dijo Zelda animada dándole un abrazo que este recibió alegremente.

–No, no lo harás.– Respondió el hombre riendo.

Se paró recto y comenzó a caminar hacia el arco que llevaba fuera del patio, Zelda al darse cuenta de esto se le colgó de la pierna y preguntó.

–¿Ya te vas?– Ella quería que se quedara, sin embargo el hombre la tomó en sus brazos y dándole un abrazo le dio la respuesta.

–Nunca estaré lejos, lo prometo.–

–¿Quieres ser mi amigo?– La pregunta de la niña hizo que aquél hombre sonriera, dejándola en el suelo de nuevo se encamino a la salida.

–Sí, siempre lo hemos sido, Zelda.–

Así se despidió alzando la mano, y sin que la niña se diese cuenta, fue desapareciendo, para convertirse al final, en un lobo de pelajes dorados, corriendo ante el crepúsculo del día, simplemente pensó.

–No te preocupes, nos volveremos a encontrar…–