Titulo: Juegos de seducción
Autor: Nizei.
Descargo de propiedad: Hetalia le pertenece a Himaruya.
Personajes: USA, UK, Prusia, Alemania, Bélgica.
Parejas: PrUs | UkUs | Germancest | Alemania x Bélgica
Género: Romance, traición, angost.
Rating: NC-17
Advertencias: Escenas sexuales explícitas, incesto, palabrotas (si son grandes o no, eso no lo sé).
Resumen: Cansado de que Arthur lo rechace por considerarle un crío, Alfred busca ayuda en Gilbert para que le enseñe como ser un amante perfecto. Pero seguir el plan no es tan sencillo como se veía en el papel, y las cosas pronto podrían escapársele de las manos.
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JUEGOS DE SEDUCCIÓN
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CAP I: Las mentiras.
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La sala de conferencias del quinto piso del edificio Eisenhower era el lugar donde se llevaba a cabo la primera reunión, de las dos programadas, para el treinta de abril en la ciudad de Washington. El salón elegido era una delicia: Tenía un techo alto, enormes arañas de cristal colgantes para una iluminación teatral, coloridos tapices, muebles hechos en fina caoba tallada a mano y cómodos asientos de cuero marrón oscuro. Un ambiente cálido y familiar, antiguo, que reconfortaba. Lástima que salvo él, nadie en la habitación sea merecedor de tanta elegancia. Después de minutos analizando la arquitectura y decoración del lugar, regresó a la enorme pantalla de proyección, y pasando de largo las diapositivas su mirada carmín se fijó en el expositor. Los Estados Unidos de América era un imbécil redomado, de aquello no tenía una duda; pero el chico, sin saber, le ayudaba a entretenerse. A distraer la vista. Por llamarlo de alguna manera.
Gilbert Beilschmidt conservaba su típica sonrisa sardónica en la boca, espalda recta y mentón en alto. Todavía cuando llevaba soportando por aproximadamente hora y media la siempre insulsa discusión entre naciones —en cuyos encuentros mundiales él contaba más bien como un apuesto anfitrión de la República Federal de Alemania—, su buen humor seguía intacto. Más ahora que el rubio de lentes anunciaba en voz alta y firme, aunque chillona, la finalización de la reunión.
Corrió una mano por su cabello rubio platinado, peinándolo hacia atrás con los dedos, y acomodó sus gafas de lectura en el puente de su nariz. Enseguida recogió los apuntes desperdigados sobre su sitio en la mesa y los guardó en una carpeta.
Se puso en pie, empujando la silla a un lado. Una mano apretó su hombro suavemente.
—Nos vamos.
Oh esa voz, esa voz. Esa voz grave y profunda. La sonrisa de Gilbert se amplió y giró para tener cara a cara a su hermano pequeño.
—Voy justo tras de ti, Alemania —le aseguró.
Ludwig le correspondió la sonrisa, o bueno, intentó hacerlo; y tal como dijo, siguió al hombre por los pasillos y recibidores de la edificación.
Su caminar elegante atraía miradas, y aquello no hacía más que ensalzar su, de por sí, gran ego. Lucía genial en traje, ¡vaya novedad! Gilbert no habló durante el tiempo que permanecieron en el ascensor, prefirió ocupar su tiempo viendo su reflejo en la superficie de acero reflejante del interior. Ignorando olímpicamente a las personas a su alrededor, incluido su hermano. Y no fue sino hasta luego que las puertas de la máquina se abrieron, que Ludwig carraspeó. Pidiendo por su atención.
—Hoy te la has pasado entretenido con los Estados Unidos. No sabía que te agradaba Alfred.
—No lo hace —le contrapuso con acento monótono—. Y soy yo quien no sabía que tú me prestabas tanta atención durante las reuniones. Espiar a las personas… —Gilbert soltó una risita traviesa—. Es poco ético hermanito.
Ludwig bufó dando el asunto por cerrado, y continuaron andando, ahora en silencio.
Salieron del imponente edificio gubernamental y bajaron las escaleras del ingreso, llegando a un atrio enrejado, con jardines de césped podado en ambos lados; donde los esperaba una fila de Mercedes-Benz de un negro brillante, estacionados en diagonal y con sus respectivos choferes perfectamente uniformados. Los hermanos se acercaron al ejemplar más cercano, y el chofer, parado a un costado del reluciente vehículo, se inclinó ligeramente a modo de saludo y les abrió la puerta trasera.
Gilbert silbó, impresionado, ese Jones sí que sabía como tratar a sus invitados. O mejor dicho, sí que sabía como tratarlo a él… Los otros tíos eran todos unos gilipollas que no merecían ni un triciclo con canastilla de movilidad. Sonriente, se detuvo e hizo una reverencia exagerada.
—Las damas primero.
El alemán levantó una ceja, y conteniendo las ganas de rodar los ojos ingresó al auto, seguido muy de cerca por Gilbert. El conductor subió al volante y se abrochó el cinturón de seguridad, a continuación preguntó, con su voz lánguida y pausada: —¿Al hotel señores?
—Por favor —solicitó Ludwig, amablemente.
Un rugido de motor y el carro inició su marcha.
Gilbert enfocó sus ojos carmín en la ventana, veía las calles de Washington sin mirarlas. Él solo quería llegar de una buena vez al hotel de muchas estrellas que Alfred había pagado y encerrarse en la suite, prácticamente llevaba todo el día deseando hacer eso; las conferencias mundiales eran una molestia. Lo venían siendo de ahora a montón de años atrás.
—Prusia. —Decidió llamar a su hermano después de varios minutos de duda, y la penetrante mirada de Gilbert se centró en él. De pronto ya no se sentía tan seguro de sí mismo—. ¿Nuestra nación tiene algún pendiente con los Estados Unidos?
—No dentro de la información que manejo —le respondió cortante, obvia extrañeza filtrándose en los hilos de su voz. ¿Nuestra nación? ¿De cuándo acá Ludwig se refería a Alemania como "nuestra"? ¿Qué hacía preguntándole temas de Estado? ¿Y qué diantres tenía que ver los Estados Unidos?
—¿Entonces a qué se debió toda la atención de esta mañana? —preguntó sin rodeos. Por fin.
Gilbert pudo haberse carcajeado en cara de Alemania, pero tenían compañía, además una parte de él se sentía demasiado halagado como para burlarse del chico.
—No sé a qué se refiere Alemania —musitó,regresando su vista a la ventana—. No les molesta que fume, ¿verdad? —Realmente no esperó respuesta. Sacó un cigarro del bolsillo interior de su traje y lo encendió, y luego de bajar completamente la ventanilla del automóvil le dio una honda calada.
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Cuando estuvieron frente a la puerta correspondiente al número de su habitación de hotel, el rubio platinado deslizó la tarjeta magnética por la ranura del dispositivo; y una vez que la representación de Alemania y él mismo cruzaron el umbral, la cerró suavemente.
Ludwig se quitó el saco y lo lanzó.
Gilbert siguió con la mirada los movimientos de su hermano pequeño, incluida la trayectoria del saco que fue a parar sobre una de las dos camas de la habitación. Se sonrió a sí mismo. Solicitaban al hotel una habitación doble con vista a avenida para todas las conferencias mundiales que se realizaban en país extranjero… Y siempre terminaban usando una sola cama, o a veces ninguna. Lamentablemente la pantalla de los hermanos inseparables era necesaria aún.
Pero hoy cambiaría ese detalle. Hoy le pediría a Ludwig que hiciera un esfuerzo por él. Por ambos.
—Tengo algo importante que contarte Gil.
Vagamente escuchó a Ludwig decir algo; no prestó demasiada atención al qué. Su pensamiento era más fuerte que la voz gruesa del rubio. Tan intenso, que bloqueaba su mente a cualquier percepción sensorial ajena.
"Al fin. Al fin sin naciones, al fin sin choferes, al fin sin cámaras…"
—Al fin solos. —completó en voz alta.
Y sin más acorraló a su hermano contra la pared y le besó. Un beso hambriento, necesitado, que fue correspondido con igual o mayor pasión. Tomó a Ludwig por la nuca, empujándole un poco más, y el chico abrió su boca en una muda invitación, que Gilbert entendió y aprovechó, introduciendo su tibia lengua con la firme intención de acariciar cada rincón con ella.
Prusia apartó su boca después de minutos enteros de reconocimiento. Sus ojos relampaguearon con lujuria ante la visión de un Ludwig agitado, ardiente y suspirante justo frente a él y a su disposición. Y sin esperar un segundo volvió a besarlo, esta vez con mayor vehemencia, tanta, que por momentos olvidaba respirar.
—Uhm —suspiró entremedio del beso; llevó sus manos hasta el rostro sonrojado de Ludwig, pasó un par de dedos por la mejilla caliente, separándose apenas—. ¡Dios, cómo me encantas! ¿Sabes todo el esfuerzo que hago para no mirarte durante las reuniones? —Soltó las palabras prácticamente sobre los labios de Ludwig, aspirando su mismo aire—. Me merezco un premio. ¿Tú que dices?
Coló una de sus piernas entre las de Ludwig, sobándole tentativamente con movimientos pausados y suaves. Gilbert empezó acariciando los hombros y brazos, poco a poco bajó sus largas manos por los costados del cuerpo fornido, hasta que llegó a los muslos y los sujetó con firmeza, instando a Ludwig a envolver las piernas alrededor de su cintura. Juntó los labios nuevamente. Empujó contra el muro, presionando con su peso a su hermano, sumergiéndolo en una deliciosa sensación de asfixia.
—Gil. —Cogió los cabellos platinados entres sus dedos y los jaló, cortando el beso—. Es-escucha.
—Lutz —gimió el mote cariñoso—, me dejas ir arriba. Prometo ser amable —casi suplicó. Descendió sus labios hacia el cuello blanco del rubio y sus manos hacia el trasero, oprimiendo de vez en vez, en su labor de adaptar sus manos a las curvas del cuerpo que apretaba. Masajeó fuertemente, como si quisiera atravesar la tela del pantalón y tocar su fresca piel. De hecho, un par de dedos consiguieron su propósito y se deslizaron al interior de la prenda, tentando justo entre sus nalgas, en una caricia que si bien era terriblemente perturbadora, hacía jadear a Ludwig de lo bueno que se sentía.
—Ten-go ¡Oh Dios! Mmm —gimoteó—. Tengo algo importante que decirte.
—¿Y eso no puede esperar a que terminemos con esto? —Gilbert señaló con la mirada en dirección a su cadera, la evidente excitación se manifestaba en el abultamiento de sus pantalones.
Alemania miró la hora en su reloj de pulsera.
—No, no puede.
—¡No seas aguafiestas! La segunda reunión es hasta las cinco. —insistió.Hizo un mohín adorable, de esos que lograban convencer al alemán sin importar qué.
—Prusia —llamó en tono de advertencia. Ludwig utilizó toda su fuerza de voluntad, que no era poca, para apartarse del hombre—. Yo… acordé almorzar con Bélgica a la una en un restaurante cercano, y le dije que vendrías conmigo.
Gilbert se alejó, como si de pronto el simple roce le quemara la piel.
—Así que era eso.
Le dio la espalda. Y rió. Rió porque no sabía que otra cosa podría hacer.
—Por favor no hagas esto más complicado —pidió en un susurro.
—¡Complicado una mierda! —le gritó colérico. Molesto. Ofendido—. ¿De verdad crees que me voy a sentar a ver como ella te lleva la comida a la boca? ¡Paso!
—Debes entender-
—NO. ¡No entiendo! —Se giró, mirándole a los ojos—. Comprendo que prefieras mantener nuestra relación en secreto, que no estés… listo para admitir públicamente tu homosexualidad, o peor aún, admitir públicamente que te pone tu hermano. —Hubo una larga pausa—. ¿Pero una chica Ludwig? ¿Una chica? Te estás engañando a ti, estás engañando a esa chica… Esa chica que sí puede tomar tu mano y besarte frente a todo mundo, esa que no debe elegir una persona diferente en cada reunión para distraer su atención de ti. ¡Llevas tres putos meses con ella y ya te la follaste! Hacen una pareja perfecta… Pues bien, yo estoy harto de esto. Soy demasiado bueno hermanito. —Le picó el pecho, haciendo énfasis—. Soy demasiado bueno para aceptar ser plato de segunda mesa. Así que decide. Es ella o yo.
Ludwig bajó la cabeza, incapaz de decir palabra alguna.
—Me largo de aquí —anunció. Sin embargo antes que pudiera pegar la media vuelta para rescatar el poco de orgullo que le quedaba, Ludwig le detuvo, asiéndolo por el brazo. No con la bastante fuerza. Gilbert podía adivinar los pensamientos de su hermano pequeño según su comportamiento. Y en ese preciso momento se sentía culpable, su toque era como un ruego. Pero él estaba cansado de ceder, completamente agotado de la situación. Su amor propio había sido herido por la única nación que le importó desde siempre.
—Espera Gilbert. ¿Adónde vas?
—Respuesta incorrecta —ironizó con una falsísima sonrisa en el rostro. Inmediatamente se zafó del agarre y caminó rápidamente a la salida—. Voy a montarme un trío con Antonio y Francis.
—GILBERT.
La respuesta que recibió fue el sonido de una puerta azotada.
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El par de hombres conversaba en una mesa del comedor del hotel, habían salido juntos de la reunión de naciones y por insistencia de los Estados Unidos de América estaban ahí, bebiendo café cargado y té negro acompañado con bollitos dulces. Que en algún momento de la plática terminaron olvidados por los comensales.
—¡Oh vamos Inglaterra! NO puedes estar hablando en serio. —La sonrisa sobrecargada de energía tan común en Alfred F. Jones se deformó a tal punto de convertirse en una mueca entre sorprendida, incrédula y nerviosa. Ni siquiera podía sonreír con propiedad de lo destrozado que estaba.
Arthur nunca accedía a sus invitaciones a cenar, al cine, al teatro, o a su casa. "Por mucho que tengas el cuerpo de un hombre sigues siendo un niño," le decía "no digas que me amas cuando no sabes ni lo que quieres. Madura Alfred." Escuchar por años ese tipo de comentarios no había sido la mitad de doloroso que escuchar de la propia boca de Arthur que estaba interesado en otra nación. Una nación de personalidad y físico diametralmente opuestos a los suyos.
—¿Querías que te diera un por qué? Pues bien ¡ya te lo di! —bramó exasperado, enseguida llevó una mano a su frente y agachó la cabeza—. Ahora sinceramente espero que dejes de insistir con el tema —agregó ya más calmado. Sus mejillas coloreadas de un suave tono rosa.
Alfred nunca pensó que Arthur respondería a su pregunta directamente, cómo imaginarlo si siempre respondía con evasivas… Sin embargo hoy había sido diferente, ¡vaya que sí! El gran Estados Unidos de América estaba estupefacto ante la revelación del inglés. Ahora es cuando descubría qué, a veces, algunas verdades es mejor no saberlas.
—P-p-ero-
—¿Por qué te sorprende tanto? Gilbert tiene muchísimos años entre nosotros, de cierto modo es un personaje intrigante. Él me atrae más de lo normal —informó—, en muchos aspectos.
—En… —El estadounidense tragó con dificultad—. Entiendo Inglaterra. Yo… Trataré no ser más un problema para ti —completó. Las palabras parecieron rasgar su garganta, su sonrisa jovial ocultaba sus verdaderos sentimientos, mientras que el dolor iba in crescendo en su interior. Pero no se daría por vencido, idearía un plan. Los héroes nunca flaqueaban.
—No lo eres —aseguró, y tomándole de la mano,le miró significativamente—. Voy a descansar a mi habitación Alfred. Nos vemos en la segunda reunión.
Arthur dio un último sorbo a su té y se levantó de la silla. Atravesó el comedor hacia la salida, dejando al chico solo con sus pensamientos. Mentirle a Jones estaba mal, pero era algo necesario; además no había forma que averiguase nada. A duras penas saludaba a Gilbert en una que otra reunión, ¿qué era lo peor que podría pasar?…
¡Oh! Inglaterra no tenía ni una idea de lo que su mentira iba a provocar.
Continuará
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Notas de la autora:
¡Hooooola!
Este es una especie de prólogo, en el próximo capítulo empiezan las lecciones. A ver si adivinan qué medida toman Alfred y Gilbert para solucionar sus respectivos problemas de corazón. Ya saben, cualquier crítica, comentario, petición, etc, en un review! :)
