Un saludo a todas las personitas que están leyendo esto! Es la primera historia que me animo a publicar. Para empezar, este fic es Gender Bend, lo cual significa que:

1.- En esta historia, Yuri Katsuki es una chica.

2.- Viktor Nikiforov sigue siendo el sensual ruso que amamos 7w7.

3.- Otros personajes también cambiaron de sexo; ya se darán cuenta conforme avance la historia.

4.- No, no estoy loca. Amo a mi cerdito Yuri, pero este fic nació a partir de un comentario de mi hermano, el cual por cierto me dejó pensando.

5.- RATED: T; cuando incluya escenas lemon les estaré avisando 7w7 (activa modo hentai).

Bueno, espero que les guste:


EL GRAND PRIX FINAL DE LAS LÁGRIMAS

Marzo del 2004.

– ¡El ruso Viktor Nikiforov volvió a obtener el oro en el mundial junior! – exclamó el muchachito de cabellos castaños. A su lado, sus dos amigas se concentraron también en la pantalla del gran televisor, aunque las reacciones en ambas eran completamente distintas.

La mayor observaba la escena con desinterés: el chico ruso era bueno, sí. Y estaba bueno también, con aquel cabello rubio platinado largo. Porque en verdad, a sus quince años, era muy atractivo. Ella tenía trece y… ¿por qué rayos no habían chicos como ése en su escuela secundaria? Los mismos tipos de siempre, algunos demasiado payasos, otros un tanto aburridos… Las mismas caras… Pero era todo. No estaba interesada en el patinaje artístico ni nada por el estilo.

En cambio, la menor abrió enormemente sus castaños ojos: el adolescente en la pantalla era… increíble. Aquella forma de patinar, aquel estilo tan elegante, imponente, majestuoso… ¡Ojalá ella pudiera algún día patinar tan perfectamente como él! Pero aquello era prácticamente imposible, ¿verdad? Las personas como él nacían una en un millón; definitivamente poseían un talento innato. Pero si ella ponía un poco de su parte, quizás en un par de años…

– Pero por supuesto, yo soy mucho más guapo y atractivo… – el muchachito castaño se subió en una de las sillas e intentó una pose de chico de portada de revista.

– Yuko, por favor… – la mayor de sus amigas puso los ojos en blanco.

– Tanaka, ¿por qué eres tan cruel…? ¿Qué tiene Viktor que no tenga yo?

– ¿En serio quieres escucharlo?

– ¡Bah! Solo porque sea ruso no quiere decir que…

Mientras ambos intercambiaban palabras y gestos, la menor de las niñas, de apenas once años, continuaba con los ojos fijos en la pantalla.

Diciembre del 2016.

– ¡También arrasó en el programa libre! Es la quinta victoria para la leyenda viviente de Rusia: ¡VIKTOR NIKIFOROV! Nikiforov está próximo a cumplir veintisiete años, decían que podría retirarse esta temporada. Pero su majestuosa actuación acalló todos los rumores. Continuando con la categoría femenina, Christine Giacometti volvió a estar en el podio. ¡Y esta vez obtuvo el oro! Sin duda alguna es una gran victoria para Suiza. Por otro lado, ¿qué opinas de Yuri Katsuki, clasificada por primera vez en el Grand Prix Final?

– Bueno, hoy no estuvo al nivel…

Sentada en una banca afuera de los vestidores, oigo a través de un parlante a los periodistas deportivos comentar sobre mi pésima actuación. Gente va y viene de un lado a otro, algunos entrenadores, algunos competidores. Es un alivio que nadie se me acerque. Total, ya no tiene sentido. El Grand Prix Final terminó para mí. Subo los gruesos anteojos que han comenzado a deslizarse por mi nariz e intento distraerme revisando las noticias en mi cuenta de Facebook. No me percato que alguien se acerca.

– Yuri, no veas las noticias – comenta con tristeza Celestino, mi entrenador. – Vámonos – añade algo impaciente.

– Aquí dice: "KATSUKI QUEDÓ ÚLTIMA. ¿SE LE ACABÓ LA TEMPORADA?" – comento con desinterés, intentado esconder la vergüenza.

– Yuri… - insiste Celestino.

Me llamo Yuri Katsuki. Soy una de las mejores patinadoras sobre hielo certificadas por la Federación Japonesa de Patinaje y acabo de cumplir veintitrés años. Sé que va a sonar exagerado, pero quedé última en mi primer Grand Prix Final.

Ahora, sí me preguntaran cómo es que logré llegar hasta la final, diría lo siguiente:

"A los dieciocho años me mudé a Estados Unidos para asistir a la Universidad de Detroit, la cual posee un centro de entrenamiento especialista en patinaje artístico sobre hielo, donde conocí a Celestino, mi entrenador, y he entrenado por casi cinco años. Luego, a raíz de la ausencia de la principal representante senior femenina del equipo japonés, quien sufrió un grave accidente, se realizó una competencia y apliqué a ella. Y resulté seleccionada para representar a mi país. ¿Increíble, verdad? Pensé que sería más complicado, pero no. De allí participé en otras dos eliminatorias, y clasifiqué a la final. Supongo que tuve algo de suerte.

Aunque pensándolo bien, no creo que a aquello se le pueda llamar suerte. Porque de la presión tuve atracones de comida. Si no es por Celestino y el estricto régimen de dieta que me impuso, estoy completamente segura de que en estos momentos tendría el aspecto de un cerdito. Nada apropiado para una patinadora.

Pero lo peor fue la triste noticia que recibí de parte de mi familia en Japón hace apenas una semana: mi perrito Vik falleció.

Debido a esto es que estoy física y mentalmente exhausta. Hoy iba a ser mi gran día. Y lo arruiné. Aunque en realidad es mi culpa."

– Ya regreso – levanto la mirada por primera vez desde que he estado sentada y me pongo de pie. Camino lentamente y me alejo de Celestino. Creo que tengo más pena por él que por mí. En estos casi cinco años se ha convertido en un padre para mí. Realmente se ha dedicado a entrenarme con gran esmero. Y yo simplemente no pude satisfacer sus expectativas.

Me dirijo al baño. Noto a alguien recostado en la pared de entrada. Lleva uniforme de buzo. Seguramente se trate de alguna chica, alguna patinadora. Alguien que quedó muy por encima de mí.

Al ingresar lo primero que hago es verme en el espejo. No puedo contener la vergüenza de haber quedado última y llevar como si nada el uniforme oficial de la selección de Japón: pantalón buzo negro y chaqueta turquesa. Mi rostro luce algo desencajado: tengo los ojos hinchados y mi piel está más pálida de lo normal, y sumados al hecho de que todo mi maquillaje se ha corrido y que llevo puestos mis gruesos anteojos que solamente me quito para patinar y dormir, debo tener un aspecto lúgubre, el cual cae perfectamente con mi larga y desaliñada trenza negra que hace apenas un par de horas lucía radiante como parte de mi atuendo de patinaje.

Entro en un cubículo, bajo la tapa del toilet y me siento encima. ¿Y ahora? ¿A quién recurro? ¿Con quién puedo hablar cuando siento que mi mundo se está desmoronando? ¿Puedo confiar en alguien? ¿En quién?

Llamo a casa.

– ¿Ho-hola? ¿Te desperté, mamá? – tiembla mi voz. – Perdona, ¿estabas viendo la tele?

Se forma un pequeño silencio a través de la línea telefónica.

– Tuvimos una visita pública. Tú sabes, los vecinos… – comenta por fin mamá algo preocupada. Y algo triste. Lo noto en su voz.

– ¡No, qué vergüenza! – trato de bromear un poco, fingiendo una tonta risa. Pero ella me conoce muy bien. Y sabe que estoy al borde de las lágrimas.

Tomo aire, inhalo y exhalo varias veces, pero al final no puedo evitarlo. Me decido sincerar con ella:

– Lo siento mamá, metí la pata. Lo arruiné. – Las lágrimas que he estado reteniendo finalmente descienden por mi cara, surcando mis mejillas y cayendo a la altura del mentón. Las dejo fluir y cancelo la llamada. No puedo contenerme más. No… La cabeza me va a estallar, los ojos empiezan a escocerme aún más y… me doy el lujo de sollozar. Como una cría, como si fuera el último día de mi vida. Y estoy segura que muchas personas que se saben a punto de morir no hacen tanto escándalo.

Las lágrimas bañan mi de por sí ya demacrado rostro. Permanezco así por algunos minutos, sentada sobre la tapa del toilet, sintiendo incluso en mis labios el sabor salado de las gotas despedidas por mis congestionados ojos. Supongo que esos feos sonidos guturales que siempre van acompañados al llanto se oyen afuera, porque escucho un ruido. Y de repente, alguien golpea con fuerza la puerta del cubículo. Me seco las lágrimas, acomodo mis anteojos y abro.

Lo primero que ven mis ojos son un par de zapatillas rojas. Levanto la mirada y me cruzo con un pantalón buzo negro y una chaqueta blanca-roja-azul de la selección rusa.

Frente a mí se encuentra la medallista de oro del Grand Prix Final Junior, Yuri Plisetsky. A sus catorce años ya es toda una celebridad. Supongo que sus verdes ojos, su rubio cabello lacio y, en general, todo su aspecto, le favorecen mucho: es bellísima. Sin embargo, el "hada rusa" me mira como si fuera basura. Tiemblo de los nervios.

- Hey, el próximo año estaré en la división senior. No hacen falta dos Yuris. – comenta con desdén, mirándome de pies a cabeza. Acerca su pálido rostro al mío y continúa – ¡Las incompetentes como tú deberían retirarse! ¡PERDEDORAAAA! – escupe sin más y sale del baño. Me quedo estupefacta.

¿Eh? ¿Qué fue eso?

Claro; ahora lo entiendo. Aunque lo dejara, irían apareciendo miles de jóvenes patinadoras con talento.

.

Al día siguiente, después del acostumbrado "Gran Banquete" al cual asisten los competidores de todas las categorías, y en el que por supuesto pasé desapercibida debido a mi falta de tacto para socializar, abandono las instalaciones del Grand Prix Final junto a Celestino. Arrastro con desgano mi maleta de ruedas. No es para menos: aún llevo el uniforme de mi selección.

– ¡KATSUKI! – alguien llama. Volteamos y nos encontramos con un periodista. – ¡No te rindas! ¡Es demasiado pronto para dejarlo! – trata de levantarme los ánimos.

– Aún no he tomado una decisión, no se precipite – me encojo de hombros y respondo sin más. Hay mucha gente a mi alrededor: competidores, entrenadores, periodistas, fanáticos, curiosos… Algunos conversan alegremente, otros se toman fotografías e incluso uno que otro brinda una pequeña entrevista.

– ¿Qué harás cuando en unos meses te gradúes de la universidad? - insiste el periodista.

– Uhmm…

– ¿Seguirás en Detroit?

– Hablaré de eso con el entrenador Celestino – respondo escuetamente.

– Katsuki, quiero saber cómo te sientes…

No quiero pensar en el futuro. Solo quisiera desaparecer por un momento, sentir que mi existencia se desvanece para tener un respiro y…

– ¿Seguirás? ¿Estarás semi retirada? – continúa el periodista.

Sin prestarle atención, observo la calle a través de la pared – cristal. Una mujer lleva un pequeño perro caniche en brazos. "Perdóname, Vik. Siento no haber podido volver antes" es lo primero que se me viene a la mente. Me recuerda a Vik, mi fiel perro, mi gran amigo.

– ¡Yuri! – Una desconocida voz masculina interrumpe mi ensimismamiento.

Levanto la mirada y descubro que se trata del mismísimo Viktor Nikiforov. Pasa por mi lado junto a Yuri Plisetsky, su compañera de equipo. Le está hablando a ella. Ambos llevan el uniforme de la selección rusa.

– Mejora la secuencia de los pasos del programa libre – oigo que le aconseja en inglés.

– Gané. ¿Qué más da? – le responde la rubia adolescente con indiferencia. Se acercan a su entrenador, quien parece regañarles. Lo digo por el tono de su voz; porque esta vez están hablando en ruso y no entiendo ni media palabra.

Los tres me dan la espalda. No puedo evitar fijarme en Viktor: es simplemente… genial. Es alto y esbelto; mide un metro ochenta. Su cabello es color rubio ceniza y corto y lleva flequillo y sus ojos son azules… Me lo sé de memoria. No es para menos: es toda una celebridad. En el mundo del patinaje no hay alguien que no lo conozca. Este año ha ganado por quinta vez consecutiva el Grand Prix Final masculino. Además, es guapísimo. Si tuviera aunque sea una pequeña oportunidad, me gustaría ser…

De repente, Viktor voltea hacia mí y por un instante nuestras miradas se encuentran. Se percata que lo estoy observando fijamente. Tal vez ya se haya dado cuenta hace rato.

"Oh, no"

– ¿Quieres una foto? – se dirige a mí con una sonrisa. La típica sonrisa que siempre muestra a sus fans. – Claro – prosigue guiñándome un ojo e invitándome a que me acerque a él.

¿Eh? Él es Viktor Nikiforov, el pentacampeón…

Y yo soy…

Por unos segundos me bloqueo y no sé qué responder. Finalmente, me doy la vuelta y me alejo del lugar, arrastrando mi maleta.

– Katsuki, ¿no quieres una foto con Viktor? – oigo tras de mí la voz del periodista.

– ¡YURI! – Celestino me llama, probablemente avergonzado por el desaire que le acabo de hacer a Viktor.

Qué humillante. Fui una idiota al creer que podría conocer a mi ídolo en el mismo recinto. Él, el mejor del mundo. Y yo, la última.

Meses después… (Marzo, Detroit).

– ¿QUEEEEEEÉ? ¡¿CÓMO QUE NO IRÁS A TU BAILE DE GRADUACIÓN?! – la joven morena de cabello azabache se exasperaba.

– Ya lo he decidido. Asistiré a la ceremonia, recibiré mi diploma y regresaré a empacar mis cosas – su amiga de gafas revisaba constantemente la pantalla de su móvil para esconder su tristeza y vergüenza. Ya no tenía nada que hacer allí, en Detroit.

– ¡Pero Yuri…! – en vano intentaba hacerla cambiar de opinión. – Oí de Lizzie que incluso el chico del conservatorio te pidió que fueras su pareja de baile. ¿Le hiciste un desplante?

– No voy a ir, Mhichit. Ya compré mi boleto de avión a Japón. Para este fin de semana – se recostó en la cama, mirando los numerosos posters que junto a su compañera de habitación habían colocado para decorar aquel dormitorio. Algunos eran de su ídolo, y otros de la que había sido la banda favorita de su mejor amiga, quien ahora la veía con preocupación.

– ¡Estás por graduarte en unos días! Aquí en América encontrarías fácilmente empleo. Eres muy capaz, tienes buenas calificaciones y…

– En Japón puedo postular a algún puesto. Y si al final no resulta bien, siempre me queda el negocio familiar. Mari estudió Negocios allá, y ahora trabaja con mis padres administrando el hotel.

– Ya lo sé, pero no te has esforzado en vano todos estos años.

– No es en vano, Mhichit – se incorporó de la cama.

– ¿Y el patinaje? – su amiga la miró con tristeza. ¿Había acaso algo que Yuri amara más que el patinaje?

– No lo sé, aún no he tomado una decisión al respecto. Pero de algo sí estoy segura. Te voy a echar de menos – le sonrió apenada, sincerándose con ella.

– Yo también, Yuri… – la morena hizo un pucherito. – Cualquier cosa sabes que cuentas conmigo. Somos amigas, puedes confiar en mí – no pudo evitar darle un fuerte abrazo.

– Lo sé. Gracias por todo.

Listo. Se iba. No había marcha atrás. Finalmente regresaba a Japón, dejando en Detroit recuerdos, sueños…

Días después… (Hasetsu, Kyushu – POV YURI).

Me pregunto qué será de mi vida ahora que regreso a Japón. ¿Qué dirán mis padres? ¿Me verán como un fracaso? ¿Cómo alguien que no consiguió realizar su sueño? Conociéndolos, seguramente me recibirán con los brazos abiertos. "No te preocupes, hija. Sabes que cuentas con nuestro apoyo incondicional. Ya verás que pronto consigues un buen empleo." me animará mamá entrando a mi habitación por la noche para tener una plática "madre-hija". Mari seguro me dirá que la ayude con el negocio. No creo que sea mala idea después de todo, pero…

No es esto lo que en verdad quiero.

Ya son cinco años desde la última vez que vine a Hasetsu, Kyushu. La estación de tren está toda modernizada. Hay muchas personas a mi alrededor, conversan sobre cosas sin importancia como el clima, la clasificación del equipo local de fútbol Sagan Tosu…

De pronto, mi vista se cruza con…Abro enormemente mis ojos y observo perpleja unos gigantescos letreros con mi fotografía, que ponen: "TE APOYAMOS PATINADORA NACIDA EN HASETSU, YURI KATSUKI".

¡¿EHHHHHH?! ¡¿DE QUIÉN FUE LA IDEA DE COLOCARLOS…?!

– ¡YUUUURIIII! – escucho que alguien me llama. Conozco esa voz. Incluso con los años transcurridos, sigue siendo igual de rasposa – ¡¿Por qué tan deprimida?!

Volteo instintivamente; algo nerviosa, algo expectante. Vaya, no me equivocaba. Se trata de él.

– ¡Maestro Minako! – suelto sin más.

– ¡BIENVENIDA TRAS CINCO LARGOS AÑOS! – extiende con gracia un retazo de tela que tiene escrito mi nombre.

– ¿Qué haces aquí? – lo miro extrañada, analizando su delgada figura. No ha engordado ni un solo kilo en todo este tiempo.

– ¡Párate derecha! – no responde a mi pregunta.

Ah, claro. Él sabía perfectamente cuándo iba a volver. Seguro fue idea de mamá.

– Ehh… ¿ésa no es la patinadora Yuri Katsuki, la de la fotografía? Últimamente no oigo nada sobre ella. ¿Qué está haciendo? – empiezan a murmurar las demás personas en la estación.

– ¿Recuerdas que el año pasado perdió la competencia?

– ¿El mundial?

– No, el Grand Prix.

– Pero al mundial tampoco clasificó… – resopla una chica.

Así es. No me bastó con el Grand Prix Final: tampoco pude clasificar al mundial de patinaje sobre hielo. Y en el Cuatro Continentes…

No, no quiero aquello.

Me gradué de la Universidad de Detroit y decidí separarme de Celestino, mi entrenador. No podía seguir siendo una vergüenza para él. Ahora mi futuro es incierto. Por eso decidí volver a casa.

– Quiero tomarme una foto contigo – se acerca de pronto un niño sonriendo. ¿En serio?

– Lo siento, tengo prisa – trato de evadirlo.

– ¡No te cuesta nada! ¡Sé educada! – me regaña el maestro Minako. – ¡Viktor Nikiforov siempre es amable con sus admiradores! – recalca para colmo, como si con aquello pudiera subirme los ánimos. Al final termino tomándome la foto.

– ¡Bien, vamos a saludar a todos! – me arrastra el maestro por la estación. Sí, mi maestro de ballet. Debe tener unos treinta y tantos, pero parece casi de mi edad, con el cabello castaño largo hasta la mitad de su espalda y sujetado en una coleta baja

.

Caminamos por la calle, abordamos un taxi y en unos minutos ya estamos frente a mi casa. Sí; hogar, dulce hogar.

Incluso la fachada luce como siempre. Aunque la han pintado recientemente, hace un par de días diría yo. Probablemente mamá pensó "Yuri va a venir, hay que arreglar un poco". Y tuvo a papá y a Mari metidos en un ajetreo.

– Hola, mamá – es lo único que se ocurre al verla llegar corriendo a la entrada a saludarme. Los años no han pasado en vano. Pero sigue siendo ella, con su cara rellena, sus gruesas gafas y la amplia sonrisa en su rostro.

– ¡Hiroko, traje a Yuri a casa! – le comenta muy orgulloso el maestro Minako.

– ¡Minako, gracias por ir a buscarla! – Así que no me equivoqué; ella se lo pidió. – ¡Yuri, bienvenida! – me saluda al estilo japonés, inclinando el cuerpo hacia adelante. Le devuelvo el saludo, aunque se me hace raro hacerlo. Varios años fuera de Japón han hecho que pierda la costumbre.

– Lamento haberme ido cinco años – bajo la mirada con tristeza.

– No importa, hija. Perdóname más bien por no haber ido a tu graduación – agrega mamá más feliz que triste. – ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer…?

Se le ve realmente emocionada. Si no corro a perderme en sus brazos es porque, de hacerlo, terminaría derrumbándome aquí mismo, sin haber entrado antes a la casa y saludado a los demás.

– Yuri, llevo preguntándome desde la estación… – la interrumpe de golpe el maestro, mirándome de pies a cabeza – ¡¿QUÉ TIENE TU BARRIGA?!

Agh. El momento que estaba evitando a toda costa.

– Pues… – me doy vuelta para que no la vean. ¡Me descubrieron!

– ¡QUÍTATE LA ROPA AHORA! – me dice. – ¡Hiroko, ayúdala! – le ordena a mamá.

– A ver… – responde ella calmadamente, y a pesar de que opongo resistencia, entre los dos se deshacen del cardigan que llevo puesto. Me quedo en camiseta. Mi barriga se suelta sin más y los rollos se perfilan uno sobre otro, adquiriendo el aspecto de un sándwich que resalta aún más gracias a los jeans que siempre uso.

Vergonzoso.

– ¡Vaya, eres igual a tu mamá! – comenta papá, acercándose a saludar.

– Papá…

– ¡TOSHIO, ESTO NO DA RISA! ¡ESA NO ES LA FIGURA ADECUADA PARA UNA PATINADORA! – se exaspera el maestro Minako.

– Siempre engordas con facilidad. ¡Qué remedio! – bromea papá, dándome una palmadita en la cabeza, como en los viejos tiempos. – Come muchos tazones de cerdo esta noche. Son tus favoritos, ¿no?

– Sí, papá – le sonrío en agradecimiento, haciendo un esfuerzo por no quebrarme. – Pero antes de eso… – agrego con nostalgia.

Ingreso a mi casa. Sí; todo a mi alrededor sigue como cuando me fui, incluso la sala y el comedor con tatamis por todo el piso y una mesa para cenas especiales en un rincón. Todo sigue tal cual, salvo por un detalle: han colocado en la sala un pequeño altar en memoria de Vik, mi perrito caniche. Me acerco y rezo una plegaria. "Perdóname, Vik. Hubiese querido despedirme".

– ¡Yuri! – me saluda mi hermana mayor, ingresando a la sala. Ella es la única de la familia que me ha ido a visitar a Detroit en estos años.

– Mari, cuánto tiempo – contesto, finalizando mi oración. – Siento visitar con tanto ajetreo.

– ¡Qué va, mujer! ¡Esta es tu casa! – saca un cigarrillo y lo coloca entre sus labios. – ¿Y hasta cuándo te vas a quedar en Hasetsu? ¿Me ayudarás con el negocio familiar o qué?

– ¿Y esa pregunta? ¿Acaso no puedo quedarme? – respondo algo inquieta.

– No me malinterpretes. ¡Es que estudiaste en la Universidad de Detroit y todo! ¿Qué harás ahora? – enciende el cigarrillo. Le da una calada y exhala el humo por la boca. – Si sigues patinando, apoyaré tu decisión. Sabes que siempre puedes contar conmigo – me sonríe con total sinceridad.

¡En verdad la he extrañado!

– Ehhhh… Creo que necesito tiempo para pensarlo – respondo vacilante.

– Bueno, relájate y date un baño en las aguas termales. No te estreses más. – Se da media vuelta y desaparece de la sala.

Nací y crecí en Hasetsu, Kyushu. Es una ciudad amurallada. Hay un castillo, el cual no tiene base histórica pero contiene una casa de ninjas. Los hoteles termales eran la mayor fuente de ingresos, pero la mayoría cerró y solo queda el de mi familia. Sí, nuestro negocio familiar.

Arrastro mi maleta de ruedas y me dirijo a mi habitación. Todo está como lo dejé. Inclusive mis viejos peluches de osito, un calendario de hace cinco años y mis numerosos pósters de mi ídolo Viktor Nikiforov adornando la pared rosada parecen haberme estado esperando todo este tiempo. Me deshago lentamente de las prendas que traigo puesta, me coloco una gruesa bata blanca y me dirijo a las fuentes termales.

.

Más tarde, ya vestida, irrumpo en la sala. Mamá invitó a cenar al maestro Minako. Están viendo la televisión.

– El ruso Viktor Nikiforov ha quedado primero tras el programa corto del Campeonato Mundial de Patinaje – comentan animados los periodistas, como siempre. – Luego del Grand Prix Final de Sochi, ganó el campeonato de Rusia y el europeo. Sigue en racha. El programa libre empezará a las siete. Todos se fijan en Nikiforov. Será el último en salir… – en la pantalla puedo observar a Viktor ensayar su programa para esta noche: Stay Close To Me. Ya lo ha presentado un par de veces en otros campeonatos.

– Perdón, iré a practicar un poco – aviso a mi familia mientras me sujeto el cabello. Llevo puestas unas leggins deportivas negras, zapatillas y una camiseta manga larga color azul. Espero que no haga mucho frío, no quiero que mis anteojos se empañen.

Salgo de mi casa y troto por las calles.

.

– Disculpen… – irrumpo en mi lugar favorito de Hasetsu.

– Ya cerramos por hoy – me responde el joven que se encuentra de espaldas ordenando unos patines en el estante.

– Yuko, cuánto tiempo sin verte… – agrego con timidez. El joven voltea.

– ¡¿YURI?! ¡NO LO PUEDO CREER! ¡Qué falta de confianza, llámame Yu! – comenta con sorpresa y alegría. Me da un ligero abrazo de bienvenida. – ¿Cuándo llegaste? ¡Podrías haber avisado al menos! ¿Viniste a patinar?

– ¿Puedo aún? Sé que es tarde…

– Prefieres patinar a solas, ¿verdad? Descuida, yo te cubro. Muy rara vez se aparecen por aquí los jefes – me anima con un guiño y una radiante sonrisa. Una sonrisa que no veía hace mucho.

– Gracias – le devuelvo la sonrisa. Elijo un par de patines y me los calzo.

Yuko Nishigori era mi compañero de pista, dos años mayor que yo. Cuando éramos pequeños, era muy bueno patinando. Era mi ídolo, el príncipe del Ice Castle Hasetsu, la pista de patinaje y mi lugar favorito de la ciudad. Sigue siendo muy atractivo, con su cabello castaño corto y sus ojos café. Recuerdo que solía defenderme de Tanaka, una niña también dos años mayor que yo y que me llamaba "gorda" todo el tiempo. Menos mal con el transcurso de los años los tres nos hicimos grandes amigos.

Para cuando yo tenía once años, Viktor Nikiforov, de quince, ya era el mejor del mundo. Y nosotros éramos sus fans. Un día, Yuko nos enseñó una revista en la cual había un reportaje con foto incluida sobre la mascota de Viktor: un hermoso perro caniche. Les pedí a mis padres que me regalasen un caniche para Navidad, y le puse por nombre Vik. Yuko me preguntó si me gustaba mucho Viktor, y me dijo que esperaba algún día verme patinando con él en el Grand Prix Final.

– Quería que vieras esto – me quito los anteojos y se los entrego. – Estuve practicando en Detroit desde que acabaron las competencias. Mírame, por favor.

Deben ser casi las ocho de la noche y Viktor debe estar a punto de salir a la pista. Hoy presentará su programa libre Stay Close To Me y disputará el oro en el Campeonato Mundial. Para él será pan comido.

Me posiciono al centro de la pista. Extiendo los brazos bien alto y levanto la mirada, en son de súplica.

– Ese es… - comenta Yuko con intriga.

Me desplazo con elegancia sobre el hielo. Me pongo de rodillas y quiebro mi cuerpo hacia la derecha. Doy dos volteretas. El programa que pretendo realizar tiene cuatro cuádruples. Aquí viene el primero. Me impulso y formo un lutz cuádruple. Impecable. Continúo con una serie de pasos de ballet clásico, mientras la música de Stay Close To Me resuena en mi cabeza. Balanceo mi cuerpo suavemente de un lado a otro, y mis pies se desplazan ligeramente sobre la fría pista. Al ritmo de la música en mi mente, doy tres volteretas con los brazos extendidos y quiebro mi cuerpo con delicadeza. Un Ina Bauer bien marcado. Bailo, bailo, bailo… El siguiente movimiento es un flip cuádruple. Lo clavo. La canción trata sobre un hombre que le ruega a alguien, tal vez su amada, que permanezca a su lado. Es hermosa.

Sigo moviéndome al son de la música que ya me sé de memoria, girando y bailando como un cisne nadando sobre un lago. De ensueño. Prosigo con una secuencia de pasos y unas piruetas algo complicadas. Dos volteretas más hacia la derecha y mis pies se deslizan con seguridad…, un elegante salto águila… Clavo un salchow cuádruple y me dejo llevar por la melodía. La canción está llegando a su punto máximo y doy tres saltos loop seguidos. Todos precisos. Me envuelvo en la historia de Stay Close To Me y me entrego totalmente a ésta, danzando con pasión por primera vez en mucho tiempo.

"Stammi vicino

Non te ne andaré

Ho paura di perderti…"

Un triple lutz perfecto. Un flip triple. Ahora viene el final: un toe loop cuádruple seguido de uno triple. Clavo todos los saltos. Una pirueta baja combinada para finalizar el programa libre. Me levanto y giro durante varios segundos. Todo se desvanece a mi alrededor. Termino en el centro de la pista, con los brazos extendidos en actitud suplicante, tal como inicié. Tengo el pulso acelerado. Jadeo por el cansancio y el sudor comienza a empapar mi camiseta.

Yuko tiene el rostro… ¿al borde de las lágrimas? ¡¿Está emocionado?! Instintivamente, se frota los ojos.

– ¡INCREÍBLE, YURI! – grita a más no poder, golpeando con fuerza el mostrador cuando me acerco. – ¡Fue una copia perfecta en una versión femenina del número de Viktor! – ríe sonoramente. – Pensaba que estabas deprimida.

– Sí, de hecho lo estaba – asiento ligeramente, algo sonrojada. – Pero me aburrí, ¿sabes? así que empecé a pensar en algo. Necesitaba una inspiración. Quería que de alguna manera volviese a gustarme el patinaje, así que pensé que podía recordar la época en la que copiábamos a Viktor. Yo en verdad todo este tiempo…

– ¡Axel! ¡Lutz! ¡Loop! – me interrumpe exclamando muy sorprendido, y tres pequeñas se asoman debajo del mostrador. – ¿Qué están haciendo aquí? – se dirige a las niñas. – Crecieron mucho desde la última vez – me comenta con una sonrisa, muy orgulloso.

– Sí, ya veo – le sonrío con tristeza a mi amigo.

– ¡Yuri, estás muy gorda!

– ¿Vas a dejarlo?

– ¿Sigues sin novio? – disparan sus preguntas las trillizas mientras me enfocan con la cámara de sus celulares.

– ¡Oigan, niñas, compórtense! Perdona, son muy inquietas – las regaña Yuko a la vez que se disculpa conmigo.

– Son tus admiradoras, Yuri – irrumpe una voz de mujer que no he escuchado en años. - ¡Bienvenida!

– ¡TANAKA! – me sorprendo al instante, volteando hacia la voz. Acaba de llegar y se acerca a saludar. No esperaba verla aquí. Vaya que está muy cambiada. La maternidad le ha sentado de maravilla.

– ¡Mamaaaaaá! – gritan a coro las trillizas.

– ¡Estás más gorda que yo! – comenta riendo Tanaka mientras palmotea mi estómago, como en los viejos tiempos. – Ven a practicar cuando quieras. Siempre contarás con el apoyo de la familia Nishigori – me sonríe y atrae a Yuko hacia sí, rodeando su cintura con un brazo y apoyando su cabeza en su hombro.

En los cinco años que no estuve, intenté ignorar muchas cosas centrándome en el patinaje.

¿Qué necesitaré para seguir patinando por mi cuenta?

.

Al regresar a casa, me entero que Viktor ha ganado el oro en el mundial. No me sorprende; era algo que se veía venir. En la televisión siguen con los reportajes:

– Estamos en San Petersburgo, Rusia, donde Yuri Plisetsky, una estrella emergente, se prepara para dar el salto. Entrenada por Yakov Feltsman, esta chica de quince años se unirá a Nikiforov para alzar a Rusia con dos campeones…

No puedo evitar recordar el "peculiar" encuentro que tuve con ella el año pasado. "Sé paciente. Algún día volverás a patinar en la misma pista que Viktor" me repito una y otra vez. Se ha convertido en una especie de mantra.

Mi teléfono móvil se enciende y suena el ringtone. Contesto al segundo:

– ¿Eh? ¿Tanaka? – pregunto extrañada.

– …

– ¡¿QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEE?!

Corro a mi habitación y desbloqueo mi laptop. Ingreso a la página principal de YouTube y allí está: "YURI KATSUKI INTENTA REALIZAR EL PROGRAMA STAY CLOSE TO ME DE VIKTOR NIKIFOROV". El video dura cuatro minutos. Ha sido subido hace una hora y ya tiene más de cincuenta mil visitas.

– Lo siento, Yuri. Mis hijas lo subieron y se hizo viral – comenta Tanaka algo apenada. Alcanzo a oír la voz de Yuko regañando a las trillizas a lo lejos.

– Ah, si… descuida, no las regañes. No es nada, en serio. Buenas noches – cuelgo sin más fingiendo serenidad. Estoy hecha polvo. ¡Youtube! ¡YOUTUBE! ¡Eso está siendo visto en todo el mundo! ¡TODO EL MUNDO! Aunque lo descuelguen ahora, el video ya ha sido visto por miles de personas en todo el mundo.

¿Bueno, que más puede ocurrir? ¿Que me lleven a la cárcel? ¿Que me secuestren los extraterrestres? ¿El fin del mundo? Me han pasado tantas cosas… Además, muy probablemente deje el patinaje, así que…

– ¡Yuri, ese video se retwiteó por todas partes! – irrumpe de un portazo el maestro Minako en mi habitación.

No hay nada que pueda hacer. Apago mi móvil y me encierro en mi habitación. No quiero salir, no estoy para nadie.

.

Así transcurren varios días. Solo abandono mi dormitorio para ir al baño y para comer. Veo película tras película en mi laptop, intentando alejarme de las redes sociales lo más que puedo.

– Yuri, hija, no te encierres en tu cuarto – oigo a mamá tras la puerta. Debe estar preocupada. Con todo lo que ha pasado… – Ayúdame a palear la nieve.

¿Nieve? Corro la cortina de mi ventana y, efectivamente, la nieve cubre los árboles de cerezo del jardín. ¿Ehh? ¿Ya estamos en abril, verdad? ¿Qué dicen las noticias? Cierto, apagué mi móvil para no recibir llamadas.

Me decido de una vez por todas a salir y ayudar a mamá con la nieve. Me pongo mi grueso cardigan y un desteñido buzo de estar en casa. No tengo ánimos, pero tampoco puedo pasármela encerrada de por vida, como una ermitaña. Aunque ganas no me faltan.

Cuando abro la puerta, unos fuertes ladridos me reciben y de un momento a otro tengo frente a mí a un enorme perro caniche.

¿Ehh? ¡¿Un perro dentro de la casa?!

– ¿Vik? – me sorprendo al ver al animal. Éste me ladra y se abalanza sobre mí, tumbándome al piso y lamiéndome la cara. – ¡HAHAHAHAHAHAHAHAHA! – no puedo evitar reír, me hace cosquillas. Pero no, no es Vik. Este perro es mucho más grande. "Además, Vik ya no está" – me recuerdo a misma mientras el caniche me empapa con su saliva. Lo aparto y lo observo detenidamente. Por un momento río. En verdad se parece a… ¿Eh? No, no es posible… – pienso mientras me acomodo los anteojos, hasta que papá interrumpe:

– Yuri, ¿no es igualito a Vik? Llegó con un huésped extranjero bastante apuesto. Está en las aguas termales ahora.

¡¿Ehhh?!

Esa confirmación era todo lo que necesitaba. Sin saber cómo me arrastro por el suelo y consigo ponerme de pie. Salgo corriendo hacia el negocio familiar de las fuentes de aguas termales. De un momento a otro, como acelerado por un rayo, el corazón me late a mil.

¿Acaso estoy delirando? No, él no tendría motivo para venir hasta acá…

– ¡Yuri! ¿Qué pasa? – oigo que papá me llama a lo lejos.

Llego a las aguas termales, a la entrada del baño de hombres. Siento que me falta el aire, apenas si puedo respirar. Algunos señores me observan con curiosidad, y otros con una expresión que me hace pensar que realmente no quiero saber qué cosas estarán imaginando. De un momento a otro tengo miedo y el estómago amenaza con revolvérseme, pero esa sensación solo dura unos segundos, porque de pronto alguien sale del baño y se recuesta en la pared de ingreso, frente a mí. Solamente lleva una toalla blanca atada en la cintura, dejando al descubierto su bien formados torso y brazos. Sí, no me equivocaba. Se trata de él.

¡¿Qué rayos está pasando?!

– Vik-viktor, ¿qué haces aquí? – es lo único que se me ocurre preguntar en un susurro, estupefacta.

Viktor Nikiforov se cruza de brazos y me responde con una gran sonrisa digna de un comercial de dentífricos:

– Yuri, a partir de ahora seré tu entrenador. Y haré que ganes el Grand Prix Final – me guiña un ojo.

¡¿EHHHH?!

– Sí, a partir de ahora te entrenaré yo – vuelve a sonreírme. Camina despreocupadamente hacia los vestidores, pasando una mano sobre su húmedo cabello, con el agua todavía recorriendo su pálido torso.

Perpleja, lo sigo como si fuera la octava maravilla del mundo.

Y es que se trata de Viktor Nikiforov. ¡Viktor Nikiforov!

Entonces, cuando entramos a los vestidores, toma de un colgador una salida de baño blanca y le da una sacudida, extendiéndola. Coloca una mano en su cintura, en el borde de la toalla que tiene sujeta y que lo cubre… y tira de ella.

La toalla cae al suelo.

¡¿EHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH?!