Habían pasado unos pocos meses desde la derrota de lord Voldemort en el castillo de Hogwarts. Este había recuperado el aspecto imponente que le caracterizaba, incluso en un día de niebla como era aquel. Se acercaba la época navideña. Y en el despacho del director de la escuela, se encontraba sentado el mismo, leyendo El Profeta.
"Continúan los diálogos en el Ministerio de Magia para garantizar la estabilidad del gobierno del ministro Shacklebolt, así como los cambios en la dirección de la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería de cara al próximo curso…"
—Agh. No debí aceptar el puesto temporal —suspiró el director Holmes—. Supongo que tendré que buscar suerte en otro sitio —dejó el periódico sobre la mesa, sabedor de que el año siguiente, sería sustituido por Minerva McGonagall. Se tapó los ojos con las manos—. Podría probar suerte en Ilvermorny…
En sus divagaciones estaba cuando de pronto, llamaron a la puerta. Ni recordaba que había llamado a alguien a que acudiese. Cerró el periódico, e invitó a entrar.
Hermione Granger había llegado. La joven parecía desorientada. Sin duda, por lo que Holmes había escuchado, no solía meterse en líos… salvo por una causa noble, si podían denominarse así. Y era obvio que nunca la habían llevado al despacho de dirección por alguna infracción de las normas. La chica entró con las piernas temblando.
—¿Quería verme, director?
—Sí, señorita Granger. Siéntese —dijo Holmes, señalando una silla frente su escritorio.
—¿He hecho algo? —preguntó ella, algo miedosa.
Sin responder de inmediato, Holmes abrió un cajón de su escritorio. Tenía que admitir que le incomodaba saber que, pese a fingir que estaban en sus asuntos, más de un retrato de directores antiguos estaban atentos a la conversación. Sacó un pergamino bastante largo.
—"Expediente de Hermione Jean Granger… alumna sobresaliente… conducta impecable… grandes habilidades…", me recuerda usted al difunto profesor Dumbledore —dejó caer Holmes—. ¿Tiene intención de seguir la rama de la docencia?
—No, señor, no es mi intención inmediata —dijo ella—. ¿Este es el motivo de la visita? ¿Se interesa usted por mi futuro?
—Me interesa el futuro de todos los alumnos de esta escuela, señorita Granger. Y no me gustaría que usted echara el suyo por tierra…
Hermione no entendió aquel comentario. ¿Qué quería decir Holmes? Este sacó la varita, y con gesto despreocupado, apuntó a una de las librerías. Detrás del mueble, una obertura indicaba la presencia de una sala oculta. Holmes se levantó y le hizo un gesto a Hermione para que le siguiera. Esta, incómoda, se puso en pie y caminó tras él.
La sala no tenía decoración alguna, más allá de un baúl de madera en el suelo y unas velas que flotaban en el aire. Holmes las encendió con un gesto de mano, y con otro pase abrió la cerradura del arcón. Se agachó, y lo que sacó heló la sangre de Hermione: un caldero.
—No soy un hombre de quedarme en el despacho, señorita Granger. Me doy paseos por la escuela comprobando por mí mismo que todo va bien. Y qué sorpresa, cuando me dio por examinar esos baños que llevan eones fuera de servicio, me encuentro con esto…
—No sé qué es eso —mintió ella.
—¿Seguro? Porque ayer en el desayuno la vi a usted leyendo un ejemplar de Moste Potente Potions. Y si mi olfato no me engaña, esto es poción multijugos…
—Sólo estoy practicando para los exámenes finales —declaró ella—. Además, todos los ingredientes los he conseguido…
—No ha podido elegir un peor momento para fabricar poción multijugos —atajó Holmes—. ¿Hace mucho que no lee El Profeta? Qué decepción…
—¿Qué quiere decir?
Holmes sacó un recorte de su bolsillo y se lo tendió a Hermione. Se quiso morir cuando leyó el titular. "Veto a la poción multijugos. Con la actual búsqueda de los pocos reductos de mortífagos que quedan por el país, se ha decidido restringir el uso de la poción a la Oficina de Aurores del Departamento de Seguridad Mágica. Se ha decidido sancionar a quienes dispongan de esta poción sin uso justificado, con penas que oscilan entre seis meses y dos años en Azkabán".
—No puede ser…
—Se publicó hace dos semanas —le contó Holmes—. No ha sido una noticia muy sonada pues muchos magos ni siquiera conocen la existencia de dicha poción.
—No… no lo sabía —Hermione tenía los ojos llorosos—. Señor, yo… de haberlo sabido…
—Estoy en una situación difícil, Granger —dijo Holmes, con tono pausado—. El desconocimiento de la ley no la exime de cumplirla. No me gusta que pase esto. No me gusta tener que informar al Ministerio. No me gusta tener que expulsarla…
—No… ¡por favor, no! —pidió ella. Expulsada, a punto de terminar sus estudios en Hogwarts… no concebía esa imagen—. Por favor, no quería usarla…
—No la conozco tanto, señorita Granger. Pero no se me ocurre por qué razón una alumna prepararía una poción como esta. Bueno, sí se me ocurre algún motivo. ¿Alguien la ha contratado para suplantarle en un examen? —inquirió, muy serio. Se había apoyado en el baúl, con las manos en la madera, y la poción aún a su lado, mirando a Hermione, inmisericorde.
—No… señor Holmes, por favor —sollozó Hermione—. No me expulse… enmendaré mi error… por favor…
—¿Qué es lo que pretende, señorita Granger? Mi obligación…
—Escuche, ha sido un error… tire la poción, no me importa, pero esto no puede salir a la luz. Me destrozaría la vida.
—¿Pretende que no diga nada y me limite a imponerla un castigo? —preguntó Holmes.
—Por favor… si no hablado con nadie, podríamos dejarlo entre nosotros —pidió ella. Se acercó a Holmes con ojos suplicantes—. Señor Holmes… no se repetirá, lo juro…
Puso la mano sobre el brazo de Holmes que sostenía la varita, y lentamente, lo condujo hacia el caldero de la discordia.
—Puedo hacer magia sin varita, espero que no pretenda obligarme…
—Hágala desaparece, por favor… Castígueme, pero que no salga de aquí…
Holmes sentía la fragancia de Hermione muy cerca. No sabía qué pretendía la muchacha, pero estaba interesado en la oferta. Susurró en ese momento.
—Evanesco.
Y el caldero quedó limpio del pecado cometido. Hermione le susurró un gracias al oído, provocando un escalofrío en el director. Este, sin embargo, no se apartó. Lo joven tenía un punto estimulante. Pero no era posible. Era parte de su juego. Pero ahora tenía el control.
—He cumplido con mi parte, señorita Granger. Pero debo castigarla. Debo decir que no he pensado aún cómo. Escribir unas líneas me parece algo absurdo, y como no voy a contarle a nadie el motivo de su reclusión debe ser algo que no salga de aquí. No voy a castigarla como si fuera una joven de primer año, obviamente.
—Entonces tendrá que castigarme como una chica mayor de séptimo año —propuso ella. Había suavizado mucho el tono de su voz.
—Es usted mi alumna…
—Pero sigo siendo una mujer —le recordó ella—. Señor Holmes, le he visto mirarme. No puede negarlo.
—¿Y si no lo niego?
—Podríamos aceptar eso… y que usted me diera una pequeña lección de buena conducta —le propuso, y sus labios rozaron los de Holmes—. No me diga que no es una buena idea…
—Pero si debo castigarla… seré yo quien deba poner las normas, ¿está de acuerdo?
—Totalmente —dijo ella con una sonrisa, y besó al profesor.
Pero antes de que se diera cuenta, una sensación recorrió su cuerpo. De pronto se vio alejada del profesor, sin un tirón fuerte, simplemente la magia la movía. Sus manos quedaron extendidas, al igual que sus piernas. La puerta de aquella estancia se cerró, y Holmes hizo un movimiento con su mano, convirtiendo las pequeñas llamas naranjas de las velas en fuertes luces de color rojo.
Hermione no se esperaba aquello. Holmes la miraba sonriente, pero seguía sin moverse de su puesto. Sonreía mientras miraba a la chica. Esta intentó serenarse. Qué era lo que pretendía el director, no lo sabía. Pero esa situación… tenía algo de erótico. Holmes apuntó con la varita a la puerta, y susurró:
—Muffliato.
—¿Teme que nos escuchen, profesor? —inquirió Hermione, pretendiendo tener más valor del que sentía realmente. Se había metido ella sola en la boca de un lobo que podía ser muy bueno o terriblemente malo.
—Temo que sin precauciones no pueda cumplir mi promesa de que todo este asunto quedará entre nosotros —dijo Holmes, y se levantó por fin, no sin antes dejar la varita sobre la cama—. Escúcheme bien, señorita Granger: aquí mando yo. Y voy a someterla a un castigo especial para personas traviesas. Sólo hay una palabra que podrá detenerme, y esa será… Voldemort —añadió con una sonrisa maliciosa, pero se sorprendió al ver a la chica sonreír también—. ¿No le teme al nombre?
—Peleé contra él —respondió la alumna—. Así que me parece un buen acuerdo. Pero no sé para qué necesito… la palabra de seguridad, ¿para qué la necesito?
—Por si el castigo se vuelve demasiado… intenso para que lo soporte —explicó Holmes, mientras empezaba a caminar alrededor de ella—. ¿No ha oído usted hablar de la dominación?
—No… —mintió ella de pronto. ¿En serio al director le iban esos juegos? No contaba con ello. Y sin embargo, la seriedad que aparentaba… seguro que había lo que hacía, ¿verdad?
—Bueno, va a conocerlo muy pronto —dijo él, sin dejar de sonreír—. Lamento decir que no podré cerrarle la boca como me gustaría pero… me conformaré con esto —dijo, y sin previo aviso, su mano se escapó bajo la falda de Hermione—. ¿Sorprendida? No diga nada… sólo asienta.
Hermione asintió. Entendía por dónde iba aquello. ¿Por qué eso la excitaba? No lo sabía, pero le daba igual. Sabía lo que hacía los muggles con las cuerdas… y el uso de magia lo hacía aún mejor. Aquellas ataduras invisibles eran muy eróticas. Holmes tomó sus bragas con cuidado, y dejó que cayeran ligeramente. Quedaron a la altura de sus rodillas, y Holmes pareció dudar de si debía quitárselas por completo.
—Va a sentir un poco de frío… —anunció en un tono que parecía casi un susurro. Levantó la mano, y la falda quedó levantada por la parte de atrás—, pero tranquila, que ahora llegará el calor —añadió. Hermione temblaba por lo que iba a ocurrir. Lo temía casi—. ¿Ha sido usted mala?
Ella asintió.
—Dígalo.
—S-Sí…
—No… diga "He sido mala".
—He… he sido mala…
—¿Y debo castigarla?
—Sí… debe castigarme —respondió ella. Entendía el juego.
—¡Dígalo en voz alta!
—¡Debe castigarme!
Y sintió en ese momento un fuerte azote en la nalga. Había sonado bastante fuerte por el eco que se generaba en la estancia. Ella había ahogado el grito a duras penas. Maldición, sentía calor en toda el glúteo azotado. ¿Por qué? ¿Por qué una sensación tan mala se sentía tan bien?
—¿Ha sido una chica mala, Granger?
—¡He sido una chica mala!
Y sintió cómo la mano de Holmes azotaba su otra nalga. No pudo evitar gemir aquella vez. Maldición. Eso no podía sentirse bien de ninguna de las manera y sin embargo… lo empezaba a disfrutar.
—¿Qué debo hacer con usted?
—¡Debe castigarme!
Azote.
—¡Debe castigarme!
Azote.
—¡Castígueme más! —pidió ella, y Holmes correspondió aquella vez con dos azotes seguidos. Ella jadeó. Dolía, no podía negarlo que dolía, pero aún así era muy placentero. No entendía cómo podía sentirse tan bien. Holmes parecía satisfecho, pero iba a ampliar el tiempo de su "lección".
—¿Promete ser una niña buena? —y sin esperar respuesta de Hermione, la azotó.
—Sííh… —jadeó ella—, prometo ser una niña buena —pero su respuesta no conllevó clemencia, sino una nueva nalgada.
—¿Sabe qué pasará si vuelve a infringir las normas? —preguntó Holmes, con un nuevo azote en la nalga izquierda de Hermione.
—¡Que me castigará! —gritó ella y volvió a sentir la mano del director golpeando fuerte en la nalga derecha.
—¡¿Qué haré si vuelve a infringir las normas?! —gritó Holmes. Le costaba resistir el impulso de azotarla más.
—¡Que me azotará! —respondió ella a voces—. ¡Castígueme! ¡Azóteme! ¡Azóteme, señor Holmes!
Tras los últimos cuatro azotes Holmes se detuvo. Parecía mentira, pero él también jadeaba. Ninguna mujer antes había soportado aquel nivel de azotes y habían dicho la palabra que detenía todo el juego mucho antes. Y tal vez ese era el problema. El juego era muy feroz y su código… Se acercó a ella con cuidado.
—Granger —susurró en su oído—. No has dicho la palabra clave… ¿Temes decirlo… o es que lo disfrutas?
—Castígueme… señor Holmes —dijo ella, son una tímida sonrisa.
Holmes volvió a echarse para atrás.
—¡Grite si le gusta! —ordenó Holmes.
—¡Aaaaah! —gritó Hermione al sentir la dominante mano de Holmes nuevamente chocando contra sus nalgas—. ¡Me gusta! ¡Me gusta, Holmes! ¡Castígueme! —imploró ella—. ¡Azóteme, Holmes! ¡Me lo merezco!
Aquellas últimas nalgadas habían terminado de agotar al director. Jadeó, mientras dejaba a Hermione recuperarse. Movió una vela para comprobar el estado de su "trabajo", y no había dudas. Los glúteos de Hermione habían quedado bien marcados tras la azotaina. Con una floritura de su mano, las cuerdas invisibles que atrapaban a Hermione empezaron a aflojarse, dejandola suavemente en el suelo. Para su sorpresa, era más cómodo de lo que aparentaba.
—Se ha librado por esta vez… señorita Granger… —jadeó Holmes.
—No puede ser… ¿cree que estoy satisfecha?
—¿Cree que esto va de su placer? —respondió él, con sorna.
—No… creo que es usted quien no está satisfecho… y míreme, no me he movido… lo tendría usted fácil…
Aquello era una invitación en toda regla que Holmes difícilmente podía pasar por algo. Fue detrás de ella, acariciando la parte interna de sus muslos.
—¿Está usted segura…? Bueno, ya veo que sí… —afirmó él mismo al comprobar lo húmeda que estaba su alumna.
—Por supuesto… termine… de castigarme…
Y unos momentos después, Hermione volvió a gemir. Esta vez era un placer diferente al anterior, pero igualmente le estaba gustando mucho. Sentía a Holmes tras ella, la pelvis de Holmes chocando despacio contra sus doloridas nalgas, y aún así, se estaba deshaciendo en placer. Miró hacia atrás, suplicando volver a probar los labios de su castigador. Este no dudó en besarla mientras ambos se dirigían al clímax del placer.
No fueron más de unos pocos minutos hasta que ambos fueron vencidos por el éxtasis. Ella cayó sobre los brazos de Holmes y dedicaron unos minutos a recuperar sus respiraciones y volver a ponerse en pie. Holmes usó el encantamiento convocador para recoger las braguitas de Hermione, que habían caído en combate durante la azotaina, pero no empleó la magia para volvérselas a poner, sino sus propias manos.
Sí empleó la varita para volver a peinarla de forma que pareciera que nada extraño había pasado entre ellos. Devolvió la luz natural a las velas antes de abrir la puerta de nuevo, y salieron de allí como si no hubiera ocurrido nada. Todas las luces se fueron apagando a su paso.
—Ya lo sabe, señorita Granger. Que no se vuelva a repetir, o tendrá que atenerse a las consecuencias —dijo Holmes, en su tono de voz habitual.
—Lo siento, señor. No volverá a repetirse —respondió ella en un tono tranquilo—. Si me disculpa me voy a ir ya.
—Por supuesto. Y no olvide lo que hemos hablado.
Apenas unos minutos después, mientras Holmes volvía a leer la actualidad en El Profeta, recibió una nota por una lechuza.
"En realidad, creo que volverá a repetirse. Si le apetece".
