Él no era un loco, tampoco un soñador, ni mucho menos un mentiroso. Luffy la veía en otra vida, una vida en la que sólo existían ellos dos, una vida cuyo significado nadie comprendía, ya que según las demás voces, ella se mantenía en ese estado como hacía varias semanas, sin dar ningún signo de vida.

Totalmente frágil y vulnerable a las constantes situaciones que se daban en ese reducido espacio conocido como enfermería, a la vez que luchaba por su vida en una dura y cruel batalla contra la muerte, Nami permanecía sin abrir sus ojos desde hace un par de semanas -la cuenta de ello se había perdido-, su corazón permanecía latente gracias a los fríos aparatos que el doctor había conectado a su débil organismo. Tan dañado se encontraba su sistema locomotor que ni su cerebro era capaz de mandar las señales necesarias a su corazón para que éste bombeara la cantidad de sangre correcta a su cuerpo. Sus sentidos carecían de vida alguna y, parecía que en el interior de aquella habitación, no se encontraba absolutamente nadie durante el día, a pesar de que sus compañeros se turnaban las horas del sol para cuidar de su lamentable dependencia.

Pero lo que nadie sabía, o quería saber, era que durante su sueño, Nami se colaba a ese oscuro dormitorio, en donde su capitán se encontraba cuidándola. Si no fuese por el molesto sonido de aquellas máquinas detestables que marcaban el ritmo de sus latidos, el silencio hubiese inundado hasta la última célula de sus cuerpos: uno, prácticamente sin vida y el otro, prácticamente sin alma.

Cada noche era lo mismo, el moreno esperaba con ansias a que el sol se poniera, marcando así el inicio de una noche llena de sueños, o realidades, en donde su "mejor amiga" volvía a sonreír, donde de nuevo volvía a la vida y le devolvía la vida a él, haciéndole recordar cada momento de esa noche, aunque fuera, durante el trayecto del día. Eso era lo único que lo mantenía con fuerzas suficientes para luchar contra sus enemigos cuando fuera necesario y, peor aún, no caer en el mismo estado deplorable en el que ella se encontraba.

Aunque a veces el destino es caprichoso.

El único consuelo que tenía el de cabellos azabaches, era que su querida nakama no estaba muerta y que, en cualquier momento, pudiera albergar de nuevo el lugar que le correspondía en la vida real, llenando de nuevo la realidad con ese característico espíritu ambicioso y autoritario, propio de ella. Así como su ardiente deseo por ver de nuevo aquellos orbes marrones que tanto le gustaban y los rosados labios de la mujer que vivía en sus sueños; deseaba desde lo más profundo de su ser volver a mirarla y decirle lo que su corazón había callado durante un extenso lapso de tiempo: la quería. La quería de una manera distinta a la que quería a sus demás amigos, y, aunque no tuviera ninguna experiencia ni conocimiento respecto a ese tema, sabía perfectamente que quería verla cumplir su sueño, así como también que ella lo viese cumplir el suyo… Quería verla viva en la realidad.

No sólo en sus sueños.