Cincuenta intentos y por fin lo consigo. Que por una vez tengas inspiración y ganas de seguir escribiendo y que FF te diga de repente: No puedo subir los documentos que me estás enviando ya sean en docx, en doc o en el puñetero RTF. Capullo.
Poca cosa que decir. Salvo lo de siempre: los personajes no me pertenecen. Pero la historia sí y ojito con plagiarla.
Advertencias: Lemon, Yaoi, ¿Muerte de personajes? Puede que sí, puede que no... Depende de cómo vea que se desarrolla la historia, pero todo apunta a que no morirá el personaje que tenía pensado en un principio.
Capítulo 1: Oda a la Vida.
- Itachi, tengo cáncer.
Intenté disimular la impresión para nada agradable que esa frase produjo en mí. Lo que menos me esperaba en ese momento, en el que tenía las manos metidas en una masa para una tarta de chocolate para Naruto era que su padre me viniese con esas. Me controlé lo suficiente para poder reaccionar como era debido y no con lloriqueos de niña de 14 años. Era un hombre adulto, lo suyo era que me comportase como tal. Aún así agradecía que ahora mismo siguiese modelando la masa y estar de espaldas a Minato y a medio metro de él; porque las lágrimas, aún siendo un Uchiha eran muy traicioneras. Tras lo que pudieron ser horas y tras estar seguro de que había oído bien simplemente dije:
-Te envidio.
No pude verle la cara en ese momento, pero supongo que sería de sorpresa ante esa respuesta. Su reacción fue la de ponerse a mi lado en la repisa, pero de espaldas a ella, mirando hacia la cocina. Supe lo que pretendía, pretendía mirar la expresión que mi cara tenía, pero conseguí ocultarlo en esos momentos gracias a mi flequillo y a la impresión que daba de estar centrado en la masa de chocolate, pero lo cierto era que la masa se salvaba de las lágrimas que caían de puro milagro.
- Sólo tú podías decir que tienes envidia a alguien que tiene una enfermedad que en la mayoría de los casos es mortal. ¿Por qué me envidias?- preguntó él, aunque cada día estoy más convencido de que sabía la respuesta.
Y ni siquiera yo, Itachi Uchiha, licenciado en Publicidad y Marketing, genio dónde los haya y escritor de varias famosas y populares novelas de misterio, puede evitar levantar la cabeza, con los ojos bañados en lágrimas y mirarle.
- Porque de los dos, eres el que menos vas a sufrir.
Y veo que la comprensión alcanza esos estanques azules que he llegado a amar con una intensidad casi exacerbada y mientras aprieto los dientes para evitar llorar más, Minato rompe todas las barreras que puedo llegar a tener a mi alrededor inclinándose para darme un beso en los labios. El primero de todos.
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Esta no es precisamente una historia sobre el dolor. Puedes encontrar tintes de él por cada letra, por cada signo de puntuación, por cada coma, por cada punto. No sería una historia completa sin el dolor, y sin embargo este no es el tema principal.
Esta es una historia sobre la familia. Un pilar sustentante que nos protegerá siempre que lo necesitemos: de pequeños nos protegen nuestros padres y nuestros hermanos si tenemos, ya sean mayores o pequeños que tú; en la adolescencia quizá hagas más caso a tus tíos que a tu propia madre, ese ser inmaculado que te dio la vida; en plena madurez será tu pareja, ya sea hombre o mujer, serán tus cuñados, tus suegros y más tarde tus hijos, la sangre de tu sangre; y por último de mayor será toda tu descendencia, que comprenderá lo mucho que has hecho por ellos, unos en mayor medida que otros.
Esta es una historia sobre la amistad. No la amistad infantil en la que sólo son nuestros amigos aquellos que nos dejan sus juguetes o que nos invitan a casa a merendar con sándwiches de nocilla y batidos de chocolate; o la amitas de la adolescencia, esos amigos a los que llegas a hacer más caso que a tus propios padres. No, yo hablo de la amistad como fuente de los valores humanos que nos atrapan y nos cultivan como personas.
Esta es una historia sobre el amor. Un sentimiento que todos llegamos a tener, independientemente de nuestro país, nuestra religión y nuestra cultura. Todos llegamos a amar a alguien. Es la mejor inversión que puedes llegar a hacer en tu vida. Sé de lo que hablo, estudié Marketing.
Pero por encima de todo…esta historia es una Oda a la Vida.
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Todo comenzó cuando mi hermano Sasuke se vino a vivir conmigo. Hacía más de cinco años que no vivíamos juntos. Me fui de casa cuando tenía 20 años y Sasuke apenas contaba por aquel entonces con los 15. Cuando iba a casa eran sólo visitas esporádicas, en las que sólo me interesaba ver el estado de salud de mi madre. A mi padre le ignoraba siempre y cuando no lo hiciese él antes y Sasuke estaba pavazo total. No se comprendía ni él mismo, así que casi podría decirse que no había hablado con mi hermano desde hacía cuatro años, y sin embargo ahí estaba ahora. Había huido de esa casa por los mismos motivos por los que lo hice yo: la mala relación con mi padre y las exigencias en la universidad que también yo había sufrido. Aunque yo era considerado algo así como un genio (en mi segundo año de universidad ya había conseguido publicar un libro con gran éxito), a mi padre no le parecía suficiente, decía que me dejase de libros, que sacase todo matrículas de honor. Incluso yo, que me gusta estudiar, aprender cosas nuevas e investigar, me sentí estresado. No aguanté ni una semana más esa situación. Estudiando, trabajando en una sucursal telefónica medio tiempo, obtuve el dinero suficiente como para alquilar una casa con posibilidad de comprarla, cosa que conseguí a los cuatro años.
Cuando por fin firmé los papeles me sentí más a gusto que lo que nunca me había sentido. Y entonces llegó Sasuke.
Metrosexual según unos, marica empedernido según otros, el señorito ototo se despertaba tres horas antes de empezar las clases (¡A las seis de la mañana, por Kami-sama!), para poder tener el mismo aspecto, pelo incluído, de siempre.
Varias veces, levantándome yo a las siete para entrar a trabajar a las nueve, le tenía que meter prisa si quería que yo le llevase a la universidad, porque si no se iba por sus propios medios. Un par de veces me dejó de hablar una semana (aunque tampoco había mucha diferencia si me hablaba) porque le dejé en casa y me fui a trabajar cuando en teoría le iba a llevar y me fui sin él por no estar listo a las 8:15. Tardo cuarto de hora en ir a mi trabajo y cada día doy gracias a que la universidad esté al lado; pero eso no nos quitaba una media hora más por el atasco que se formaba siempre, y si Sasuke no estaba listo para esa hora tenía tres opciones: ir andando, coger el metro o quedarse en casa con la condición de que ayudase a Kisame (el chico que hace las tareas de casa) a barrer o a fregar. Kisame nunca me informó que ninguno de esos días en los que me fui sin él, Sasuke se hubiese quedado para ayudarle y el metro no le gusta nada a Sasuke, así que supongo que se fue andando.
Otra vez, lo que ocurrió fue que al que le tocó coger el metro durante una semana fue a mí, ya que mi coche sufrió una avería. Sasuke se negaba en rotundo a ir en: "Ese inerte gusano que recorría los bajos de la ciudad como si de un parásito intestinal se tratase", así pues cada uno iba por su lado.
Con el sarcasmo que tiene oculto en su interior mi hermano, podría convertirse en poeta o en toca narices.
Fue en uno de esos días en los que tuve un encuentro la mar de agradable.
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Nunca me había considerado un hombre paciente. Por eso en cuanto noté que alguien intentaba colar la mano por debajo de mi abrigo para ver si pillaba mi billetera o, por casualidad, le interesaba cierta parte de mi anatomía y quería tocarla; decidí que no tendría piedad. Me giré con brusquedad y miré fijamente al tío en cuestión. Era un niñato de 17 años que piensa que lo más sensato en la vida sería robar a un hombre escritor de novelas de misterio, graduado en Publicidad y Marketing y cinturón negro de karate. No dejé ni una gota de sangre dentro de él, pero las personas que había en el tren se escandalizaron y me obligaron a salir una parada antes de lo planeado. No tenía tiempo para esperar al siguiente metro, por lo tanto salí corriendo y llegué a mi puesto por los pelos. Y estaba preparando los ficheros que hoy iba a usar, cuando una sombra se cernió sobre mis papeles. Subí los ojos con paciencia cero, dispuesto a cantarle las cuarenta a quien quiera que fuese el gracioso que se había puesto en medio para evitar que leyese. Pero me esperaba una sorpresa. No esperaba encontrarme con esa sonrisa que se había convertido en unas de mis cosas favoritas en este mundo, ni tampoco con esos ojos azules y mucho menos con ese pelo rubio que se movía como le daba la gana.
- Itachi Uchiha. De todos los lugares del mundo no esperaba que estuvieses aquí. Pensé que estarías en Tanzania promocionando tu nuevo libro o que ya serías presidente de esta empresa.
Me levanté de un salto y le estreché la mano en seguida.
- Me sobrestima, Namizake-sensei.
El negó rotundamente con la cabeza.
- Ni te sobrestimo, ni Namizake-sensei. Fuiste el alumno más brillante que nunca hubo en mi clase. Me acordé mucho de ti cuando terminase la universidad. Y sobre lo de Namizake-sensei, ya no soy maestro, por lo tanto no vuelvas a pronunciar el sensei cuando te refieras a mí, y segundo apenas tendré dieciséis años más que tú. ¿Tienes 23 verdad?- asentí sin decir palabra-. Pues justas son las cuentas.
Iba a abrir la boca para comentar algo acerca de que hubiese dajado de ser maestro cuando mi jefe le llamó para hacerle pasar. Con una sonrisa deslumbrante, Minato entró en el despacho, no sin antes despedirse.
Yo me senté en mi asiento de nuevo, más desconcertado que nunca.
Algo que Sensei siempre había dicho en clase era que nunca iba a dejar de enseñar, ya que era una pasión que tenías desde que tenía uso de razón. Que el único periodo en el que había estado sin enseñar fueron los dos mese que siguieron a la muerte de su mujer, Kushina, la madre de su único hijo y sólo para tener las cosas bien en casa.
Durante todo el día no puede evitar darle vueltas al encuentro y a las novedades incluidas por Minato. Cuando salió del despacho junto al presidente para irse a comer juntos, sólo acertó a hacerme un movimiento con la cabeza, ya que el presidente le acaparaba por un brazo para darse prisa y no había forma en que pudiese acercarse a mí para despedirme. Suspiré. Era una lástima, me habría encantado hablar con Minato largo y tendido, pero era imposible incluso si no se hubiese encontrado con el presidente. Tendría cosas que hacer y yo trabajo que atender, así que me puse a ello a pesar de que era la hora de la comida y sabía que mi auto-proclamado compañero amistoso de trabajo no tardaría en venir para comer.
En cuanto lo pensé, oí unos pasos que se acercaban a mí por detrás, y una vocecilla que tarareaba alegremente. Al llegar justo detrás de mí se pararon tanto los pasos cómo el tarareó y me pregunté qué sucedería para hacer que el siempre risueño Kakashi dejase de canturrear. Fue entonces cuando se inclinó un poco hacia mí sin dejar yo de colocar mis papeles y dijo:
- El rubio macizorro de la puerta te está mirando con una mirada que no deja de ser curiosa…
Eso sí que me llamó la atención. Levanté la vista para ver el cuadro que se extendía delante de mis ojos. Una de las becarias había detenido un momento al presidente para que antes de ir a comer le firmase unos últimos papeles. Minato (el rubio macizorro no, el mismísimo Apolo en tierra) estaba de pie con una mano metida en el bolsillo y la otra con el maletín cogido. Su pose habría sido casual si no hubiese estado con la mirada cerúlea obstinadamente fija en mí. Y yo mismo me avergüenzo cuando a esa mirada se le une una sonrisa deslumbrante que quitaría el aliento a todo el mundo. No noté calor hasta que Kakashi tiene que sacarle punta a todo cómo siempre.
-Itachi… ¿Estás sonrojado?
Y al notar el calor en mis mejillas me oculto con rapidez detrás de un papel que encuentro en nada. Pero eso no me impide oír una ligera carcajada que se oye desde la puerta.
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Entre eso, que Kakashi me estuvo picando todo el día y que estuve liado, salí de la oficina con los nervios crispados y todavía pensando en el pequeño encuentro que había tenido.
En mis días de la universidad, hay una clase que recuerdo con facilidad: la impartida por Minato Namikaze. De todas las clases que he tenido en la universidad esa era la que esperaba con más ahínco y desesperación. Y que cada vez que veía a Minato-sensei entrar a clase con una sonrisa sentía que no había ningún otro lugar en el mundo en el que quisiese estar. Era mi propio océano de tranquilidad, por llamarlo de alguna forma. En su clase nada más tenía sentido, nada más importaba. Sólo las palabras que salían de sus labios y la entonación que esa ronca y (sobre todo) sexy voz emitía. Era mi propio bálsamo contra el odio que sentía hacia mi padre, y, posteriormente, la medicina que curaba todas mis heridas cuando llegaba a casa y me olvidase de todo. Justo lo que quería hacer esa tarde.
Fatalmente, no recordaba cierto factor que ayuda a pensar que ese no había sido mi mejor día. Me había olvidado por completo del niñato de 17 años que me había intentado robar/violar (aún después de tanto tiempo, cerca de 10 años, todavía no tengo claro lo que ese niño pretendía intentar hacer conmigo), pero él no se había olvidado de mí. De hecho, por algún extraño motivo pensó que a lo mejor a mí me gustaría conocer a sus amigotes, que me parecieron tanto o más gilipollas de lo que él era o aspiraría nunca a ser.
El caso es que, debía de haber esta mañana alguno más de ellos en el tren en el que yo me defendí (sigo insistiendo que él intentaba robarme o sobarme, y sinceramente no sé que me cabrea más) y me oyeron decir en que estación me bajaba cuando los demás ocupantes me echaron para evitar tener problemas. Lo demás fue fácil un par de ellos llevaron al ladrón al hospital, le curaron y volvieron al metro. Debían de haber estado esperándome todo el día. Ganas había que tener, yo nunca habría aguantado tanto.
No me di cuenta de que era el niñato de esa mañana hasta que no me rodearon entre él y sus cuatro amigos. El más alto de ellos, que me sobrepasaba algo así como por una cabeza, se dirigió sin preámbulos hacia mí.
- Danos la cartera o prepárate para morir.
Me señalé a mí mismo, cómo pensando que se lo decían a otras persona.
-¿Me hablas a mí, renacuajo?
Eso estaba ideado para que le hiciese daño, y obviamente además de eso consiguió enfurecerle. Pensé que por fin iba a tener algo con lo que desahogarme tras la mierda de día que había tenido. Me preparé mentalmente para la pelea, mientras el grandullón hacía una mueca de desprecio.
Fue entonces cuando el tío de mi derecha, con un puño americano, intentó atacar primero. Digo intentó, porque antes de que él hubiese dado un solo paso yo ya le había dado una patada en el estómago, al mismo tiempo que empujaba al grandullón fuera para que no me impidiese realizar movimientos.
Uno a uno, fueron cayendo, incluyendo al ladrón. Una vez machaqué a los cuatro me sacudí las palmas, suspirando e intentando recuperar el esfuerzo físico que había perdido. Había dejado el grandullón para el final, porque sabía que iba a ser el que más lata diese, pero para mi sorpresa, al girarme vi que se encontraba en el suelo, con una navaja abierta en la mano y con varios golpes repartidos por todo el cuerpo. El autor de aquellos golpe debía ser 7º dan* mínimo.
Y no sé porqué no me sorprendí cuando al alzar la mirada me encontré de nuevo con esos vitales ojos azules que ya debían suponer que atormentarme eran su destino en esta vida.
Cada vez que no dejas review un gatito muere, otro llora e Itachi da menos besos a Minato.
