Prólogo
-Pobrecillo.-Sin poder evitarlo sollocé y sentí mis ojos ya aguados arder.- ¡Kisame!-Chille (por lo bajo) antes de empezar a dar vueltas como demente en la silla de rueditas tratando de no pensar en el muertito. ¡Vale que era patético! Pero por alguna inexplicable (y posiblemente estúpida) razón me llegaba calando hasta el alma.- El solo quería justicia, paz y amor…-Lloriquee esta vez de manera más que nada dramática pero sintiéndome todavía muy mal por el hombre, o tal vez fuera el terrible mareo… ¡Si creo que era eso!- ¡Ugh! Quiero vomitar… No fue buena idea.- Pase al menos diez segundos sobre el suelo al cual me había arrojado desde la silla intentando calmarme las náuseas.
Tras poder levantarme -o algo por el estilo- me tambalee hasta mi cama donde me tumbe sin el cuidado con el que debí haberlo hecho, si es que la arcada que me vino y me trague significaba algo. Respire lo más profundo que pude y finalmente me recupere.
-Pobrecillo… Él no lo merecía, (bueno sí, un poquito). Ninguno de ellos era verdaderamente malvado.- Pensé en voz alta para mí misma.- ¡Los seres humanos son tan raros! No eran malos…- Mire de reojo las fotografías sobre el buró junto a la cama y me recosté de lado para apreciarlas mejor.- Sólo estaban equivocados, justo como nosotros.- Tome una de las muchas fotos y la acerque para mirar a la sonriente persona.- Lástima que tú no fuiste capaz de aceptar tu error.
La arroje lejos antes de empezar a llorar de nuevo.
-¡Renha! ¿Por qué es que las personas llegamos a ser tan idiotas?- Por supuesto el tétrico muñeco no me respondió y suspire.- No pude salvarlo a él, ¿Crees que tal vez pudiera salvarlos a ellos?- Me encogí de hombros recostando al muñeco sobre la fotografía.- Buenas noches Renha. Matiel, Lilith. Mamá los quiere.-Sonreí a los tres terroríficos muñecos que para mí eran lo más tierno de la vida.
Me estire a apagar la luz y me acurruque entre las sábanas a dormir intentando no pensar más en el asunto. Lástima que eso quedaría fuera de ser una opción dentro de poco tiempo.
