.- Tira un poco más de ahí. Así, bien. Ahora tengo que coser la herida. Detrás de ti, sobre la mesilla, verás una aguja de sutura. Lo haremos con eso.
.- ¿Y el hilo?
.- El hilo no se ve. Sale de la aguja. Es hilo mágico. Con él podemos cerrar las heridas tratando de que no quede cicatriz, aunque esto no es siempre posible, y además así curan con más rapidez.
.- ¿No hay otra forma más rápida de suturar? Por ejemplo, cerrar la herida sin más.
Una sonrisa distraída se abrió paso en los labios de la mujer.
.- Esto es Medimagia, Hermione, no hacemos milagros. Además, los medios de que disponemos aquí no siempre son los deseables... bien... este chico ha tenido suerte, y contra todo pronóstico no perderá el brazo. Despertará en un par de días. Ahora, Hermione, ve a descansar. Yo recogeré esto.
.- Preferiría quedarme aquí
.- Vete, Hermione.
.- Sí... maestra.
Hermione abandonó con pesadumbre lo que todos se esforzaban en llamar hospital. Había muchas camas, muchos heridos y pocas personas para hacerse cargo de ellos. Ella llevaba allí casi nueve meses, y sólo recientemente le habían permitido ser la ayudante de la Medimaga, cuyo nombre en realidad aún desconocía. Disfrutaba aprendiendo y eso le daba la posibilidad de tener su mente y sus manos ocupadas. Sin embargo no podía olvidar que su destreza y su voluntad contribuían a salvar la vida de aquellos mortífagos... mientras su gente se dejaba la vida luchando contra ellos. Su gente. En realidad no sabía si tenía derecho a llamarles de ese modo.
La esperaban en la puerta. Siempre lo hacían. Dos hombres la guiaban hasta la lúgubre estancia que llamaban pomposamente "habitación", y que ella denominaba para sí misma y con más acierto celda o ratonera.
Cada día se preguntaba el por qué de tanta precaución. La escoltaban hasta la puerta con cara de pocos amigos y empuñando sus varitas, además de algunas armas de fabricación muggle, lo que no dejaba de resultarle curioso. Hermione no sabía por qué habían de comportarse de ese modo, ella no iba a tratar de huir. Al fin y al cabo, estaba allí por voluntad propia. Claro que la sola idea de marcharse, si esa fuera su intención, sonaba poco menos que descabellada.
Vivían en un estado de permanente nerviosismo. No confiaban los unos en los otros, aunque lucharan del mismo bando. Miraban a todas partes con inquietud, como si temieran una maldición en susurros o un puñal silencioso salido de la oscuridad. Dormían con un ojo abierto, siempre en tensión, en guardia. Entre ellos había catadores, obviamente forzosos, que probaban sus comidas y bebidas antes que ellos, pues tenían miedo a que alguien les envenenara a traición. A Hermione estas costumbres le recordaban a las antiguas civilizaciones, y no a unos poderosos y temidos magos, pero claro, nadie había pedido su opinión.
Los dos hombres abrieron la puerta y la cerraron cuando Hermione entró en la habitación. En realidad era algo osado el decir que fueran hombres, pues sus negras máscaras bien podrían haber ocultado rostros femeninos. En su estancia allí, Hermione ya se había acostumbrado a no dar nada por supuesto. Era mejor así. Las sorpresas y los sobresaltos no eran buenos acompañantes.
La soledad del cuarto devolvió a Hermione a su relativa realidad. Se recostó en su catre, algo más cómodo de lo que cabría esperar en contraste con el entorno. Obligándose a incorporarse de nuevo, se puso el camisón. Así estaba más cómoda, aunque en realidad hacía frío. Sintió rabia. No era una prisionera, al menos no debía serlo, pero no distaba mucho de ser tratada como tal. Siempre iba acompañada, aunque sería más correcto decir cercada. Su cuarto estaba en lamentables condiciones, hacía frío y tenía humedades. Su alimentación era terriblemente escasa y... bueno, al menos tenía un cuarto de baño propio. No podía olvidar que era una sangre sucia rodeada de mortífagos.
Estaba agotada. El final de cada día le provocaba invariablemente similares sensaciones. Estar en el hospital le permitía no sólo aprender, si no alejarse de aquel cuartucho y de sus propios pensamientos. Sin embargo, le era imposible no sentirse una traidora... ¿estarían pensando en ella? ¿sabrían que estaba allí? ¿la estarían buscando? Cada noche suplicaba que estuvieran bien, a salvo, en alguna parte lejos de la locura que a ella le tocaba vivir. Rogaba que no la odiaran. Que todo aquello terminara pronto y que de alguna u otra forma ella lograra sacarle de allí...
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.- Llegas tarde.
.- Lo sé, lo siento... me dormí.
.- Si quieres seguir viniendo más vale que seas puntual. De lo contrario, me aseguraré de que no sigas teniendo el privilegio de...
.- Lo siento, no se repetirá.
.- Es lo que espero. Bien, Hermione, ¿recuerdas al chico de ayer? Se le ha saltado la sutura mágica. No me preguntes cómo, pero cuando he llegado he visto que la herida se había vuelto a abrir. Coge la aguja y cósele de nuevo.
Hermione mirón con incredulidad a la Medimaga.
.- ¿Cómo?
.- ¿Cómo que "cómo" ?
.- ¿Se refiere a yo sola, maestra?
.- Claro que me refiero a tú sola. Yo veré cómo lo haces y te corregiré si es necesario, pero quiero que aprendas a hacerlo. No puedo estar siempre encima de ti. Cada vez llegan más heridos, y no damos abasto. Es necesario que empieces a ser independiente y seas capaz de manejarte sin mi supervisión, así seremos más eficientes.
.- ¿Cree que seré capaz?
.- Lo comprobaremos ahora mismo. Coge la aguja.
Hermione tomó con manos temblorosas la aguja que su maestra le tendía. La herida no tenía tan mal aspecto como cuando había llegado, y eso la animó. Inspirando profundamente, recordó que el hilo era mágico, y que por tanto no lo vería.
.- ¿Cómo sé si lo hago bien si no puedo ver el hilo?
.- No lo sabes. Como podrás apreciar, según vas cosiendo la herida se va cerrando, ¿ves? De lo contrario, no quedaría bien. El resto es confiar en tu habilidad. Irás cogiendo práctica.
Hermione continúo suturando la herida bajo la atenta mirada de su maestra.
.- Lo estás haciendo muy bien para ser la primera vez. No aprietes tanto, no queremos atravesarle el brazo.
Su concentración era tal que no advirtió que su maestra desviaba la atención de la herida para fijarla en ella.
.- ¿Por qué estás aquí, Hermione?
La joven parpadeó aturdida y miró brevemente a la mujer.
.- ¿A qué se refiere?
.- Ya sabes a que me refiero. Eres una sangre sucia. Me lo dijeron el día que llegaste. Sólo te permiten quedarte porque piensan que puedes sernos de utilidad, y porque viniste con el hijo de Lucius. ¿Cuántos años tienes, los mismos que él?
.- Diecisiete.
.- ¿Eras amiga de Harry Potter, no?
.- Sí, lo era...
.- ¿Entonces por qué viniste aquí? ¿Por qué te uniste a los mortífagos, Hermione? Sé que no comulgas con nuestras creencias, y eres casi una prisionera.
Hermione cerró la herida pero no levantó la mirada.
.- Vine aquí por él.
.- ¿Por él?
.- Por el hijo de Lucius.
La mujer abrió la boca para preguntar de nuevo, pero volvió a cerrarla, comprendiendo, como si cualquier otra palabra estuviera de más.
.- ¿Es eso cierto?
Por toda respuesta, una lágrima casi invisible rodó por el rostro de Hermione.
.- En medio de una guerra, en un lugar donde casi nadie dice su nombre a las personas con las que convive, tú te has unido a la gente contra la que luchabas porque amas a un chiquillo.
Hermione había cumplido impecablemente su tarea. Mientras aplicaba un vendaje sobre la herida, dejó que las lágrimas brotaran con libertad. En silencio. Sin un solo sollozo. Concentrada en su tarea.
Aunque sabía la respuesta, pues no podía ser otra, la Medimaga volvió a dirigirse a su aprendiza.
.- ¿Y él, te ama a ti?
La chica alzó la mirada y se atrevió a mirar a su maestra a los ojos, perforándola con los suyos y llenando sus pupilas de sentimientos. Negó lentamente con la cabeza mientras le parecía adivinar en el rostro de la mujer una expresión de compasión y entendimiento.
.- Has hecho un buen trabajo, Hermione. Aprendes muy rápido. Serás una excelente Medimaga.
Hermione trató de sonreír y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.
.- Gracias. Y gracias por dejarme estar aquí, con usted. Si no... no lo soportaría.
La mujer volvió a endurecer su expresión. No estaba acostumbrada a las palabras amables y le incomodaba oírlas. Con un gesto rápido se recogió el cabello lacio, que seguramente tiempo atrás había sido rubio y ahora se veía oscurecido por gruesos mechones castaños.
.- Ahora, Hermione, coge esos frascos del armario del fondo. Hay que ordenar esto un poco o nos volveremos locas.
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Alguien llamó a la puerta. Le pareció extraño. Allí no solían hacerlo, y menos a la suya. Cuando alguien, cosa extraña, quería algo de ella, simplemente abrían con sus propias llaves sin importar cómo pudieran encontrarla o, si se trataba de alguien especialmente cortés, aporreaba la gruesa madera al grito de "abre, sangre sucia". Al menos no se aparecían en medio de la habitación...
Dejó sobre la cama el libro que la Medimaga le había prestado, "La curación mágica de heridas muggles", y se dispuso a abrir. En otras circunstancias, se habría armado con su varita antes de arriesgarse a permitir el paso a un visitante desconocido de tan sospechosos modales, pero ésta le había sido confiscada el mismo día de su llegada. La echaba horriblemente de menos, pero era de esperar que algo así ocurriría. No se fiaban de ella. Algunos aún pensaban que podía ser una espía... no había vuelto a ver su varita y no contaba con ello. En el hospital empleaba la de la Medimaga cuando era necesario o de vez en cuando le traían una cuyo anterior propietario, sospechaba Hermione, no iba a hacer más uso de ella.
Abrió con precaución, alejándose un poco de la puerta, dejando que la incertidumbre diera paso a la sorpresa al ver frente a ella a su maestra.
.- Maestra... –Hermione se hizo a un lado mientras comprobaba por el rabillo del ojo que la habitación estaba medianamente ordenada- pase, por favor.
.- Sólo he venido a buscarte. Un grupo de aurores tendió una emboscada y pronto llegaran varios heridos. Date prisa.
La mujer abandonó la pequeña estancia tan repentinamente como había aparecido. Hermione, hecha un manojo de nervios, se vistió con lo primero que tenía a mano y salió corriendo, pero le cerraron el paso cuando cerraba la puerta precipitadamente tras ella.
.- No es necesario correr.
Un mortífago enmascarado la tomó del brazo. Iba totalmente cubierto, a excepción de las manos, sólo parcialmente cubiertas por unos mitones negros de cuero que dejaban al descubierto los dedos. Hermione se fijó en un fino anillo que el hombre llevaba en su dedo anular. Carecía de ornamento alguno, era de oro y se asemejaba a las alianzas muggles corrientes. A la chica le sorprendió ver aquella discreta joya, acostumbrada como estaba a toscos anillos con piedras engarzadas o runas grabadas, que solían ser legados familiares, símbolos de lealtad o simples señales de opulencia. El hombre percibió su mirada en el anillo y retiró la mano. Bajo la máscara, Hermione pudo intuir su incomodidad.
.- Voy al hospital. La Medimaga ha venido a buscarme, por eso corría. Es urgente.
.- Yo iré contigo.
.- No voy a...
.- No discutas, impura.
Resignada y furiosa Hermione se dejó guiar hasta la entrada del hospital. Los pasillos bullían de actividad. Personajes enmascarados iban de un lado a otro con aparente prisa. Seguramente los heridos ya habrían llegado y todos estarían nerviosos. No era raro encontrar allí a varios miembros de una misma familia, aunque lo que más solía preocuparles era perder efectivos. La situación debía ser en efecto tensa, pues ninguna de las personas con las que se cruzó le dedicó insultos o le prestó atención.
En sentido contrario avanzaban dos mujeres sin máscaras enfrascadas en una acalorada conversación que Hermione pudo escuchar desde metros antes de cruzarse con ellas.
.- ... les atacaron, una emboscada, decenas de aurores se lanzaron sobre ellos. Dicen que hay muchas bajas.
.- ¿Sabes qué destacamento era?
.- No estoy segura, pero Keyster me ha dicho que entre los destinados a esa zona iban varios de los emplazados en periodo de instrucción.
.- Esos cabrones han atacado a unos chiquillos...
Hermione sintió que le faltaba el aire. Una emboscada. Y allí había varios de los emplazados en período de instrucción. Eran los mortífagos en ciernes, es decir, los que estaban siendo adiestrados y entrenados, y que por su edad u otras circunstancias aún no eran mortífagos ni llevaban la Marca. La mayoría, menores de edad que tenían que esperar a los diecisiete o aquellos cuya instrucción no se había completado aún.
Hermione aceleró el paso con el corazón en un puño.
.- ¿A dónde crees que vas?
Corriendo, se alejó del hombre que la custodiaba, que hizo lo propio tras ella.
Cegada por el miedo llegó hasta el hospital y buscó con la mirada a la Medimaga, que se afanaba en preparar pociones y vendajes.
.- Maestra... –el llanto casi le impedía hablar.
.- Hermione, ¿qué...? –el hombre que acompañaba a Hermione apareció en el quicio de la puerta.
.- Está bien, puede irse, está conmigo.
El mortífago se dio la vuelta y se marchó sin mediar palabra.
La Medimaga adivinó el rumbo de sus pensamientos.
.- No, Hermione, él no está aquí.
.- ¿Qué?
.- El hijo de Lucius. No le han traído.
Hermione estaba a punto de respirar aliviada cuando un nuevo temor le oprimió el pecho.
Él no estaba allí. Puede que no estuviera herido. Tal vez, simplemente, ya estuviera muerto.
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