Podía sentir aquellos ojos lapislázuli clavados como flechas en su pálida piel.

Él le había ordenado que no le temiera al brillante fulgor de sus colmillos blancos. Y ella se mostraba obediente y calma frente a los avances del monstruo. Respiraba de manera mecánica y rítmica, su cabello dorado empapado por transpiración.

¿Me amas? —Damon le susurraba al oído.

No. —Ella respondía, observando cómo los labios de él se acercaban cada vez más a su yugular.

Entonces él soltaba una risa de placer y alejaba su rojiza boca del cuello de la joven. Los ojos de Caroline seguían desesperadamente a los de su victimario, tratando de adivinar su próximo movimiento.

Él lo intentaba de nuevo. Apoyaba sus labios sobre la blanca piel y preguntaba,

—¿Me amas?

No. —Ella respondía, corta de respiración.

Entonces insertaba sus colmillos en el cuello de Caroline, robándose su sangre, su esencia.

¿Me amas?

Sí.— Ella respondía. Y era absoluta sinceridad.