Apariencias
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En sus recuerdos, ahora grises, veía el rostro de un niño que ya no sonreía y a sus oídos llegaban palabras tergiversadas y entreveradas que habían perdido la humanidad.
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Hana no era una niña cuando sucedió la masacre.
Y en aquel entonces no se consideraba una mujer tampoco, pero reconocía que llevaba ya bastante tiempo nutriendo un sentido de responsabilidad más maduro que el que había experimentado la noche en que su padre se había despedido de ella para no volver. Además su agudeza mental había limado algunas pequeñas asperezas, refinándose, quizá gracias a la sangre Inuzuka que corría por sus venas, quizá gracias a su corta experiencia como ninja; así que, realmente, no sabía si podía culpar a sus sentidos Inuzuka, su simple intuición o la experiencia, pero se dio cuenta de que algo malo pasaba, aun cuando la voz no se corría, ni los aldeanos comenzaban a tener sus primeras sospechas.
Lo supo cuando vio a su madre detenerse luego de leer un pergamino, había sido un efímero titubeo, solo una fracción de segundo, antes de cerrarlo y salir por la puerta, anunciando que no volvería pronto.
Irremediablemente, Hana se había transportado a años atrás. Contaba con, al menos, cinco años de vida cuando sucedió el fatídico episodio del Kyuubi, así que sabía reconocer aquella sensación lúgubre que se cernía sobre los hombros de los altos mandos y los ninjas especializados o reconocidos por el Hokage. Su corazón sabía que la peor parte ya había pasado, pero el espíritu decaído demostraba que lo que sea que hubiese pasado, aun no les daba el último golpe y años más tarde, recargando la espalda contra la de su madre y recuperándose al saber que la guerra había terminado, sonreiría con ironía al darse cuenta de que sus conclusiones llegaban más lejos de lo que había supuesto en los primeros años su adolescencia.
Pero aquella mañana no lo sabía.
Se vieron sumidos en la completa ignorancia y las estipulaciones por espacio de un día. Recordaba haber caminado, fingiendo tranquilidad, rodeada de susurros y cotilleos de las personas que habían visto a sus seres queridos salir de casa de la misma manera en que ella había visto a su madre hacerlo. Y aunque prefirió no escuchar, porque realmente no llegaría a nada con ello, sabía que les esperaba una noticia importante y que ese tipo de información corría como pólvora dentro de las pequeñas ciudades. Aun así había podido entender algunas conversaciones y gracias a ellas pudo confirmar el conocimiento que la tenía intranquila.
No había que ser un genio para notar que la policía ya no se encontraba en las calles.
Ya no había uniformados esperando terminar con las usuales rencillas que se desataban entre los hombres jóvenes, ni los había patrullando el perímetro y las afueras de la aldea, o entremezclándose entre las personas, con sus rostros de semblante ceñudo y posturas imponentes y tensas que hacían a los chiquillos pensársela dos veces antes de provocar un tumulto por diversión. Pero, a pesar de la ausencia de autoridad, la aldea se había mantenido menos problemática aquel día que cualquier otro.
Y esos detalles le parecieron alarmantes, pero por razones sumamente diferentes a la realidad.
En vano, había intentado averiguar qué sucedía por medio de sus compañeros y la realidad le cayó de golpe por la noche, al escuchar por accidente a su madre hablar de ello. Entre susurros casi silenciosos y con voces tensas que aparentaban tranquilidad, casi parecía que hablaban de trivialidades, cuando Tsume rememoró sorprendida el infierno que se había desatado y consumido dentro de aquellas largas paredes de piedra que escondían uno de los barrios cuyas callejuelas ella misma había recorrido años atrás. No recordaba con exactitud su reacción, pero no olvidaba tampoco la manera en que su cuerpo se había sentido frío, ni lo difícil que le resultó atar cabos durante unos segundos, a pesar de lo obvio que eran la secuencia y la conclusión. Las palabras que alcanzó a escuchar fueron suficiente para revolverle el estómago un mes entero y quitarle el apetito por un par más.
Uchiha Itachi había matado a sus padres… y casi por entero al clan.
Y el que Tsume se hubiese enterado de primera mano de todos los detalles, demostraban la valía que tenía como ninja para la aldea y habría supuesto un gran orgullo para Hana, pero lo había ignorado por completo al encontrarse dentro de un torbellino de indignación, incredulidad y negación… incluso después de recibir el informe oficial del Hokage donde se hacía del conocimiento que Itachi ahora figuraba en el libro bingo.
Había sido una orden que aquello no fuera divulgado de manera indiscriminada y que esperaran a que los encargados comenzaran a circular la noticia de la manera propicia, pero la ausencia de un clan entero comenzaba a notarse al segundo día y no faltó el ninja que confío ciegamente en un miembro de su familia. Pronto la noticia ya no era tan nueva y lo que antes eran susurros de suposiciones ahora eran voces certeras donde no faltaba el timbre de alarma.
Y, recordaría siempre, una extraña energía embargó la aldea durante los días siguientes, volviéndolos a todos ligeramente agresivos en su actuar, una persona ya no podía chocar con otra porque los gritos no se hacían esperar, ni los ojos llenos de pánico tardaban en brillar en las personas que se esforzaban por terminar los disturbios. Pronto volvieron las reminiscencias, del caos que vivió a los seis años, a los gestos y los ojos de la gente que veía a cierto niño de cabellos negros pasar.
No los culpó realmente y aunque no estuvo de acuerdo con la manera en que se manejó la situación, hubo algo en lo que no pudo evitar coincidir:
Itachi había cometido una atrocidad.
Como la mayoría de las cosas que he escrito últimamente, esto es raro y gris… no espero que les guste, porque sé que mis ideas no son del todo… ¿esperadas?, pero al menos espero lo entiendan.
He estado trabajando en esto desde hace casi ya dos años, no quiero decir que sea perfecto, porque NO lo es… le falta algo. Así que espero entiendan porque lo marco como concluido, aunque quizá no se sienta de ese modo.
Domingo, 07 de octubre de 2018
