Porque quiero, porque puedo, porque era necesario.
No sé cuántas viñetas haga, cuántas serán apegadas al canon y cuántas cosa mía. No sé si logre mi cometido en esto o falle miserablemente. Quería una excusa para escribir Kenyako de ese que derrite el corazón (y espero que no las retinas). En fin, las primeras viñetas estarán basadas en cosas de la serie. Viñetas independientes con una secuencia lógica de tiempo.
De primeras veces
La primera vez que ella confió
Palabras: 556
.
.
.
Eran apenas unos niños, muchas veces se jugaron la vida salvando dos (o más) mundos como si se tratase de clases extracurriculares. Nadie les daba las gracias; alguien allí decidió que ellos eran especiales y les cargaban la tarea como si se tratara de un deber, como si alguien les diera una remuneración, ¡es más! ¡Era casi como si los agradecidos con todo eso debieran ser ellos! Pero lo asumieron todo con paciencia de santos, no sin eventuales roces entre ellos como compañeros de equipo, pero lo hicieron.
El deber debe cumplirse, guste o no, era lo que su sociedad individualista les ha venido imponiendo desde que fueron capaces de sostenerse en dos pies y armar una frase con más de tres palabras.
Para Miyako no era la excepción; era la menor de un total de cuatro hijos y sus padres ponían muchas expectativas en ella, dado que desde pequeña demostró una capacidad de aprendizaje fácil, ¿qué niño de doce años sabía reparar aparatos electrónicos? ¡Era el pequeño orgullo! Ken sabía de antemano que el mundo constantemente lo estaba estudiando, más ahora que había dejado de ser un prodigio. Había vuelto a su viejo ser.
Él no esperaba el perdón y ella quería creerle, Dios sabe cuánto deseaba creerle, pero su razón constantemente le recordaba su larga lista de pecados cometidos.
«Ese no era él», se decía a veces, «pero, sin dudas, algo esconde», trataba de convencerse. ¿Qué voz tenía razón y cuál estaba equivocada? Más que nunca, el conflicto corazón-cabeza le fue tan doloroso. Es que un niño promedio de doce años no debe pasar esa clase de interrogantes. Menos cuando se trata de alguien cercano a su edad. Todo sería más simple si hubiera sido otro, todo habría más simple si él no hubiese cambiado jamás de bando.
—¡Deja de ser tan estúpida, Miyako! —Se regañó, la dureza con la cual se regañaba a sí misma dejó de piedra a su compañero digital por unos segundos—. Él ha cambiado.
Se lo repetía hasta el cansancio. Si su corazón creía, ¿por qué su cabeza se negaba a hacerlo? ¿Cuestión de lógica? ¿Los recuerdos? ¿Las heridas que su propio compañero llegó a sufrir? Posó sus ojos allá lejos, donde su digimon luchaba con todas sus fuerzas. Su propia inseguridad se contagiaba a su compañero.
«¿Y te dices heredera del amor y la pureza? El amor no juzga, un corazón puro cree.»
No fue cien por ciento consciente de todo el conflicto en sí, pero bastó que llegaran a sus oídos, de parte de alguien más, las siguientes palabras:
«Ken estaba en lo cierto».
Una sensación cálida, como cosquillas en el pecho, llegó tras la primera vez en que ella pudo confiar en él. Luego de eso, ella lo supo; desde aquel momento y para siempre, no dudaría más de él. Y el deseo de volverse compañeros, por primera vez, latió fuerte entre sus costillas. La primera vez que pudo mirarlo con ojos suaves tras que cayera la máscara que lo escondía en una falsa crueldad. La primera vez que el temor se transformó en otra cosa, similar a la confianza.
La primera vez que ella quiso llegar a conocerle de verdad, que quiso llegar a ser su amiga, compartir mucho más que la incansable lucha por mantener el frágil equilibrio de ese mundo y del suyo. Así como ella confió en él, esperaría sus acercamientos.
— 1 —
Juro que lo veo acá y deja de convencerme, haha. ¡Como sea! Dedicado a todos los fans del Kenyako.
Gracias por leer.
Carrie.
