1.– Confesiones Inesperadas

Harry ya estaba harto de Privet Drive, y solo llevaba alli dos semanas. Sus tíos no lo dejaban en paz, principalmente teniendo en cuenta los sucesos del año anterior, en el que se había ido de la casa dejando tan solo una nota, luego de que su "escuadrón de rescate" los engañara haciéndolos ir hasta un supuesto concurso de jardines mas cuidados de Gran Bretaña. Constantemente lo tenían vigilado, y lo sobornaban con mucha frecuencia aprovechando que ahora sabían que él no podría volver a hacer magia fuera del colegio o de lo contrario lo expulsarían. Era comprensible que las dos semanas pasadas habían sido asombrosamente cortas, pero no era placentero ya que el tiempo se le hacía corto a causa de no tener ni un solo minuto libre. Harry pasaba cada hora del día, desde el alba hasta el anochecer, limpiando y ordenando la casa de modo que esta quedara impecable, mientras que los Dursley se sentaban en el jardín a contemplarlo bebiendo algún refresco o mirando televisión en la fresca cocina. Aunque Harry esperaba con ansias el momento de almorzar y el de cenar, los Dursley empezaban a ser cada vez mas miserables, y con el paso de los días reducían la cantidad de alimento de su sobrino. De esta manera, Harry, cansado de trabajar acalorado y bajo el sol todo el día engullía dos veces al día pequeñas cantidades de comida para luego ir a dormir unas pocas horas que no le servían en lo más mínimo para descansar.

Se encontraba entonces tumbado boca arriba sobre su cama, observando el techo con la mirada perdida. Estaba realmente exhausto. Los Dursley le habían hecho podar el césped de los jardines delantero y trasero, lavar el coche de Tío Vernon, limpiar todas las habitaciones de la casa, y lavar los platos luego de una cena que había sido preparada con la utilización de muchos mas cacharros de los necesarios, según noto Harry, y eso que solo había sido para sus dos tíos. Luego de ese día tan duro, milagrosamente sus tíos lo habían dejado ir, media hora antes del horario en que habitualmente le permitían descansar. Harry estaba pasándolo muy mal aquel verano, porque ese no había sido el único día de trabajo duro. Cada mañana debía levantarse y hacer el trabajo doméstico que tía Petunia había decido no hacer más. Estaba pensando en todo esto cuando un súbito y extremadamente fuerte golpe resonó en toda la casa. Hedwig, la lechuza, comenzó a dar sonoros alaridos que provocaron que Harry se aturdiera. Muy extrañado, tomó la varita de dentro de su cajón y bajó las escaleras silenciosa pero rápidamente. Al llegar al final contempló una escena que le causó mucha gracia, pero no se rió por miedo a que sus tíos lo reprendieran más de lo que normalmente lo hacían. Su primo Dudley estaba tendido en la puerta de la casa, sentado, con aspecto de aturdido y una sonrisa bobalicona en la cara. Su mano, con la cual con mucha probabilidad había amortiguado la caída, sostenía algo que Harry no podía reconocer desde su ubicación. Al parecer, sus tíos si lo reconocieron, porque exclamaron:

-¡Dudley! ¿Dónde has estado? ¿Y que es ESO que tienes en al mano? – poniendo bastante énfasis en la palabra "eso".

-¿Esto? – preguntó Dudley con cara de idiota mostrándoles a sus padres un cigarrillo encendido – Esto es mi varita mágica – les comentó.

-¿Pero qué estás diciendo, caramelito? – preguntó Petunia, alarmada - ¡Vernon! ¡Dudley tiene algo! ¡Miralo!

Pero tío Vernon no podía articular palabra. Observaba con ojos desorbitados a la cara de su hijo y luego a su mano derecha, en la que el cigarrillo se consumía lentamente.

-¿De donde has sacado eso? – le preguntó lentamente, como procurando que su hijo entendiera bien lo que el le estaba diciendo.

-De aquí, mira – le dijo su hijo de forma natural, sacando de su bolsillo una caja de cigarrillos y un encendedor que le mostró a su padre – Los compré hace un rato, aquí a la vuelta.

-¿Pero que dices, cachorrito? Mi muñequito precioso, si tu no puedes haber comprado eso...¿estás seguro de lo que dices? – Preguntó su madre dulcemente.

-Por supuesto que si, hace siglos que los compro con el dinero que me dan a diario para comprar algo para el té.

Todas estas confesiones no le resultaban extrañas a Harry, que sabía la situación de su primo hacía siglos. Lo que si lo extrañaba era el hecho de que su primo confesara todo esto cuando en realidad el siempre pretendía parecer un ángel caído del cielo. Pero, la verlo, se le ocurrió una buena idea.
-Yo sé que puede hacerse – comentó Harry cautelosamente. – En donde yo estudio tenemos una manera de averiguar...

-¿Qué quieres decir? - pregunto ferozmente su tío, mirando a Harry con ojos rabiosos.

-Quiero decir que tengo una posible solución, para saber que es lo que le sucede a Dudley. Es un hechizo sencillo que da a cualquier persona que lo reciba la capacidad de responder la verdad a cada pregunta que se le haga, pero solo puede preguntar quien lo ejecuta. – se inventó Harry rápidamente.

-¿Cómo sabemos que debemos confiar en ti? – preguntó desconfiada tía Petunia.

-Porque soy su única salida – les dijo Harry – Es lo único que pueden hacer para saber que le sucede.

-De acuerdo – aceptó tío Vernon a regañadientes – Trae esa maldita varita mágica y haz lo que tengas que hacer.