~Oui, avec l'aide de Dieu, je serai au paradis~
(Si, con la ayuda de Dios, estaré en el paraíso)
Sus pasos resonaron contra las paredes de un amplio recinto, grande y majestuoso. Esa chica había llamado la atención de todos al entrar a la habitación. Para sus 17 años, Jeanne d'Arc ya era una chica extraordinaria. Su fama había crecido en los últimos años, muchos veían en ella a una santa y le atribuían poderes sobrenaturales. Esto había llamado la atención del rey quien, vestido con ropa sencilla, la llamó a su presencia para comprobar si era cierto que ella era una enviada de Dios.
Jeanne entró en la sala que se encontraba llena de espectadores. En el trono se encontraba un impostor vestido con la ropa del rey y detrás de él se encontraba un joven de cabello rubio y ojos azules que se notaba cansado y adolorido por la guerra. Cuando el rey impostor le dijo que se arrodillara ante él, la chica negó suavemente con la cabeza y su mirada se dirigió a los presentes. Caminó lentamente hacia el rey disfrazado e hizo una reverencia frente a él. El monarca la felicitó y se dirigió al trono recibiendo la corona del impostor.
El rey Carlos VII, un monarca que había perdido toda esperanza de vencer a Inglaterra en la guerra de los cien años, observaba impresionado a la joven que se arrodilló frente a él una vez que se sentó en el trono.
Todos la observaban pero nadie lo hacía con tanto interés como el joven de cabello rubio que se encontraba de pie detrás del trono de su rey. Sus ojos azules recorrieron la figura de la joven. Cabello rubio corto, resplandeciente como el sol, sonrosadas mejillas como los pétalos de una rosa y de aspecto delicado, muy hermosa sin duda, pero fue hasta el momento en que ella levantó la mirada del suelo que le quitó el aliento a Francia.
Sus ojos, esos resplandecientes orbes de un extraño tono verde azulado, reflejaban seguridad, confianza y pasión. Su suave voz resonó segura en la habitación cuando le aseguró al rey que Dios la había enviado para ayudarlo y que fuera coronado en la catedral de Reims.
Varias risas se escucharon cuando la joven terminó de hablar, muchos encontraron ridículo el hecho de que esa chica, una humilde campesina, pudiera ayudar en la guerra, sobre todo contra los ingleses. Era una locura. La joven se mantuvo serena y firme mientras todos reían a su alrededor, ella seguía con la mirada clavada en el rey. Francis estaba sorprendido, deslumbrado por esa chica única por lo que un sonrojo atacó las mejillas de la nación cuando los orbes verdes azulados se impactaron contra sus ojos azules con la fuerza de una bola de demolición. Ella lo miraba fijamente, como si pudiera leer su mente y pudiera darse cuenta de que el corazón de Francia latía desbocado, golpeando el pecho del rubio sin piedad.
El rey calló las risas con un gesto. Él pensaba que quizás Jeanne no era una enviada por Dios, sino por el diablo. Quizás lo que ella en realidad quería era derrocar desde adentro a su ejército por lo que le dijo que sería cuestionada y examinada por los clérigos eruditos de Poitier. Un par de guardias escoltaron a la chica a la torre donde se encontraban los eruditos. Francis caminó detrás de ellos atraído hacia ella de manera magnética. Subieron lentamente por una escalera de caracol hecha de piedra
Jeanne caminaba al frente del grupo y lanzaba discretas miradas al francés que no podía apartar su mirada de ella. La miraba como un ciego que ve el mundo por primera vez. Cuando llegaron a lo alto de la torre se encontraron con tres ancianos que estaban escribiendo libros. En esa habitación circular con tres finos pupitres para cada uno de los ancianos, solo se escuchaba el rasgueo de las plumas sobre los pergaminos. Francis les explicó lo que había pasado y ellos no encontraron ningún problema en examinarla. Cada uno le hizo preguntas realmente complicadas, incluso la nación desconocía algunas pero la chica contestó todas y cada una de las preguntas sin titubeos. Su seguridad dejó al ojiazul completamente deslumbrado y sorprendido.
Finalmente ellos concluyeron que la chica era pura e inocente. Una vez que regresaron a la habitación del trono, ya había pasado más de medio día. Toda esta demora impacientaba a la joven quien le aseguró al indeciso monarca que le quedaba poco más de un año de vida y que en ese tiempo debían hacer muchas cosas.
Esa revelación hizo que el corazón de Francia se detuviera. El escuchar tan espeluznante declaración con su suave voz llena de seguridad lo dejó helado. Ella no podía estar hablando en serio, simplemente no podía. El miedo de perder a tan maravillosa y celestial joven le carcomió el alma, debía evitar que su predicción se cumpliera, ella debía ser feliz y vivir mucho años a su lado.
El rey Carlos se convenció de que esa era una oportunidad prácticamente única por lo que le pidió dos días para reunir a un ejército. Mientras el rey convocaba a una audiencia con sus consejeros, ella decidió dar una vuelta por el palacio para distraerse hasta el momento de la batalla. Se movía con una gracia casi hipnótica hacia uno de los balcones del palacio. Francia no dudó en seguirla, quería hablar con ella, quería escuchar su voz y ver sus ojos de nuevo.
-Ahm… bonjour, madeimoselle-la saludó parándose al lado de la joven. Se sintió desfallecer de emoción cuando su mirada se cruzó de nuevo con la de ella- Soy Francis Bonnefoy, es un placer conocerle-le ofreció su mano con una amplia sonrisa
-Bonjour Monsieur-dijo ella con su suave voz y el mayor se estremeció débilmente-Me llamo Jeanne d'Arc, es un placer el hecho de que el Señor todopoderoso me otorgue el honor de conocerlo-estrechó su mano.
En cuanto ambas manos hicieron contacto, un suave cosquilleo recorrió la mano de la nación. Era como un calor desconocido que embargó todo su ser hasta su corazón por lo que sonrió tiernamente. El ojiazul le comentó acerca de lo impresionado que se había sentido cuando ella reconoció al rey falso. Jeanne le aseguró que era Dios quien guiaba todos y cada uno de sus pasos. Francis estaba impresionado por su fe, sabía que esa chica haría cosas grandiosas, lo que nunca pensó era en el precio que ella pagaría por todo eso.
Después de platicar y conocerse, Jeanne le pidió que fuera a una capilla consagrada a Santa Catalina y que buscara una espada que se encontraba enterrada detrás del altar. Francis encontró muy extraña esta petición, estaba confundido ya que, hasta donde sabía por lo que le había comentado ella, la chica nunca había estado en esa capilla. Llamó a varios guardias y los envió al lugar asignado a buscar la espada.
Siguieron platicando y conociéndose otro rato mientras esperaban el regreso de los guardias. El rubio estaba encantado con la chica, le sorprendía su tenacidad y confianza además de sentirse orgulloso de ella al haber decidido cortar su cabello para parecer un hombre. Un par de horas después, los guardias regresaron y, efectivamente, habían encontrado la espada ahí. Esa chica no dejaba de sorprender a la nación.
Francis tomó la espada, que estaba vieja y oxidada, llena de polvo y tierra antes de ponerla sobre las delicadas manos de la rubia. En cuanto el metal hizo contacto con las manos de ella, la espada comenzó a brillar como si fuera nueva. El óxido caía de ella cual polvo revelando una reluciente y hermosa espada.
Sin lugar a dudas, ella había sido escogida por Dios.
Jeanne mandó hacer un estandarte de seda blanco salpicado con flores de Liz con la imagen del Redentor. Francis estaba preocupado por su bienestar por lo que le entregó una armadura con la intención de protegerla del destino que le aguardaba. Una vez que tuvo todo, la Pucelle guió al ejército francés hacia Orleans. Ésta sería su batalla más recordada.
Hola a todos, espero que les haya gustado, no olviden comentar.
