EL PEQUEÑO PIRATA

Tras los últimos acontecimientos, encuentro muy necesario para preservar mi salud mental poner por escrito todos mis pensamientos. Quizás así logre aclarar mis ideas y darle sentido a esto. Así pues, comenzaré desde el principio de todo.

Cuando cumplí once años mi padre tuvo la gran idea de apuntarme a clases de música. A mí no se me ocurrió cuestionar esta decisión, ya que no quería dar más problemas a mis padres de los que ya sufrían por culpa de mi hermana. Y además, esto suponía cierto esfuerzo económico, con lo que no podía permitirme desaprovechar la oportunidad.

Así que allí estaba yo, en la puerta de uno de los mejores conservatorios vestido con mi mejor camisa de cuadros y sin demasiadas expectativas. Observando como los demás niños iban y venían cargando con sus instrumentos. Me pregunté cual podría tocar, el piano era un instrumento que me parecía muy importante, pero caí en que lo más probable es que no pudiera llevármelo fácilmente a casa. Quizás algo más pequeño y barato, ¿el triangulo?, seguro que si lo elegía mis lecciones acabarían rápido. Y entonces fue cuando escuché una voz que interrumpió mis pensamientos.

-EL clarinete, concretamente el clarinete en si bemol-

La voz provenía de un niño algo más pequeño que yo, o eso reflejaba su altura. Aunque tenía unos ojos demasiado inquisitivos para un niño tan pequeño. Pero este efecto era contrarrestado por unos salvajes rizos negros que le bailaban de una forma adorable por la frente. Bueno, el caso es que este chico no esperaba una respuesta de mi parte y siguió hablando.

-Con el clarinete se toca solo un tono a la vez y en una sola clave, con lo que no te será difícil leer las notas. Además…- Se detuvo a observar mi expresión con esos ojos que me parecieron de hielo y que ahora sé que cambian según su estado de ánimo. Debió de encontrarme interesado porque prosiguió con su monologo- Además, a tu edad es probable que cuentes con una voz más grave que la de los niños con los que comenzaras a tocar, lo cual te vendrá bien para destacar ya que para este instrumento es preciso un registro bajo, así como unos buenos pulmones e incisivos fuertes.- Entonces me dirigió una mirada preocupada, pero se decidió a proseguir-Y lo cierto es que no es necesario que tengas un gran oído para tocarlo.

-Ah, gracias- Que aquel niño manejase con tanta facilidad tanta información me impresionó tanto que no me detuve a pensar en que había sugerido que no parecía que tuviese un buen oído.- Ha sido de gran ayuda la verdad, quizás hasta no haga falta que entre a clase.

-Vaya-

-¿Qué ocurre?

-Nada, solo que, normalmente no me dan las gracias- Dijo mientras se despeinaba con una mano los rizos y desviaba la mirada- Más bien todo lo contrario.

-Pues ellos se lo pierden.- Le dije con mi mejor sonrisa, intentando que no se sintiera cohibido conmigo-

-Bueno, ahora tengo clase- Entonces cogió una funda de un violín y me dedicó una sonrisa y un guiño que me parecieron impropios del niño tímido que parecía antes- Soy Sherlock Holmes, el primer violinista pirata del mundo, nos vemos pronto.

Ahora lo recuerdo y me resulta increíblemente divertido. El Sherlock de ahora niega por completo que de pequeño tuviese estas aspiraciones tan estrafalarias. Ahora se centra más en averiguar "el tiempo de descomposición de organismos concretos cuando están bajo ciertas variables", o como yo lo llamo "meter una cabeza de cerdo medio podrida en mi nevera". Pero, me estoy desviando del tema.

Con el tiempo aquel niño se convirtió en mi sombra. Me seguía por todo el conservatorio mientras me explicaba lo último que había averiguado acerca de algún pirata en uno de los antiguos libros de su biblioteca. Porque aquel niño disponía de toda una biblioteca para él solo, además de sirvientes y un hermano que adoraba los dulces y que trataba de calmar las ansias de aventuras de su hermano pequeño. Yo ya era consciente de que éramos muy distintos, pero me daba igual. Gracias a él aquellas horas en clase se hacían increíblemente llevaderas. En cuanto a lo que él veía en mí, no sé que era exactamente, quien sabe, no lo sé ni ahora. Supongo que solo necesitaba a alguien que le siguiera ese ritmo frenético que sigue llevando.

-Buenos días Sherlock- Me lo encontré sentado en el suelo observando un folio arrugado- ¿Qué tienes ahí?

-Una lista.

-Una lista, ¿Qué clase de lista?- Parecía que hoy me tocaba sonsacarle la información en lugar de que me emboscase por los pasillos para exponerme su último hallazgo.

-De nombres- Se decidió a despegar su cara de aquel papel y su cara estaba completamente iluminada- Para un perro.- Le devolví la sonrisa, me senté a su lado y eché un pequeño vistazo.

-Veamos, Mozart, Joseph Bell, Paganini, Houdini, Orson…. – Vale, es un poco triste, pero muchos de los nombres de su lista no me sonaban para nada. Así que señale uno que me era ya muy conocido gracias a Sherlock.

-Me gusta Barbarroja-

-Barbarroja Segundo-

-¿Cómo que segundo?

-Sí, no me gusta el primer Barbarroja. Hubo dos hermanos que tenían el mismo apodo, pero no se parecían. El mayor, Aruj, estaba muy metido en la política. Mientras que a su hermano pequeño, Hayreddín , eso no le interesaba. Prefería dedicarse a vivir aventuras y a robar oro y naves.

-Sí, es más de tu estilo-Sherlock asintió y volvió a enfocarse en su lista- Pero, yo quitaría lo de Segundo, los perros prefieren los nombres cortos. Y, además, por lo que me has contado, en realidad solo uno de los dos hermanos fue un pirata de verdad.

-Supongo…. Supongo que tienes razón- Me miró satisfecho para luego añadir- Para variar.- Maldito crio.

Pero un día no vino a clase, ni al otro, ni al otro…. Y así pasó una semana y media. Pregunté a los profesores y no supieron que decirme. Pero logré que me dieran su dirección con la escusa de llevarle los deberes a ese niño que no necesitaba practicar para acordarse de cualquier melodía.

La mansión de los Holmes era enorme e intimidante. Pero a los once años ya apuntaba a maneras y no me dejé llevar por aquello. Y toqué el timbre.

-Así que tu eres el famoso Jhon- Su hermano Mycroft me estaba dedicando toda su atención desde que puse un pie en su casa- Ya que mis padres no se encuentran en casa, permíteme que te haga unas preguntas.

-En realidad yo solo he venido para saber si Sherlock está bien.

-Y yo estoy aquí para decidir si puedes saberlo- Estuve tentado de mandarle a la mierda, sin embargo mi preocupación ganó la batalla.

-Muy bien, que sea rápido-

-Ya veremos. – Se acomodó en su sillón, que estaba frente al mío. En aquella enorme y mal iluminada sala- Necesito que seas mis ojos en ese conservatorio, que me digas que hace y cuando lo hace. Que me expliques sus nuevas ideas acerca de su futuro y me ayudes a hacerle ver la realidad.

Ahora entiendo a que venía todo aquello. Pero me sentí tan molesto de que alguien pretendiera controlar a un niño tan libre y brillante como aquel. Es más, que quisiera controlar a mi amigo. Que no reaccione de la mejor manera.

-No. – Y le dirigí la mirada más desafiante que tenía en mi repertorio.

Hubo una larga pausa en la que nos evaluamos el uno al otro. No había mucho en aquel chico que me recordase a mi amigo. Era corpulento y tranquilo, todo lo contrario que su hermano. Quizás compartían un carácter algo arrogante.

-De acuerdo- Una pequeña sonrisa se hizo presente en su cara para luego poner una expresión de gran consternación- Es Barbarroja.

-Oh-.

-Si eres tan amable de acompañarme, te enseñare su habitación- Seguí la figura de aquel niño, a través de un largo pasillo, que debía tener mi edad pero que se comportaba como un adulto- Es aquí.

-Ya veo- En la puerta había una bandera pirata que había sido medio arrancada por alguien que no era todavía lo bastante mayor para alcanzarla por completo.

Ciertamente no estaba preparado para verlo de aquella manera. No he vuelto a verlo de aquella forma. Me lo encontré hecho un ovillo en una manta raída, que supuse sería de Barbanegra. Pero no lloraba como yo imaginaba, estaba completamente ido.

-¿Sherlock?, soy John- no sabía que decirle para arreglar la situación. Me decidí por la verdad- Te he echado de menos en el conservatorio.- Y no hubo respuesta

-Y así se pasan los días- Mycroft observó entonces las paredes y, en aquel momento yo también lo hice. Todas las fotos, los libros de las estanterías, todo destrozado, su sueño de ser pirata destrozado.

Y entonces tuve la idea. La maldita idea. Desde un primer momento deseché intentar razonar con él, eso ya lo habría probado su hermano. Además Sherlock no era un adulto al que se le pudiera dar una razón para no estar así y punto. Ahora quizás sí, pero entonces yo me encontraba ante un niño demasiado sensible que no sabía cómo reaccionar ante la pérdida de su mascota. Como podría pasar con cualquier otro niño. Y quizás Sherlock necesitaba eso, que se le tratara como a cualquier niño. Necesitaba a alguien que simplemente lo abrazara y le hiciera sentirse libre para llorar en su hombro. Es decir, necesitaba un amigo. Vamos, a mí. Y encontrarse en un lugar acogedor y no en esa enorme y fría habitación. Asique decidí que era un buen momento para una fiesta de pijamas en mi casa. Aunque el ambiente no estaba para fiestas precisamente, pero para mí tenía bastante sentido en aquel momento. Y debió tenerlo también para Mycroft, ya que accedió enseguida a mi petición. Si bien antes realizó "varias comprobaciones", traducción para los que no conocen a los Holmes, averiguar hasta en qué dirección se cepillaban los dientes mis padres.

Cuando me había dado cuenta estaba en la parte de atrás de una limusina y con un Sherlock, que seguía sin decir ni una palabra, a mi lado. No sé cómo, pero consiguió mantener entre sus manos la pequeña mantita de Barbarroja. Y eso que había pasado por un baño y había sido cambiado de ropa a la fuerza por no solo una, sino dos sirvientas. Pero al menos estaba sentado erguido. Supongo que no se esperaba mi respuesta ante aquello, parece que, entonces, la lógica no era lo que me empujo a llevármelo a casa.

Le presenté a mis padres, conseguí evitar a mi hermana y por fin llegamos a mi habitación. Todo con éxito a pesar de que no conseguí de su parte mucho más que gruñidos. Y ahí estaba yo, a solas con él y sin volver a saber qué hacer. Mi mente se quedaba demasiadas veces en blanco al lado de aquel niño.

Si hay algo constante en Sherlock, por encima de todo, es su curiosidad. Comenzó observando los posters de las paredes, de deportes en su mayoría, un gran mapamundi, la tabla periódica…. Luego mis libros de clase, mis comics, mis cedes (ninguno de música clásica)… Hasta que su mirada se posó en un lugar que no debía. Yo, en un intento de culturizarme y no morir del aburrimiento en el intento. Me hice con unos comics antiguos titulados "Barbarroja, el demonio del Caribe".

- No ha sido muy inteligente de tu parte dejar eso a la vista- dijo Sherlock mirándome con más odio que tristeza. Aunque, al menos había conseguido que me hablara.

-No es culpa mía -Yo no me merecía aquel odio. Pero suspiré y le dije- Llevaba mucho tiempo sin verte. No sabía que estaba pasando.

-Pues ya lo sabes-Seguía bastante enfadado. Y tiró el comic a la papelera de un manotazo. Movimiento que implicó que tirase la mantita frente a sus pies - ¿Te ha servido de algo?

-Si, para quedar como un imbécil por intentar ayudarte, al parecer- Me acerqué a él y recogí el comic para guardarlo en el cajón de al lado.

-Yo no te he pedido nada- dijo desviando la mirada.

-No, pero soy tu amigo- dije con la poco paciencia que me quedaba.

-¿ Mi amigo?-Me miró con su sonrisa más cruel- Los amigos hablan de cosas, y para eso hay que estar un mismo nivel intelectual. Y tú nunca me alcanzarás.

- Eso no te parecía así cuando me perseguías por los pasillos.- Me acerqué de nuevo y recogí la manta frente a él.

-Te hacía un favor – Sherlock miraba para otro lado.

-Sí el de llenarme la cabeza de datos que no sirven para nada.- Le ofrecí la manta.

-No tengo la culpa de que el espacio sea tan limitado.- dijo bajando la voz progresivamente , mientras cogía la manta.

-Sabelotodo de las narices- me miró.

-Troglodita- le miré

Entonces sonrió, miró el trozo de tela que tenía entre sus manos. Y cuando volvió a mirarme ya le habían empezado a correr lágrimas por las mejillas.

-Ya no está John.- Dijo con la respiración entrecortada y los ojos nublados por lágrimas.

-Lo sé.- Me acerqué y lo abracé con todas mis fuerzas.

-Era un perro muy listo- decía mientras comendaba a hipar - Se que solo era un perro pero era….

- Tu amigo, lose-

-Tú también- dijo con una voz débil.

-Qué remedio- Y sonreí para mis adentros.

Estuvo llorando un buen rato hasta que cayó dormido. Yo me dormí a su lado no mucho más tarde. Y cuando era por la mañana me lo encontré agarrado a mí como una lapa. Aunque cuando se despertó pareció avergonzarse un poco. Pero lo conseguimos normalizar todo. Quizás demasiado, porque a partir de entonces Sherlock a estado viniendo a dormir a casa cada fin de semana desde aquella vez.

¿Y que tiene esto de malo? Se podría pensar. Se diría que es hasta adorable. Para comprenderlo debemos situarnos, hace no mucho, cuando yo comencé a darles vueltas a la cabeza. Porque, de nuevo, sí, la situación en ese momento era adorable. Pero cuando llega el momento en el que yo soy más que consciente de que Sherlock ya de niño adorable tiene poco, sino que es un adolescente de quince años. Quien además ya es bastante más alto que yo y que ocupa toda la maldita cama. Y que se sigue pegando a mí como una lapa. Las cosas cambian.

Porque claro, uno empieza a preguntarse cosas. Y a darse cuenta de que aquella situación muy normal no era. Es decir, ¿no debería preferir dormir con alguna chica, en lugar de contar los días para que llegase el fin de semana?... No , no debería, y no solo porque se tratase de un chico. Sino porque se trataba de Sherlock, de mi amigo, mi mejor amigo. Yo no debía sentir nada de aquello por él y lograr preservar nuestra amistad por encima de todo. Con lo que decidí que lo mejor era explicarle que no podía volver a dormir conmigo y menos de aquella manera. ¿He mencionado que Sherlock había decidido comenzar a dormir en calzoncillos? Porque eso nunca está de más mencionarlo. Me estoy apartando del tema. La cuestión es que yo en aquel momento estaba tratando de encontrar la manera de explicarle aquello a Sherlock. Y que lo nuestro fuera una amistad normal, aunque con Sherlock nada es normal.

-Sherlock- Susurré cuando vi que algo de luz se filtraba porlas cortinas- He estado pensando en algo.

Noté como Sherlock cogía aire y suspiraba sobre mi nuca. Y no solo no me contestó, sino que se apretó aún más contra mí espalda.

-Es en serio Sherlock-

-Estoy cansado- dijo con su una voz más grave de la normal. Con su voz ronca de recién levantado que solo yo tenía el placer de oír.- Mañana

Yo me resigné entonces a esperar un día más para tener la conversación, como me pasaba siempre últimamente. Pero no podía parar de pensar mientras que notaba su respiración sobre mi cuello.


Comentario de la autora

En primer lugar gracias por llegar hasta aqui, espero que les haya gustado el principio de la historia. Llevaba algún tiempo con ganas de escribir una historia así. Tengo cierta debilidad por las historias de amor entre amigos de la infancia , así como por la serie Sherlock. Así que me decidí a juntar ambas cosas. Pense que sería bonito que Watson hubiese estado con él desde el principio.

En fin, por otro lado, lo cierto es que no suelo escribir mucho así que las críticas constructivas son más que bienvenidas. Y sus opiniones, tengo curiosidad, la verdad.

Nos vemos en el segundo capitulo.

Gracias por leer.