Tal vez, iba demasiado rápido. Bueno, iba demasiado rápido.
Sin embargo, tenerla a su lado, oler su embriagador perfume, mirar sus bellos ojos, sentir su tersa piel, escuchar su melodiosa voz, saborear su exquisita boca. Era demasiado para un chico hormonado de quince años ¿cierto?
Así que mirándola como si fuera la cosa más bonita del mundo y lo era. Comenzó a tocarla, una mano colocada en su mejilla y la otra debajo de su remera. Sus labios uniéndose y desuniéndose por falta de aire.
Hasta que todo empezó a subir de tono, Marinette emitió un jadeo, cuando las manos de Adrien- inexpertas y hambrientas- desabrocharon su corpiño mientras la nariz estaba apoyada en su cuello, oliendo su fragancia.
Se apartó un momento y se sacó la remera, mostrando su entrenado torso. Y esa acción fue suficiente para que Marinette retrocediera sentada en la cama y se cayera para levantarse como si hubiera un terremoto por sus extremidades temblorosas y huyera despavorida con el pretexto de que tenía que comprar pan y que iba a volver en un rato, balbuceante y obviamente y seguramente queriendo decir que tenía que ayudar en la panadería.
Suspiro quejumbrosamente, sus palmas cubriendo su vergonzosa cara. Ya pensando que por su actitud indecorosa y desesperada no iba a volver aunque ella dijo que lo haría. Apoyo su roja y caliente cara en la cama. Sintiéndose avergonzado, no porque huyera, aunque eso había sido un golpe en su orgullo sino porque no pudo contenerse.
¡Ah! Realmente la amaba y en cada momento, quería tocarla, besarla y todo lo que conlleva a eso.
Emitió un quejido y en eso...
—Lo vi todo.
Esa voz lo paraliza, pero aun levanta la mirada, unos pocos centímetros para verla a la cara.
—Te aconsejaría que si vas a mantener relaciones con tu novia, lo primordial es que cierres la puerta. Bueno, dejar encendida la luz es a gusto tuyo.
Adrien quería morir.
—¡No le digas a mi padre! —gritó tapándose con la sabana para cubrirse su torso desnudo y todo él.
—No te preocupes, el me dejo en claro que no le molesta ese tipo de acciones, siempre y cuando, no traigas sorpresas.
Adrien sentía sus mejillas sonrojadas, mucho más rojas que antes.
—Por lo tanto, para evitar eso, tu padre medio esto.
Nathalie se acercó a su cama y extendió su mano para que Adrien lo tomara y cuando lo hizo estuvo estático y colorado al tener un preservativo en su mano.
—¡G-gracias Nathalie! —dijo sin saber que otra que decir, mientras lo escondía debajo de la sabana, expresándolo en voz alta por la tensión que su cuerpo estaba sintiendo. Nunca se imaginó que tendría esta conversación con la asistente de su padre.
Ella tampoco se lo esperaba, pero se mantenía inexpresiva mientras hablaba como si ese tema no le resultara vergonzoso.
—De nada —contesto de forma monótona— ¿Sabes cómo usarlo?
Adrien se le dilató las pupilas.
—M-me l-las a-arreglare —tartamudeó sintiéndose más humillante. ¡No quería tener esta conversación! ¡Ni ahora ni nunca!
—De acuerdo.
Dijo y cuando Adrien creyó que se iba a ir.
—Por cierto, a tu novia le di también un cuando se estaba yendo y también pastillas anticonceptivas.
Adrien estaba boquiabierto por lo que estaba escuchando.
—También le aconseje a tu novia que no te deje marcas en el cuello y mucho menos en sectores visibles, porque eres modelo sin importar si aquello se puede cubrir con maquillaje.
Adrien asintió robóticamente perturbado por lo que estaba oyendo.
—Eso es todo —marchándose y cerrando la puerta tras su partida.
Adrien luego de la conmoción pegó su frente en la cama.
¡Marinette no iba a volver!
