Disclaimer: Los personajes son de Rowling. Mío, solamente la trama.

RANAS DE CHOCOLATE

CAPITULO I

Indudablemente estaban nerviosos. Draco le echó un vistazo a su compañero, que caminaba a su lado en un inusual silencio. Harry estaba muy atractivo con ese traje, pensó para distraer su propia inquietud. Y, que recordara, era la primera vez que no le había oído quejarse en todos los años que llevaban juntos, por tener que ponerse una corbata. Poco más de cinco, ya. Dio un pequeño apretón a la mano que tomaba la suya. Harry volvió la cabeza hacia él y sonrió.

o.o.o.O.o.o.o

Habían empezado a salir después de la guerra. No inmediatamente. Pasaron bastantes meses hasta que, casualmente, se habían reencontrado en el Callejón Diagon, frente a "Artículos de Calidad para el Quidditch", ambos admirando la misma escoba en el escaparate de la tienda. La conversación había sido torpe y turbada al principio, sin saber apenas qué decirse. Así que se habían mantenido en el tema fácil y recurrente que les había llevado hasta la tienda de escobas. Tácitamente, habían evitado cualquier referencia a sus enfrentamientos en los partidos de Quidditch disputados en el colegio y habían centrado su conversación en la liga, recién iniciada tras el parón debido al conflicto mágico. Después, Harry había mencionado que iba a tomarse una cerveza en el Caldero antes de irse a casa. No había sido una invitación. Más tarde, el moreno reconocería haberlo dicho como una manera educada de dar por terminada la conversación y aquel incómodo encuentro. Y que había esperado que en ese momento Draco se despidiera, marchándose cada uno por su lado. Sorprendentemente para ambos, Draco se había apuntado a la cerveza.

Algunos meses más tarde, Draco se había trasladado al apartamento de Harry, dando pie a sus respectivos círculos de amigos a iniciar, separadamente, un sinfín de apuestas sobre quién sería el culpable de la primera gran bronca, hasta cuándo aguantaría Draco el tipo de vida muggle que Harry llevaba, o cuánto tardaría Harry en hartarse de las particulares manías de "niño bien" de Draco. En definitiva, quién dejaría antes a quién. El juego terminó cuando, tras un año de convivencia, la pareja anunció que iban a formalizar su relación.

Por aquel entonces ambos ya tenían empleos estables, habían cambiado el pequeño apartamento por una casa con jardín, y hasta tenían un perro llamado Padfoot, en honor al fallecido padrino de Harry. Draco era pocionista y trabajaba en la botica hospitalaria de San Mungo. Harry era auror, y lo hacía en el Cuartel General de Aurores del Ministerio. Sus sueldos les permitían vivir desahogadamente, incluso soportar los ataques de esnobismo que a Draco le daban de vez en cuando. Su vida había transcurrido feliz y tranquila, sacudida de vez en cuando por las discusiones que ni la pareja más avenida podía evitar. Hasta hacía más o menos un año, coincidiendo con el nacimiento de Rose, la primera hija de Ron y Hermione Weasley.

Que le hubieran hecho padrino de la niña, había vuelto a Harry loco de alegría. O tonto perdido, desde el punto de vista de Draco. El rubio había compartido, moderadamente, parte de ese entusiasmo solo por Harry. Incluso le había comprado a la pequeña "comadrejilla", como la denominaba en privado, vestiditos y complementos que ayudaran a la pequeña a sobresalir en una familia en la que, estéticamente hablando, no predominaba el buen gusto. Con el paso de los meses, la pasión de Harry por su ahijada no había decaído. Hasta el punto de que habían hecho de canguros de la pequeña en más de una ocasión, para que sus padres pudieran tener una noche tranquila que dedicarse de vez en cuando.

Había sido más o menos por esa época cuando Harry había empezado a preguntarle a Draco si alguna vez había pensado en tener hijos. Si habría deseado poder tenerlos. El rubio había respondido que no realmente. Dadas sus preferencias, no había llegado ni siquiera a planteárselo.

-A mí sí me hubiera gustado -había confesado Harry, algo taciturno-. Es raro que nunca hayamos hablado de ello, ¿no? -había añadido después, sonriendo débilmente.

A Draco no le había parecido en absoluto extraño. Eran gays. Sexualmente muy activos y con pocas preocupaciones más que no fueran su trabajo y quién ganaría la liga de Quidditch ese año. Pero como conocía los antecedentes familiares de Harry, y sabía que todo lo relacionado con la palabra familia era una cuestión muy sensible para él, ni se le había ocurrido decirle lo que realmente pensaba. Harry no había vuelto a decir nada más y Draco se había relajado, dando el tema por zanjado. Hasta que una tarde había llegado a casa y había encontrado a Harry en el comedor, estudiando detenidamente un folleto del montón que tenía esparcidos sobre la mesa. Tan absorto en la lectura, que ni siquiera le había oído entrar. Intrigado, Draco había tomado uno para saber qué tenía a su compañero tan interesado.

-¿Adopción? -casi había graznado.

Sobresaltado, Harry le había dirigido una mirada nerviosa, como si aquello fuera un pequeño secreto que no estaba preparado para contarle todavía.

-Sólo es información que he recogido del Dpto. de Asuntos Sociales del Ministerio -Harry había tratado de restarle importancia-. Sentía curiosidad...

Draco había apartado una silla al otro lado de la mesa, frente a Harry, y tras escoger un panfleto al azar, había empezado a estudiarlo, todavía un poco aturdido.

Requisitos generales que deben reunir los adoptantes, leyó. El primero era tener la residencia habitual en el Reino Unido. Draco había pensado que era una premisa lógica. El siguiente, ser mayor de edad. En el caso de una pareja, al menos uno de los dos miembros tiene que ser mayor de edad y uno de ellos tener, como mínimo 14 años más que el adoptado. También le había sonado razonable.

Disponer de unas condiciones económicas y actitudes pedagógicas mínimas, así como medios para atender al niño en lo que respecta a su salud psíquica y física. ¿Actitudes pedagógicas mínimas? Los labios de Draco se habían fruncido en una pequeña mueca. ¿Qué diablos se entendería por actitudes pedagógicas mínimas? Un poco descolocado, había seguido con el siguiente requisito.

Para parejas de hecho, se exige una convivencia buena y estable de al menos dos años. Había recordado que Harry y él llevaban juntos poco más de cuatro. Sobrepasaban ampliamente lo exigido.

Los solteros deberán demostrar que pueden atender las necesidades económicas y de atención del niño. Interés por la educación del niño. ¿Quién iba a adoptar un niño para después no interesarse por su educación?, se había preguntado Draco.

Motivaciones y voluntad compartida de la pareja pro adopción. Y Draco había levantado la vista y mirado a Harry, que a su vez le había mirado a él con expresión un poco ansiosa. Tal parecía que su compañero estaba motivado por los dos, se había dicho.

Los adoptantes no podrán condicionar la adopción a las características físicas, sexo o procedencia socio familiar del niño.

Draco había dejado el folleto sobre la mesa y había entrelazado sus manos sobre ella, mientras sus ojos recorrían el resto de catálogos que su compañero había recogido del Ministerio.

-Creo que ha llegado el momento de que hablemos seriamente de esto, Harry -había dicho-. Lo tuyo no es sólo curiosidad, reconócelo.

Harry había tardado un poco en responder. Había pasado por toda la gama de tics nerviosos que Draco conocía, como recolocarse las gafas o deslizar la mano por su pelo repetidas veces y después aplastar el flequillo sobre su frente.

-Me gustaría saber qué piensas sobre adoptar un niño y sobre la posibilidad de que lo hiciéramos -había dicho finalmente-. Pero quería informarme primero, antes de hablar contigo. No quiero que pienses que lo he hecho a tus espaldas -. El tono había sonado un poco angustiado-. Es que no sabía si realmente podíamos. Pero sí, podemos -agitó el folleto que tenía en su propia mano-. Y... -en ese momento la voz de Harry había sido casi un susurro-, ya sabes lo que he deseado siempre tener una familia...

Draco había mirado fijamente al hombre sentado frente a él, sintiéndose un poco atrapado. Había mucha ilusión en esos ojos verdes que amaba. Y él no estaba muy seguro de compartirla.

-Cambiaría por completo nuestras vidas -había respondido-. Sólo tienes que ver a Granger y a Weasley, mendigando por una noche de tranquilidad.

-Lo sé -había admitido Harry-. Sé que perderíamos algunas cosas, pero ganaríamos también otras, Draco.

El rubio había alzado una ceja, un tanto irónico.

-¿Pañales sucios y noches sin dormir?

Harry había cerrado los ojos unos segundos, como si buscara la respuesta en su interior, para retomar inmediatamente su discurso con ahínco.

-No veas sólo lo negativo, por favor -había pedido-. Tendríamos a alguien a quien querer y cuidar. A quien transmitir nuestras experiencias; alguien que nos recuerde con cariño, Draco. Le enseñaríamos a volar y a jugar al Quidditch; le llevaríamos a los partidos y a comer helados a Florean Fortescue; y cuando entrara en Hogwarts, me sentiría orgulloso de él o ella, cayera en la Casa que cayera.

-¿Incluso si fuera un Slytherin? -había preguntado Draco, tratando de pillarle.

-Sobre todo si fuera un Slytherin. Porque sería como su padre.

¡Joder! Harry lo deseaba. Y mucho, había pensado Draco en aquel momento. Y se había sentido amado y asustado a la vez. Porque no sabía si estaba preparado para cargar con semejante responsabilidad. Además, él ya tenía a quién querer, y ése era Harry. Incapaz de darle una rotunda negativa, le había dicho a su compañero que le permitiera pensarlo; sopesar si realmente podría sobrellevar un cambio de vida como el que le estaba proponiendo. Harry le había respondido que lo meditara todo el tiempo que necesitara, porque no era una decisión que pudiera tomarse a la ligera y eran los dos quienes tenían que estar seguros, no solo él.

Y a partir de ese momento, aunque no deliberadamente, Draco había entrado en una espiral de total negación. Cuando tenían a Rose y, por ejemplo, Harry cambiaba su pañal, repugnante y maloliente, decía con pesar arrugando la nariz:

-Estoy seguro de que jamás podría cambiar un pañal, Harry.

O cuando, después de un rato de haberle dado de comer, la pequeña vomitaba un poco sobre el hombro de su compañero y aquello olía asquerosamente a leche agria comentaba:

-No soporto este olor, Harry. Además, imagina que vomita sobre una de mis túnicas más elegantes...

O cuando alguna noche que iban a cenar a casa de los Weasley, y Rose empezaba a llorar desesperada hasta romperles los tímpanos porque le estaban saliendo sus primeros dientes, Draco le susurraba a Harry en voz muy bajita:

-Esto es insufrible, Harry, reconócelo. Si llegara a casa tan cansado como ayer y nuestro hijo rompiera a llorar así por la noche, sería capaz de tirarlo por la ventana, te lo juro. No he pasado todo lo que he pasado para acabar en Azkabán por infanticidio.

Harry le escuchaba con paciencia. Ni le daba la razón, ni se la quitaba. Se limitaba a asentir a veces y otras a encogerse de hombros. Mientras tanto, seguían con su vida de siempre: trabajar, la copa de los viernes por la noche con los amigos, el partido de quidditch de los sábados por la tarde, su cena íntima de los sábados por la noche y después baile o cine; teatro si Draco se ponía muy caprichoso. Y al llegar a casa, sexo pasional y desenfrenado. Domingos por la mañana perezosos, más sexo y una comida tranquila seguida de una tarde relajada en el sofá leyendo, poniendo a punto sus escobas o simplemente no haciendo nada. Cada tres semanas Harry tenía guardia los fines de semana y cada dos, aunque no tenía que quedarse en el hospital, Draco debía estar localizable por si se requería hacer alguna poción especial de forma urgente; de las más habituales tanto él como el mago con quien compartía la responsabilidad de la botica hospitalaria, se encargaban de su elaboración durante la semana, para que ninguna de ellas faltara. A pesar de que Harry y Draco trataban de que esos fines de semana coincidieran, cambiando algún turno con sus compañeros, no siempre era posible.

Había sido uno de esos sábados por la noche en los que Draco se encontraba solo en casa, aburrido delante del televisor, que no era un invento muggle que le disgustara, pero que esa noche no encontraba especialmente interesante, cuando su chimenea se había iluminado dejando paso seguidamente a un alterado Ron Weasley. Y no venía solo.

-El padre de Hermione está en el hospital -había dicho muy nervioso-. Su madre acaba de llamar desde allí y todavía no sabemos qué le pasa.

El pelirrojo había dejado en brazos de un sorprendido Draco a su hija, que estaba dormida y agitando su varita, había montado con destreza la cuna portátil que siempre utilizaban cuando les dejaban a la pequeña.

-Hay pañales, mudas, leche, biberones y preparado para hacer papilla -había informado el pelirrojo a continución, mientras le tendía a Draco una abultada bolsa-. Hermione ha metido de todo porque no sabemos a qué hora volveremos.

Después había mirado al rubio con un gesto de disculpa.

-Siento si os hemos estropeado la noche -había dicho, sin sospechar que Harry se encontraba trabajando.

Seguramente Ron no se habría ido tan tranquilo si hubiera sabido que dejaba a su hija completamente en manos de Malfoy.

En medio de la sala, y habiendo pronunciado apenas un "espero que no sea nada", Draco se había sentido asustado e impotente. Y eran sensaciones que por lo general solían producirle bastante mala leche. Harry era quien se encargaba de su ahijada en las ocasiones en que se la dejaban. Él, el que se dedicaba a contemplar el despliegue de su compañero alrededor de la pequeña. Vale, a veces la sostenía mientras Harry prepara el biberón o hacía alguna otra cosa, pero procuraba mantenerse alejado de cualquier cambio de pañal, por mucho que su compañero insistiera.

Con un sufrido suspiro Draco había dejado la bolsa en el suelo y depositado a la niña en la cuna con todo el cuidado del que fue capaz, rezando para que no despertara. Gracias a Merlín, la pequeña se había limitado a succionar su chupete apaciblemente y a seguir durmiendo tranquila. Había apagado la luz, bajado el volumen del televisor y se había tumbado de nuevo en el sofá, maldiciendo su suerte. Dos horas después, tras comerse un sándwich acompañado de una cerveza, había decidido que leería un poco en la cama. Había levitado la cuna hasta su habitación en el piso superior y la había dejado suavemente al lado de la cama. Gracias a todos los dioses, Rose había seguía durmiendo como si tal cosa. Era casi la una de la mañana cuando había apagado la luz de la mesilla de noche. Había dormido intranquilo, con un ojo abierto y el otro cerrado, no queriendo ni pensar que a la comadrejilla pudiera pasarle algo estando a su cuidado. Sin Harry. Trabajar en un hospital era una gran fuente de información sobre todo tipo de cosas. La mayoría desagradables. Así que Draco había oído hablar del Síndrome de Muerte Súbita Infantil o muerte de cuna. La mayor parte de las ocasiones en que había despertado, había dirigido la mirada hacia la cuna para comprobar que la niña seguía durmiendo boca arriba. Incluso un par de veces se había levantado para comprobar que Rose respiraba.

Por la mañana, demasiado temprano para un domingo, le había despertado lo que primero habían sido unos suaves gorjeos y que finalmente se habían convertido en agudos chillidos. Draco había mirado a la pequeña, que sonreía satisfecha de haber podido por fin llamar su atención, sintiendo los párpados pesados de sueño. Paciencia, se había dicho. Después de todo, ambos habían sobrevivido a la noche.

Aunque en un principio se había planteado la posibilidad de pasar del pañal, seguro de que Weasley no podía tardar en venir a buscar a su hija, y más que dispuesto a dejar que fueran sus padres quienes se comieran el marrón, porque estaba seguro de que era marrón, finalmente se había visto abocado a hacer de tripas corazón y enfrentarse a lo que jamás creyó posible. Después de aquello, Draco había estado convencido de que podría sobrevivir a cualquier cosa. Lo del biberón había sido mucho más fácil. Se le daba bien mezclar sustancias y Rose estaba hambrienta y había tragado sin rechistar. Después la niña se había quedado tranquila sobre sus rodillas, mordiendo un muñeco y babeando. Cuando los Weasley habían llegado a media mañana para recoger a su hija, Draco y Rose estaban la mar de tranquilos en el sofá, mirando dibujos animados. No es que con ocho meses la pequeña pudiera enterarse mucho de lo que estaba viendo, pero los vivos colores de todo lo que movía en la pantalla llamaban poderosamente su atención. Después de explicarle que el padre de Hermione estaba ya mucho mejor y que, a pesar de que tendría que permanecer unos días más en el hospital muggle, los médicos habían dicho que se pondría bien, el matrimonio se había marchado agradeciendo repetidas veces que hubieran cuidado de la pequeña Rose, pensando que Harry, tal como les hizo creer Draco, había salido un momento para comprar comida hecha porque les daba pereza cocinar ese domingo.

El carácter reflexivo de Draco le había llevado a tomar algunas de las mejores decisiones de su vida. Como amar a un moreno de ojos verdes que a veces le volvía loco y por el que enloquecía. Había pocas personas en las que Draco realmente confiara. Y si había alguien en quién estaba dispuesto a hacerlo con los ojos cerrados, ése sin duda era Harry. Así que, tal vez, su compañero tuviera razón. ¿Qué daño podía hacerles adoptar un niño? Es más, estarían ofreciendo un hogar a un pequeño que no lo tenía. Podía comprender que Harry lo deseara tanto. Era humano desear lo que no se había tenido. Y él... Bueno, tampoco tenía por qué dársele tan mal. Se las había apañado más que decentemente con Rose Weasley. No podía evitar sonreír con malicia cada vez que recordaba cómo se habían erizado todos y cada uno de los pelos de Weasley cuando finalmente había sabido que su hija había estado totalmente en sus manos ese día.

El siguiente sábado Draco y Harry habían salido a recuperar el tiempo perdido el fin de semana anterior. Habían cenado en uno de sus restaurantes favoritos y después habían ido a un local de ambiente a bailar un poco. O lo que era lo mismo, Draco había bailado hasta conseguir poner celoso a su compañero y que éste acabara lanzándose a la pista para marcar su territorio. Era un método infalible si Draco quería que Harry bailara con él.

-Disfrutas con esto, ¿verdad? -había gruñido como siempre el moreno.

-No te haces idea... -había sonreído Draco, feliz de haberlo conseguido una vez más.

Habían llegado a casa un poco ebrios y muy calientes. Tanto, que la primera corrida había sido en el sofá, con los pantalones todavía puestos, sus braguetas abiertas con prisa y sus penes asomando ansiosos por encima de los calzoncillos. Después, con una sonrisa satisfecha en los labios, habían subido las escaleras hasta su habitación trastabillando un poco mientras intentaban aligerarse de ropa el uno al otro. Y cuando Draco había acabado tendido de bruces cuan largo era en el rellano, con los pantalones por las rodillas y su culo al aire, Harry le había levantado, cargándoselo al hombro, y empezado a recitar con voz algo pastosa una detallada descripción de lo que pensaba hacer con aquel hermoso trasero en cuanto llegaran a la habitación. Draco había sonreído, excitado y mareado a partes iguales, mientras contemplaba boca abajo el balanceo del de Harry, todavía embutido dentro de sus pantalones. Por poco tiempo.

Horas después, amodorrado sobre el pecho de Draco, Harry había empezado a deslizarse apaciblemente en el mundo de los sueños, cuando las palabras de su compañero le habían espabilado de repente.

-¿Sabes? Creo que añoraré un poco esta vida, pero estoy listo.

El moreno había levantado un poco la cabeza para mirarle.

-¿Listo? -había preguntado, sin tener idea de a qué se estaba refiriendo Draco en ese momento.

-Para ser padre.

Harry se había incorporado un poco más y clavado su mirada miope en el rostro de su compañero.

-¿Hablas en serio?

Draco había sonreído, inmerso todavía en un estado de feliz embriaguez. Harry se lo había comido a besos. Entero.

Continuará...