Disclaimer:
Severus no nos pertenece (si nos perteneciera no le hubiéramos hecho sufrir tanto, pobrecillo…) y el resto de personajes, tampoco. Son de una señora inglesa que se ha hecho rica maltratándoles…
Nota de autoras:
Hola a todos, ya estamos aquí con una nueva historia, ¿nos habéis echado de menos? Nosotras sí que hemos echado mucho de menos vuestros comentarios semanales, por eso estamos de vuelta y con ganas; y ya que somos las Aprendices, qué mejor que mostraros una lección que nosotras tenemos ya muy aprendida... ;)
El inicio de esta historia tuvo lugar en el asiento trasero de un coche, bueno y en el delantero también. Eh, no penséis mal, la idea surgió por el deseo de auto-complacernos (por Merlín, esto cada vez suena peor) más que por el hecho de llegar a plasmar las ideas en el papel, pero el caso es que por una cosa o por otra (excusas, de hecho), aquí está. Completa, acabadita e inamovible. Y estamos bastante contentas con el resultado final :)
Nota especial: Esta historia está dedicada a nuestra amiga Corza Blanca, de hecho, es un regalo de cumpleaños para ella. Lo que ocurre en el principio de la historia, y la inclusión de Draco, además, fue idea suya. Esperamos que te guste, guapa, y a todos vosotros, también :)
Encuentros desagradables
Si no hubiese sido un día tan ventoso, Hermione no hubiera tenido que ir al lavabo de los prefectos a peinarse.
O, mejor dicho: si no hubiese sido un día tan ventoso, el cabello de Hermione hubiera permanecido tan caótico como siempre, y ella no habría sentido la necesidad de pelearse con él para intentar atusarlo hasta los niveles de enredo normales y, por tanto, no se hubiese encontrado en aquellos momentos en el lavabo de los prefectos. Pero ese día hacía un viento del demonio, y la melena de la muchacha estaba mucho más encabritada que de costumbre, de modo que, si no hacía algo al respecto, corría el riesgo de que la confundiesen con uno de los arbustos andantes del Bosque Prohibido, y ella no estaba dispuesta a dejar que eso ocurriese. Así que se armó de valor y de un peine resistente, y se dirigió con la cabeza bien alta al enorme espejo que presidía la ristra de lavamanos del aseo en cuestión.
Se encontraba en plena batalla cuando notó que algo no iba bien. Los sonidos que escuchaba no eran los que salían de sus labios debido al esfuerzo; o al menos, no eran sólo esos; lo que quería decir, sin lugar a dudas, que no estaba sola.
Pensó por un momento en decir algo en voz alta y hacer notar de esa manera su presencia, pero la naturaleza de los sonidos la intrigó, y despacio, sin hacer ningún ruido, se alejó de los lavamanos y se dirigió a la bañera que se encontraba a no más de una modesta puerta de madera de distancia.
Dicha puerta era, probablemente, la más silenciosa de todo Hogwarts, ya que no rechinó ni se escuchó el más leve roce mientras ella la abría con sumo cuidado y se asomaba a la sala anexa del lavabo de los prefectos, dónde se encontró con la escena más espantosa que hubiera podido imaginar jamás.
Dejó escapar un grito horrorizado y Draco Malfoy, desnudo en la bañera, profanándose el ano con un largo bastón mientras se masturbaba con la mano derecha, soltó un jadeo profundo y prolongado y se corrió de manera salvaje, manchando en el proceso la túnica estudiantil de Hermione con las salpicaduras.
Pero para entender cómo llegaron ambos a esta embarazosa situación, sería conveniente retroceder unos veinte minutos en el tiempo y hacer una visita al despacho de Severus Snape, donde en aquellos momentos se encontraban reunidos el dueño del despacho, Draco Malfoy, y su padre Lucius. El joven discutía con su progenitor a causa de las pésimas notas que había sacado en Transformaciones e intentaba convencerle de que no eran culpa suya.
—McGonagall me tiene manía, padre. El otro día pretendía que transformara en una ninfa de las aguas a una asquerosa rata tuerta. ¡Yo no puedo ni quiero tocar a un animal tan repugnante!
—Eso no es excusa, Draco —le interrumpió el hombre, arrastrando las palabras en su habitual tono frío.
—Pero, padre…
—No puedes permitir que por nimiedades como esa, alguien como la sangre sucia Granger saque mejores notas que tú. En ninguna asignatura.
—Es que Granger es su favorita. Ella es…
—Ya no tengo más que decir sobre esto. Soluciónalo —el mortífago le lanzó una mirada furiosa a su hijo, indicativa de que se había acabado la discusión, y al mismo tiempo realizó un movimiento desdeñoso con su mano izquierda, como para despedirle—. Y ahora márchate, tengo que hablar de un asunto con Severus.
Draco, indignado, dirigió su mirada azul hacia el orgulloso jefe de la Casa de Slytherin, esperando alguna aportación por su parte, pero el añejo amigo de su familia ni siquiera se dignó a mirarle mientras escuchaba con atención lo que le estaba diciendo Lucius Malfoy.
El joven, con la rabia zumbando en sus oídos, miró con odio el cogote de su padre, luego de nuevo a su oscuro profesor, otra vez a su padre, y finalmente se giró con media pirueta exasperada para dirigirse a la puerta pero, justo antes de echar a andar, vio por el rabillo del ojo algo que atrajo poderosamente su atención: un bastón con empuñadura de nácar apoyado contra la silla donde estaba sentado su padre. El inseparable apéndice de Lucius Malfoy.
Draco entrecerró los ojos con perfidia, maquinando una placentera venganza contra su padre a la velocidad del rayo y, antes de salir del despacho, escondió el objeto entre los pliegues de su túnica, sin que ninguno de los dos adultos se percatase del hurto.
Una vez en el pasillo, Draco se marchó como una exhalación, mirando a su alrededor con ojos desorbitados, consciente de que estaba obrando mal. Sobre todo, porque lo que tenía en mente era algo decididamente obsceno. Aún así, nada le detuvo hasta que llegó a la puerta del baño de los prefectos, donde alguien más se encontraba dentro en plena lucha con los rebeldes mechones de su muy obstinado cabello. Sin embargo, él ni siquiera se percató de eso, puesto que los lavamanos quedaban ocultos tras una pared de separación y, presa de los nervios, se desnudó con tanta rapidez para meterse en la gran bañera, que ni siquiera se acordó de lanzar un hechizo a la puerta para que nadie la pudiera abrir.
El joven se sintió tremendamente excitado sólo de pensar en lo que iba a hacer, como evidenciaba la creciente erección que adornaba su entrepierna. Realizó un encantamiento para mantener en el aire el bastón de su padre, lo untó un poco con gel de ducha para que resbalase mejor, se acercó a él de espaldas mirándolo por encima de su hombro derecho, y procedió a recostarse hacia atrás para introducírselo lentamente por el ano, apoyándose en el borde de la bañera con las manos. Poco a poco fue iniciando un regular balanceo de sus caderas, adelante y atrás, adelante y atrás, dejando que el bastón llegase cada vez más adentro, mientras soltaba una serie de jadeos complacidos que en un principio lograron pasarle desapercibidos a Hermione, ajena en esos momentos a cuanto sucedía a escasos metros de sus narices.
Pero Draco necesitaba mucho más que el fabulosamente grueso bastón de su padre metido en el culo para sentirse satisfecho: necesitaba que la excitación acabase en una explosión de placer. Por eso dejó caer una buena cantidad de gel de baño en la palma de su mano derecha, blanca y aristocrática, y la dirigió a su pene ya completamente erecto y pulsante. Lo masajeó con cuidado al principio, pero pronto empezó a mover la mano al mismo ritmo desenfrenado que marcaban sus caderas, sodomizándose y pajeándose al mismo tiempo. Estaba ya tan cerca del orgasmo que decidió estimularse aún más rápido, follándose el bastón, follándose su mano. Jadeando cada vez más fuerte.
—¡Merlín! —Pronunció en un susurro, sólo para sí mismo—. ¿Por qué nunca se me había ocurrido esto antes? Te gusta darme por culo, ¿verdad, padre? ¿Qué te parece que me esté follando ahora tu puto bas…?
Entonces todo sucedió como a cámara lenta para Draco.
Su frase quedó interrumpida porque la puerta del baño se abrió de par en par; Hermione Granger, con el cabello más erizado que nunca, se plantó en el umbral y su boca se redondeó en una enorme "O" mayúscula; y él, al verla, abrió los ojos como platos y apretó los dientes con fuerza para soltar un aspirado "¡Granger!". Sin embargo, ni siquiera pudo oír el nombre que él mismo había pronunciado porque, justo en ese momento, su polla no resistió más las caricias de su mano y el salvaje estímulo que estaba recibiendo del largo y complaciente bastón y, acompañado de un prolongado y gutural gemido, un chorro de esperma salió disparado para dirigirse directamente a la túnica de la maldita sangre sucia,quien, aunque intentó apartarse de su camino, no consiguió evitar que algunas gotas la salpicaran con total impunidad.
Hermione boqueó varias veces sin poder decir nada, en estado de shock. Ella y Draco se quedaron mirando unos largos y angustiosos segundos sin saber qué hacer, mientras el pene recién satisfecho del chico todavía daba pequeños saltos espasmódicos dejando escapar borbotones de su esencia. De pronto, Hermione, sobrecogida por esa perturbadora visión, echó a correr hacia el pasillo y en dirección a la torre de Gryffindor con la mente completamente en blanco por el terror.
Corrió y corrió sin darse siquiera cuenta de que lo hacía, y probablemente habría seguido corriendo hasta llegar a su habitación si no se hubiera tropezado en uno de los pasillos con Harry, que caminaba distraído, pensando en la jugada de Quidditch que acababa de practicar en el campo durante el entrenamiento.
El chico se encontró de golpe abrazando el cuerpo de una temblorosa Hermione con la cara del color de la cera y los ojos desorbitados. Por no hablar del estado de su pelo.
-¿Qué te ocurre? –Preguntó su amigo– Estás tan pálida que parece que hayas visto otro troll en el lavabo de las chicas, como en primero.
-No, un troll no… más horrible aún, horrible… –murmuró ella, sacudiendo la cabeza– ha sido espantoso.
Entonces Harry reparó en las sospechosas manchas de la túnica de la joven y preguntó:
-Hermione, ¿has estado comiendo leche condensada en la cocina a hurtadillas?
-¿Qué? ¡NOOOOOOO! –Gritó la conmocionada muchacha y, corrigiéndose de inmediato, pasó a relatarle en susurros lo que acababa de presenciar.
Sin embargo, su medida de bajar la voz llegó demasiado tarde, porque el angustiado grito había llegado a oídos de cierto profesor que ya había dado por concluida su reunión con Lucius Malfoy, y en esos momentos se dedicaba a recorrer los pasillos en busca de estudiantes a los que acusar de incumplir alguna regla. Preferiblemente Gryffindors. Como esos dos que ahora cuchicheaban en uno de los pasillos de la segunda planta. Especialmente esos dos.
"Vaya, vaya, el insufrible Potter y la sabelotodo de Granger. Hoy es mi día de suerte", pensó, como si de todos modos no les castigara prácticamente a diario, mientras se dirigía a ellos frotándose mentalmente las manos con anticipación.
-¿Se puede saber qué están tramando sus pequeños y poco evolucionados cerebros en esta inusualmente fría mañana de finales de mayo? –Preguntó, cerniéndose sobre ambos, tan alto y amenazador como un Ridgeback Noruego, e igual de amistoso.
Hermione respingó y Harry dio una vuelta sobre sí mismo para encarar al profesor.
-¡No estábamos haciendo nada malo! –Protestó.
-Me temo que eso soy yo quién debe juzgarlo. ¿Qué estaban cuchicheando? Seguro que conspiraban para llevar a cabo alguna de sus arriesgadas imprudencias que pondrán en peligro, no sólo sus vidas, sino las de todos los que les rodean.
-No sabe de lo que habla –replicó Harry, exaltado–. Nosotros no...
-Quince puntos menos para Gryffindor por hablarme con insolencia.
-¿Qué? ¡Pero si no he dicho nada! ¡No puede hacer eso!
-Cinco más –entonces, el hombre pareció darse cuenta de algo–. Un momento, ¿qué es eso? –Preguntó, apuntando con su varita a la túnica manchada de Hermione con los ojos entrecerrados.
-E-esto es… –comenzó la chica– es leche condensada…
El profesor se inclinó sombríamente sobre Hermione, con una mirada capaz de perforar los muros del castillo sin necesidad de taladro, y susurró peligrosamente:
-¿Me toma usted por estúpido, Granger? ¿Cree que no sé reconocer unas gotas de esperma cuando las veo? –La joven enrojeció hasta las orejas, perdiendo además la capacidad de hablar, y Harry estuvo a punto de decir que él sí había creído que se trataba de leche condensada pero, afortunadamente, se calló a tiempo– De modo que eso es lo que hablaban, se susurraban guarrerías para proseguir más tarde con lo que han estado haciendo a escondidas…
Tanto Hermione como Harry se sobresaltaron al oír esto, y empezaron a farfullar apresuradamente un montón de frases atropelladas e inconexas con las que pretendían convencerle de que eso no era verdad.
-No, yo no… nosotros no… –empezó Hermione.
-¡Ni siquiera somos pareja! –Chilló Harry.
-Él no ha sido… fue… ha sido otro… quiero decir… no es que haya sido otro, sino que…
-Ella tampoco lo ha hecho, la culpa no es suya…
-Ah, ya veo –dijo el profesor, pensativo–. Supongo que se trata de un accidente, ¿no?
-¡Sí! ¡Eso es! –Exclamó Hermione, aferrándose a lo que creyó su salvación– Un accidente.
-Sí… por supuesto… déjeme adivinar cómo fue: se dirigía usted tan tranquila a la biblioteca…
-¡Exacto! –Confirmó la chica– A la biblioteca.
-… se tropezó con Potter en un pasillo…
-Eh… bueno… –empezó a vacilar ella, insegura de lo que tenía en mente el profesor.
-… cayeron ambos al suelo…
-¿S-sí? –Murmuró la joven con voz débil.
-… y se le clavó su pene inadvertidamente.
Tanto Hermione como Harry se quedaron mirando a Snape, completamente helados. Durante un par de segundos no pudieron reaccionar, pero entonces los dos se pusieron en funcionamiento de nuevo y elevaron al cielo sus rotundas y vehementes protestas.
-¡Eso no es cierto!
-¡No pasó así!
-¡BASTA! –Gritó el profesor, haciéndose oír por encima del clamor de negaciones de los chicos– Castigados los dos esta tarde a las ocho en mi despacho. Y veinte puntos menos para Gryffindor por cada uno de ustedes.
-Es usted un...
-Y otros diez puntos, por lo que ha estado a punto de decir.
Y, sin darles tiempo a protestar más, se dio media vuelta y se alejó pasillo abajo, con su túnica ondeando furiosa tras él.
-No me lo puedo creer –murmuró Hermione, deprimida.
Harry refunfuñó y sacudió la cabeza, pero al ver que Hermione todavía estaba temblando del susto que se había llevado con Malfoy, lo dejó estar y pasó un brazo por sus hombros, intentando reconfortarla.
Tres tilas y dos pociones calmantes después, la joven aún no se había recuperado del todo, y a duras penas consiguió concentrarse en las clases de la tarde. Los dos amigos decidieron no explicarle a Ron lo sucedido, al menos, hasta que ella fuera capaz de hablar del tema sin tartamudear. Y tras la última clase del día, Harry y Hermione se dirigieron a cumplir su castigo con Snape.
Sin embargo, al girar la esquina, se encontraron con un Malfoy de mirada asesina que les apuntó en un acto reflejo con su varita.
-Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? La asquerosa sangre sucia a la que he estado buscando todo el día y su novio, Harry-jodido-tocapelotas-Potter –se acercó a ellos con una sonrisa de desprecio y continuó–. Seguro que ya le has contado a tu novio caracortada lo que ha pasado, ¿no es así, bocazas?
"¿Por qué todo el mundo cree que somos novios?", se preguntó Harry, mientras él mismo sacaba su varita para apuntar a su rival.
-Deja en paz a Hermione –dijo el Gryffindor–. Ya le has causado suficiente daño psicológico con tu asqueroso espectáculo de esta mañana, ¡cerdo!
-Ya, pues a mí me dio la impresión de que quería participar en mi "solitario" –repuso el joven Draco con una desagradable sonrisa.
—Eres un enfermo, Malfoy.
—Cállate, Potter. Nadie ha pedido tu opinión.
—Vámonos, Harry —pidió Hermione, nerviosa, lo último que quería la chica era otro bis a bis con el Slytherin.
—¿Es por eso por lo que tu padre nunca se separa de su querido bastoncito? —Continuó hablando Harry, ignorándola— ¿Compartís afición los dos?
—Como no te calles, caracortada… —le advirtió Draco con el mismo odio, pero menos convicción, sintiéndose humillado.
—¿Qué me vas a hacer? —Retó el león a la serpiente— ¿Matarme a salpicaduras de tu asquerosa corrida?
Justo en ese instante notó cómo la mano de Hermione agarraba su brazo y tiraba de él.
—Déjalo, Harry, tenemos que irnos o llegaremos tarde —le advirtió.
—Si esto sale de aquí, Potter… —amenazó Draco.
—¿Crees que tengo algún interés en que me relacionen contigo, Malfoy? —Escupió entonces Hermione, aún con la mano en el brazo de Harry.
—No vuelvas a dirigirte a mí, sangre sucia o…
—¡No te atrevas a llamarla así otra vez! —Gritó Harry mientras blandía su varita frente al rostro del Slytherin—. ¡Retíralo, inmediatamente!
—Déjalo, Harry —Hermione tironeaba de la manga de su túnica, impaciente—. Llegaremos tarde al castigo con el profesor Snape.
Pero el chico se zafó de su agarre y dijo:
—Si vuelves a insultarla, Malfoy, le diremos a todo el mundo que haces de porno-majorette en el baño de los prefectos. ¿Te queda claro?
El rostro del joven Draco mudó en una máscara de pánico: si se enteraba alguien, muy pronto lo sabría también su padre, y una cosa era utilizar en secreto el bastón como consolador por venganza y otra muy distinta provocar que el propietario del susodicho bastón lo usara contra su hijo de modo menos… placentero.
—Esto no quedará así, Potter —amenazó, recogiendo cuanto pudo de su dignidad hecha añicos.
Había perdido una batalla, pero estaba seguro de que ya encontraría el modo de vengarse del maldito Gryffindor y su putita sangre sucia, así que Draco se alejó de allí por donde había venido y sin mirar atrás.
En cuanto se perdió de vista, Harry y Hermione reemprendieron su camino hasta la mazmorra del misterioso y oscuro profesor de Pociones, donde pronto pudieron comprobar que los extraños sucesos del día aún no habían llegado a su fin.
Nada más llamar a la puerta de madera del despacho de Snape escucharon su voz procedente del interior, dándoles permiso para entrar. Cuando abrieron se lo encontraron con su eterna expresión adusta y los brazos cruzados, frente a ellos, y no sentado a su mesa como habían esperado.
—Cierre le puerta, Potter —dijo secamente el hombre—. Veo que se ha cambiado la túnica, señorita Granger. Un gran detalle por su parte —el comentario hizo que la chica se sonrojara ligeramente—. Vengan aquí.
Les hizo colocarse uno junto al otro de espaldas a la chimenea, lo bastante cerca como para poder sentir el agradable calor que ésta desprendía. Los chicos aprovecharon para mirarse con un gesto extrañado y un encogimiento de hombros cuando el profesor se giró para colocarse un paso más lejos de ellos.
—Bien, ahora cuéntenme, ¿dónde se esconden ustedes dos para jugar a medimagos, señorita Granger?
—¡¿Cómo se…? —Una mirada dura como el acero silenció al muchacho.
—Le he preguntado a la señorita Granger, Potter. Cuando sea su turno, ya tendrá tiempo de hablar.
—Harry y yo no hacemos nada de eso, profesor. Sólo somos amigos.
—Los amigos no te dejan manchas biológicas en las túnicas —se inclinó un poco hacia delante, amenazante, para susurrar fríamente —. ¿Dónde, señorita Granger?
—No ha sido Harry, ya se lo dije…
—Ah, ¿no? Así que es usted un poco… fresca, ¿no es así?
Hermione abrió mucho los ojos, ofendida.
—¡Yo… yo no soy ninguna fresca! —Dijo con indignación, pero también con un punto de tristeza, cosa que despertó el interés de Snape, quién siguió presionando.
—Bien, entonces, ¿quién ha sido?
Hermione le lanzó a Harry una mirada llena de ansiedad. El chico vocalizaba en silencio, pero ella estaba tan nerviosa que no entendía nada de lo que le decía. Snape recuperó la atención de la joven hacia sí mismo llevando un dedo a su barbilla y girando su cara en su dirección.
—Pues… —balbuceó.
—¿Sí, señorita Granger? Dígamelo, se trata de su amiguito el pelirrojo, ¿verdad?
—¿¡Qué! —Hermione enrojeció y se llevó las manos a sus mejillas encendidas.
¡Eureka! La mente de Snape dio un salto de alegría, pensando que había dado en el clavo, y se incorporó un poco, regocijándose en su triunfo.
—Así que fue él. Hmmm, interesante. Les gusta jugar a tres bandas.
—¿Cómo? —Ahora Hermione no estaba avergonzada, directamente hablaba su sorpresa—. ¡Se equivoca! ¡Se equivoca del todo!
—Bueno, no negaré que puede resultar estimulante, sí. Pero no había pensado nunca que ustedes tres…
Harry le interrumpió con un grito a pleno pulmón:
—¡Es usted un enfermo! ¡Incluso peor que Malfoy! Si de verdad le interesa tanto saberlo, le diré que ha sido culpa suya. ¡El maldito Malfoy en el baño de los prefectos! Él se…
—No me venga con mentiras estúpidas —le atajó el hombre—, el señor Malfoy jamás se relacionaría… de esa manera con alguien como la señorita Granger.
-¿Porque soy una sangre sucia? —Preguntó Hermione, con rabia.
Snape le dirigió una extraña mirada que la chica no supo interpretar, y un pequeño escalofrío la sacudió por entero.
-Porque le conozco lo suficiente para saber sus gustos —contestó el hombre, secamente.
Los hombros de Hermione se hundieron acongojados, e insistió una vez más, con voz triste:
—Ya, pues yo no he hecho nada. Se equivoca completamente conmigo.
El profesor la miró unos segundos, pensativo, y dijo:
—Bien, entonces sáqueme de mi error.
Hermione alzó la vista, preguntándose si de verdad le estaba dando la oportunidad de explicarse, y se encontró con los fríos y negros ojos de su maestro. Vaciló un instante, y después decidió que sí, que se lo contaría todo. Se iba a enterar de una vez por todas de quién era su maravilloso Draco Malfoy y de las asquerosidades que hacía su alumno favorito en las instalaciones del colegio con los complementos de su padre.
Nota final:
Bueno, amigos y amigas, hasta aquí el primer capítulo. Decidnos, ¿lo que ha visto Hermione también os ha dejado traumatizados o hubiérais preferido tener asientos en primera fila para el espectáculo? XD
Y Snape... ¿creéis que se escandalizará cuando Hermione le cuente lo ocurrido? Muy pronto saldremos de dudas.
