El Encuentro...
Una tarde cualquiera en París, un alto hombre subió los peldaños de la entrada del recién inaugurado Museo De Louvre*. Quien lo hubiera visto en detalle, habría notado de inmediato que se esforzaba demasiado en no llamar la atención. Pese a sus esfuerzos, sus pasos resonaron en las baldosas del primer salón del edificio haciendo evidente su presencia. Tomó una de las guías que se le ofrecían a los visitantes y se adentró en el vestíbulo mientras pensaba que era prácticamente imposible que un retrato de la reina recién ajusticiada estuviera en exhibición.
Llevó su mano al tricornio que cubría su cabello en un intento de ocultar su rostro y pasar desapercibido cuando un par de hombres transitaron a su lado, apuró el tranco y caminó por los largos pasillos hasta que un cuadro, que ciertamente no era el que buscaba, llamó su atención. Recordó que según la guía de arte, que hojeó mientras caminaba, esa área estaba destinada sólo a obras de desconocidos artistas locales. En cuanto llegó frente al lienzo, notó que no estaba solo, la figura de un alto y delgado hombre estaba de pie a su lado observando la misma pintura.
-Pensé que había sido quemado con todo lo de mi familia cuando saquearon la propiedad... Me alegra que el maestro Armand por fin sea reconocido como se merece.
La voz del desconocido hizo que la piel de su espalda se erizara, miró consternado a la figura que estaba junto a él, no la había reconocido debido a su extrema delgadez, pero, sobre todo, debido a que su maravilloso cabello rubio estaba cortado sobre los hombros y cubierto con gastado sombrero.
-Oscar…Oscar... Dios mío eres tú...- Fersen giró sobre sus talones y la abrazó con desesperación mientras hablaba en apenas un murmullo.
-Cuidado...- susurró ella en su oído y sin responder su abrazo –No muestres tanta efusividad a un hombre desconocido.
Fersen se separó de ella lentamente y la miró a los ojos, vio que pese a sus frías palabras, sus intensos ojos azules estaban húmedos de emoción. La tomó de un brazo y la guió con delicadeza a una banqueta que había en un recoveco del pasillo.
-Te creí muerta…- dijo ansioso y de forma un tanto torpe.
-Todos lo creen- fue su escueta respuesta.
-Tu cabello… ¿Por qué lo hiciste?- los ojos del conde se posaron en los mechones rubios que apenas sobresalían bajo el sombrero. En seguida, su mirada recorrió su delgado cuerpo, notó que mantenía el brazo derecho doblado sobre su regazo y que el mismo estaba completamente quieto. Se asombró nuevamente por su delgadez.
-¿Por qué no hacerlo?- habló recordándole que estaban hablando de su otrora perfecta cabellera , pues había notado que sus ojos vagaban por su cuerpo –En la actualidad los hombres usan el cabello de esta forma.
-¿Dónde estás viviendo? ¿Qué ha sido de ti?- Fersen miró nuevamente su rostro.
-Vivo con una pareja de amigos- dijo cansada -Es poco el tiempo que estaré ahí, así que es una estadía más bien temporal- agregó con una mirada impasible.
-Se perdió tu pista… ¿Qué fue lo que ocurrió?- trató de tomar la mano que estaba sobre su regazo, ella se movió alejándose de él.
-André murió...- los azules ojos que habían permanecido fríos y distantes, se llenaron de lágrimas –Eso ocurrió, él murió y yo estoy viviendo un tiempo prestado.
-Lo lamento mucho...- musitó Fersen pensando en su adorada María Antonieta, su mirada se humedeció también, respiró profundo tratando de controlar sus emociones - ¿Por qué dices que vives tiempo prestado?- la miró preocupado.
-Estoy enferma y lisiada- su voz sonó fría e impersonal al tiempo que sus ojos volvían a cubrirse con un halo de frialdad, bajó la vista y la depositó en el brazo que permanecía inmóvil sobre su regazo –He tardado más de lo que he querido en morir...- sus labios formaron una triste mueca en cuanto dejó de hablar.
-No digas eso, por favor- el conde observó su delgado rostro y, sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo, levantó la vista hacia el cuadro frente al cual se habían encontrado. Lamentó darse cuenta que no había rastro alguno de la fiera amazona retratada en la mujer que tenía delante de él. Después de meditar un par de segundos, respiró profundo antes de pronunciar lo que estaba pensando –Ven conmigo, a ella no la pude proteger… déjame hacerlo contigo.
-No necesito que me protejas...- contestó Oscar con simpleza -Sólo una persona me ha protegido y por eso está muerta... André está muerto por esa causa...- su voz sonó cargada de amargura.
-Entonces, deja que te cuide...- Fersen insistió –Siempre hemos sido amigos... déjame hacer algo por ti en retribución a todos los años durante los cuales nos apoyaste a ella y a mí...- apenas pudo terminar la frase, sentía la garganta apretada -No puedo marcharme sabiendo que alguien a quien quiero tanto sufre... necesito que me dejes hacer algo... no puedo ser nuevamente un observador... hazlo por mí... por favor...- sus ojos brillaron emocionados -Ven conmigo a Suecia...
Oscar no contestó, después de mirarlo con una tristeza infinita, se puso de pie y comenzó a caminar.
(*) Tras la Revolución francesa que implicó la abolición de la monarquía, el Palacio del Louvre fue destinado (por decreto de mayo de 1791) a funciones artísticas y científicas, concentrándose en él al año siguiente las colecciones de la corona. Parte del Louvre se abrió por primera vez al público como museo el 8 de noviembre de 1793 (es decir casi un mes después de la ejecución de Maria Antonieta). Ésta era una solución lógica, habida cuenta de que estaba ocupado por las academias y porque, ya en 1778, se había elaborado el proyecto de utilizar su Gran Galería como pinacoteca. Lo novedoso de la medida fue que se nacionalizaban bienes de propiedad real, y que el acceso era libre pues no se limitaba al público culto ni se regulaba mediante visitas concertadas, como sí ocurría en los Uffizi y en el Museo del Prado durante sus primeros años.
Espero les guste este texto, si es así no olviden dejar un review con su opinión y sobre todo cuéntenme si les "tinca" que continúe la historia o llegamos hasta aquí no más XDDDD. Un abrazo y como siempre... ¡Gracias por Leer!
