Notas de Autor: Bueno, me he unido al club de gente genial que participa en este reto.
La palabra mosaico hace referencia a obras pertenecientes a las Musas. Es una obra pictórica elaborada con pequeñas piezas de piedra, cerámica, vidrio u otros materiales similares de diversas formas y colores. He partido de aquí para el nombre imaginando que al avanzar con las imágenes será cada vez más como un mosaico, ¿no?
Disclaimer: Digimon no me pertenece, lastimosamente.
Imagen 1: Bill Murray y Scarlett Johansson en Lost in Translation, propuesta por Asondomar.
—Es un idiota —la chica dijo a modo de saludo.
Él la miró firmemente, enarcando una ceja.
—Es mi hijo de quién hablas, ¿sabes?
Ella sólo suspiró, sus cejas perfectamente contorneadas arrugándose en su frente. De alguna manera el gesto se le hizo conocido, como algo que su hijo hacía muy seguido.
—Pues es su culpa entonces, por haberlo criado tan mal.
Si ella hubiese sido cualquier otra chica, se habría disculpado tras hacer tremenda acusación. Y si él hubiese sido cualquier otro hombre, se hubiese ofendido ante tal falta de respeto. Pero Tachikawa Mimi no se disculparía por ser sincera, ni Ishida Hiroaki se lo reprocharía.
— ¿Qué hizo ahora? —le preguntó, tomando un cigarrillo de su cajetilla y posándolo en sus labios para encenderlo. Sus dedos lucharon con el encendedor plástico, pero no lograron que pasara de sacar un par de débiles chispas. Gruñendo, lo guardó de nuevo en su bolsillo.
Mimi se acercó a la banca dónde se encontraba el padre de su dolor de cabeza, sacando una cajetilla de metal de su pequeño bolso. La flama que le ofrecía era azul como el color de los ojos de su hijo, y Hiroaki suspiró, encendiendo el cigarrillo.
—Gracias —le dijo. Le quedó viendo con curiosidad al verla manejarlo tan familiarmente. Ella sólo se encogió de hombros.
—Yamato lo olvidó en mi casa —le dijo a modo de explicación—, pretendía devolvérselo.
Hiroaki frunció el ceño.
—No debería fumar.
Mimi lo obsevó por unos segundos, y luego rodó sus ojos, resoplando mientras se sentaba a su lado. No dijo nada, pero Hiroaki sabía que eventualmente hablaría; la niña era la hija de Satoe y Keisuke, indiscutiblemente.
—Le dije que lo quiero.
La confesión salió súbitamente, sin anuncios. Hiroaki dejó salir el humo lentamente, humedeciendo sus labios antes de voltear a verla. Mimi era muy bonita, con largos caireles color miel y ojos grandes y brillantes como dos piscinas de oro. No se le hacía difícil ver por qué sus hijos estaban tan entusiasmados con ella. Cruzó una pierna sobre la otra y llevó su cigarrillo de vuelta a sus labios.
— ¿Sabe qué hizo él? —ella continuó—. Se levantó y se fue sin decirme una sola palabra.
Hiroaki soltó una pequeña risa; Mimi achicó sus ojos con resentimiento.
—No es gracioso —le reprochó—. Fue humillante.
—Es un buen chico —él le dijo, encogiendo sus hombros—. Sólo le asustas — conocía a su hijo, que era como él. Y entendía a Mimi, que era como su Natsuko había sido alguna vez. Parecidos, pero distintos al final. La chiquilla suspiró de nuevo y él entendió que no estaba dispuesta a que desviara su atención de ella. La idea casi lo hizo sonreír.
—Es un idiota —repitió.
—Ya lo superará —el señor Ishida dijo—, no es tan idiota como para perderte.
La chica le sonrió lentamente, el más leve rubor tocando sus blancas mejillas. Sintió su cabeza apoyarse en su hombro, sin previo aviso y sin dudar, como todas las cosas que esa chiquilla hacía. Hiroaki se sorprendió, pero sólo se notó en el calor de sus mejillas y el repentino color rojo que las tintaba.
—No era cierto, sabe —le escuchó, su voz suave y dulce—. No lo crió nada mal.
