Desembarcan en un planeta sin nombre, muerto por reacciones naturales o sus manos; nadie se molesta en intentar recordar, la lista demasiado larga para hacer memoria. Es irrelevante de todas formas, mientras lleguen los que necesiten estar.
Pero Lugnut recuerda. Aquí se levantó un mundo orgánico primero roto por las guerras civiles de su pueblo, luego por sus cañones. La guardia de su Emperador fue incinerada sin grandes miramientos, y cuando el gran castillo de plata cayó, lo hizo con un tintinear similar al de grandes, terribles campanas.
El nombre lo elude, pero recuerda la visión del campo de batalla, el vago sonido que siguió a su triunfo. Recuerda haberla pensado hermosa, a la pobre, miserable canción, haber sentido sus circuitos tensarse ante la innegable valentía del desgastado, condenado ejercito.
Remordimiento no siente.
Si eres fuerte, sobrevives. Si eres débil, mueres. Y no hay nadie más fuerte que su líder, y por extensión, sus seguidores. Si Megatron ordena 'muerte', Lugnut mata. Puede matar y matar y matar sin parar, recordar y recordar a cada enemigo digno de ser encarado, de ser destrozado. No hay honor en la batalla para quienes se entregan con miedo o reservas a ella, para quienes no aprenden a amarla.
Lugnut ha funcionado por largos, largos ciclos, y cada canción, cada rostro, cada choque y cada palabra intercambiada que valga la pena guardar, los recuerda.
Los fuertes viven. Los débiles mueren.
Frente al fuego, entre camaradas, durante la espera, con algo similar al afecto, saluda la memoria de los conquistados, y a salud de su conquista, celebra.
