PRÓLOGO

El fuego rodeaba la habitación, hacía mucho calor. De pronto, una llama se deslizó por el suelo, prendiendo la alfombra y su zapatilla. Gritó pidiendo auxilio, pero nadie le oyó. Desesperado, corrió hasta el teléfono móvil, que yacía chamuscado en el suelo. Intento inútilmente encenderle, la batería se había derretido. Tropezó y calló al suelo, envuelto en llamas. Cuando el fuego le envolvió completamente cerró los ojos y se tendió en la alfombra ardiente, rodando sobre ella para tratar de apagar sus ropas.

De pronto, algo apagó el fuego. No fue una persona, más bien el fuego desapareció de golpe, como si nunca hubiera existido, la habitación quedó como antes, la alfombra se había recompuesto, su móvil estaba sobre su mesita, apagado. Y él estaba tirado en el suelo, rodando.

Se incorporó lentamente y abrió la ventana. La agradable brisa del aire nocturno inundó la habitación, expulsando el olor a chamuscado que tenían las ropas del muchacho. De repente, oyó una voz en su cabeza, una voz que le decía que se durmiera, que todo había sido un sueño. Sin embargo, en un recóndito rincón de su mente algo le decía que todo aquello era real.

Decidió, no obstante, hacer caso a la voz y tumbarse en la cama. Todo cuanto le había ocurrido aquel día era de lo más insólito, empezando por su profesor, hasta llegar a los perros del parque, pasando por la hora de comer y la de cenar. Había sido un día de lo más extraño, era lógico que aquello formara parte de las distintas pesadillas que había tenido a lo largo de la semana.

Cerró sus ojos grises y se acurrucó en el colchón, se tapó y dejó que el sueño le invadiera, hasta quedar profundamente dormido.