Argyll, Escocia.

Podía estar loca solamente. El desconocido que cubría su boca debía ser el producto de su imaginación demasiado fértil.

Pero tal vez estaba despierta y en plena posesión de sus cinco sentidos, y de hecho estaba siendo atacada en el escritorio de su tío en medio de la noche.

Amu Hinamori miró fijamente con sus ojos ambarinos al hombre de facciones duras y cabello azul como el cielo nocturno. Había regresado a Escocia después de quince años de ausencia, en busca del romanticismo y la aventura que su temperamento apasionado tanto deseaba, ¡pero nunca imaginó lo que encontraría! Porque en verdad hasta entonces nada salía como lo había planeado.

Había llegado de Inglaterra esa tarde y repentinamente ella se había encontrado en medio de un gran tumulto. Pero se podía comprender, cien cabezas de ganado habían sido robadas por los inquilinos del duque de Argyll, aparentemente como venganza por el aumento de los alquileres. Siendo el administrador de las propiedades occidentales del duque, Toshiro Hinamori quería ver a los ladrones presos y castigados lo más rápidamente posible.

_ ¡Esos malditos Tsukiyomi! _ gritaba él al joven soldado inglés que había venido a comunicar el robo. _ Los colgaremos por esto! ¡Es la última vez que roban al clan Hinamori!

Amu notó que la hora era poco apropiada para hablar con su tío pidiendo su permiso su permanecer por un rato más . Y, a decir verdad, pudo persuadirlo de dejarla pasar la noche allí antes de que él se retirara cerrando con un golpe la puerta mientras murmuraba entre dientes contra los parientes inoportunos y los ladrones Tsukiyomi.

Estuvo casi agradecida de que esos Tsukiyomi distrajeran la atención de su tío luego de su llegada. Así ella tendría más tiempo para preparar sus argumentos. Un viudo sin hijos como Toshiro Hinamori difícilmente aceptaría de buen grado la idea de hospedar a una sobrina que no veía hacia muchos años . Sin embargo, Amu esperaba convencerlo de que la dejara quedarse al menos un mes y a cambio ella se ofrecería a cuidar la casa, que por la apariencia de las ventanas y el mobiliario deteriorado estaba necesitando la atención de una mujer.

Resuelta a probar que podía ser útil, empezó a organizar algunos cambios, haciendo caso omiso de las quejas de una criada descortés. Después de terminar de cenar escribió cartas para sus dos hermanas y a su tía Lulu, informándoles de su llegada a la casa de su tío. Era bastante tarde cuando se retiró a su habitación.

Aproximadamente una hora y media después, cuando estaba alerta, esperando la llegada de su tío, Amu escuchó un sonido de caminata en la planta baja y un chirrido de una bisagra que necesitaba ser aceitada.

Se puso de pie rápidamente, cubriéndose con una manta sus hombros. La mayor parte de su equipaje todavía no había llegado y ella necesitaba algo para cubrir el camisón. Después de ponerse las pantuflas, se fue a mirar al espejo, su pelo liso y rosado continuaba obedientemente trenzado bajo la cofia de dormir.

Encendiendo una vela, dejó la habitación fue hacia la escalera, desde donde divisó la luz bajo la puerta del escritorio. Llamó a la puerta suavemente y esperó la orden de entrar.

_ ¿Tío? ¿Eres tú? C-creo que un alguien se....

En una fracción de segundo Amu vio a un desconocido que usaba una casaca negra y que tenía su cabello oscuro ligeramente desarreglado. En la misma mirada captó dos libros de registro de su tío abiertos sobre el escritorio, iluminado para una linterna.

_ Disculpe, pero eso.... _ comenzó confundida, pero las palabras no terminaron de salir cuando el desconocido, se levantó de un salto y vino a taparle la boca con una mano.

Con los ojos abiertos por el terror, ella miró fijamente a el hombre a la luz de la vela que llevaba. Los rasgos eran fuertes, con maxilares bien marcados y un mentón agresivo. Sus ojos oscuros brillaban bajo cejas finas. Todo indicaba que había sorprendido a un intruso en casa de su tío.

Quería luchar, pedir ayuda, pero la palma grande continuó firme sobre su boca mientras el hombre la empujaba dentro del escritorio y cerraba la puerta.

_ ¡Quédese quieta y en silencio! _ la orden vino en un tono bajo que la asustaba aun más. Era la voz de un caballero culto acostumbrado a mandar.

A la luz de la vela, Amu podía ver que sus ojos no eran tan negros como ella pensó al principio, sino de tono azul, profundo, oscurecidos por sus pestañas gruesas.

Retirando la vela de la mano de ella, él le dijo en el mismo tono bajo y culto:

_ Cuando retire la mano, usted no gritará. _ fue una orden , no un pedido, aunque él pareció esperar su acuerdo.

Con el corazón dándole saltos, Amu sacudió la cabeza lentamente para mostrarle que acordaba, pidiendo perdón a Dios por su mentira. En el instante en que el intruso retiró la mano, respiró profundamente y soltó un grito terrible, que esperó a que fuese escuchado en todo el castillo de la zona cercana, donde había milicias inglesas.

El hombre reaccionó en el mismo instante, levantando la otra mano pero esta vez Amu estaba preparada. Con un movimiento rápido levantó su pie para pisar el pie del malvado mientras giraba tratando de alcanzar el pomo de la puerta. El movimiento hecho causó que el hombre dejara caer la vela, que se apagó al golpear en el suelo.

Maldiciendo en voz baja, el intruso se tiró sobre Amu, al mismo tiempo que ponía su hombro contra la puerta que ella ya había conseguido abrir. Esta vez él la atrapó por la parte posterior y le tapó la boca con la mano mientras la sostenía por la cintura con el brazo derecho. La manta que ella usaba se enroscó en su cintura y caderas, incrementando su confinamiento.

Atrapada, impotente, consiguiendo respirar con dificultad, Amu se vio arrastrada hacia la mesa del escritorio. El brazo musculoso dejó su cintura para tomar la linterna, sin embargo no la soltaba. Pudo girar la cabeza un poco, consiguiendo ver una cara furiosa antes de que el hombre apagara la luz....

En la oscuridad, el intruso la hizo arrodillarse y él se agachó a su lado. Manteniendo la mano sobre su boca, apoyó una hoja fría en su cuello .

Su susurro era suave como la seda, pero más humano que el acero.

_ Intente eso otra vez y conocerá el filo de mi daga.

No se atrevía a mover ni un dedo, Amu se quedó allí, trémula. Ahora estaba aterrorizada. Una hoja filosa en el cuello y un cuerpo firme y masculino cerca de ella, eran mas que suficientes para agitar la sensibilidad natural de una joven dama finamente educada.

¿Y si él pretenda asesinarla?, pensó ella , temblando de la cabeza a los pies.

En el silencio, ella podía escuchar la respiración del hombre y los latidos suyos junto a su propio corazón. ¿Por qué nadie aparecía? Su grito debería haber atraído a los milicianos, o al menos debería haber despertado a la criada. Inútil, pensó Amu con desdén. La mujer probaba nuevamente ser una inútil. Con toda certeza la cobarde estaba escondida abajo de la cama, con una almohada cubriéndole las orejas.

Queriendo poder hacer lo mismo, sofocó una risa histérica y se concentró en sus piernas que se estaban quedando adormecidas. Si al menos pudiese moverse un poco....

Como una respuesta a sus oraciones, el intruso bajó el arma y retiró la mano de su boca. Pero, en lugar de liberarla, la acercó a su pecho, tomándola por el cuello. Amu se puso rígida ante semejante audacia. Ahora, el brazo del hombre estaban tocando sus pechos.

El contacto íntimo la hizo tomar conciencia de que su cuerpo era blando en la comparación con el del intruso. Lo peor era que la proximidad le estaba causando un efecto extraño e indeseable en ella. ¡Sus pezones se estaban endureciendo! Atónita por esa reacción involuntaria, Amu lanzó una mirada discreta. Tal vez el hombre no estuviese notando adonde se apoyaba su brazo.

Pero tal vez lo sabía muy bien.

Bajó la mirada. La luz de la luna que entraba por la ventana abierta hizo sus ojos oscuros centellear y delineó los rasgos severos de su cara, dándole un aspecto amenazador. Solamente eso le evocó otro tipo diferente de peligro.

Amu sintió su pulso acelerarse. Su garganta se secó repentinamente y sus labios estaban entreabiertos del miedo. Sintió la mirada del hombre descender a su boca. A pesar de que el lugar estaba frío, ella se sintió acalorar a cada minuto que pasaba. El cuerpo del hombre la calentaba. Podía percibir su calor y los latidos de su corazón detrás del abrigo negro.

¿O eso sería sólo el producto de su loca imaginación?

Amu intentó tragar a pesar de la garganta seca. Ningún caballero que había conocido la había afectado de esa manera. Tampoco ningún caballero la había mirado desde tan cerca....

Ella era sólo razonablemente bonita, tenia un poco de la encantadora belleza de sus dos hermanas menores . La barbilla era pronunciada y su pelo se constituía en una disciplinada masa de mechones rosados como las flores. Aparte de eso, ella tenía un genio rebelde y una lengua aguda que espantaba a más de un candidato posible. A pesar de eso, continuaba soltera a los veintitrés años solamente por voluntad propia. Se había propuesto ver a sus hermanas bien casadas antes de pensar en organizar su propia vida. Pero en ese momento, ella deseó tener mínimo de experiencia con los hombres para saber lidiar con ese hombre vil que ahora, además de amenazar su vida amenazaba su virginidad. Su virtud. O eso creía que estaba ocurriendo.

Mirando a su captor, Amu sintió un escalofrío. Su imaginación le estaba jugando una mala broma, pensó, porque el calor que emanaba de él era casi confortador y el aroma varonil de su piel, agradable.

Amu contuvo la respiración cuando vio la mirada del intruso descender hasta sus pechos. Ella vestía un camisón de franela gruesa, pero podía sentir la mirada atravesando la tela y tocándola con intimidad. No se atrevía a respirar, estaba observando en tenso silencio mientras que la mirada descendía más.

Casi se desmayó cuando el hombre habló:

_ ¿Qué es eso, una manta? _ él levantó una esquina de la manta con la punta de la daga.

Amu no consiguió encontrar su voz, pero sabía que tenia que responder, aunque solamente pudo sacudir la cabeza asintiendo.

El hombre esperó un instante y se movió. Cuando vio la hoja filosa brillar bajo la luz de la luna, Amu no consiguió evitar un chillido de terror.

_ No le haré daño _ le dijo en voz baja _, a menos que usted me dé razones para hacerlo.

Con un ademán rápido, apretó la manta y cortó una tira con la daga. Amu estaba observando la escena con los ojos fijos y se estremeció cuando el hombre extendió la mano hacia ella.

_ Voy a tener que amordazarla, jovencita. No quiero que grite otra vez.

Amu no consiguió decir nada. Por primera vez en su vida su lengua le fallaba. Ella lo miraba, temblorosa e indefensa. El intruso, sin una duda notaba que ella estaba asustada, fue delicado para amordazarla con la tira de la manta y amarró las puntas de la tela sobre la cofia de dormir. Y, cuando volvió a hablar otra vez, usó un tono agradable.

_ Parece que los soldados de Hinamori no aparecerán _ dijo cortando más tiras de la manta _ Habrán confundido su grito su con uno de un gato salvaje.

El tono era tranquilizador, pero Amu todavía temblaba.

_ ¿Trabaja aquí? _ preguntó él, atrapándole las manos y cruzándolos las muñecas para atarlas.

La había confundido con una criada, pensó Amu, desviando la mirada. Claro, las señoras nobles y las criadas eran muy similares en ropa de dormir.

_ Usted pudo encontrar algo mejor que hacer que servir como un lacayo de Argyll.

¿Lacayo de Argyll? Obviamente estaba hablando de su tío. Amu, a pesar del miedo, sintió que su sangre empezaba a hervir. Podría haber respondido pero a esa altura tenía una tira puesta en la boca.

Pero el deseo de contestar alguna cosa desapareció cuando él hizo ademán de sentarla en el suelo y acabó por levantarle el borde del camisón para atarle los pies. Amu simplemente se paralizó cuando sintió sus dedos calientes tocar su piel desnuda cuando deslizaba la tira por la parte de atrás de las piernas.

Ella soltó un sonido de indignación. El desconocido paró por un segundo y levantó la mirada, viéndola. Aprensiva, Amu se censuró por la emoción que la mirada y el contacto del captor le causaban. Tenia la impresión de que las manos ásperas soltaban fuego al tocar su piel y el calor se dispersaba yendo a lugares anatómicos cuya existencia una dama refinada jamás debería conocer.

El hombre bajó la cabeza para continuar su tarea. Un mechón azulado y liso cayó sobre su frente aristocrática.

Amu sintió una oleada de alivio por librarse de la mirada del intruso. Y algo mas: se deshacía del efecto que ese vil hombre vestido negro ejercía sobre ella.

Entonces llegó la rabia. Después de todo, era una emoción más satisfactoria y que la hacia sentirse mucho menos impotente e indefensa. Mientras el hombre continuó sujetándola, trató de distraer su mente pensando en las palabras exactas que diría si no estuviese amordazada.

Cuando terminó, él sostuvo una parte de la cobija y la colocó sobre sus hombros....

"De este modo usted estará más cómoda."

Su preocupación fingida atizó la cólera de Amu.