Disclaimer: Los Juegos del Hambre y sus personajes pertenecen a Suzanne Collins. Éste fic participa en el reto de los minifics del mes de mayo del foro "El diente de León".


El local huele a cemento fresco y aguarrás.

Después de varios meses por fin las obras han terminado. Ha sido uno de los edificios del pueblo que más años ha tardado en empezar a restaurarse, pues Peeta lo heredó y nunca quiso que se tocara hasta unos meses después del nacimiento de Willow. Como resultado, la vieja panadería o lo que quedaba de ella se erigía en una esquina de la calle, rodeada de edificios nuevos. Peeta quiso conservarlo así como homenaje a su familia, y para que la forma en que murieron no fuera olvidada fácil.

Sin embargo, al nacer nuestra hija algo en él cambió. Un día buscó las escrituras, hizo unas cuantas llamadas telefónicas y tras una reunión y un apretón de manos, la parcela pasó a pertenecer a una constructora. Fuese la que fuese la razón por la que mi esposo lo hizo nunca le pregunté. Era algo demasiado personal. Un asunto del que yo siempre sentí que no tenía derecho a meterme.

Y ahora, casi dos años después las obras están casi terminadas.

Una ola de nostalgia me invade. Más allá de la ventana había un árbol bajo el cual había un corral con un par de cerdos y unas cuantas gallinas. Si cierro los ojos aún puedo visualizarlo. En la parte de atrás, pegados a la pared estaban los contenedores. La madre de Peeta casi me dio un escobazo más de una vez por rebuscar entre ellos. El mostrador estaba aquí, justo donde yo estoy parada, lleno de bollos, dulces y pasteles de diferentes clases. Detrás estaba la pared, con una puerta que marcaba la entrada a la trastienda, estuve ahí muchas veces vendiendo mi mercancía. Los hornos estaban ahí. Hacía siempre mucho calor, tanto que en verano era insoportable.

Willow comienza a agitarse en mis brazos y yo la dejo en el suelo. Permitiéndola explorar los rincones del nuevo local levantado bajo los cimientos del viejo. Ella no sabe la historia de éste lugar. No conocerá nunca lo que una vez hubo. No verá los cerdos, ni las gallinas. El manzano o los hornos.

No verá a su abuelo amasar ni a su abuela decorar el escaparate. Ni a sus tíos bromear con los clientes o cargar un saco de harina en cada hombro. Ni sabe que ellos exhalaron su último suspiro aquí en éste mismo lugar. Al menos hasta dentro de unos años.

¿Qué habría pasado si el bombardeo nunca se hubiese producido?

Yo vendría a visitarlos con la niña y ellos le darían tantos dulces que yo me quejaría de que le van a provocar una caries, y Tax le quitaría importancia diciendo que tan sólo son los dientes de leche y que tiene toda la vida para cuidarlos cuando crezcan los nuevos. Él también tendría un par de niños.

Pero ese futuro no es real, y el bombardeo sí se produjo.

Peeta y yo a veces hablamos de lo que va a pasar con el local una vez esté hecho. Qué tipo de negocio pondrán y quién lo comprará. Le preocupa.

Lo que no sabe es que seré yo quien lo compre. Cada mes, el gobierno me ingresa en mi cuenta religiosamente mi sueldo de vencedora, tengo ya tanto que no sé qué hacer con él. No creo que lo llegue a gastar en la vida. Comprar esto y acondicionarlo no me llevará ni la décima parte de mi dinero.

Ha estado en la familia de Peeta durante generaciones, y nosotros somos la siguiente. Debe quedarse con nosotros.

Un hombre trajeado con pelo engominado pasa al local.

—Katniss. Veo que has madrugado —dice.

Se sienta en un improvisado asiento hecho con dos ladrillos frente a una improvisada mesa hecha también de ladrillos. De su portafolio saca unos documentos y un bolígrafo a la vez que yo saco el cheque ya relleno de mi bolso. Él lo revisa antes de guardarlo y con una amplia sonrisa me pasa el bolígrafo y me indica que firme varios papeles. Todo termina con un amistoso apretón de manos.

—¡Felicidades señora Mellark! El local es suyo.

Y cuando las escrituras están por fin en mi mano, sonrío. Willow no es lo suficientemente grande como para comprenderlo, pero intuye que algo bueno ha pasado porque corriendo viene y se abraza a mis piernas.

—Mamá contenta —dice con su sonrisa pícara.

—Mamá contenta —repito—. Mamá muy contenta, Willow.

Será nuestro secreto. Peeta no puede saber nada. No aún.

No hasta que el cartel que ponga "Dandelion cafe" esté colgado sobre la puerta de entrada.


Serie de varios oneshots. Todos tendrán un nexo en común que será el café. Elenear espero que no te importe que use el nombre que le diste al hermano de Peeta, ya no lo imagino con ningún otro jaja. ¡Oh y feliz cumpleaños con retraso a Katniss!