Antes de que Rin fuera a dormir, su señor la llamó, pidiéndole que lo acompañara. Ella asintió y lo siguió. En medio del trayecto, este le exigió que cierre los ojos y como consecuente tomó su mano para que no tropiece con cualquier obstáculo, ya sea ramas o piedras.
—No los abras.
Ella obedeció, cerrando fuertemente sus parpados, siendo guiada por el demonio, quien agarraba con fuerza su pequeña mano, que la muchacha apretaba sintiéndose segura, una leve sonrisa formó sus labios ante ese simple contacto.
Al llegar al prado llenó de luciérnagas. Le permitió abrirlos, cuando observó, ella quedó maravillada, giró sobre el lugar cautivada. Tenía la boca abierta por la impresión sin poder dejar salir palabra, viendo esas luces titilantes a su alrededor.
—¡Luciérnagas!—exclamó—Muchas de ellas —levantando sus manos hacia los insectos luminosos.
Sus ojos brillaban como los bichitos de luz, estaba fascinada por las luces danzantes, sonriendo sin poder evitarlo.
—¡Gracias por mostrármelo, Sesshomaru_sama!
Sesshomaru la observaba complaciente por la alegría que le había causado. Viendo con la poca luz que le daba la luz de la luna, a la criatura. El contorno de su rostro, su cabello que se movía por el viento.
—Es hermoso—espetó Rin, sus ojos vagando de luciérnaga en luciérnaga.
—Lo es—afirmó él.
Rin pensó que le daba la razón, pero lo que ella no supo, fue que Sesshomaru no se refería a los bichitos de luz.
