Dedicada a mi Sempai, DREAMS KOKORO

-dialogos entre personajes-

-telepatia entre personajes-

canciones

"pensamientos"

Sin mas, el capitulo Uno: LA NOCHE DEL RESCATE: LA NOCHE EN QUE APRENDI A AMAR TODO DE TI... HASTA QUE SEAS MIA ESTA SERA NUESTRA PRIMERA NOCHE...

No podía engañarse a sí mismo durante más tiempo. Despacio, con infinito cansancio, dejó a un lado el libro. Era una primera edición, encuadernado en cuero. Este era su fin. No podía soportarlo más. Los libros que tanto amaba no podrían ahuyentar durante más tiempo la infinita soledad de su existencia. El despacho estaba repleto de libros, desde el suelo hasta el echo, a lo largo de tres de las cuatro paredes de la habitación. Había leído todos y cada uno de ellos a lo largo de los siglos, algunos los conocía de memoria. Pero su mente no encontraba ya sosiego en ellos. Los libros alimentaban su intelecto, pero destrozaban su corazón.

- El problema no reside realmente en estar solo, sino en sentirse solo. Uno puede sentirse solo en mitad de una multitud, ¿no es verdad?-

Se puso rígido, sólo sus ojos carentes de alma se movían con cautela, como los de un peligroso depredador olfateando el peligro. Inspiró profundamente, cerrando su mente al momento, mientras todos sus sentidos se extendían para localizar al intruso. Estaba solo. No podía equivocarse.

Era el más viejo, el más poderoso, el más astuto. Nadie podría penetrar sus hechizos de protección. Nadie podía acercársele sin que él lo supiera. Intrigado, repitió las palabras, escuchando la voz. Mujer, joven, inteligente. Entreabrió su mente, sopesando los caminos hacia ella, buscando sus huellas mentales.

- He descubierto que es así -contestó él.

Se dio cuenta que contenía el aliento, que necesitaba de nuevo el contacto. Una humana. ¿Quién se interesaba por él? Estaba intrigado.

- En ocasiones, voy a la montaña y me quedo allí durante días, semanas, y no me encuentro sola, pero en una fiesta, rodeada de cientos de personas me siento más sola que en cualquier otro lugar. -

Una oleada de pasión hizo que su cuerpo se contrajera. La voz de la mujer llenaba su mente con su suavidad, era musical y sensual por la inocencia que desprendía. Shaoran no había experimentado ninguna emoción desde hacía siglos; su cuerpo no había querido una mujer durante cientos de años. Pero ahora, escuchando esta voz, la voz de una mujer humana, estaba perplejo al sentir el calor que se extendía por sus venas.

- ¿Cómo es que puedes hablarme?

- Siento mucho si te has sentido ofendido -Podía sentir que su arrepentimiento era sincero, sentía su disculpa- Tu dolor era tan extremo que no pude ignorarlo. Pensé que quizás querrías hablar. La muerte no es la respuesta a la infelicidad. Creo que ya lo sabes. En cualquier caso no hablaré más si no lo deseas.-

- ¡No! -Su respuesta fue una orden despótica dada por un ser acostumbrado a una obediencia total.

Shaoran sintió la risa de la mujer antes de que el mismo sonido llegara a su mente. Suave, libre, incitante.

- ¿Estás acostumbrado a que todos los que te rodean te obedezcan?

- Por supuesto.-

No supo cómo interpretar la risa de ella. Estaba intrigado. Sentimientos. Emociones. Se amontonaban en su interior hasta sobrecogerlo.

- Eres Chino, ¿verdad? Rico, y muy, muy arrogante.

Se encontró a si mismo sonriendo con las bromas de la mujer. Él nunca sonreía. No lo hacía desde hacía más de seiscientos años.

- Has acertado en todo.

Se encontró de nuevo esperando la risa femenina, necesitándola con la sed que un adicto espera la droga. Cuando llegó fue un sonido ronco y alegre. Tan suave como el roce de unos dedos sobre su piel.

- Soy Japonesa. Somos como el agua y el aceite, ¿no crees?

La había escogido, tenía su rastro. No se le escaparía.

- Las mujeres Japonesas pueden ser amaestradas, con los métodos adecuados -Arrastró las palabras deliberadamente, anticipando su reacción.

- Eres realmente arrogante.

Amó el sonido de su risa, lo saboreó y lo guardó en su interior. Shaoran percibió la somnolencia de la mujer, su bostezo. Mucho mejor así. Envió una ligera orden mental, apenas un empujoncito a la mente femenina, con delicadeza, instándola a dormirse para poder examinarla.

- ¡Deja de hacer eso!

La mujer reaccionó con una rápida retirada, dolida y suspicaz. Se alejó con un bloqueo mental tan rápido que lo dejó atónito con su destreza, demasiada fuerza para alguien tan joven, muy fuerte para ser humana. Y ella era humana. Estaba seguro de ello. Supo, sin mirar siquiera, que tenía exactamente cinco horas hasta que el sol saliera. Podía soportar el pálido sol del amanecer y el del atardecer. Comprobó el bloqueo de la mujer, con cuidado para no alarmarla. Sus labios dibujaron una débil sonrisa. Ella era fuerte, pero no lo suficiente. El cuerpo de Shaoran, dotado de fuertes músculos y con una fuerza sobrehumana, perdió consistencia y se disolvió convirtiéndose en una ligera neblina cristalina que se deslizó por debajo de la puerta, flotando en el aire de la noche. Las pequeñas gotas de agua se unieron, se conectaron entre sí para dar forma a un pájaro de grandes alas. Bajó en picado, voló en círculos y atravesó la oscuridad de la noche en silencio, hermoso y letal. Shaoran se deleitó en la poderosa sensación de volar, el viento chocaba contra su cuerpo, el aire de la noche le hablaba, susurrándole secretos, trayéndole el olor de la caza, del hombre. Siguió el ligero rastro psíquico de la mujer sin perderlo. Muy sencillo. Su cuerpo todavía se agitaba con la pasión. Una humana, joven, rebosante de vida y risas, una humana conectada mentalmente a él. Una humana llena de compasión, inteligencia y fuerza. La muerte y el dolor podrían esperar otro día, hasta que su curiosidad quedara saciada. La pensión era pequeña, en la linde del bosque, al pie de la montaña.

El interior estaba oscuro, una luz suave alejaba la penumbra en una o dos de las habitaciones y quizás también el recibidor estuviera iluminado mientras los huéspedes descansaban. Se posó en el balcón de la habitación de la joven, en el segundo piso y se quedó completamente quieto, como si formara parte de la noche. La luz estaba encendida, señal de que la chica no podía dormir. Los ojos de Shaoran, oscuros y ardientes, la vieron a través del cristal, la vieron y la reclamaron.

Era una mujer de delicada estructura, con bonitas curvas y pequeña cintura, y una hermosa melena castaña dorada que se deslizaba por su espalda, desviando la atención hasta su redondeado trasero. Shaoran se quedó sin aliento. La joven era exquisita, hermosa, de piel sedosa, con inmensos ojos verde esmeralda rodeados de largas y espesas pestañas. No se le escapó un solo detalle. Un camisón de encaje, largo, se pegaba a su piel acariciando sus pechos, dejando desnuda su garganta y sus pálidos hombros. Sus pies eran pequeños,

como sus manos. Mucha fuerza para un envoltorio tan pequeño. Se estaba cepillando el pelo, de pie junto a la ventana, contemplando la noche sin ver nada. Su rostro tenía una expresión ausente; la tensión podía percibirse en sus labios, plenos y sensuales. Shaoran podía sentir su angustia, la imposibilidad de conciliar el sueño que tanto necesitaba. Se encontró a si mismo siguiendo con la mirada cada movimiento del cepillo a lo largo de su melena. Ella se movía de forma inocente y erótica. Shaoran tembló, atrapado en el cuerpo del ave. Levantó el rostro hacia el cielo, dando gracias. Después de siglos sin sentir ninguna emoción, la sensación de felicidad que atravesaba su cuerpo era increíble. Sus pechos se elevaban, apetitosamente, con cada pasada del cepillo, marcando su delicado talle y su pequeña cintura. El encaje se adhería a su cuerpo, dejando entrever el triángulo oscuro entre sus piernas. Shaoran clavó las garras en la barandilla de madera, dejando sus marcas. Siguió contemplándola. Era elegante y seductora. Fijó su ardiente mirada en su delicada garganta, donde el pulso latía de forma agitada. Suya. Apartó bruscamente este pensamiento, agitando la cabeza. Ojos verde esmeralda. Ella tenía los ojos verdes como esmeraldas Fue solo entonces cuando se dio cuenta que podía ver los colores; brillantes e intensos. Se quedó totalmente paralizado. No podía ser. Los hombres de su especie perdían, junto con sus emociones, la capacidad de ver otro color que no fuese el gris. Era imposible. Solo la mujer que compartiría su vida, su compañera, devolvería a un hombre las emociones junto con el color.

Las mujeres de la raza de los Cárpatos eran la luz para la oscuridad del hombre. No quedaban mujeres de su raza que dieran a luz a posibles compañeras para los hombres que se encontraban solos. Las pocas que aún quedaban parecían incapaces de concebir niñas, sólo nacían niños. Se encontraban en una situació desesperada. Las mujeres humanas no podían ser transformadas sin dañarlas. Ya se había intentado. Era totalmente imposible que esta humana fuera su compañera Shaoran siguió observándola mientras apagaba la luz y se echaba en la ó la pequeña agitación en su mente, la búsqueda.

-¿Estás despierto? - Estaba desafiándolo.

Se negó a contestar en un principio, no le gustaba la sensación de necesidad que parecía crecer en su interior. No podría soportar su falta de control; no lo consentiría. Nadie tenía poder sobre él; y ciertamente no se lo iba a permitir a una jovenzuela Japonesa con más fuerza que sentido común.

- Sé que puedes oírme. Lo siento si soy una entrometida. Lo hice sin pensar;no volverá a ocurrir. Pero para que tomes nota, no vuelvas a intentar doblegarme con tus músculos. -Le alegró estar bajo la forma de un animal, así no podía sonreír. Ella ni siquiera sabía con qué músculo le gustaría doblegarla.

- No me sentí ofendido -Le contestó con suavidad. Se vio obligado a contestar, fue un acto compulsivo. Necesitaba oír su voz, el suave susurro deslizándose por su mente como si fueran caricias sobre su piel

La chica se dio la vuelta, arregló la almohada, se frotó las sienes como si le doliera la cabeza. Su otra mano yacía sobre la sábana, quería tocar esa mano y sentir la piel cálida y sedosa bajo la suya.

- ¿Por qué intentaste controlarme? -No era sólo una pregunta meramente intelectual, como ella pretendía. Pudo percibir que de alguna forma se sentía herida, desilusionada.

Se movía inquieta, como si estuviera esperando a su amante. La imagen de ella con otro hombre lo enfureció. Sentimientos después de tantos años. Claros, afilados, dirigidos hacia ella. Sentimientos reales.

- Está en mi naturaleza intentar controlar.

Estaba exultante de felicidad y al mismo tiempo se daba cuenta de que era más peligroso que nunca. Siempre había que controlar férreamente la sensación de poder. A menor emoción, más fácil contenerse.

- No intentes controlarme.

Había algo en su voz, no podía darle un nombre, una especie de amenaza. Y Shaoran era una amenaza real para ella.

- ¿Cómo puede alguien controlar su propia forma de ser, pequeña?

Vio cómo la sonrisa de la joven llenaba su soledad, como si quedase grabada en su corazón, en sus pulmones, haciendo que su sangre circulara vertiginosamente.

- ¿Por qué ibas a pensar que soy pequeña? Soy tan grande como una casa.

- ¿Se supone que debo creérmelo?

La risa se desvaneció poco a poco de la voz y la mente de la joven, pero permaneció en la sangre de Shaoran

- Estoy cansada, de nuevo te pido perdón. Me he divertido hablando contigo.

- ¿Pero? -Apuntó él amablemente.

- Adiós -Terminantemente

Shaoran emprendió el vuelo, subiendo vertiginosamente por encima del bosque. No era un adiós. Él no lo permitiría. No podía permitirlo. Su supervivencia dependía de ella. Algo, alguien había despertado su interés, su deseo de vivir. Ella le había recordado que todavía existían cosas como la risa, que la vida consistía en algo más que en la simple existencia.