Prólogo:
«El tacto frío y rasposo de la mano de Philip se cernió en su mentón con fuerza. Las pequeñas lagrimas que viajaban por sus pómulos caía en su cuello con rapidez. Él debía estar muerto. Él estaba muerto. El correr por el bosque y encontrarse con él, vivo, hizo que su mente se nublara y no supiese que estaba sucediendo en realidad.
Con su gran mano la estampó al suelo. Beth gritó de dolor en busca de auxilio, más no podía respirar. No así. Aun recuerda el raudo puñetazo que se estampó contra su mejilla. Luego, cayó inconsciente y con la imagen de su familia en la cabeza.»
Las mesas estaban acomodadas y ordenadas de una manera casi meticulosa. Los platos ligeramente llenos estaban apilados según los asientos. Beth Greene sabía que el Gobernador estaba alegre y extasiado con todo lo que había conseguido, hasta donde había llegado, y sobretodo por el día en el que estaban.
Ya eran un gran campamento cerca de veinte personas y dos en camino. Los hombres bebían gracias a los campamentos que ellos mismo habían atacado. Ella se sentía culpable, ya que ella también los había atacado. Era una asesina. Se lo recordaba día y noche. 114 mordedores, 17 personas vivas. Aun no entendía por qué los contaba. Ya era algo autónomo.
Martínez se acercó a ella con una sonrisa ladeada en el rostro. No lucía muy bien a decir verdad. "Eh, muñeca, el Gobernador te llama," señaló la casa rodante "no lo hagas esperar". Le lanzó un beso y ella le devolvió un gesto vulgar en son de juego. La tortura diaria de ver las asquerosa cara de Philip se acercaba y tenía que seguir fingiendo, como siempre.
Sus pies parecían moverse solos puesto que no se sentía realmente viva. Sus ojeras ya eran notorias, sus labios estaban pálidos y agrietados, su cabello antes rubio ahora era opaco y tieso, estaba realmente delgada. Podía jurar que se le veían todos los huesos. No entendía aquella obsesión. Quizás era venganza.
Al entrar en la casa rodante su respiración se acelero. No veía al Gobernador por ninguna parte. Estaba pensando en irse, pero oyó el cerrar de la puerta y, para su mala suerte, sintió unos labios besarle el cuello. No pudo evitar cerrar los ojos y soltar un ligero gemido.
"¿Qué quieres?" preguntó de mala manera alejándose de él. Jamás se acostumbraría a sus caricias y demostraciones de afecto aunque no lo sentía.
Él hombre la miró con los ojos entrecerrados. Le dio una leve palmada en su boca y no pudo sentirse más humillada. "Esa boca. Te gusta retarme, Bethie." Odiaba que le llamara de esa forma, solo su padre y Maggie lo hacían. No él.
La gotera del techo volvió a dejar caer agua y le pareció sumamente irónico. Era tan romántico, deseaba decirle. Pero no quería ganarse otra golpiza. El tener que ser la "mujer" del Gobernador tenía su costo, pero de todas formas, ¿Acaso tenía otra opción?
"¿Para qué me llamabas?" preguntó, ahora tratando de ser menos acida. Aunque por dentro le maldecía hasta en coreano. La mirada perversa del hombre se encendió como la llama que estaba en el campamento.
Se sentó en el sofá y la haló en el camino. Cayó sentada en sus piernas y, con asco, se acomodó tratando de estar cómoda. "Hoy es 23 de mayo," sonrió entusiasmado "así que es nuestro sexto aniversario desde el ataque a la prisión. Quiero que des unas palabras para nosotros, pequeño sol."
La rubia lo miró con incredulidad en la mirada. No podía creer lo hipócrita que él podía ser. Aun amaba a su familia. "Debes estar-" el hombre la calló con su dedo "Ellos te abandonaron, Bethie. Si les importaras ya estarían aquí, buscándote, peleando por ti. A mi si me importas" murmuró mientras acariciaba su mejilla.
La mirada de asco hizo enfurecer al hombres, más se quedó callado. Si quería tenerle de su lado, debía tratarla bien, por lo menos un poco. La muchacha de cabellos rebeldes se levantó con firmeza y a la vez flaqueando. Su mirada se endureció al mirarlo "No te sorprendas por lo que diga", amenazó firmemente.
La verdad no pensaba en decir nada malo. No porque no quisiera, sino por que sabía los problemas que eso traería, y no solo con el Gobernador. A veces era mejor callarse. Pero las ganas de escupirle esas palabras en la cara fueron muy fuertes como para poder soportarlas. Extrañaba a la joven precavida. Ahora podía ser tan impulsiva como Daryl Dixon en su esplendor.
El pensar en Daryl hacía que unas fuertes puntadas le dieran en lleno al pecho. Odiaba recordar a su grupo. Antes lo subestimaba, pero ahora, estando en un grupo de asesinos y otras cosas, podía decirse que tenía una suerte del demonio. Tenía, pasado. Aunque las palabras que Philip repetía una y otra vez comenzaban a calar dentro de ella. Quizás si se habían olvidado de ella, quizás la daban por muerta, quizás ya no les importaba. Negó enérgicamente borrando esos pensamientos de la cabeza.
Abrió la puerta de la casa rodante y salió de allí disparada. Le parecía injusto que todos vivieran en carpas mientras que él y ella vivían felices y seguros en esa casa. Era repulsivo. Sin embargo prefería callarse, porque esa era la clave de todo. Callarse. Llevarle la contraria al Gobernador solo traía una muerte segura. Jamás lo odió tanto. Ni siquiera con sus ataques, no como lo hacía ahora que vivían en el mismo techo.
Las risas de los niños llenaron sus oídos. Eso era lo único que quedaba de la antigua Beth: su amor por los pequeños. La ilusión de ser madre aun seguía latente aunque las posibilidades eran mínimas. Mínimas para su criterio, claro está. Eran siete niños. Cada uno diferente.
Estaba Clary; una niña de cabello negro y ojos color tierra. Chuck; el pequeño pelirrojo y pecoso además de algo torpe. Lissa; la niña castaña de ojos verdes y lentes. Carley, rubia, ojos marrones, la líder de ese grupo. Le recordaba mucho a Lizzie Samuels. Duck o "dientes de conejo" para la mayoría, le causaba ternura, puesto que era castaño y sus pecas parecían ser manchas de tierra. Paul, un niño alto de tez morena y Betty-Sue, su hermana gemela.
"¡Oye, Beth!" gritó Clary a lo lejos con su cabello negro ondeando al viento. Se acercó a ella siendo seguida por los otros niños. "¿Hoy nos contaras un cuento?" preguntó la misma con sus ojos brillantes. Beth no pudo reprimir una sonrisa.
"No lo creo, pequeña" al ver la mirada de desilusión de los niños continuó, "recuerden que hoy es el aniversario." los siete sonrieron complacidos con la respuesta y siguieron construyendo las cometas de ramas y hojas que llevaban haciendo en toda la mañana. Aun se preguntaba por qué le decían aniversario si era cada mes.
Las mesas de caoba le daban a entender lo escoria que eran. Un campamento que se dedicaba a matar y a robar no era necesariamente una supervivencia. Ella misma lo había hecho y se sentía asquerosamente culpable. Aun recordaba cuando vio por primera vez como Tom, el padre de Duck, mataba a un bebé que estaba herido por el tiroteo. Sus ojos oscuros seguían en sus sueños más profundos.
La sonrisa que Stephenie, una mujer de unos treinta años, castaña, con el cabello por los hombros y los ojos azules, la sacó de sus pensamientos. La dulce mujer dejó un plato de espárragos quemados en la mesa y se limpió las manos. "Oí que hablarías. Siempre alguien lo hace, ¿No?".
Stephenie era más o menos nueva. Solo llevaba allí dos meses, pero sabía todas las verdades gracias a ella, se dedicó a abrirle los ojos. Aun recordaba lo leal y devota que era Stephenie con el Gobernador. Quizás por eso le odiaba en un principio. La rubia la ayudó con los otros platos. "Si. Pero créeme que desearía no hacerlo", gruñó.
La mujer de ojos verdes asintió con una mirada sombría. "Yo que tú lo hago rápido y sencillo" aconsejó "Ya sabes como es él.
"¿Cómo?", preguntó Beth. "¿Manipulador, idiota, mentiroso, violador?".
"Impulsivo" contestó Stephenie. Beth gruñó silenciosamente, y luego de acomodar la mayoría de los platos, se alejó de allí a zancadas con su mentón en alto. Cómo siempre.
Todos los presentes estaban sentados en las mesas, disfrutando de sus copas de vino, que estaba en muy buen estado. Philip, con su pulcra chaqueta negra y su peinado desgastado, estaba de pie frente a todos con una sonrisa de oreja a oreja. Los niños bebían sus bebidas energéticas en una mesa pequeña de plástico.
El discurso era tan emotivo que Beth 'casi' se lo creyó. Según Philip, ellos se habían desecho de un grupo de asesinos que le hicieron tanto daño. Por supuesto, estaba el grupo que sabía la verdad. Los hombres del Gobernador, incluyendo a Stephenie. "Me mutilaron," "tú te lo buscaste", pensó Beth. "quemaron mi campamento," "tú lo hiciste". "mataron a mi hija" "ya estaba muerta". "y me alejaron de mi familia" "tú mismo los alejaste".
Deseaba decírselo en la cara. Deseaba abrirle los ojos a todos los presentes. Decirles la verdadera escoria que se escondía detrás de esa sonrisa bonachona. Callarse. La clave de todo. Los aplausos de parte de los "ignorantes" no se tardaron en escuchar. Porque así se dividían. "Ignorantes" y "silenciosos", o por lo menos ella lo hacía.
Una mano se dirigió hasta ella y supo que ya deberían estar requiriendo su presencia. Se levantó no sin antes dirigirle una mirada a Stephenie, quien le sonreía cálidamente. Todas las miradas estaban en ella lo cual odiaba completamente. Su corazón estaba agitado y no era por nervios. Era furia. Rabia corriendo por sus venas. Frunció los labios en una línea recta con fuerza.
"Cómo todos sabemos, hoy es nuestro aniversario. Desde que nos deshicimos de se grupo. Pues, pare que todos los sepan, yo era parte de ese grupo" sentí la taladraste mirada de Philip, más no me detuve "y creo que fue un acto de cobardía decir tantas mentiras y atacar a personas inocentes," sonreí "feliz aniversario a todos."
Hola a todos. Soy Mar, Maga, Maggie, Gaby o Mary. Como prefieran llamarme. Antes odiaba a Beth, mucho, pero comencé a leer sobre ella y descubrí que es un personaje con una historia muy buena. Es decir, a la que le podemos sacar provecho. Su personalidad puede ser exprimida y hacer un fic de éxito.
La terminé de amar cuando me uní a un rp en ingles en instagram cómo ella. También comencé a amar el Bethyl. Espero que les guste esta historia. Les dejo la cuenta por si acaso: beth_g_official.
