Mientras la maestra explicaba la teoría que aparecería en el examen de lengua, yo dibujaba en mi cuaderno, exclusivo para mis apuntes y mis dibujos. Mi compañera de mesa, Ángela, había decidido copiarme. Yo hacía dibujos de estilo manga mientras que ella dibujaba un ángel y un demonio. Le encantaba leer, como a mí, y su tema favorito de estos era la eterna lucha de los ángeles contra los demonios. Yo era más de los licántropos contra los vampiros pero seguíamos teniendo el mismo interés por los libros sobre amor y fantasía. Ella era una muchacha baja, de pelo corto color marrón oscuro. Su piel era morena con unas pocas costras de una varicela pasada recientemente. A mí no me llegaba ni a la de tres. Siempre pensaba que me pasaría con la varicela lo mismo que en su momento con los piojos. Nunca en mi vida había tenido y en mi primer año de instituto tenía la cabeza llena y mi madre no lograba quitármelos. No quería que la varicela me viniera de la misma manera: inesperada y…llena de picores. Miré el reloj: eran las 13:51. Por desgracia, aún faltaban veinticuatro minutos para que tocara el timbre que daban por finalizadas las clases del día.
-Eva, ¿has hecho los ejercicios de repaso que mandé ayer?-me preguntó Juana, la profesora.
-Sí-contesté escondiendo disimuladamente la libreta de dibujos debajo de la de lengua.
-Pues contesta al ejercicio dos.
Yo asentí y busqué el número dos por toda la hoja. Trataba sobre un resumen del texto que había en la última página del tema. Lo leí tranquilamente, bajo la fija mirada de los treinta compañeros que habían a mi alrededor. Un par de chicas llamadas Alba y Ramona no dejaban de parlotear. Yo las ignoraba pero la profesora les hizo chitón y media clase estalló en sonoras carcajadas.
-¡Silencio! ¡Siempre tengo que decir lo mismo!-exclamó Juana.
Y así era. La mayoría de la clase hablaba como cotorras y a gritos, una de las razones por las que gran parte del curso me dieron inacabables dolores de cabeza. Cuando acabé de leer, miré a la profesora, a la espera de que me dijera que me iba a poner un positivo. Los positivos eran una de las razones por las que mis compañeros se peleaban por corregir ejercicios.
-Bien Eva. Tienes un positivo-me dijo mientras se acercaba a la carpeta.
-¿Y yo qué? A mí no me has puesto ningún positivo-se quejó José Ángel, un chico hablador con un fuerte y notable acento barquereño.
-Pues por hablar-le contestó Juana-Pensaba en ponerte un negativo, ¿prefieres eso?
-No, no, no-se apresuró a decir.
Esta vez, toda la clase rompió en una carcajada. Ángela también se reía pero yo no. Me volvía a doler la cabeza de nuevo. Ese día habíamos tenido Ciudadanía y la profesora que nos tocaba era de lo más ignorante. El curso pasado nos daba Ciencias Sociales y los chicos se subían a las sillas, a las mesas, hablaban, chillaban y se ponían con los móviles a pesar de saber que estaban prohibidos en el instituto…y ella como si no ocurriera nada. No sabía cómo había podido llegar a ser profe de instituto. Toda esa algarabía hacía que me diera tumbos la cabeza y que tuviera la sensación de que la sangre me bombeara en toda la sien. Me aferré el puente de la nariz con dos dedos y empecé a masajeármelo. Intenté pensar en otra cosa pero eso solo hacía que me doliera más. La profesora calló a toda la clase y luego se sentó en su silla.
-¡Jolín! ¿Habrá algún día en el que no os tenga que hacer callar?
-Mañana maestra, mañana-intervino Daniel, tan inoportuno como siempre.
-Pero si mañana no toca lengua, es viernes-le recordó Rocío, que se sentaba justo delante de mí.
-Infantiles...-susurré.
-¿Qué has dicho?-me preguntó María, la mejor amiga de Rocío y compañera de mesa de esta.
-Que os comportáis como niños pequeños, ¿acaso no es cierto?-le contesté.
No me imponía miedo ni nada parecido. Yo era de ese tipo de personas que no se detienen a pensar dos veces lo que van a decir a continuación y que sueltan lo que nadie se atreve a decirle a esas personas que suelen dar miedo.
-Nosotras no-respondió defendiendo a Rocío también-Son ellos-dijo haciendo un gesto vago hacia los chicos de la tercera fila.
La ignoré. No valía la pena perder el tiempo con ella. Entonces las risotadas se transformaron en parloteos y charlas. Alguien llamó a la puerta de clase, y nadie lo escuchó, salvo la profesora y yo.
-¡Callaos!-gritó.
La puerta se abrió y dejó ver a un hombre de treinta y pocos, vestido de uniforme de policía. Al verle, toda la clase se volvió muda.
-¿Eva García Carrillo?-preguntó con voz seria, casi de profesional, pero se notaba que era un poli sin mucha experiencia: le temblaban los labios y las manos y mantenía la mano cerca de la placa como si estuviera a punto de decir: "¿Qué pasa? Soy poli, ¿a que mola?"
Alcé la mano, un poco ansiosa por saber si sería algo gordo o carente de importancia.
-¿Vives en el número 3 de la calle Alegría de la huerta?-inquirió.
Yo asentí confusa.
-Necesito que vengas conmigo a comisaría. Un chico a tratado de robar en tu casa pero un testigo llamó a la policía y le detuvimos a tiempo. Trataba de entrar en la caseta de madera que hay en el piso de arriba de tu casa. Nos dijo que se niega a hablar con nadie que no sea la propietaria de esa caseta y tu tía nos contó que tú dormías allí, ¿es cierto eso?
-Así es-respondí.
Miré a Ángela un poco preocupada y ella me devolvió la mirada.
-¿Puede venir ella?-le pregunté al agente.
-¿Por?
-Sus padres no pueden venir a recogerla y tampoco puede ir en autobús así que mi tía iba a llevarla conmigo a su casa hasta que volvieran.
-Vale-contestó-Pero debemos marcharnos ya.
Metí rápidamente las cosas en la mochila y me la eché a la espalda. Con Ángela tras de mí, seguimos al policía.
-Adiós Eva-se escuchó a la mayoría de la clase, la otra parte se despedía de las dos.
El poli se dirigió al edificio principal y le pidió a la secretaria que había en la ventanilla que abriera la puerta. Esta pulsó un botón y la puerta se abrió. El policía salió y nosotras le seguimos a cierta distancia. A pesar de ser lo que era, no nos fiábamos de él.
-¿Robar en tu casa? ¿Y pregunta por ti? Esto es demasiado raro, Eva-dijo Ángela.
-Lo sé, pero cuando lleguemos a la comisaría todo se aclarará.
-Bien.
-Espero…-pensé en voz baja.
Nos introdujimos en la parte trasera del coche de policía. Me sentía como una criminal a la que acaban de arrestar y, no sabía por qué, esa sensación me gustaba, el sentirme como una chica mala. Por suerte, eso no era así y aquel asiento era como la casilla del Monopoly: solo de visita. Volví a mirar el reloj: las 14:14. En cuestión de segundos, el timbre sonaría y una avalancha de alumnos saldría de la primera y segunda entrada. Cuando el coche arrancó, el timbre sonó. Los alumnos de cuarto y tercero de ESO, entre ellos, los de mi clase, bajaban embalados por la cuesta. Vi de reojo a María José, Miriam, Verónica y Jessica, las otras cuatro chicas con las que me solía juntar en el recreo. Se despidieron con una mano y Ángela y yo hicimos lo mismo. En ese preciso instante tenía el extraño presentimiento de que las vería poco más. El viaje hasta la comisaría fue largo y silencioso, al menos por nuestra parte, el motor sonaba como mi padre roncando con la nariz taponada por el resfriado. Se notaba que el coche estaba hecho un asco.
-¿Quién era el testigo que vio al ladrón?-le pregunté al policía.
-Tenía un año menos que vosotras. Creo que se llamaba Dionisio.
-¿No se supone que ese debía estar en el instituto?-me preguntó Ángela.
-Vino, pero se fue en el segundo recreo para ir al médico a sacarse sangre o algo parecido. Tal vez lo viera cuando volvió con su madre. ¿Dónde está?-le pregunté al policía.
-En la comisaría, con su madre y su hermano.
-Ay no, Pablo no-me quejé dejándome caer sobre el respaldo del asiento.
-¿Qué te pasa con él?-inquirió Ángela.
-Es de esos críos que te restriegan las cosas por la cara hasta ver que te quedas sin ella, por muy serias que sean.
-¿Porculero?-resumió.
-Has dado en el clavo-le contesté-Pero no veas las palizas que le pegaba cuando éramos pequeños. Me servía para olvidar lo que sea que hubiera dicho-seguí entre risas.
Entonces paramos frente a la comisaría.
-Ya hemos llegado-nos informó el policía.
Las puertas de la entrada eran de cristal y dejaban ver una pequeña sala de recepción, compuesta por cinco sillas y un mostrador. El policía abrió la puerta que había al fondo de la habitación y nos invitó a entrar. El lugar era una enorme oficina, llena de gente al teléfono, rellenando papeleo y yendo de aquí para allá. Vi a la madre de Dioni, Mari Carmen, sentada en una de las sillas.
-Hola, ¿dónde están Dioni y Pablo?-le pregunté.
-En el baño-respondió antes de volverse hacia el policía-Él lo vio tratando de entrar en tu casa pero yo estaba en el coche y no me fijé. Ha dicho que en su chaqueta vio la palabra… NARKOTIKA.
¿NARKOTIKA? Eso empezaba a darme muy mala espina. Ese era el nombre de un grupo de música que aparecía en uno de mis libros favoritos. Solo esperaba que Ángela no se hubiera dado cuenta de la coincidencia. Al parecer, así era.
-¿Y ese ladrón?-pregunté.
-En la sala de interrogatorios-dijo una voz femenina.
Tras una puerta apareció una mujer de edad cercana a la del policía que nos había traído, vestida de traje color marrón y una camisa blanca mal abotonada.
-Inspectora de policía Amanda Pérez, encantada-dijo extendiéndome la mano, se la estreché, un poco incómoda-Tú debes de ser Eva, ¿no?
Asentí y le solté la mano sudorosa.
-Y ella es…
-Ángela Toro, una amiga-respondí.
-Bien-dijo asintiendo-Joel, ya puedes volver al mostrador. Yo me ocuparé a partir de ahora.
-Vale Amanda-dijo el policía mientras se volvía hacia la puerta y salía de la habitación.
-Seguidme-nos dijo mientras se dirigía a la puerta de la que había salido.
Nos encontramos entonces en una sala oscura, llena de aparatejos de escucha.
-Esto es como la serie de Castle, ¿no crees Ángela?-le dije.
-Mola-se limitó a decir.
-Estos son los agentes Lucas Sandoval y Alberto Torres.
-Buenos días-saludó Lucas, un hombre de piel blanca, pecoso y de ojos azules.
-Hola-dijo Alberto, el polo opuesto a Lucas: piel oscura y ojos negros.
-Ese es el ladrón-dijo Amanda señalando el cristal.
Miré al muchacho que estaba sentado al otro lado de la mesa. Tenía el pelo negro y revuelto como si acabara de salir de una pelea. Llevaba una chupa negra de cuero y una camiseta gris. Movía los dedos de forma extraña sobre la mesa. Me di cuenta de que daba golpes en la mesa como si tocara el piano.
Piano, NARKOTIKA, la misma descripción… No, era imposible que él fuera… Apreté con fuerza los dientes, casi estuve a punto de rompérmelos.
-¿Le reconoces?-me preguntó Amanda.
-Me suena pero no estoy segura. Para asegurarme creo que debería hablar con él.
-¿Recuerdas algún nombre al menos?
Negué con la cabeza. Por suerte, siempre se me había dado bien mentir, incluso me había planteado el hacerme actriz pero lo descarté rotundamente al recordar el tipo de cosas que llegan a hacer para poder alcanzar la fama. La convencí de mi mentira.
-Tal vez si hablara con él, me refrescaría la memoria.
Esa respuesta me sonó a chantaje pero al parecer, ella no lo creyó así.
-Vale-aceptó.
Me acompañó hasta la puerta de la sala de al lado, la de interrogatorios. Entré y cerré cuidadosamente la puerta tras de mí.
-Hola-saludé.
-Hablaré contigo cuando los polis apaguen los micrófonos-dijo mirando hacia el cristal por el que no se veía absolutamente nada pero sabía que tras ella estaban Ángela, Amanda y los otros dos policías.
Miré hacia el mismo lugar con gesto suplicante pero preferí pedírselo en persona. Salí de la habitación y entré en la otra.
-No vamos hacer eso-se negó Amanda rotundamente nada más verme.
-Si no lo hacen no dirá nada y yo soy la única con la que hablará.
-Dile que ya los hemos desactivado, para que oigamos lo que tenga que decir-propuso Amanda.
-Vale, lo haré-respondí, no muy convencida.
Tampoco quería que estuvieran a la escucha pero traté de parecer convincente.
-Ya los han desactivado-a mí me parecía que era bastante buena la mentira pero no se la creyó ni por asomo.
-Mentirosa-me soltó-Puedo oír lo que decís así que no tratéis de engañarme.
-¿Que tú qué?-dije atónita.
-Ya he dicho demasiado. O lo apagan o no suelto ni mi nombre.
-Lo intentaré. Pero son un poco testarudos-contesté a sabiendas de que me oían.
Volví a abrir y cerrar puertas y entré en el otro cuarto.
-¿Conque testarudos?-dijo Amanda.
-Así es. Os prometo que os diré lo que debáis saber después de que me cuente, ¿vale?
Ninguno respondió.
-Confiad en mí, porfa-les pedí.
-Está bien-accedió Amanda-¿Prometido?
-Prometido-respondí.
-Vale-dijo mientras cogía el enchufe y lo desconectaba-¿Así?
-Gracias.
Salí y entré-ya empezaba a cansarme.
-Hecho-contesté.
-Bien-dijo con una sonrisa.
Me senté en una de las dos sillas que había frente a la mesa, en el lado contrario al del muchacho.
-Quiero que me confirmes algo. ¿Eres Cole St. Clair? ¿El cantante de NARKOTIKA?
-Ex-cantante de NARKOTIKA-remarcó el ex.
-Pues eso.
-¿Recuerdas?-preguntó.
-Yo empiezo con las preguntas, luego responderé las tuyas.
-De eso nada. Si hablo podrías largarte de rositas, en cambio yo no.
-Muy listo-concedí-Pues bien, pregunta.
-¿Me recuerdas?
-¿Recordarte?
Vale. Empezaba a asustarme de verdad.
-Claro, ¿sino cómo ibas a saber mi nombre?
-Por un libro.
-¿Un libro? Oh venga ya, tú me estás vacilando.
-De eso nada. Es todo cierto. Lo sé porque vuestra historia está escrita en una colección de tres libros.
-¿Nuestra?
-Sam, Grace e Isabel.
-Supongamos que eso es cierto.
-Porque lo es-rebatí.
-Lo que tú digas. ¿Qué es lo que sabes?
-Desde que Sam y Grace se conocieron…en persona, hasta cuando se marcharon al albergue contigo e Isabel se había ido a California.
-¿Entonces tú no estabas?
-¿Por qué iba a estarlo? ¿Y qué pinto yo en todo esto?
-Es realmente increíble que no te acuerdes de nosotros, y más aún de Axel, al que ni siquiera has mencionado.
-¿Quién es Axel?
-Tu novio.
¿Yo? ¿Un novio? Imposible. No había tenido un novio en mi vida y ni siquiera había estado enamorada de nadie nunca. Ni siquiera me había planteado el tener alguno hasta pasados unos años. Además, solo tenía quince. ¿Y Cole cuántos tenía? ¿Veinte? ¿Tal vez más?
-Que no te extrañe, tú eras mucho mayor.
-¿Mayor?
-Así es. Tenías diecisiete años, casi dieciocho cuando nos conocimos.
-¿Cómo puede ser eso posible?-repliqué.
-Pues por tus poderes.
-Vale, me estás empezando a asustar.
-Entonces pregunta lo que quieras saber y te responderé la verdad, pero habrás de creerme.
-¿Por qué fuiste a mi casa?
-Me enteré de que tus padres se habían marchado a Valencia y vi la oportunidad perfecta de intentar hablar contigo pero no sabía que tus padres te considerarían tan irresponsable como para no dejarte sola en tu casa.
Esa suposición me resultó bastante insultante.
-Irresponsable no, menor. Son demasiado sobreprotectores. Bueno, sigamos. ¿Por qué fuiste tú? ¿Por qué no fueron ni Sam, ni Grace, ni Isabel, ni…Axel?-me costó decir su nombre, aún estaba en estado de shock por averiguar que tenía un novio.
-Pues porque fui yo quien se enteró que estabas aquí. Ellos se marcharon a otros sitios, como Valencia, donde están tus padres, París o Inglaterra.
-¿Inglaterra? ¿Por qué Inglaterra?
-No dejabas de hablar de ella cuando nos conocimos.
-¿Por qué iba a hacer eso? Nunca he estado allí.
-No sé si has estado o no pero hablabas de una amiga que vivía allí. ¿Cómo se llamaba? ¿Natasha? ¿Natalia?
-Natalie-le corregí.
-Eso.
-Sigo sin entender por qué habrían razones de buscarme en Inglaterra.
-No eran razones, sino posibilidades. Los únicos sitios de los que hablabas eran Inglaterra, Valencia, Murcia y París. Decidimos dividirnos para ir en tu búsqueda.
-¿En mi búsqueda? ¿Habéis hecho todo esto para encontrarme? Eso es completamente absurdo.
-No lo pensarías si recordaras.
-¿Y cómo esperas que recuerde? ¿Me golpeo la cabeza o qué?
Cole se rió como pensando que estaba haciendo la idiota, y en ese momento, así me sentía. Pero al instante la sonrisa desapareció.
-¿Qué pasa?-le pregunté.
-Son muy cabezotas…-masculló furioso-¡He dicho que nada de micrófonos!-estalló.
Su grito me hizo dar un respingo y me recordó que debía decirles algo a Amanda y los demás.
-No se fían de mí-murmuré.
-Ya han apagado los micrófonos, de nuevo.
-¿Qué voy a decirles?-le pregunté.
-¿A quiénes?
-A los polis que nos vigilan. Les prometí que les diría algo pero, ¿qué?
-¿Se lo prometiste?
-Lo que les prometí fue que les diría lo que debieran saber. Y de lo que me cuentas no pueden saber nada. Dime, ¿qué hago?
Cole se quedó pensativo.
-Tiene que tener relación con que me conozcas de alguna manera y que quieras venir de visita no sirve-le dije.
-Pues cuéntales que me prestaste dinero hace mucho tiempo y que intenté volver a hacerlo pero por mi propia cuenta.
-Eso no servirá. Por esa tontería no creerán que fueras a armar tanto revuelo. Debes ser más convincente.
-Entonces…
-Debe ser más elaborado. Algo como…le debías dinero a un tipo y como hace mucho tiempo yo te presté dinero sin preguntar para qué lo necesitabas decidiste ir a cogerme "prestado" dinero. Y les diré que no querías hablar con ellos por temas privados con algún hombre que pretendía sacarte algo de pasta.
-Pero la pregunta es, ¿quién será ese tío?
-Y yo que sé. Les diré que lo conociste en un bar o algo así y que no sabes su nombre.
-¿Y el mío?
-¿Qué te parece Eric, por ejemplo?
Cole empezó a reírse.
-Siempre has sido una buena mentirosa, Eva.
-Tengo un don-contesté sonriente mientras me levantaba de la silla y salía del cuarto.
Amanda, Ángela, Luis, Alberto, Mari Carmen, Dioni y Pablo me miraban fijamente a la espera de que soltara prenda.
-Trató de cogerme dinero porque tenía cuentas pendientes con alguien. No sabe el nombre porque lo conoció en un bar, se metió en una pelea y ahora, a menos que quiera que le peguen una paliza, debe quinientos pavos. Como hace tiempo le había dejado yo bastante dinero sin preguntar para qué lo quería, pensó que era buena idea intentarlo de nuevo, pero por su cuenta. Quería hablar solo conmigo para pedirme que le sacara del apuro y he aceptado, es solo un poco de dinero comparado con lo que tengo.
-¿Cómo se llama?-preguntó Amanda.
-Eric…Sánchez.
-¿Y en qué bar ocurrió eso?
-No lo recuerda, estaba ebrio cuando pasó. Es un buen chico, es la primera vez que se mete en líos. Me ha dicho que era la primera vez que bebía y se le fue de las manos. ¿Es posible dejarlo libre?
-Solo quien presentó la denuncia puede retirar los cargos.
-¿Y quién…?-dije, y por un momento miré a Mari Carmen pero esta negó con la cabeza y miró a Dioni.
Oh, oh.
-¿Dioni?
-Pero si intentó robarte-replicó.
-Por favor.
-No sé.
De lo que estaba a punto de hacer me iba a terminar arrepintiendo.
-Si lo haces, haré lo que me pediste.
Dioni abrió los ojos como platos.
-¿Tanto te importa ese simple ladrón?
-Sí-le contesté cortante.
-Pues bien. Vale.
-¿Le dejamos libre?-preguntó Amanda.
-Sí-respondió Dioni.
Amanda entró y minutos después, salió con Cole tras de ella. Me acerqué a él y lo mantuve alejado de Amanda.
-Sígueme la corriente-susurré tan bajo que casi me costaba oírme pero sabía que Cole sí podía.
Le abracé sin ganas, con fingida efusividad y él hizo lo mismo.
-Por fin. Tienes que contarme qué tal te ha ido desde la última vez que nos vimos. ¿Cuánto hace de eso? ¿Dos años?
-Algo así-dijo con voz temblorosa, se notaba que no se le daba muy bien actuar delante de polis porque no dejaba de mirarlos a ellos.
-Vámonos a dar un paseo y hablamos, ¿vale?
Empujé con fuerza el hombro de Cole, pues se había quedado helado en el sitio. Por suerte, tenía fuerza y le arrastré hasta la puerta.
-¿Vienes Ángela?-le pregunté.
-Eh…sí.
Nos siguió con paso torpe. Yo era la única que se mantenía firme en esa comisaría. Ángela ignorante a lo que ocurría y Cole congelado por el pánico a dar un paso en falso. Salimos del edificio y nos dirigimos al parking que había a un par de manzanas de la comisaría. En cuanto llegamos, giré a Cole y le miré a los ojos fijamente.
-A ver, ¿dónde están Sam y los demás?
-Nos hemos instalado en un hotel. Estamos Sam, Grace, Isabel y yo. Axel aún no ha llegado, era él quien fue a Inglaterra.
-Así que…-interrumpió Ángela-Cole St. Clair, ¿eh?
-Lo que faltaba-susurré.
-Tienes muchas explicaciones que darme, Eva-me exigió.
-Lo sé, Ángela, y si te digo la verdad, yo tampoco tengo ni idea de lo que pasa. Solo sé que me buscaban ellos, solo eso. Y que según Cole tengo poderes y que cuando nos conocimos tenía diecisiete años.
-Eso es una locura-respondió.
-Increíble pero cierto-intervino Cole.
-Ya veo-contestó Ángela.
-Voy a llamar a Sam para que venga a recogernos.
-Ah no, de eso nada-salté yo-Mañana tengo clase y como falte mi tía sospechará.
-Entonces, ¿qué?
-Mañana. Cuando salga del instituto venís a recogerme, ¿vale?
-Vale, pero voy a llamar a Sam para que venga a por mí.
-Yo llamaré a mi tía. Tal vez pueda venir.
-Deja que venga Sam primero, será lo mejor. Tu tía no debería verme.
-Tienes razón. Pues llama.
Me crucé de brazos y apoyé la espalda contra el capó de un Ford color azul. Dejé la mochila a mis pies y esperé a que Cole acabara.
-¿Sam? Soy yo, Cole-empezó la conversación-Está conmigo ahora mismo. La pasma me arrestó por intento de robo pero ella ha logrado que me dejen libre sin cargos. Sí lo sé, irresponsable, tal, cual. Bueno no te pases. Ya sé que la poli no puede meterse en esto pero…solo ha sido un ligero error de cálculo. Sí le he contado que la buscábamos. Sabía quiénes éramos, pero no por recordar. Según ella sabe desde que tú y Grace os conocierais hasta que nos fuimos al albergue e Isabel se largó a California, por un libro. Sí un libro, yo tampoco me lo creo, la verdad, pero no recuerda a Axel y es a él a quien más debería recordar. No. Ha dicho que si falta al instituto su tía sospecharía así que me ha pedido que vayamos a por ella mañana después del instituto. Por cierto, ¿podrías venir a por mí, al parking cercano a la comisaría de policía de Alcantarilla? Claro que sí, a menos que prefieras que robe un coche…Vale, vale Sam no te pongas así. Sí, eso será mejor, tal vez así pueda pensar en ello durante la mañana. ¿Dónde están Isabel y Grace? Vale. ¿Tienes noticias de Axel? Bien, mañana podremos verle entonces. ¿Estás seguro que lo del colgante funcionará? Claro. Bueno, ¿cuándo llegarás? Bien, te estaré esperando.
Cole colgó y me miró a la espera de que preguntara.
-¿Qué es eso de un colgante?
-Ese colgante hará que recuperes la memoria, recuperes tus poderes y vuelvas a tu auténtica edad: dieciocho años.
-¿Cambiaré mucho?
-Solo serás más alta.
-Bien. Por cierto, creo que será mejor que me des tu número, por si acaso ocurre algo.
Apunté su número en mi móvil mientras me lo dictaba.
-¿Y qué pasa conmigo?-preguntó Ángela después de que yo guardara el móvil.
-Cuando Eva recupere la memoria, también recuperará sus poderes y borrará de tu mente todo lo ocurrido.
-¿En serio?-dijimos Ángela y yo al mismo tiempo.
-Sí.
-¿Cuáles eran mis poderes?-pregunté.
-Borrar la memoria, leer la mente, telequinesia, ver el futuro, hipnotismo, y muchísimos más, también tenías poder sobre el fuego, el agua, la tierra y el aire pero no recuerdo cómo lo llamabas.
-Don elemental-murmuré.
-Exacto. ¿Ves? Ya empiezas a recordar.
-No es un recuerdo de vosotros. Incluso de pequeña lo llamaba don elemental. Desde que vi Gormiti a los seis años y me inventé mi segunda versión de series.
-¿Versión de series?-preguntó Cole.
-Sí, versiones de series que hago cuando me aburro, introduciéndome a mí en la historia. Lo he hecho ya con más de diez series, incluso con libros y películas.
-Recuerdo que siempre estabas inventándote historias cuando te aburrías, tenías una imaginación portentosa, y al parecer la sigues teniendo.
-Sí-admití.
-Incluso está escribiendo dos libros-intervino Ángela.
-¿En serio?-dijo Cole.
-Bueno sí, aunque no he acabado ninguno.
-Pero llevas casi cien páginas por cada uno-apuntó Ángela.
-¿De qué van?-preguntó Cole.
-Esencialmente sobre fantasía. Pero ahora que te conozco veo que de fantasía tiene poco. Magos, licántropos, vampiros, dragones…cosas por el estilo.
-A Grace puede que le gusten.
-Pero tendréis que dejarme acabarlos.
Entonces, un Volkswagen negro entró en el aparcamiento y se detuvo frente a nosotros. La ventanilla del conductor se bajó dejando ver a Sam. Lo que me sorprendió fue que era exacto a como me lo imaginé: sus ojos, su pelo, los rasgos faciales… ¿era posible que fuera un recuerdo?
-Sam-dijo Cole.
-Cole-respondió Sam.
-Hola-saludé yo.
-No has cambiado nada desde la última vez que nos vimos-objetó Sam.
Me limité a sonreír y miré a Ángela de reojo. Ella miraba fijamente los ojos de Sam. Le pegué un codazo para que despertara y dio respingo.
-Hola, soy Ángela-masculló como si le hubiera pulsado un botón para que dijera precisamente eso.
-Encantado Ángela-dijo Sam con naturalidad-Anda Cole, sube.
Este fue al otro lado del coche y se introdujo en él.
-Toma, Eva-dijo Sam extendiendo un puño cerrado boca abajo.
Coloqué la palma bajo su puño y Sam dejó caer sobre mi mano un medallón dorado y rojo, enganchado a una cadenita color de oro.
-Cole ya me dijo que esto me haría recuperar la memoria si lo llevaba toda una noche.
-Así es-respondió Sam-Nos vemos mañana en el instituto. Y será mejor que prepares las maletas. Tenemos que marcharnos.
-¿Adónde?-pregunté alarmada.
-Volvemos a Minnesota-respondió Sam.
-Pero, ¿por qué?
-Te lo explicaremos mañana. O tal vez lo deduzcas tú sola después de recuperar la memoria.
No me dio tiempo a contestar. Sam ya había subido la ventanilla y arrancaba el coche para marcharse.
-¿Irte?-murmuró Ángela.
Estaba en estado de shock. En cualquier otro momento habría dicho sí sin pensármelo dos veces. Pero había hecho buenas migas en el instituto después de todo. ¿Marcharme? ¿Por qué iba a hacerlo? Pero, ¿por qué no iba a hacerlo? Me giré y encaré a Ángela.
-¿Te vas a ir?-preguntó.
-No lo sé. No quiero dejaros a ti y a las demás pero quiero saber mi pasado si es que existe alguno que no sea aquí.
-Vete-dijo.
-¿Cómo?-exclamé sorprendida.
-Es tu sueño Eva. Tu sueño hecho realidad. No puedes dejarlo escapar.
-También es el tuyo y que yo lo viva mientras tú te quedas mirando me parece cruel y egoísta.
-No lo es. Además, me borrarás la memoria y no sabré nada.
-Ojala pudieras venir conmigo.
-Ya te digo. Poderes, licántropos y te han dicho que tienes novio. Seguramente vuestra historia será como en los libros.
-Gracias, Ángela-dije abrazándola.
Cogí el móvil y marqué el número de mi tía.
-¿Eva? ¿Eres tú?
-Sí soy yo.
-Antes me llamaba la policía diciendo que un ladrón trató de robar en tu casa. ¿Es eso cierto?
-Sí Pepi, lo es. Pero ya se ha solucionado todo. ¿Podrías venir a recogernos a Ángela y a mí al parking que hay junto a la comisaría de policía?
-Claro, pero cuando lleguemos a casa me tienes que contar lo que ha ocurrido. ¿Vale?
-Vale.
Hola a todos, hace tiempo que tengo este fic en la carpeta más remota de mi disco duro y ya que puedo sacarla a la luz no perderé la oportunidad. Gracias por leer y mandadme un review con cualquier sugerencia, corrección u opinión.
