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Blanca Nieves
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Érase una vez en la lejana tierra de DC, que el Rey y la Reina Kent tuvieron a un hermoso niño. Su piel era blanca como la leche y sus cabellos negros como el ébano, decidieron nombrarlo Jon e invitar para su bendición a las personas más importantes del Reino.
El Conde Wayne acudió en compañía de su esposa y sus cuatro hermosos hijos, el más joven llamado Damián tenía tres años recién cumplidos, su piel era canela y sus cabellos igualmente oscuros. Al momento de inclinarlo sobre el cunero para que saludara y conociera al heredero, sus ojos brillaron con la curiosidad propia de los niños y sus mejillas se colorearon con fascinación.
—Es muy bonito. —comentó a su padre.
—Así es, y algún día lucharás para proteger su honor.
—Lo haré.
A los Reyes Kent les causo ternura ver la decisión refleja en la mirada del pequeñito. Jamás imaginaron que lo diría tan enserio.
A manera de despedida se desprendió de un objeto que llevaba entre manos. Era el obsequio que su familia destinaría para él. Un anillo de oro que no se podría colocar hasta que tuviera mayor edad, pero qué, representaba el poder adquisitivo de los Wayne.
Llevaba engarzada una piedra preciosa. Un diamante azul muy raro en su naturaleza pues, según decían entre los hechiceros, dependiendo de los caprichos del corazón humano podía cambiar de color.
Si se tornaba rojo intenso, revelaba la identidad de tu verdadero amor. Y esos eran sus deseos para él. Que el joven príncipe tuviera salud, felicidad y encontrara el amor.
Todos aplaudieron encantados con la descripción del obsequio, oculto en su preciosísima caja de madera, nadie notó el color que destellaba por dentro.
Lo descubrirían algunos años después.
…
El joven monarca fue formado para ser todo un fiel, leal y noble regente, amaba a su pueblo y a todo ser vivo en el Reino, tal era su belleza y dulzura que la mayoría de las veces, la Reina Lois optaba por vestirlo de Princesa.
Al menor no le incomodaba, lo prefería a las medias pegadas y los chaquetones con mangas largas y hombros bombachos.
Esa mañana, saldría del Castillo, prepararon su carruaje para que conociera los sectores más pobres y peligrosos del poblado. No debía temer, pues le acompañarían los más valientes y raudos de sus Caballeros. Entre ellos se encontraba el joven Damián Wayne.
Fiel a su palabra, entrenó día y noche para ser un Caballero igual de formidable que sus hermanos. El mayor de ellos, Richard se enorgullecía de su compromiso.
Aprendía rápido, tenía agilidad, carácter, valor e inteligencia. Su joven hermano jamás temió al levantar una espada o llevar cabo cualquier tarea que se le indicara y es por ello que hoy tendría su primer encomienda real.
Proteger a su joven majestad. Si sucedía alguna eventualidad, él debía sacarlo del carruaje y conducirlo a alguna zona segura. Damián se colocó la armadura que incluía casco y con la espada al corazón juró que lo protegería con su vida.
Richard asintió convencido de que no sería necesario llegar a tanto. Las revueltas del Reino sucedían en sectores aún más marginadas, donde su padre el Conde, en compañía de sus hermanos Jason y Timothy imponía su autoridad y controlaba a los bandidos.
Esta salida de su joven majestad era parte de una primera prueba, ya tenía nueve años de edad, ya no era un niño. Debía aprender a salir adelante por sí mismo.
…
Jon ya estaba en el carruaje cuando toda la Guardia Real subió a sus caballos e inició el viaje. Admiró desde las ventanas los prados verdes y el cielo azul, se distrajo con los riachuelos y el cantar de las aves. Entre más avanzaban más se iban deslavando los colores del paisaje, del verde fresco a uno opaco, de los conejitos tiernos a zorros tenebrosos. La joya en su pecho brilló en color amarillo, eso significaba temor, el verde refería enfermedad, el azul serenidad y el rosa felicidad. Se tranquilizó repitiéndose a sí mismo que todo estaría bien. Era un noble, el futuro Rey, su padre no temía a nada y su madre sabía gobernar con sabiduría y claridad.
Él tenía que hacerlo también, encontrar su fortaleza interior, reunir su valor, aunque en estos momentos temiera lo peor. Cerró sus ojos, tranquilizando los latidos de su corazón, la gema en su pecho volvió a tornarse azul, la envolvió con su puño, era un anillo pero aún le quedaba grande y para no perderlo, lo llevaba al pecho con una cadena de oro.
Pasados estos momentos de vacilación el carruaje hizo algunos movimientos que lo volvieron a llenar de temor. Se salieron del camino, se adentraron en el bosque, aumentaron la velocidad al máximo y nadie respondía a sus gritos de —¿Qué era lo que estaba pasando?
Se detuvieron, luego de que él cayera de su asiento y terminara en el suelo temblando como un cordero, la puerta del carruaje se abrió de súbito y ya estaba listo para patear o gritar con todas sus fuerzas pero no llegó a hacerlo porque reconoció la armadura de sus Caballeros y rápidamente tomó la mano que le era ofrecida para salvarlo.
Corrieron entre la espesa hierba, perdió sus zapatillas de tacón bajo, también la diadema que llevaba entre sus cabellos, las telas del vestido se rasgaron por todos lados pero no se quejó ni dejó de correr. Su Caballero no lo soltaba por nada, alrededor suyo escuchaba sonidos de batalla, esperaba que él supiera a dónde lo llevaba y pareció ser así pues después de un largo tramo le pidió que se agachara y arrastrara.
Se adentraron en una pequeña cueva oculta a las raíces de un enorme árbol, su pecho latía como un loco, sus pies dolían y ardían, su mano también, aquella con que lo aferró.
Luego de algunos minutos en los que sus perseguidores los daban por perdidos, el Caballero se desprendió de su casco y se disculpó por sus tratos burdos, él le restó importancia, lo que le urgía era mirarlo con atención. No se advertían demasiadas cosas con la pobre iluminación que entraba de afuera, no obstante la gema en su pecho otra vez brillo.
Rojo intenso, el tono que reflejaba el verdadero amor.
Lo miró arrobado pues jamás imagino que tan joven llegaría a encontrarlo, el Caballero también estaba asolado y sin más, se presentó.
—Mi nombre es Damián Wayne, ultimo guarda de su majestad y también soy quien le obsequió ese anillo.
—¿Perdón?
—El deseo de mi padre era que usted encontrara a la persona indicada pues si de algo está convencido, es de que el Rey Clark, gobierna con entereza debido al consejo y amor de su bien amada Reina. Sé que aún somos jóvenes, que nos queda mucho camino por recorrer pero aún así, yo quisiera decirle, que si usted me deja...podría protegerlo por el resto de mis días.
El príncipe no supo que contestar, la gema brillaba tan fuerte que era evidente que no necesitaba responder. Concentro su mirada en el Caballero, ojos verdes tan seguros y preciosos que creyó firmemente en que moriría cualquier día por él.
No quería que lo hiciera, es decir. No deseaba que muriera por él, estaba por tomar por su mano, por darle las gracias por rescatarlo cuando otras voces se escucharon desde fuera.
—¡Damián!
—¡Majestad!
—¡Ya no hay peligro!
—Pueden salir.
El Caballero volvió a extenderle su mano, antes de tomarla escondió la joya al interior de sus ropas.
—Aceptaré tu palabra y algún día tendrás el honor de desposar mi mano pero por el momento, nadie más que nosotros debería saberlo. Nuestros padres podrían...
—Separarnos.
—Y usted tiene la obligación de convertirse en mi Primer Caballero.
—Cuando lo haga, la sortija quedará en su dedo.
—Y entonces, nos reuniremos.
Salieron de nuevo con esta promesa en su corazón. El resto de la Guardia Real, estaba feliz de encontrarlos a salvo, reprendieron a Damián por dejarlo tan maltratado. —¿Qué no veía lo delicado de sus ropas o su cuerpo?— ¡Era un príncipe no un carnero! Debía tener más cuidado la próxima vez que debiera cuidarlo.
—Sólo se enfocó en mantenerme a salvo y lo agradezco. Las zapatillas o mi vestido pueden ser reemplazados, pero la vida de cualquiera de nosotros no. Agradezco sus servicios y preocupación leales Caballeros, ahora quisiera terminar con lo que mis padres me encomendaron.
—Como ordene.
Siguieron su misiva. El príncipe se presentó con los sectores más pobres y desolados, les prometió que vendrían tiempos mejores, aquellos que querían aterrorizarlos jamás llegarían a lograrlo. Y esto lo comentó mientras veía por el rabillo del ojo a su verdadero amor.
—Fin—
