01 de septiembre de 2017.
La estación de King Croos estaba abarrotada de personas que iban y venían. Carritos con equipajes, conversaciones, niños despidiéndose de sus padres, era un ajetreo total. Sin embargo, cuando mi padre, mi madre y yo fuimos enfocados por la muchedumbre, todo se quedó en silencio, un absoluto silencio. Ni siquiera el ulular de las lechuzas o el maullido de los gatos se escuchaba.
Parecía como si el tiempo se hubiese detenido. Mi padre adoptó esa expresión de "odio a todo el mundo". Mi madre puso su rostro serio pero sin perder esa calidez que sus ojos verdes desprendían y yo caminé con la cabeza en alto, un tanto sonrojado por todos los ojos que me observaban.
Y es que desde hace diez años que mi padre no pisaba Londres. Viviamos en Italia con la abuela Cissy, según mi padre luego de que acabará la Segunda Guerra Mágica y el abuelo Lucius fuera condenado a cadena perpetua, él y la abuela decidieron irse de Londres y comenzar una nueva vida. En Italia, estudio medimagia y se reencontró con mamá.
Cuando mi carta de Hogwarts llegó, se decidió volver y residir nuevamente en Londres, la abuela Cissy está muy contenta de volver y yo de conocer el colegio donde mi padre y mi madre estudiaron y se conocieron. He leído sobre Hogwarts pero sé que verlo con mis propios ojos será grandioso.
— Se un buen niño, Scorpius, recuerda cumplir con tus deberes, diviertete pero con mesura— indicó mi madre, mientras acariciaba mi mejilla.
— Si, madre, haré todo lo que dices... — le di un abrazo pues la extrañaría mucho.
Luego de abrazar a mamá, hice lo mismo con la abuela Cissy y aunque mi padre era mucho mejor padre que el abuelo, las demostraciones de cariño en público no iban con él, por eso sólo me dio un apretón de manos.
El tren pito anunciando que pronto partiría y con un último beso a mi madre y abuela, sube al expreso de Hogwarts. Encontré un compartimento donde sólo estaba un chico de mi edad de cabello negro...
— Hola, ¿puedo sentarme contigo? Los demás compartimentos están ocupados.
— Claro, mi hermano esta con sus amigos y mi prima aún no sube. Mi nombre es Albus...— estiró su mano para saludar.
— El mío es Scorpius...
— ¿Qué hace un Malfoy aquí? — interrumpió la voz de una niña que ingresaba al compartimento.
Me quedé como paralizado cuando la vi. Mi corazón latió rápido y un escalofrío recorrió mi espalda, fue todo muy extraño. Era una bonita niña pelirroja, de piel clara y pecas esparcidas en su rostro.
— Scorpius, ella es mi prima, Rose Weasley...— rompió el silencio Albus.
— Un gusto, Rose...— estire mi mano y ella la vio como si tuviera viruela de dragón.
— Albus, ten cuidado con este chico, no deberías juntarte con un Malfoy, sino tío Harry te castigará.
— Creó que soy lo suficientemente grande para saber con quién o no juntarme, él es mi amigo y tú no deberías ser tan odiosa, sino tía Hermione te castigará — dijo con sorna el azabache.
La niña pelirroja no dijo nada pero se dio la vuelta enfurruñada y lanzándome una mirada de odio total.
— Toma asiento, no le hagas caso a la loca de mi prima, tío Ron le ha llenado la cabeza de tonterías acerca de tu familia.
— No quiero causarte problemas con tu padre o tu tío. Mi padre me hablo del trío dorado de Hogwarts y el papel que jugaron en la Segunda Guerra Mágica, su relación no fue muy buena que digamos— baje la cabeza triste.
— Yo también, sé la historia y no importa si eres un Malfoy y si tú quieres podemos ser amigos— dijo sincero.
— Claro, seamos amigos— acepté feliz de tener a mi primer amigo.
Todo lo que resto del viaje, conversé con Albus. Me platicó que al ser un poco reservado sus primos lo tildaban de raro, pues a veces prefería leer un libro a ir a montar una escoba y a veces tenía brotes de magia cuando lo molestaban y él se enojaba. A veces creía que sus primos no se le acercaban porque le tenían miedo.
Yo le platiqué sobre mi vida en Italia. Igualmente no tenía muchos amigos por ser un Malfoy y el pasado que tenía nuestro apellido.
El tren se fue deteniendo y todos comenzaron a salir del tren. Un hombre muy alto gritaba que los de primero lo siguieran, Albus me comentó que es Hagrid, el guardabosques del colegio. Subimos a unos pequeños botes, con nosotros subieron dos chicos más y unos botes más allá divisé la cabellera roja de Rose.
Inexplicablemente, mi corazón latió fuerte y la tristeza me invadió al recordar esa mirada de odio que me dirigió en el tren. Suspire y trate de pensar en otra cosa.
Debería estar acostumbrado a este tipo de miradas por parte de las personas que conocen la historia de los Malfoy, sin embargo, es imposible sentirme tan miserable al ver que las personas me juzgan sin conocerme y que juzguen a mi familia por los errores que cometieron. Mi padre ha hecho un enorme esfuerzo por demostrar que ser un Malfoy no es un pecado y ha tratado de no cometer los mismos errores que el abuelo cometió con él.
Hogwarts era majestuoso y el Gran Comedor era maravilloso, con su cielo encantado que brillaba por la luna y las estrellas. La selección de casa empezó y vi que Albus estaba un tanto nervioso. Uno a uno fue llamado y colocado en su respectiva casa.
Rose quedó en Gryffindor, como era de esperarse, según el azabache todos los Weasley pertenecieron a la casa de los leones. Cuando por fin dijeron mi nombre, todos quedaron en silencio y me observaban.
— Mmm un Malfoy...— habló el sombrero sobre mi cabeza— muy inteligente y astuto eres, pero de buen corazón y valiente, serías un buen Gryffindor...— el jadeo de sorpresa fue general— sin embargo, consigues lo que quieres a toda costa, si definitivamente... ¡Slytherin!— la mesa de las serpientes aplaudió muy contenta.
Unos chicos más y fue el turno de Albus. Iba visiblemente nervioso y el sombrero tardó varios minutos en decidir, hasta que gritó, ¡Slytherin!
Todos estaban boquiabiertos, un Potter en Slytherin era irreal, y los pertenecientes a la casa verde y plata aplaudieron luego de salir del trance. Albus llegó hasta la mesa donde fue bien recibido pero mis ojos buscaron sin querer a Rose y tenía la cara roja y sus ojos refulgian por la rabia.
Esa fue la primera espina que conocí de esa hermosa rosa y con el paso del tiempo conocí aún más. La indiferencia y las malas caras se volvieron la rutina de cada día. Y lo que ella me hacia sentir fue incrementando, no sabía cómo ni porque llegué a enamorarme de ella.
Me enamoré de su ímpetu al montar una escoba, de su inteligencia, de su terquedad por querer tener siempre la razón. Me enamoré de su belleza, de como sus mejillas se tornaban rojas cuando se enojaba, de su afán por querer ayudar a los demás. Me enamoré de las espinas de la rosa...
Un amor que siempre estaría guardado como un tesoro porque ella jamás sentiría algo más aparte de la antipatía que me demostraba.
