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A los pocos meses de anunciar su compromiso el editor en jefe del Diario de Gotham quería despedirlo por guardarse durante tanto tiempo la jugosa exclusiva, él le respondió que su vida personal era asunto suyo y que no tenía obligación de decir con quien se acostaba o no. Como castigo por su exabrupto dejó de entrevistar y acompañar a su novio en galas, aperturas de museos, obras de beneficencia y demás etcéteras.

Ahora tenía que tragarse la lengua cada que veía a esa estúpida de cabellos oxigenados y pechos siliconados de Tamara Archer. Damian era galante, seductor; aunque dijera que no, se sentía la electricidad entre los dos cada que interactuaban en la pantalla chica, sobretodo porque con sus pronunciados escotes el grandísimo idiota no tenía a dónde más mirar.

Le daban ganas de tirarla por las escaleras cuando se topaban en los corredores del Diario, escupir en su café cuando coincidían en la cafetería o mejor aún, borrar sus archivos de la carpeta compartida, pero no. Él era un Kent comprometido con un Wayne y eso quería decir que todo lo que hacía se encontraba bajo la lupa. Resopló frustrado al evocar esto último y se distrajo con los susodichos que ya aparecían en la más reciente cápsula de espectáculos.

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El nombre de su casi esposo estaba en boca de todos, no solo por su compromiso sino por su impecable manejo de los negocios. Tamara lo disfrutaba, siendo la responsable del chismerío en la ciudad, estaba al tanto de lo qué se decía sobre ellos y la mayoría de internautas opinaba que el enamoramiento de Wayne era una salida rápida por el rompimiento con Emiko Queen.

Sólo piénsenlo. —decían los expertos— Sus amigos ya estaban juntos y el hijo más joven de Bruce Wayne jamás se caracterizó por tener demasiados contactos. Era obvio que necesitara un hombro, un paño de lágrimas además de un cuerpo que le calentara la cama. Cuando se aburriera de él (porque todos sabían que tenía la peculiaridad y atractivo de una patata) diría que su compromiso fue una especie de broma, el calor del momento porque si fuera real, lucirían sortijas como demandaba la élite y no esas ridículas piezas que parecían sacadas de una maquina de chicles.

Vació su estómago de recordarlo, acariciando su sortija en el dedo anular de la mano izquierda. Ya sabía que causarían controversia cuando las compró pero en teoría, eran para celebrar su amor y no para que las viera todo el jodido mundo, criticaran su relación y pusieran en tela de juicio la intensidad de sus sentimientos. Hizo una pausa en su perorata mental, Tamara por fin ponía el dedo en la yaga.

—Solo queremos una confirmación Señor Wayne. Mucho se ha dicho sobre su relación con el joven reportero Jonathan Kent y de verdad, nos morimos por saber si existe algún trasfondo en todo esto. Él no parece encajar con lo que las familias o un apuesto, ambicioso e inteligente hombre de negocios como usted pudiera querer. —tras lo dicho hubo una especie de abucheo general en los veinte pisos del edificio. Él contó hasta cien para no tomar su maravillosa laptop, ingresar a la carpeta compartida y eliminar el trabajo de toda una vida de Tamara Archer.

Maya le enseñó cómo hacerlo, un poco de hackeo no le hacía daño a nadie y en realidad, era bastante sencillo exterminar lo que quisiera sin dejar huella.

Damian sonrió en la pantalla, la sonrisa de lobo feroz o asesino a sueldo. Le fascinó que lo hiciera porque su novio toleraba muchas cosas a la prensa pero no, el que se metieran con su familia y ahora eso lo incluía a él.

—Tiene razón Señorita Archer, no hay nada espectacular o sorprendente en él, tan solo es un chico de granja que obtuvo éxito en la persecución de sus sueños. Desde luego, no lo refiero a sus talentos como compositor, reportero o músico sino a que está a nada de convertirse en mi esposo. —Damian levantó con orgullo su argolla, la que no era de oro o plata, de hecho era una aleación bastante común de acero inoxidable y Tamara se puso más pálida que una parca.

Sus compañeros de trabajo estallaron a gritos y aplausos. A él se le cayó la laptop de las manos en lo que su novio trataba a la reportera con todo el desdén que era capaz de proferir, girando en redondo para darle la espalda y una vista espectacular (a él) de ese fabuloso trasero que por las noches apretaba. Archer concluyó su entrevista diciendo que seguramente tenía otros asuntos qué atender; y antes de que él pudiera recoger su computadora portátil o disminuir el rubor de sus mejillas, un par de chicas (encargadas del diseño y edición del periódico) se metieron a su cubículo y comenzaron a decir que se sacó la lotería.

Pescó al pez grande y querían detalles.

¿Cómo era besando, conviviendo, amando? ¿Tenía marcas de nacimiento? ¿Su piel era así de morena a lo largo de todo su cuerpo? Él sintió sus rodillas doblarse además del impulso de esconderse por debajo del escritorio. Ronald Reid (su jefe) apaciguó las aguas sacándolas de ahí con un estruendoso alarido.

—¿¡Qué ninguna de ustedes tiene trabajo qué hacer!? Revisaremos la primera plana en veinticinco minutos y quiero que todo esté perfecto para la salida a impresión. No toleraré errores de ningún tipo y eso incluye: ortografía, acomodo de la información y calidad de las fotografías. —Saraí y Nélida salieron de ahí en menos de lo que dura un suspiro.

Sus padres y hermano volvían a estar fuera de la Ciudad persiguiendo exclusivas al otro lado del mundo. Conner acompañando a Lois con el lente de su cámara profesional y Jimmy Olsen a su padre.

Cómo fuera, una vez a solas se temió otra reprimenda por dejarlo fuera de la nota gorda. Suspiró.

Si lo que quería este hombre era una fecha para la boda, lo cierto es que no la tenían. Lo del concierto fue una explosión, un arrebato, una demostración de lo que eran los dos y tenía la función de evitar que otros mozos posaran en ellos sus ojos. Él detestaba a todas las degeneradas sexuales que se tiraban a los pies de Damian de la misma manera en que aquel, quería borrar de la faz de la tierra a los caballeros que no quitaban el interés o la vista de sus espaldas. Hacerlo formal, gritarlo a los cuatro vientos era para apaciguar las almas de los dos. Aunque no negaría que el sexo era grandioso cuando alguno de los dos estaba molesto.

Ronald se sentó frente a él y comenzó a examinarlo de la cabeza a los pies, eso lo hizo sentir incómodo. Parecía que quería desnudarlo y venderlo como esclavo en las plantaciones de arroz.

Grave error. Lo que quería, resultó ser mucho peor.

Ronald se aclaró la garganta, relajó la postura y comentó que el presentador de la sección cultural había dimitido oficialmente tras una larga discusión sobre el aumento de sueldo. Necesitaban a alguien fijo que apareciera en la pantalla chica y dada su experiencia en el escenario, él era su mejor candidato.

—¡ABSOLUTAMENTE NO! —gritó. A su jefe obviamente, eso no le importó.

—Es un ascenso importante, no se lo ofrezco a ningún pasante. ¿Seguro qué quieres rechazarlo? Porque después de quince días, Tamara Archer no va a soltarlo y tú sabes, ese esposo tuyo se la pasa más metido en cosas culturales que de espectáculos ahora. A no ser que vayas a decirme que van a retomar su banda de rock para los fines de semana.

—No...—confesó. Y la parte de reencontrarse ocasionalmente con Damian le interesó, plus adicional quitarle un trabajo a esa descarada y postiza mujer. Ronald se levantó de su asiento y le aseguró que estaba bien si no quería hacerlo. Algunas personas estaban hechas para la pantalla chica y otras no. Él seguramente quería pasar el resto de sus días con la nariz hundida en archivos viejos y mohosos. Le dijo que no, reconsideró su oferta, con gusto lo haría.

—Estupendo, ve con Molly para que te consiga una corbata decente y arregle ese cabello tan desordenado que tienes, los lentes ¿Son absolutamente necesarios? ¿No tienes unos de contacto?— negó con el rostro y ahora estaba siendo arrastrado por el pasillo. Su editor era de lo más indiscreto. Empezó a rumiar como un vocero que alguien le prestara algo de ropa elegante.

¡No solo era la corbata por el amor a Dios! Salía con el heredero a tres cuartas partes de la ciudad y seguía vistiendo como pordiosero. —¡Eso no es cierto!— gritó, pero nadie lo escuchó.

Él se sentía cómodo con sus queridas y medio formales fachas.

En menos de dos horas lo "transformaron" y metieron en una camioneta con destino al Conservatorio de Gotham. Una Chelista se presentaría en exclusiva. Se graduó con honores de la mejor escuela en Viena pero era Gothamita. Aún recordaba sus raíces y quería agradecer a la fundación Martha Wayne por el apoyo que le dieron en la culminación de sus estudios.

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Se puso nervioso, terriblemente nervioso porque sí, estaba acostumbrado a las luces, cámaras y escenarios, pero cuando lo hacía era interpretando su música, siendo él mismo y no un fantoche enfundado en telas ajenas y con los cabellos peinados estúpidamente hacia atrás.

Las preguntas le salieron torpes, los movimientos rígidos, todos los que lo vieron incómodo en su disfraz con la frente perlada por el sudor, los anteojos torcidos y las mejillas incendiadas por el calor, juraron que Damian Wayne se lo acababa de "ponchar" antes de dejarlo salir a trabajar.

La Chelista, gracias a todos los cielos fue amable y profesional. Respondió educadamente y hasta le dio un diminuto respiro, interpretando los primeros acordes de la canción que le escribió a Damian (Amor) admitió ser fan de "The Outsiders" y haber adquirido su ultimo disco autografiado por internet.

Eso lo tranquilizó e hizo que terminara la entrevista de mucho mejor humor.

Claro que los primeros diez minutos a nadie se le olvidan y Richard lo llamó para saber si estaba su hermanito con él haciéndole una felación en lugar de presidir las juntas de Wayne Enterprises.

—¡Él no está aquí! —respondió aireado metiéndose de nuevo en la camioneta.

—Ahhh...y si no está ahí ¿Se puede saber con quién lo engañas? No imaginé que lo tuvieras tan sometido que hasta te dejara usar la ropa de tus amantes.

—¡YO NO TENGO...!—comenzó a gritar pero al final, terminó por cubrir su boca con una mano, hacerse bolita en su asiento y susurrar. —¡No lo estoy engañando! ¡Y no hice nada de lo que estás pensando!

—Está bien. Sé que no lo hiciste pero ese es el problema con los chicos tan lindos, dulces y tiernos cómo tú. Un poco de rubor en las mejillas, sudor en el cuerpo, ropas desacomodadas y los demonios como Damian, su padre o yo pensamos lo peor.

—¿S...su padre? —inquirió ligeramente atemorizado. (Lo creía capaz de encerrarlo en un calabozo si se portaba verdaderamente mal, desmerecía el nombre de su familia, contaminaba la sangre o le partía el corazón a su único hijo de sangre)

—Me pidió que te dijera que tengas más cuidado con lo que haces. Tú ya no estás dando la cara únicamente por los Kent, lo haces por los Wayne y los Wayne...

—Desprecian las muestras públicas de afecto. —completó la oración por él.

—¡Correcto! Lejos de eso, te sugeriría comenzar a correr porque si yo creo que te portaste mal, Damian seguro te asesinará. —había diversión pura en las palabras de Dick, él sintió que su estómago se vaciaba y sus compañeros de viaje (camarógrafos y microfonistas) ahogaron una diminuta risita.

—¿T...tan mal estuvo?—preguntó pensando en qué rincón del mundo podría esconderse de él. O tal vez, pudiera apaciguar su rabia si volvía a utilizar el disfraz de gatito, con el frío voraz que hacía en las noches, se moriría congelado, pero si funcionaba podrían derretir témpanos enteros.

—Según Tim, el rating del noticiero subió doscientos por ciento pero nada de eso le importará a él. Esa ropa no es tuya, ni tampoco es nueva, está algo arrugada por todas partes y te queda bastante apretada de la entrepierna.

—¿¡E...ESO CÓMO LO SABES!? —preguntó/gritó tirando lo más que podía de su saco, terminando por escurrirse de su asiento para que sus compañeros pudieran reírse con más ganas. Algunos hasta le sacaban fotos y él no tenía idea de lo que hacían con ellas. Quizás ya era el nuevo rey de los memes en la internet.

—Hablas con los maestros del espectáculo. Bruce nos entrenó para aparecer en la pantalla chica, qué vestir, cómo actuar, etc. La ropa es importante y Damian es...algo obsesivo, especialmente contigo, le gusta tu sencillez, originalidad y personalidad. Si fuera tú, me quitaría ese traje y lo quemaría a la voz de ya. Si deseas el consejo de Tim, incluiría en el programa de protección a testigos a quien quiera que te lo haya prestado porque si te descuidas un poco, también lo aniquilará. —Richard concluyó la llamada e inmediatamente entró otra. Era Damian, tuvo miedo de contestar pero sabía que sería peor si no lo hacía.

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—¿Hola...?

—¿Charlando con tu amante?

—¡YO NO TENGO...! —volvió a gritar, pero algo en su tono de voz lo intimidó. —sus camaradas supieron que hablaba con el pez grande y por primera vez, en los últimos diez minutos le concedieron intimidad. Damian suspiró al otro lado de la línea, contó mentalmente hasta tres y cambió drásticamente el giro de conversación.

—Escucha, gatito. Sé que no te atendí esta mañana, pero jamás imaginé que tuvieras tantas ganas como para engañarme y echármelo en cara a nivel nacional.

—¡YO JAMÁS...! —gritó tan fuerte que hasta se levantó y los mirones consideraron abrir la puerta corrediza y probar su suerte con el asfalto a 80km/h —Damian carraspeó aún molesto y el resto de sus movimientos le hicieron saber que acababa de encender un cigarro.

Jamás imaginó que se pondría así por un estúpido traje de dos piezas, aunque ahora que lo pensaba. Si sucediera a la inversa y Wayne usara la ropa de alguien más, se pondría como una furia porque eso quería decir que sus ropas estaban sobre un cuerpo totalmente ajeno. Alguien externo a sus vidas sabría de su calor, proporción y olor. Richard tenía razón, la ropa era importante. No por nada, dejabas que te la quitara única y exclusivamente tu amante.

—Si necesitabas un cambio de ropa, pudiste ir a cualquier boutique de la Ciudad y cargar la cuenta a mi nombre.

—Lo sé, es sólo que todo pasó demasiado rápido y yo...

—No quieres que la gente piense que yo pago todas tus cosas, estoy de acuerdo con eso. El problema real es, que hoy anuncié a los medios que estás a nada de ser mi futuro esposo y tres horas después, apareces tú y lo confirmas.

—¿¡Qué!? Yo nunca...—preguntó porque ahora sí, no entendía nada de nada.

—No dijiste nada en referencia a los dos, pero Jason me llamó, hizo que cancelara mis citas y encendiera el televisor. Todos los que nos conocen creen que así luces después de hacer el amor.

—¿EEÉHHH!? ¡ESO NO PUEDE SER CIERTO! —gritó por cuarta ocasión y sus compañeros murieron. Sonidos de látigo y movimientos histriónicos salieron por todos lados. Él se hizo bolita de nuevo y consideró aceptar la crueldad de su destino saltando por la endemoniada puerta.

—Lo es. La parte buena, kitty boy. Es que solo yo sé cómo luces después de hacerlo y sí, te veías exquisito bañado en sudor y sonrojado hasta las orejas con los lentes empañados y ese pantalón tan apretado de la entrepierna que la Chelista tuvo que tocar su instrumento para no pasar su arco por el tuyo.

—¡OH, DIOS...!

—Eso también lo gritas cuando estás en mi cama, pero no creo que quede bien en un segmento cultural. ¿Puedo saber, qué hacías ahí?

—Edgar renunció y Ronald sugirió que lo reemplazara yo, debido a mi experiencia con el escenario y su renuencia a pagarle doble salario a Tamara Archer.

—Mmmh...así que todo esto fue por poner en su lugar a tu enemiga acérrima.

—¿Mi qué...? —Damian lo ignoró y siguió presionando. Si no quería dormir en la caja de arena de Sombra hasta que se derritieran los polos o se congelara el infierno, lo mejor para él sería dejar que le comprara un guardarropa completo.

Pasaría a recogerlo al término de su jornada laboral y aunque la idea le esperanzó en un principio, no sabía qué tan molesto seguiría por la noche. Volver a ponerse sus ropas se traduciría en lo mismo. El joven Yuri Demir se vio forzado a darle su pantalón, corbata y saco, sin ninguna objeción. Él no pensó en los celos irrefrenables que en la actualidad, condimentaban del todo su actividad sexual.

Concluir esto lo entretuvo por el resto de la tarde, sus compañeros siguieron burlándose a sus espaldas pero no le importó. Mañana encontrarían otro cerdito porque así era esto de trabajar en los medios.

La hora de su salida llegó junto a un viento gélido que anunciaba la entrada del invierno. Damian Wayne hizo una entrada espectacular al llegar por él en un auto ultimo modelo (que jamás le había visto) color negro mate.

Su estomago se vació al instante porque era bastante claro que seguía enfadado. Tal vez sí debió recuperar sus ropas o quemar las que traía puestas. ¿Andar por los pasillos como Dios lo trajo al mundo? ¡No sabía lo que quería! Y no saber, lo obligó a quedarse parado como un pasmarote. Damian resopló, marcando su irresistible y sensual ceño fruncido otro poco, abrió la puerta del copiloto y preguntó si iba a subir o no.

Sus piernas se movieron por sí solas, más de un camarógrafo o reportero los fotografió desde todos los ángulos y mientras corría, rogando al cielo que no fuera a caerse y romper las costuras de esa apretada prenda, pensó en que los Wayne no daban muestras públicas de afecto y eso debía incluir pasar por sus amores a su empleo.

Cerró la puerta de un portazo y quiso besarlo al instante, saludarlo cómo si nada de esto hubiera pasado, colocar la mano izquierda sobre su muslo cómo solía hacer cuando compartían el auto, pero Damian ni siquiera le dio oportunidad. Arrancó a toda velocidad, ordenando que se pusiera el cinturón de seguridad. Obedeció, mirando por la ventanilla, el suave degradar del cielo, de anaranjado a rojizo y morado, después un azul bastante oscuro y finalmente el color de azabache de sus cabellos.

Pasaron de largo la zona comercial, dónde se encontraban las boutiques más exclusivas y menos demandadas. No tenía idea de en qué dirección lo llevaba y tanto silencio lo atemorizaba, por el retrovisor buscaba constantemente su mirada y cada que coincidían Wayne la apartaba, el interior del vehículo estaba impregnado de su calor, también perfume, pero ese perdía con el humor del cigarro.

Suspiró, comenzando a aflojar el nudo de su corbata prestada y abriendo los primeros botones de su camisa blanca, Damian se detuvo en seco, doblando en una curva que jamás existió y dejándolos varados debajo de un puente pésimamente iluminado. Desde su perspectiva, (luego de capturar cientos de informes policiacos) ese lugar gritaba "mátame, viólame o atrácame gratis" Su novio por supuesto que también lo pensó.

Lo buscó en aquella privada negrura, desabrochó su cinturón de seguridad y le saltó encima, sin abrir margen a que él se pudiera objetar.

Damian no era especialmente celoso, estaba bastante seguro del gran partido que es: heredero a más de un imperio, increíblemente apuesto, talentoso y nada modesto, que le arrancara las ropas ajenas con inusual urgencia le hizo saber que por primera vez temía perderlo.

Él intentaba respirar entre cada desesperado beso, entender de qué se trataría todo esto. ¿Sexo de reconciliación o algo duro y cruel producto de su mal manejo de los celos? Cuando Damian le rompió las ropas y lo mordió donde nadie más podría verlo, supo que sería una extraña combinación de las dos.

El interior del auto era amplio, los asientos increíblemente cómodos, el suyo se inclinó completamente hacia atrás y así su novio lo pudo montar, él tiró de sus cabellos, arrancándole jadeos y anhelos, luego bajó con manos desnudas, arañando la espalda baja por debajo de las elegantes y finas ropas. Damian lo besó en los labios con hambre hasta casi sangrarlo y después, le susurró al oído que él era suyo.

No es que no lo supiera. Es que Damian tenía miedo de que alguien más pudiera ver lo que únicamente él encontraba en su ser.

Lo adoró por eso, abrazándolo como nunca, como si pudieran congelar el tiempo o quedarse así de conexos.

—¿Recuerdas que hubo un tiempo en el que me preguntaba, por qué no eres tú?—inquirió mirándolo a los ojos, con los cabellos desacomodados y las mejillas incendiadas por la pasión. ¿Cómo podría pensar que él buscaría otros cuerpos cuando el suyo era perfecto?

—Sí...—respondió sincero, sintiendo la proximidad al orgasmo, cómplice de su fechoría.

—Bueno, pues ahora eres tú. No voy a enclaustrarte o impedir que conquistes tus sueños, pero sí necesito saber que lo nuestro es primero. Tú me pediste que te avisara cada que fuera a cerrar un trato con una cena elegante. Siendo así, yo quiero saber cada que pienses hacer algo como esto. —se corrió porque ya no podía contenerse mucho más tiempo. Damián también lo hizo y después de disfrutar el orgasmo, se dejó caer sobre él. Adoraba esto, sentirlo así con toda su ternura y locura, sus extravagancias que lo hacían sentir especial.

Apeló una vez más a lo inmediato del momento y también, a lo mucho que odiaba a Tamara Archer.

—Siempre te está desnudando con la mirada y cada vez se recorta más el largo de la falda o lo pronunciado del escote, tú no ayudas a la causa perdiendo ahí la mirada.

—Soy humano, pero ahora te miraré a ti, con pantalones menos ajustados si me permites sugerir. No quisiera tener que golpear a todas las personas que miren tu segmento. —Damián regresó a su asiento y comenzó a acomodar sus ropas, le dijo que tomara la bolsa de atrás, traía un cambio de ropa suya a no ser que quisiera casarse, joder y hacer todo lo que hacía con él con el imbécil que le prestó ese miserable pedazo de Armani.

—La ropa interior, camisa de vestir, calcetines y zapatos siguen siendo míos.

—Te habría echado del auto si no lo fueran. —terminó de vestirse en la parte de atrás con movimientos apresurados. Su novio continuó la marcha por unos veinte minutos más. Se detuvieron en una casona impresionante que podría competir en proporción con la casita de veraneo de los Wayne.

Un caballero de edad avanzada ya los estaba esperando.

Fabrizio Le Beau era el mejor sastre y diseñador de modas de la City, claro que su posesivo y medio enfermo novio, no permitió que ni él le sacara las medidas. Tomó su cinta métrica, libreta y pluma fuente, luego lo encerró en un cuarto privado y comenzó a medirlo (con marcado interés) por todos lado. No es que le sorprendiera, en realidad le intrigaba porque no sabía que Damian Wayne también tenía dotes de modista.

—No los tengo, Alfred gustaba de hacernos trajes especiales a todos y aprendí cómo sacar medidas.

—¿Qué clase de trajes?

—Estupideces para las fiestas temáticas que acostumbraban dar Thomas y Martha.

—¿Temáticas cómo del siglo antepasado o Superhéroes?

—El último era un tema bastante popular, mi padre resultó tener una insana obsesión con los murciélagos negros y mi madre un fetiche con las asesinas a sueldo, los demás solo eran payasos, en específico Dick y cómo yo era el más pequeño e ignorado de todos me vi forzado a repetir sus afeminados y entallados trajes más de una vez.

—¡Necesito fotos de eso! —gritó tirando de su cuello. Damián le aseguró que las había quemado todas, pero no le creyó. Seguramente Dick o Tim tenían evidencia de eso.

Concluidas las medidas, que los llevaron a compartir roces y besos de más, Wayne revisó detalladamente un catálogo de ropa. A él le tenían sin cuidado el largo del saco, los cortes o el color de la tela, la cantidad de botones en el frente y puños. Mientras pudiera seguir usando sus jeans deslavados y tocar la guitarra para su amor en la intimidad de su habitación, el traje de reportero era lo de menos.

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Pasadas las once de la noche volvieron a su departamento, Damian volvió a desnudarlo y le dio las buenas noches con un ambicioso y prolongado beso, él se acurrucó a su costado, colocando la cabeza en su pecho como le gustaba hacer, aspirando su perfume, abrazando su cuerpo.

Le Beau se comprometió a tener un promedio de catorce trajes a la mañana siguiente. Él no podía creer que un solo hombre se atreviera a eso, pero Wayne le informó que toda la casona era su taller de producción, tenía suficientes empleados como para hacer eso y más. Los trabajos de ultima hora eran su especialidad.

—Mmmh...¿Y ahora cómo se supone que te lo voy a pagar?

—Eres creativo, algo se te ocurrirá...—respondió adormilado, pegándolo a su pecho como si no quisiera dejarlo escapar.

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Tras recibir y revisar su pedido descubrió que su novio tenía fascinación por verlo vestido con distintas tonalidades de azul, gris platinado o blanco, las camisas iban en la misma gama de colores y los pañuelos o corbatas eran casi todos en tonos oscuros, azules, negros o rojos. Las telas eran exquisitas, suaves y con entramados discretos, definitivamente esto debía valer una fortuna y el traje de gatito se quedaría muy pero muy corto. Tal vez, podría escribirle una nueva canción o aprender la danza de los nueve velos para él.

—¿Qué estas pensando gatito? —preguntó ronroneando a su oído, desacomodando sus cabellos porque odiaba verlo con ese maldito peinado de ñoño. Lo dejó hacer, después de todo, el experto era él.

Damian le enseñó ocho formas distintas de anudar su corbata, claro que la cercanía que debían compartir para la clase, encendía sus mejillas y aumentaba el ritmo cardíaco de su corazón. Habían nudos que parecían trenzas, otros flores, sobra decir que ninguno se lo aprendió porque su atención estaba fija en los elegantes y veloces movimientos de sus largos y morenos dedos.

—¿Te dije que Thomas y Martha también me vieron?

—¿Con los trajes apretados y afeminados de Dick? —preguntó porque enserio su hiperactiva mente, jamás dejaría de fantasear con eso. Damian le dio un pequeño golpe en el pecho y le dijo que no.

—Hablo de la entrevista con Tamara Archer y están de acuerdo en una minúscula parte.

—¿No soy lo que tu familia desea para ti? —preguntó desanimado, dispuesto a tirarse al piso en un clásico drama.

—Martha tampoco lo era, de hecho cuando entró en sus vidas, los Wayne la consideraron paria.

—¿¡Qué!? yo no leí nada de eso en ninguna parte y por supuesto que los busqué.

—Los Wayne prácticamente fundaron esta ciudad. ¿Imaginas un escenario en el que Thomas no usara su fortuna para limpiar la reputación de su amada?

—Nop...—respondió y Damian consultó su reloj de pulsera, aún tenían tiempo para compartir un café y pan francés. Preparó la mesa en lo que aquel se desenvolvía en la cocina. Le dijo que sus abuelos querían que recuperaran las viejas costumbres.

—¿La mujer a la cocina y el hombre a la oficina? No sé si te das cuenta, pero tú tienes el mandil y yo el periódico sobre la mesa.

—Hablo del cortejo y el romance a la antigua usanza.

—¿¡Qué...!? —Damian colocó su plato y sobre el pan francés había una hermosa sortija de oro blanco, empapada de jarabe de frambuesa, al verla los colores se le subieron al rostro y su novio se arrodilló a su lado, tomó su mano izquierda para arrebatarle la que ya traía con los dedos de la mano diestra.

—¿Quieres salir conmigo, Jonathan Kent?—le dijo que sí o al menos eso esperó que pronunciara sin voz. Estaba demasiado impresionado, incrédulo, la parte racional de su cerebro consideraba haber sufrido un accidente vehicular y padecer una contusión. Alucinaciones, el inicio de esta semana o de este mes, estaba incluyendo todo lo que alguna vez deseó.

Damian besó la superficie de su mano y después se levantó para recuperar la pieza de joyería en el plato, se la colocó con cuidado aunque la sensación fue extraña, pegajosa, incómoda. Su novio lo remedió, procediendo a lamer el dedo anular de arriba a abajo.

Oh dios...,definitivamente, no era un sueño y podía acostumbrarse a toda una vida de esto. Cuando sintió insuficiente el espacio interno de su pantalón, Wayne lo dejó ir, la sortija tenía un par diminutas piedras en colores azul y verde, combinaba con los colores de sus ojos y de lo que le dijo...

—Una piedra simboliza el pasado, el origen de nuestra amistad, la otra simboliza el presente, el comienzo de nuestro noviazgo. Si te doy una que tenga tres gemas, hablará de la boda, cuatro piedras o más, simbolizarán la fortaleza de nuestra unión o...

—El nacimiento de nuestros hijos...—comentó porque conocía las sortijas de Stephanie, Roy y Bárbara, la del médico forense cambió en cuanto adoptaron a la pequeña Lían. Le pareció que eran exagerados, unos románticos apasionados pero jamás preguntó sobre el significado de cada piedra en cuestión.

La sortija de su madre sólo tenía una diminuta gema, diamante en bruto, su padre jamás tuvo demasiado dinero pero se la dio con todo su amor y Lois la conservaba con gran devoción. Comenzó a llorar, lo sabia, era un patético. Damian lo besó en los labios y volvió a llamarlo cry baby. Ahora todos los televidentes, sabrían de lo intensa que era su relación.

—¿En esto ocupaste la tarde de ayer? —preguntó limpiando sus lentes, se habían empañado aunque según Wayne, solo los estaba embarrando. Le dijo que sí, tan pronto terminó su llamada con él, dejó a cargo de los negocios a Rachel Roth y se dedicó a visitar casas joyeras. Muchos de los dueños eran viejos amigos de la familia y se morían por la publicidad extra.

—Creí que te gustaría algo discreto pero significativo, ¿Acerté?

—Sabes que sí...—respondió admirando cómo se veía en su mano. Sus padres enloquecerían, los Wayne, prácticamente todos los que la vieran. —¿Estamos de acuerdo en que tu padre nos enviará al calabozo, cierto?

—¡Hey! También soy un Al Ghul, y en sus tradiciones, ellos siempre se salen con la suya.

—De acuerdo.

Damian lo llevó a su trabajo, el flamante auto que habían deshonrado en la pulcritud de un escondrijo remoto, era un modelo exclusivo que saldría a la venta hasta el próximo año. Estaban casi en la entrada cuando sus neuronas hicieron sinápsis.

—¿Quién es Rachel Roth?—preguntó con los brazos en jaras.

—Mi nueva asistente personal —respondió como siempre, restando importancia.

—¿Desde cuando tienes una asistente personal?—insistió mirándolo por el retrovisor.

—Ayer, como a las siete de la mañana, la junta administrativa me la asignó porque consideran que trabajo de más.

—¿Es atractiva?

—¿¡Eso qué importa!?

—importa porque ¿¡Hasta cuando me lo ibas a decir!? —chilló, pellizcándolo en el muslo hasta producirle dolor.

—¿¡Qué te parece cuando no estuvieras apareciendo en la tele como un maldito Omega en pleno celo!?

—¿¡EHHHH!? ¿Omega? ¿Celo?...¿¡LEISTE MIS FANFICS!? —acusó picándolo en las costillas con ambas manos. Seguramente estaban dando un fastuoso espectáculo en la entrada principal del Diario de Gotham pero no le importó. Damian admitió haberlos leído, pero solamente porque él, dejó su tableta electrónica sin contraseña o supervisión.

—Eres un cerdo Kent, no que me moleste o no lo supiera, pero en serio ¿Esas autoras creen que porque te monte de todas las formas posibles, tú te vas a embarazar? ¿También lo crees? Habría leído tus comentarios adjuntos como "Kittygirl_loves_Damian" pero saliste de la ducha demasiado pronto.

—¡Ahhhh! ¡AHHHHH! ¡Eso no tenías por qué haberlo leído jamás!

—Aún no me dices si te quieres embarazar. Si la respuesta es sí, destinaré todo el dinero de mi padre a las investigaciones de campo genético. —Él ya no insistió, salió del auto cerrándole la puerta en la cara, Damian se habría burlado a mandíbula suelta de no ser porque más pronto de lo que canta un gallo una persona salió de la nada y lo fundió en un tremendo abrazo.

Damian bajó del auto por la impresión, el choque de sus cuerpos fue tan intempestivo que sus lentes salieron volando y varias personas giraron para mirarlos.

Era Maya, su querida amiga Maya y en cuanto divisó a Damian lo soltó para correr a él. ¿Qué hacía aquí? ¿Donde estaba Colín? Antes de que los rumores se salieran de control, recuperó sus anteojos del piso a tiempo justo de ver, cómo Damian la llevaba a la parte interna del auto, los vidrios eran polarizados, no se veía una mierda de adentro.

Ahora entendía porqué lo eligió para reclamar su amor.

Ducard tenía temple de acero, poseía más nervios y carácter que ellos así que verla llorar, realmente le angustió. De lo último que supieron, es que se establecieron en Alemania y su amigo tenía más trabajo que nunca en su vida, estaba debutando, siendo mencionado en revistas de arte a nivel internacional. Maya lo esperaba en casa, aunque también había conseguido su parte, diseñaba y modelaba para una casa de modas, regularmente enviaban fotos o postales, aunque su contacto más cercano era por internet.

Con lo demandante de sus empleos, podría decir que llevaba unos ocho días sin saber de ellos. No le tomó importancia porque honestamente, tarde o temprano, tendrían que cambiar los giros de sus vidas. Ingresó al edificio, ignorando los silbidos de sus compañeros y los bochornos de sus compañeras, el traje que traía puesto, le sentaba como una segunda piel, pero no fue hasta que chochó con Tamara Archer en el pasillo, que alguien notó la alianza de oro blanco en su mano.

—Vaya, hablando de guardar exclusivas. —comentó molesta, él resopló y la pasó de largo.

—¡Más te vale controlar tus nervios porque esa pose de chico virginal y torpe, no te funcionará todo el tiempo!—gritó con revuelo y él respondió.

—¡La de zorra parece haberte funcionado bastante bien! pero no te confundas. Yo tengo algo serio y tú solo fantaseas con él. —desapareció al interior del ascensor, sintiendo como se le doblaban las rodillas por la impresión, los que estaban junto a él, le aplaudieron por lo bajo. Esa discusión se escuchó en los veinte pisos del Diario, edificios antiguos, estaban llenos de ductos que conducían, entre otras cosas, aire acondicionado y chismes.

Su editor lo asesinaría.