Una mañana
El sol invade la cama y pega directamente en su piel blanca creando una luminosidad en ella que parece bajada del mismo cielo. El conoce su tacto de memoria, pero nunca va a dejar de asombrarlo lo suave que es.
Sus ojos ahora tapados por esas largas pestañas están cerrados, Gracias a Dios! exhala, sino no podría observarla de pies a cabeza, estaría atrapado en sus ojos, en ese universo azul que lo envuelve cuando se miran.
Su cabello cae en cascada sobre la almohada decorándola de hilos dorados, que opacan al mismo Sol.
Sus labios...Podría decir que es una de sus partes favoritas después de sus ojos. Su boca es pequeña, pero el tamaño ideal para que su lengua pueda deslizarse dentro, el tamaño ideal para que pueda devorarla completa.
Roja y ligeramente abierta es una invitación pecaminosa, podría acercarse y morderlos sin permiso de su dueña, pero el sabe que aunque ella no lo admita siempre sera bienvenido. Hace una nota mental para recordarse besar ese pequeño lunar que tanto ama.
Pero el sonido que proviene de esos labios y el aleteo de sus pestañas interrumpen sus pensamientos.
En cuanto ella abre los ojos lo tiene por completo.
El tiempo suficiente para confirmar su teoría, si definitivamente el mundo es mas brillante gracias a esos ojos, podría perderse una vida mirándolos.
Ella lo sabe, sabe bien el efecto que tiene sobre el.
Por eso se acerca cuando el no esta prestando atención, sin importar que la sabana caiga y revele su desnudes, lo toma por la cintura y apoya su cabeza en el pecho, sin dejar de mirarlo.
Parecen ignorar que la cama es un desastre con sabanas revueltas, ropa desparramada. Solo se miran.
Gillian: Hola
David: Hola
