¡Bienvenidos a mi primer SYOT! Aquí está el capítulo introductorio, que sirve para presentar el contexto de la historia. Leed la nota al final, por favor.
Disclaimer: Los Juegos del Hambre no me pertenecen.
~ Marionetas ~
Hay momentos en la vida en los que crees que no podrás seguir. Caes, de rodillas contra el suelo, con el corazón bien apretado en el puño y los ojos secos porque las lágrimas se acabaron hace tiempo. Te retuerces. Gritas. El dolor es casi insoportable, crees que en cualquier momento alguien piadoso llegará para acabar con tu sufrimiento. Para que puedas rendirte del todo, dejar que el cuerpo se hunda en la tierra, cerrar los ojos para siempre. Quieres morir. Ya no tienes fuerzas para vivir.
Lo que debes recordar es que en todos tus momentos de flaqueza hay alguien en alguna parte que no se deja aplastar. Que se levanta, que lucha con uñas y dientes, que exhala su último suspiro si hace falta con tal de ser libre. Es alguien a quien nunca conocerás y, aun así, estáis ligados en cierta manera. Porque sabes que existe en alguna parte. Tener la certeza de que alguien sigue teniendo esperanzas, te las da a ti, aunque todo parezca muy negro.
Da igual lo fuerte que sea la caída, siempre habrá una manera de levantarse. Y si llega el día en que sonrías por última vez, al menos habrás hecho que merezca la pena.
1. Los Siete
Ragnor Mortensen
Camino por el pasillo. Mis pasos retumban, anunciando mi llegada, aunque sé que me están esperando. Las paredes negruzcas y brillantes reflejan cada pequeño movimiento. Llego al final, donde una gran puerta de madera oscura me corta el paso. Llamo tres veces y noto el tacto del material con cada golpe, es más resistente de lo que parece. Oigo voces aisladas al otro lado, me extraña distinguir una risa. La puerta se desliza por sí sola hacia la izquierda, metiéndose en el interior de la pared, y dejándome pasar.
—Es un placer verle, señor Mortensen, le esperábamos —me recibe un hombre bajo que empieza a quedarse calvo.
Le otorgo una pequeña sonrisa de cortesía y tomo asiento en una de las grandes butacas. Una mujer de piel oscura me mira con gesto indiferente.
—Le presento a Kaleela Nyong'o, que acaba de llegar de Kenia.
Le estrecho la mano, ella sigue callada aunque me devuelve el apretón con educación. Kenia, un país neutral. Durante la guerra se mantuvieron apartados y ahora fingen haber estado siempre con el bando ganador. Prefiero a los rebeldes que a ellos, al menos tenían el valor de defender lo que pensaban. En mi país, Dinamarca, nos orgullecemos de haber estado a la cabeza de cada ataque. Mi padre dirigió el ejército en una de las batallas más importantes contra la rebelión.
El hombre me ofrece una bebida y la acepto, aguardando a que vaya al grano. Bebo un trago del redondeado vaso. El vino parece bueno, no me sorprende con el lujo que me rodea. Es una habitación que me agrada porque parece que está cuidado cada pequeño detalle. Desde las cortinas hasta los alargados cristales que penden de las lámparas.
—Disculpe, señor… —Me detengo, a la espera de que se presente.
—Hermann.
—Hermann —repito, enderezándome—. ¿Podría saber quién nos ha reunido aquí y por qué?
Él se ríe ligeramente y me exaspera un poco. Entrecierro los ojos a la espera de una respuesta. Hermann levanta las manos buscando apaciguarme.
—Relájese, señor Mortensen. Le aseguro que no está aquí para perder el tiempo.
Suena un pitido que proviene de su chaqueta. Se pone en pie y nos dedica un gesto de disculpa antes de responder al teléfono. Se marcha por una puerta de la izquierda, así que no puedo escuchar su conversación. Doy otro trago y miro a mi alrededor.
—¿Sabe quién nos ha llamado?
—Tengo teorías —responde Kaleela, sin mirarme.
—¿Cuáles?
—Teniendo en cuenta el secreto de todo esto, debe ser un tema político. Por su apellido supongo que es danés, uno de los países ganadores en la guerra. Debe tener un alto cargo si se comporta con tanta confianza.
—¿Le molesta mi actitud, señorita Nyong'go?
—No. Relato los hechos, simplemente.
Nos quedamos en silencio. Escucho pasos en una sala a nuestra derecha, también alguna voz. No me gusta la situación, estoy acostumbrado a tenerlo todo bajo control y todavía ni siquiera sé a qué he venido.
Cuando vuelve Hermann, nos indica que le sigamos a la habitación de la derecha, donde he escuchado pasos. Me pongo en pie y estiro bien mi ropa antes de caminar hacia allí. La robusta puerta de madera oscura se hace a un lado, casi no recuerdo las puertas con manillar, las sustituyeron más o menos cuando acababa mi adolescencia. Aunque supongo que esta tecnología no está en todas partes.
Entro delante de Kaleela y me detengo. Una sala en completa penumbra me recibe. Miro a mi acompañante, que sigue igual de inexpresiva, antes de que la puerta se cierre.
Permanecemos unos segundos a oscuras. Nuestras respiraciones son lo único que rompe el silencio hasta que un pitido llama mi atención. La pared del fondo se ilumina de pronto y me doy cuenta de que es una gigantesca pantalla. Así descubro que la sala está completamente vacía a excepción de nosotros y el enorme monitor. En la imagen, siete siluetas se atisban escondidas tras el respaldo de sus asientos. No tengo que preguntarme por qué nos dan la espalda, sé quiénes son y que nunca han mostrado sus rostros.
Kaleela y yo, después de unos instantes indecisos, hacemos una leve reverencia. Escucho una risa que parece provenir de la persona de la izquierda del todo.
—Bienvenidos, señor Mortensen y señorita Nyong'o —dice una mujer con voz profunda—. Teníamos mucho interés en conocerles.
Entrelazo mis manos tras mi espalda y escucho con el aliento contenido. Estar ante los Siete es algo que nunca habría imaginado, debe ser un asunto importante.
—Supongo que tendrán curiosidad por saber la razón de esta reunión. —Esta vez es el hombre del centro el que habla, lo sé porque se mueve ligeramente su cabeza—. Pero, antes de nada, queremos enseñarles esta grabación.
La imagen se queda en negro y después vuelve a iluminarse. Me veo a mí mismo en uno de mis discursos en Dinamarca. Sonrío satisfecho, mi aspecto es imponente y carismático. También me fijo en que no me gusta el color de la corbata, todo es culpa de mi padre que insistió en que me la pusiera. Presto atención y escucho salir de mi boca palabras que ya me sé de memoria. Yo mismo escribo mis discursos.
—… hemos avanzado pero todavía queda mucho recorrido. Los débiles caen dejando paso a los fuertes y solo se conoce esa distinción cuando llega el dolor. El dolor es arte, un arte que pocos saben apreciar. —Vuelvo a sonreír, ese es mi lema, mi filosofía de vida—. No hay más sinceridad que la de un hombre que sufre, nadie gritará tanto la verdad como cuando se está desangrando. Todo eso lo aprendí en la guerra y salí victorioso de ella. Por eso debéis votarme como presidente de Dinamarca, yo me encargaré de haceros fuertes…
La pantalla vuelve a mostrarnos las siluetas de los Siete y relajo mi expresión. Supongo que esta reunión tiene una intención política, esto será muy bueno para mi candidatura.
—Palabras muy esclarecedoras —opina, con una risita, el del extremo de la izquierda.
Por un momento me pregunto cómo alguien tan risueño puede estar entre ellos. Aunque después me digo que yo también suelo esconder segundas intenciones tras palabras educadas y sonrisas amables.
—Díganos, señor Mortensen, ¿cree de verdad en el culto al dolor? —pregunta otra mujer.
—Así es. Aprendí que el dolor puede enseñar muchas cosas. A los débiles a doblegarse y a los fuertes a sacar su potencial.
Varios se mueven ligeramente, creo que les han gustado mis palabras por algunos ruidos que hacen. Sonrío de nuevo, la presidencia va a ser mía.
—Nos cae bien —dice un hombre—. De veras que sí. Pero no vamos a apoyar su candidatura.
Frunzo el ceño y la sonrisa se congela en mi cara. Quiero preguntar la razón pero no soy tan estúpido como para cuestionar a los Siete. Ellos aguardan a mi reacción y, al ver que me controlo, asienten con la cabeza satisfechos.
—No le apoyaremos… porque le necesitamos para otra cosa.
Kaleela Nyong'o
Me siento en la cómoda silla de mi despacho. Abro el cajón, que dejé cerrado con llave antes de marcharme, y saco una carpeta. En ella está grabado un símbolo que ahora hay en todas partes, la silueta blanca de todos los países del mundo y tres círculos rodeándola. Es el emblema del nuevo gobierno, que se ha bautizado a sí mismo como Nueva Pangea, en recuerdo al continente que una vez fue el único en la Tierra.
Es irónico, porque creo que hacía tiempo que no estábamos tan separados unos de otros. Supongo que quieren dar una falsa idea de unidad.
Saco algunos papeles. Reviso datos estadísticos acerca de las cosas que la gente espera encontrar en los Primeros Juegos del Hambre, al menos sucedidos de verdad. Es extraño para mí llamarlos así, aunque las palabras de los Siete explican esa denominación.
—Tras la guerra hemos vivido unos años tranquilos, ¿verdad? —preguntó la mujer de voz profunda—. Sin embargo, todavía hay muchos países descontentos con la situación. Sabemos que aguardan a estar fuertes para volver a intentarlo pero no vamos a permitírselo. Y la forma que costará menos vidas es muy simple.
—La solución nos la dieron escritores y guionistas hace ya un tiempo, ellos mismos se condenaron —explicó un hombre.
Sentí que Ragnor me miraba de reojo, para comprobar si mi expresión era de tanta incomprensión como la suya. No muestro mis emociones normalmente, así que volvió a clavar los ojos en la pantalla. Algunos de los Siete rieron un poco, otro volvió a hablar. Y fue entonces cuando lo comprendí todo.
Cuando nos marchamos de allí me di cuenta de que era cierto, de que aquella era la mejor solución. No por nada ellos son los actuales dirigentes del mundo. Hermann nos esperaba en la puerta y nos dio nuestros abrigos antes de despedirse. Su sonrisa amable cambió de pronto a un gesto amenazador. Es extraño cómo un pequeño hombrecillo puede ser tan intimidante.
—Más les vale hacer bien su trabajo. No creo que les gustase ver a los Siete enfadados.
Escucho unos golpes en la puerta, salgo de mi ensimismamiento y permito el paso. Mi compañero de trabajo entra con una sonrisa.
—Me alegra verte, Kaleela.
—Buenas tardes, señor Mortensen.
—Te he dicho ya muchas veces que me llames Ragnor. Bueno, tu ausencia nos ha retrasado un poco, espero que ya hayas acabado con la burocracia en Kenia.
Suspiro ligeramente y asiento con la cabeza. Es cierto que mi viaje ha hecho que las cosas vayan más lentas. Mi función en todo esto, además codirigir con Ragnor los Juegos, es dar mi aprobación a todo. Tengo que firmar muchos papeles antes de que se decida cualquier cosa. Represento a los países neutrales y es una forma de asegurarse que no haya descontento. Así que, mientras estaba fuera, no han podido avanzar en casi nada.
—No es por cuestionar a los Siete, pero creo que se está exagerando con tu supervisión —opina Ragnor, sé que siempre es sincero conmigo, si se alegra de verme es solo porque puede seguir por fin con el trabajo—. Los neutrales no tenéis voz ni voto en lo que sucede en el mundo.
—No debería subestimar a los cautos, señor Mortensen. Ustedes buscaban la victoria, nosotros la paz.
—No tenéis mucha determinación si os dio igual una guerra que decidía cómo sería el mundo —replica con aspereza.
—Esa es una opinión válida, como muchas otras.
Entiendo en parte su postura. Cuando se desveló la existencia de los Siete, solo un tercio de los países del mundo estaban bajo su control. Muchos países se aliaron para luchar contra ellos, algunos cayeron pronto, otros aguantaron más. Los neutrales, como el mío, se mantuvieron al margen. La razón era sencilla: no había ni la más mínima posibilidad de ganar. La gente había sido muy ingenua, los ejércitos casi habían desaparecido y las armas eran cosa del pasado. Solo los países de los Siete se entrenaban y abastecían de armamento en secreto. El ser humano había subestimado a sus hermanos y quienes fueron listos aprovecharon el momento. La ambición de las personas no tiene límites.
Ahora los antiguos rebeldes odian a los neutrales por haberles dado la espalda. Y los que ganaron no confían en nosotros porque saben que simplemente nos aliamos con el bando vencedor. No obstante, somos muchos como para que nos desprecien, así que han hecho pactos con nosotros.
Y esto resume que esté aquí, frente a un hombre danés, victorioso y sediento de sangre rebelde. Vamos a pasar juntos mucho tiempo.
—Bueno, deja esos papeles para luego, tengo muchas cosas para que firmes en la Sala de Control —me dice Ragnor con impaciencia.
Me levanto y le sigo. Llegamos a la gran estancia llena de ordenadores, de pantallas y de personas en la que se preparan todos los detalles de la llamada "Arena". Me va mostrando algunos diseños y trato de no pensar en los niños que irán a ese lugar para morir. No siento pena en realidad, unas pocas muertes por la vida de muchos otros. Las guerras solo acaban en masacres.
Estas palabras me repito cada día. Las mismas al levantarme durante los siguientes meses. Las mismas al dormirme y soñar con mundos utópicos. Son lo que alimenta mi determinación. No tengo remordimientos, los neutrales no sabemos lo que es eso.
Resuena con fuerza en mi cabeza la palabra "paz" en el momento en que Hermann aparece en la Sala de Control. Me levanto de mi asiento y le estrecho la mano educadamente. Ragnor le regala una mirada fulminante, no piensa dejar que las amenazas continuadas del portavoz de los Siete minen su confianza. Después sonríe con amabilidad y le saluda muy cordial. A veces me sorprende lo bien que puede actuar cuando quiere.
Tomamos asiento de nuevo. Hay mucho bullicio en el lugar. Las dos pantallas gigantes muestran simultáneamente lugares del planeta bien alejados. Aquí, en las islas Seychelles, sede de la organización de los Juegos, son las cuatro de la tarde. Ahora mismo en la pantalla de la izquierda vemos Estados Unidos, donde son las ocho de la mañana, y en la de la derecha Japón, donde son las diez de la noche. Es curioso cómo se pueden ver imágenes al mismo tiempo del principio y del final del día.
Ragnor habla por el micrófono y le escuchan los trabajadores de todo el mundo. La Selección en cada uno de los doce países está a punto de comenzar, en absoluta sincronía.
Hermann pide una bebida, se relame después del primer trago. No puedo evitar estudiar su expresión pero es tan indiferente como la mía, casi parece aburrido. El que está ansioso es mi compañero de trabajo, no por miedo a las consecuencias que habrá si algo sale mal sino porque le encanta triunfar. Es lo que mejor se le da.
El enorme reloj digital de la pared anuncia que ha llegado la hora. Un ordenador en la capital de cada país seleccionará aleatoriamente un nombre entre los adolescentes de quince a dieciocho años. En cada pueblo y ciudad miles y miles de jóvenes tiemblan de miedo. Cuando aparece un nombre en la pantalla, unido a los datos de nacimiento y residencia, las imágenes muestran simultáneamente las reacciones de las chicas. La egipcia se queda estática, la rusa mantiene su pelirroja cabeza bien alta, en la India hay algo de revuelo hasta que sube una chica con mirada decidida…
Ragnor observa de reojo a Hermann, sonriendo con satisfacción, justo cuando va a empezar la selección masculina. Miro atentamente a las futuras víctimas, creía que sentiría tristeza pero dentro de mí no hay nada. Un gran vacío. No veo bien ni mal, solo utilidad, en lo que estamos haciendo. La paz más duradera que jamás hemos visto se acerca. Sé que este es el método infalible para hacer que los pocos que queden con pensamientos rebeldes se lo piensen dos veces. Yo misma lo dije en esa reunión meses atrás.
—¿Cuál es el peor castigo que se puede dar a unos padres? —preguntó uno de los Siete.
Bajé la vista al suelo antes de volver a clavarla en la pantalla. Ragnor me miró en silencio, dándose cuenta de que sabía la respuesta. Y sentí que mis palabras eran una sentencia.
—Quitarles a sus hijos.
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¡Ya está listo el blog con las fichas de todos los tributos, podréis encontrar el enlace en mi perfil! ¡Gracias a todos por vuestros fantásticos personajes!
Estoy entusiasmada con este proyecto, me parece un gran reto manejar a tantos personajes así que me he animado a crear este SYOT.
Bien, aclaremos algunas cosas. Para empezar, voy a seguir la "norma" de los demás SYOT, así que vuestros comentarios tanto aquí como en el blog le dan puntos a vuestros tributos para sobrevivir. Más que nada porque sería una tontería preservar a un personaje en lugar de a otro cuando su autor no lo está leyendo.
Habrá cuatro capítulos de "Cosechas" con seis tributos en cada uno, para que vayamos conociéndolos poco a poco. Creo que no tardaré demasiado en subir el primero.
Preguntas:
1. ¿Qué os han parecido Ragnor y Kaleela?
2. ¿De qué lado os habríais puesto en la guerra? ¿De los rebeldes, de los neutrales o de los Siete?
Gracias por leer, espero que disfrutéis con esta experiencia tanto como yo :)
