Miré en dirección contraria.
En dirección a él, al conquistador de mi mente y sueños.
Sonreí con timidez y un extraño calor invadió mis mejillas.
¿Eso era estar enamorado?, se sentía bien.
Tragué saliva, me levanté del suelo. Con una de mis mangas sucias me limpié torpemente el rostro. Aún me quedaban seis minutos antes de volver a mi animatronico. Endurecí mi rostro.
Mi faceta de pirata rudo no iba a ceder jamás, no importaba lo enamorado que estuviese de ese tipo.
Extendí mis labios en mi tan característica sonrisa burlona.
Caminé con pasos seguros. Carraspeé.
—Hola, Freddy.
Volteó y me observó. Soltó una carcajada por lo bajo.
—¿A qué viene el saludo, pirata?
—No tengo nada mejor que hacer.
—Exacto, señor rey de los mares—murmuró con burla
No pude evitar ruborizarme. Era imposible terminar cayendo a su encanto.
Le di la espalda y crucé mis brazos.
—Que se crea todo un caballero no significa que un humilde pirata no le pueda enseñar un par de trucos
—De humilde te queda poco, Foxy
Ambos reímos ante ese comentario.
—¿Hay sentido en esta conversación?—pregunté relajándome
Sentí sus ojos escrutarme la espalda. Nos quedaban un par de minutos de libertad.
Nos quedamos callados, no era necesario responder la pregunta. Ya había demasiadas indirectas entre nosotros.
Ya poseíamos total conocimiento de las emociones que sentíamos.
Pero eramos unos cobardes.
De hecho, lo seguimos siendo.
Teniendo conversaciones sin sentido cada vez que nos vemos. Esperando doce horas para salir de los animatronicos que nos atrapan. Solo para tener ocho minutos de libertad. Y después volver a ser sometidos por esa fuerza.
La fuerza que nos encierra en esta pizzería.
