Veo tus ojos, brillantes, distantes, ajenos… pero a la vez tan amables, tan misteriosamente cálidos. Esos ojos son una adicción, una constante imagen en la callada soledad, una idea omnipresente en mi cansada y enamorada mente. Y los amo, amo tus ojos.
Veo tus labios callados, entreabiertos, rojos, dulces, suaves… pero a la vez tan prohibidos como lo fue aquella manzana maldita cuya tentación irresistible y tormentosa provocó el destierro de aquellos favoritos de Dios. Y los amo, amo tus labios.
Veo tu respiración pausada, rítmica, perfumada, silenciosa… pero a la vez tan profunda que cuando absorbes ese dichoso aire tu pecho se eleva sutilmente, marcando las líneas de tus senos más definidamente, invitándome a un pecado imperdonable. Y la amo, amo tu respiración.
Veo tus manos blancas, diligentes, hábiles, dispuestas… pero a la vez tan inquietas que cuando se mueven sólo pienso en tomarlas posesivamente entre las mías, besarlas incansablemente, sentirlas recorrer mi cuerpo, en deleitantes caricias enloquecedoras. Y las amo, amo tus manos.
Veo tu cabello oscuro, suelto, sedoso, que cae como una cascada por tu delgada espalda, cabello puro… pero a la vez tan incitante que su suave ondeo permanente, me provoca sentimientos que me esfuerzo en esconder, enterrando las uñas en mi carne, para que mis dedos no toquen tus adoradas hebras. Y lo amo, amo tu cabello.
Veo tus mejillas, tersas, sanas, hermosas… pero tan deliciosamente sonrojadas que mi fachada siempre amable y fría se sacude violentamente, al querer posar mis impuros labios sobre ellas, forzando sobre éstas un beso apasionado y deseoso, procurando mayor y mayor cercanía. Y las amo, amo tus mejillas.
Veo tu cuerpo esbelto, cálido, delineado, fragante… pero a la vez tan cadente y sensual que todo mi autocontrol se desmorona al tenerte cerca de mí, sintiendo la calidez de tu carne pasarse a la mía, insistiéndome inconscientemente en tomarte entre mis brazos y estrechar tu bendito cuerpo. Y lo amo, amo tu cuerpo.
Veo tu alma pura, ingenua, buena… pero a la vez tan de mujer que mi cariño alguna vez fraternal se enciende arrebatadoramente, tan ajeno a la idea de Príncipe de hielo que se tiene de mí. Y la amo, amo tu alma.
Veo tu cara, linda, despejada, simpática… pero a la vez tan hermosa que me quedo petrificado, intentando desesperadamente no decirte todos estos sentimientos que no atino a poner en una sola palabra. Y la amo, amo tu cara.
Te veo de nuevo, sonriente, dulce, buena, esbelta, sana… pero a la vez tan indudablemente seductora, tan indudablemente bellísima que esto que se me eriza la piel, se me enfría la mente, se me calienta el pecho… y quiero gritarte todo lo que me haces sentir, pero en vez de eso te lo digo callando, explicándote con mis ojos los deseos que jamás se cumplirán. Y te amo, amo tu todo.
