/Todos están enamorados/ el amor es el juego más loco/
/Dos personas juran estar juntas/ amantes, así se llaman/
/Pero todo puede cambiar en un parpadeo/ el futuro no tiene ojos/
/El camino que ya se ha recorrido/ deja por recorrer suspenso y mentiras/
/Una escritora toma su pluma/ para escribir de nuevo estas palabras/
/Que todos de nuevo se han enamorado/ pero yo debo marcharme/
/Todos están enamorados/ una escritora escribe con su pluma/
/Porque todos de nuevo se han enamorado/ ella escribe de nuevo la historia/
/Pero en la guerra todo es tan frío/ solo se puede ganar, o perder/
/El futuro no tiene ojos/ depara suspenso y mentiras/
/Estas palabras tendrán un futuro/ podrá ser bueno, podrá ser malo/
/Una escritora escribió las mismas palabras/ porque de nuevo nos enamoramos/
/Y es ahora cuando entiendo/ que nunca debí alejarme de tu lado/
Era enorme...

La luna, la única testigo de los corazones amantes más apasionados que se atrevían a ser vistos juntos en el Santuario hacía ver un panorama perfecto esa noche. "Aaaah" Suspiró exageradamente Milo, sus ojos reflejaban toda la belleza natural y romántica desde el Templo de Escorpio donde era aprendiz de el actual guardián de la casa. "Aaaah" Volvió a suspirar sosteniendo su mentón con un puño.

"Me gustaría que Athena no tuviera la necesidad de nacer jamás y siempre podamos vivir así, en paz. No todos tienen el privilegio de apreciar Grecia desde una de las últimas casas sagradas, cierto, maestro?" dijo y echó su cuerpo despreocupadamente hacía atrás sabiendo que Kile, su estimado Maestro y Caballero de Escorpio le sostendría.

"Es sorprendente que un joven aprendiz de Caballero como tú sepa admirar tanto como yo un panorama como éste" jugó con su fuerte y claro tono de voz habitual. Kile se sentía ampliamente cómodo y orgulloso de ser una meta a alcanzar para un chico que tal vez no le gustaba sentarse a leer por horas o le hacía continuamente preguntas complicadas y difíciles para saciar su curiosidad. Para él, para Kile, era más que suficiente tener a un hijo, porque así se obligó a verlo desde un primer día, como un hijo y excelente aprendiz que nunca se rindió en un enfrentamiento y no se quejó por pasar noches sin dormir si así lo requería un entrenamiento. Sabía, y Milo también supo que llegarían tiempos difíciles en los que tendrían que proteger a la Tierra, y, para hacerlo bien, debían estar preparados.

Milo apreció por un breve momento sus impactantes ojos verdes contrastando con el color de su cabello, negro como la noche misma y liso, mucho más liso y suave que la brisa al amanecer.

"No es algo difícil de aprender, eh? Además ahora casi concluye mi entrenamiento, supongo que tendremos más tiempo libre para estas cosas" Kile observó los ojos turquesa bajo él y sonrió. Milo ahora no era un niño, era un adulto y de su mirada había desaparecido hace muchos años el brillo infantil que la decoraba. Su actitud, con los años, también se había vuelto notablemente distinta por la libertad que le daba ocasionalmente. A él no le disgustaba que su alumno fuese a divertirse por las noches, solo era un muchacho como los demás aprendices.

Parecía que había sido ayer cuando Milo tenía apenas doce años, rebelde, inquieto... solía halar sus cabellos largos durante la noche. Suspiró, su querido aprendiz.

"Bien, te daré más tiempo libre, así que diviértete. Ya tu Maestro no está para estas cosas" dijo con melancolía fingida. Milo rió por lo bajo y replicó:

"Es una pena, Kile. No me digas que nos hacemos viejos..."

"Tú estás empezando a vivir. Yo deseo que sigas siendo tú mismo hasta el día en que vistas mi armadura y se cierna sobre ti la responsabilidad de otras vidas" murmuró y luego liberó un suspiro tan largo como el de su aprendiz minutos atrás.

"Sí, entiendo." Respondió Milo incorporándose para dejar que Kile se pusiese de pie. Le siguió con la mirada hasta que entró en la habitación secreta del Templo para probablemente dormir. Y así era Kile, siempre diciéndole cosas raras para luego irse dejando una conversación inconclusa y sin sentido. "Hay hábitos que nunca se pierden" pensó Milo en voz alta y se encogió de hombros dispuesto a mirar la luna un rato más.

En otro lugar, más específicamente Rusia en uno de los lugares más fríos del mundo, Siberia cerca de el Océano Glacial Ártico y coronado por los helados montes Urales otro aprendiz entrenaba, quizá más arduamente que Milo, pero ambos tenían en común la meta de llegar a ser Caballeros Dorados. Y es que, bien sus condiciones no eran las mismas. En primer lugar, Camus no contaba con un Maestro tan liberal y cariñoso como el suyo. Por supuesto, el refinamiento y duro entrenamiento le habían enseñado a nunca exigir demasiado, o mejor, no exigir absolutamente nada y sólo podía tener en su cabeza eso: sobrevivir y seguir peleando.

"Estúpido, no le has hecho ni un rasguño!" Bramó Olmawi visiblemente enojado. No había empezado a amanecer y caía una incesante tormenta de nieve cuando ya debía seguir ejercitándose golpeando hasta más no poder un bloque de Hielo.

Olmawi era un nórdico, mucho, muy alto. Sus rasgos eran finos y elegantes, el par de ojos siempre fríos eran tan duros y grises como los muros congelados de Siberia. Su cabellera excesivamente larga para un hombre, siempre le dio un toque de dulce extravagancia, tomando en cuenta que era tan blanca como la nieve misma.

Caminó hábilmente entre la tormenta. Vestía la armadura dorada de acuario, tan elegante como él.

Camus le miró y apartó la nieve de sus ojos. Era tanta y el aire que podía capturar con su nariz tan escaso que previno caer desmayado de un momento a otro.

"Estos franceses... " escupió acercándose. Camus yacía de rodillas frente a él, no podía más. "Has estado aquí cuantos años? "

"Siete, Maestro" respondió inclinando su cabeza. Esperó un golpe o palabras hirientes para luego ser obligado a continuar pero él prosiguió.

"Y qué te he enseñado en siete años? Matas lobos y osos pero no eres capaz de romper un miserable cubito de hielo!" una larga espada de hielo se formó entre sus manos y con rapidez, facilidad y destreza indescriptible, dividió el muro de hielo en dos partes exactamente iguales. La espada se evaporó cuando se volvió hacía Camus con una mirada que echaba chispas.

"Sé cuál es tú problema. Es el mismo problema de todos los fracasados que he tenido hasta ahora. Y es, con seguridad, los sentimientos. Tienes que ser fuerte, no debes sentir!" dio un puntapié en el estomago de su aprendiz haciéndole escupir sangre.

"Sentiste eso?"

"Yo..." Camus no fue capaz de responder, el aire no llegó a sus pulmones.

Olmawi volvió a golpearlo con más fuerza y gritó en su rostro, sosteniendo su mirada frente a él tomándolo de sus largos cabellos.

"Sentiste? Te duele!... maldito seas, muchacho! Por qué tienes sangre en las venas? Si quieres vencerlo tendrás que ser más fuerte, más que él. Sé más frío y duro que un témpano de hielo!" al no obtener una respuesta coherente, le golpeó hasta que él mismo se agotó de ello, purgando de el cuerpo a sus pies la sangre que pedía amor a gritos.

"Y eso?" preguntó Kile al salir del Templo de Escorpio. Fuera, su pupilo miraba con interés una rosa. "Parece que nunca antes hubieses visto algo igual!" exclamó dándole una palmada en el hombro. Su melena negra ondeó con el viento del nuevo día.

"Es de el aprendiz de piscis, Afrodita. Qué extraño es...! " dijo dejándola caer como si esta tuviera alguna especie de defecto.

"Así que Narciso ya regresó con su aprendiz. Según dicen, es tan hermoso como él"

"Bueno, sí, algo... entonces pronto el patriarca conocerá a los futuros caballeros?"preguntó para cambiar el tema.

"Sí, eso creo. Serán también tus futuros compañeros de armas, Milo. Debes conocerlos y respetarlos a todos por igual. Independientemente de que alguno de ellos sea raro, como el pupilo de Narciso." rió y Milo fingió hacerlo por amabilidad. Cuando su maestro regresó adentro sin decir una sola palabra más, se permitió pensar en lo que realmente le interesaba: ver al aprendiz de Acuario una vez más.

Sinceramente no recordaba su nombre, y nunca le había preguntado aquello a su maestro por temor a que este malinterpretara la situación. Pero ¡Cómo lo echaba de menos...! no estaba seguro de que él tuviera un vago recuerdo suyo tanto como él sí lo guardó durante años. La única y última vez que se vieron fue antes de que partiera a Siberia, cuando no eran más que unos niños. Él, ese chico, le pareció bastante tímido pero hermoso. Nunca tendría ojos ni reservación en su mente para otra criatura más preciosa.

Sonrió vagamente y rogó a los dioses porque él estuviera bien. Bien y con esa mirada tan... increíblemente única.

"Ten, vístete" ordenó Olmawi despidiendo algunas prendas sobre él. La noche anterior había cargado el cuerpo inconsciente de su alumno hasta la cabaña y le desnudó para que sus heridas pudiesen cicatrizar sin el estorbo de la ajustada ropa. "Ya es hora"

"Para qué?" Camus musitó notando que frente a él ocupaba espacio una bandeja con pan y agua. "Adonde vamos?"

"A Grecia" respondió Olmawi como si pronunciar el nombre del país le causara asco. Su mirada pareció aturdida pero se recompuso casi al instante. "Vístete y... come"

"Maestro... por qué? Usted dijo que hasta..."

"Sé muy bien qué fue lo que dije!" su voz atronadora fue como un balde de agua fría. Y, en Siberia el hecho de que te afecte algo más que el frío, ya es bastante. Comió en silencio el pan mal conservado frente a él sin atreverse a levantar la mirada. Olmawi le había dicho que hasta no romper el macizo bloque de hielo no daría su entrenamiento por concluido. Eso implicó largos días y noches rompiéndose los nudillos sin piedad para después solo obtener como resultado la furia de su maestro.

Bien, era alentadora la idea de ir a un lugar donde el clima fuera más estable a pesar de ya haberse acostumbrado al frío intenso. Pero no creyó que su maestro allí fuera más amable.

"Estas son las rosas piraña, devoran todo lo que se cruza en su camino y..."

"Afrodita, creo que Milo ya no quiere oír eso." Opinó Saga después de guiñarle un ojo a el aburrido aspirante de Escorpio.

"Oooh, pues..."

"Saga tiene razón. Rosas, rosas, rosas... yo podría podar todo tu jardín con Excalibur!" se colocó en posición de ataque pero Aioros le detuvo rápidamente.

"Es suficiente, Shura. Sigan combatiendo, el receso ya acabó." Todos los presentes continuaron en su pelea amistosa supervisados por Saga y la ayuda de Aioros quienes eran los mayores. Todos excepto Milo parecían entusiastas y ansiosos por obtener su armadura. Él solo moría de ganas por ver al muchacho francés.

"Pasa algo, Milo?" preguntó Mu, él era su pareja en el enfrentamiento y no le estaba prestando la menor atención. "Te sientes mal?"

"No... no es... nada" musitó.

"La aguja escarlata. Cada aguijonazo representa una estrella de mi constelación y..."

"Y?" incitó Kile inclinándose hacía adelante para ver con claridad el rostro de su alumno. Su mirada estaba perdida en las paredes del Templo que nunca le habían llamado la atención en lo absoluto. "Milo...? estás... despierto?"

"Qué! Aaah, sí claro que sí. Entonces Zeus es el dios del cielo y soberano de los dioses olímpicos. Le gustan los pájaros, los días soleados y..." había dicho cada tontería tan rápidamente que a Kile le preocupó su estado de salud mental. Extendió un brazo para medir su temperatura momento en que Milo guardó silencio avergonzado.

"Disculpa, maestro... yo... no sé lo que me pasa..." confesó dejando caer su cabeza sobre la pila de libros que aumentaba cada semana sobre la mesa.

"Tal vez te he exigido demasiado últimamente. Vamos, ve a tomar un poco de aire."

"No, Kile. La verdad es que no..."

"Vamos, vamos, vamos. Te acompaño."

Ambos se sentaron en los últimos escalones del Templo. El sonido de grillos interrumpiendo nada más que al silencio incomodaron a Milo. Sabía que Kile querría hacerle preguntas y al no tener respuestas las deduciría el mismo cuando viera sus reacciones frente al caballero de acuario, al cual amaba con el alma sin saber su nombre.

En un acto que solo reflejó nerviosismo, Milo dejó crecer la uña peculiar en su dedo índice hasta alcanzar una longitud inimaginable. Disparó con rabia a los grillos que pudo capturar con la mirada.

"Milo..."

"Negaré cualquier cosa, maestro." Le aclaró groseramente. "Sé también que me he comportado de una manera extraña últimamente pero no quiere decir que..."

"No te estoy enjuiciando, necio." Dijo suavemente con la intención que Milo dejara de mirarlo con desconfianza y un sentimiento que nunca creyó ver en el; desprecio. "Ya pronto serás un adulto y es normal que empieces a tener ciertos tipos de problemas desde ahora."

"Problemas? Yo no tengo problemas! Te he dicho que no pasa nada, Kile." Milo se puso de pie. Le lastimaba haberle hablado de esa forma a su maestro por el alto y poco usual grado de confianza que ambos compartían. Pero nada, nada le habría apenado más que decirle: Maestro, creo que me enamoré. ¡Por todos los dioses...! Él iba a ser un caballero de Athena, no un homosexual mal comprendido.

Ambos mantuvieron la mirada fija en la del otro en una especie de duelo y confesiones silenciosas por segundos.

"Te querré siempre, pase lo que pase, podrás confiar en mi. Puede que me odies, puede que nunca lo hayas hecho, no me importa. Solo promete que no olvidarás recurrir a mí cuando tengas problemas, duerme bien." Imitó a Milo al ponerse de pie y justo cuando se dispuso entrar antes que su pupilo, detuvo sus pasos y con un brazo le indicó a Milo que también lo hiciera. Dos cosmos extraños se acercaban.

No eran enemigos, pero indiscutiblemente extraños.

"Maestro... qué...?"

"Es Olmawi, caballero de Acuario." Detalló lo último con un énfasis que pudo haber enojado a Milo en otra ocasión. Ahora sus órganos vitales habían dejado de funcionar y solo tenían vida y voluntad sus ojos que ansiaban reencontrarse con ese mar azul.

Los vieron salir del templo de Libra. La garganta de Milo no habría emitido sonido de haberlo querido y Kile bajó lenta y elegantemente los escalones para recibirlos.

"Solicito permiso al caballero guardián de este templo para poder cruzarlo" dijo Olmawi formalmente. Milo se juntó al lado de su maestro para encarar a Camus de frente. Quiso ver sus ojos¡Cómo deseó verlos! Pero los cabellos que caían sobre su rostro un poco inclinado le bloqueaban ese panorama. Entonces fue cuando su cerebro empezó a funcionar nuevamente.

La camiseta ajustada que vestía Camus estaba manchada de sangre, era negra, pero aún así un tono de color rojizo podía hacerse notar en su estomago. Kile también lo vio y arrugó las cejas.

"Es este tu pupilo?"

"Supongo que algún día será digno de serlo" respondió frotándose la sien. "Ahora, si no tienes nada mejor que hacer, déjame entrar."

"El muchacho parece cansado y raquítico. Qué mal le has hecho?" cuando se dirigieron a él, Camus dio un respingo y alzó la vista. Sus ojos quedaron al descubierto y Milo sonrió a medias. Sí, ahora podía recordarlo como hubiese sido ayer, esos eran los mismos ojos. Algo menos brillantes y contaban con el defecto de unas notables ojeras bajo ellos pero esos eran y siempre serían los ojos que amó.

"No es de tu incumbencia defenderlo, caballero." Gruñó con una mirada asesina. "Ahora, si me disculpas..."

"Cómo te llamas?" y Olmawi heló al ver como Kile se dirigía a Camus. "Cómo te llamas, muchacho?"

"Yo..." Camus vio en los ojos de su maestro el estado en el que estaría más tarde si llegara a contestar esa pregunta en su presencia. "Yo..."

Kile le sonrió ampliamente con los ojos y Camus, al armarse de valor, dijo:

"Camus." Y vaya, se sintió extraño porque no había tenido la necesidad u oportunidad de presentarse ante otra persona en siete largos años, pero ahora lo estaba haciendo. Frente al caballero de Escorpio y su atractivo pupilo que, por supuesto, siempre recordó vagamente. ¡Y cuando él le visitaba en forma de un recuerdo por las noches...Dioses! le sentó como una brisa fría en el desierto.

"Francés del demonio cuando te di el consentimiento de...!" gritó hecho una furia Olmawi volteándole el rostro con una cachetada. "Tú, aprendiz malagradecido y... Grrr maldición" terminó volviéndose para ver a Kile.

"Encárgate de tu pupilo, yo hago las cosas a mi manera." Kile desviaba eficazmente la aguja escarlata que mantenía su longitud en el dedo de Milo. "Según veo, necesita algo de disciplina."

"Disciplina voy a darle a sus..."

"Milo, ya basta!"

Al pasar a un lado de los dos guardianes de Escorpio, Camus había querido gritar, correr hacía ellos y llorar. Pero no, él era un aspirante a Caballero Dorado. Debía ser fuerte y entonces... y sólo entonces agradecería cada maltrato, cada golpe y cada grosería de Olmawi.

"Camus..." Milo le llamó en vano porque él no se volvió a verlo.

"Chico extraño, eh?" murmuró Kile dejándolo libre. "Debes acostumbrarte a esas cosas. No todos los maestros son como Narciso, Aioros, Shion... no, cada uno tiene su técnica de entrenamiento. Mantente sereno."

"Pero cómo puede llamarse técnica de entrenamiento? Ya viste como es!"

"Milo, él puede hacer lo que quiera. Es su pupilo. Buenas noches."

"Maestro..."

"Buenas noches, Milo."

"Ese viejo de Olmawi. No soporto ver como trata a Camus, Saga."

"Tómalo con calma. Mira, para algunos el entrenamiento es más complicado, sobre todo para los caballeros de hielo. Requieren de mucha preparación y disciplina. Te recomiendo que mantengas distancia."

"Pero no puedo, Saga... a veces yo..."

"Solo lograrás causarle problemas. Promete que no harás alguna tontería."

Después de pensarlo seriamente Milo respondió un vacilante. "Sí, seguro..."

Había evitado por todos los medios posibles acercarse a la onceava casa. La delicada conversación con Saga le hizo comprender que si realmente le importaba Camus entonces lo único que podía hacer para ayudarlo era mantenerse alejado de él.

Más de una vez esperó que los dos caballeros de hielo pasaran por su Templo pero ¡Qué sorpresa...! parecían no necesitar nada fuera de la casa de Acuario para vivir. Esto preocupaba bastante a Milo ya que no podía verlo, mucho menos hablarle para saber cómo estaba. Fue una tarde de primavera cuando tuvo la oportunidad.

"Estoy seguro de que a mi maestro le encantará." Dijo Afrodita.

"Sí... espero que sí... oye, Afrodita. Crees que estén allí?" preguntó cuando se acercaban al Templo de Acuario.

"Claro. Raras veces los veo fuera, son muy extraños."

"Extraños...?"

"Aja, sabes? Todas las noches el muchacho..."

"Camus."

"Sí, él. Siempre se le ve golpeando un bloque de dos metros que parece estar hecho de hielo. Su maestro grita mucho, sobre todo en las noches... en una ocasión Narciso le ofreció a Camus un vaso de agua y este ni siquiera se atrevió en aceptarlo. ¡Y no es para menos...! tenias que ver la manera en que le mira ese loco. ¡Me asusta!"

"Ya veo... crees que será buena idea entrar? No quisiera incomodar..." Milo se detuvo justo antes de invadir el Templo de Acuario. "Te esperaré aquí, supongo que no lo tengo permitido."

"Vamos! A qué le temes...? te aseguró que no dirán nada, todo caballero tiene derecho a cruzar cualquier casa zodiacal para llegar a la propia." Recitó.

Milo miró la majestuosa y tentadora casa pero apartó la vista de inmediato. No, no, no y no.

"Te esperaré aquí, Afrodita. No tardes." Se sentó en las escaleras del Templo entre frustrado y ansioso por entrar. ¡Y por Zeus...! deseó con toda su alma seguir las pisadas de Afrodita que se oían resonar desde fuera para poder presentarse ante Camus.

"sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro..." contaba esperando a por él pero el aprendiz de la última casa no regresaba. Se cansó de eso y una vez más siendo victima de las sensaciones molestas como la incomodidad, el deseo y la duda dejó crecer la longitud de su uña para disparar contra pequeñas piedras desafortunadas.

"De acuerdo, no tardaré." Repitió las palabras de Afrodita al despedirse con voz femenina. "Mentiroso, gracias a los dioses no estamos en el Tártaro porque siendo así..."

"Yo podría llevarte ahí de tan solo desearlo. Pero creo que el calor de este maldito país ya se parece bastante al Infierno." Dijo una voz tras él. Milo se tensó e hizo una mueca de dolor como esperando que las parcas cortaran el hilo de su vida en aquel instante. "Sabes que no deberías estar aquí sin tu maestro, muchacho." Replicó Olmawi acercándose. "Y ni él será bienvenido. No después de su atrevimiento."

"Aaah... pues..." Milo rascó su cabeza incitándole por una buena idea. "Usted sabrá que... eeeh..." el hombre mayor arqueó una ceja.

"Olvídalo ya. No tengo tiempo para lidiar con niños, Narciso me dijo que pasarías por aquí pero no que estarías husmeando cerca. La próxima vez no seré tan flexible, entendido? Ahora, lárgate." Sacudió su capa con elegancia y bajó las escaleras evitando a Milo. Pronto se perdió de vista al entrar en el templo de capricornio.

Se sintió infinitamente idiota después de las palabras de Olmawi. Había estado con el misterio de no poder entrar ni cruzar el Templo cuando pudo haberlo hecho perfectamente y así entonces... ¡Oh, Dioses!

Milo echó su cuerpo hacía atrás como solía hacerlo cuando contemplaba las estrellas con su maestro pero esta vez sus ojos se abrieron atónitos, maravillados y sorprendidos no por la belleza del cielo precisamente.

"C-Camus..." se incorporó para quedar de rodillas frente al chico que le miraba sin una expresión definida en su rostro. Sus facciones parecían serenas y sus ojos tristes. "Camus... yo..." balbuceó sin saber por donde empezar. Camus alzó las cejas esperando escuchar algo coherente, pero nada.

Después de ordenar sus ideas Milo se presentó pausada y claramente. "Hola, mi nombre es Milo." Y extendió su mano. Camus la apretó suavemente y contestó.

"Como la isla?" habló en griego pero su asentó fue de tan... un simple y exquisito francés que desató una tormenta de pasión dentro de Milo.

"Sí, así es." Sonrió feliz de estar intercambiando palabras con él. Tanta era aquella felicidad que fue ahora cuando notó que seguía apretando su mano. Fría pero suave. "Lo siento, tienes manos suaves." Sacó sus pensamientos a flote familiarizándose ya con su presencia.

"En serio?" esta vez Camus dudó al hablar. Un tono de color distinto bajo sus ojos le hizo pensar a Milo que se había sonrojado. "Yo... creo que no lo sabía." Tartamudeó inclinando la mirada. Aaah... un solo pensamiento llegó hasta Milo. ¡Qué hermoso!