—Y bien, esta es mi casa.
Bonnibel entró a la casa un poco cohibida en cuanto el chico abrió la cerradura. Miró en derredor, rezando por que no hubiese nadie en la estancia que la viera en su estado actual. Desde el descansillo de la entrada podía oír una tele encendida a lo lejos.
—Pasa sin miedo. Esa debe de ser mi hermana, se habrá vuelto a saltar alguna clase, la muy nini —dijo el moreno, enseñando su preciosa sonrisa y sus dientes rectos—. No te preocupes por ella; la ducha está en la segunda puerta a la derecha, subiendo las escaleras. Será mejor que entres ya, no vayas a resfriarte. Ahora le diré a mi hermana que te suba una muda de ropa.
La pelirrosa asintió mientras murmuraba un leve «gracias». Siguiendo las instrucciones de su interlocutor, subió lentamente las escaleras, intentando minimizar el ruido y evitar atraer la atención de los demás habitantes de la casa. No quería ser descubierta con esas pintas en una casa desconocida. Sería el colmo de aquel espantoso día.
«Um… Ha llamado a su hermana… ¿nini? Vale que no debería saltarse las clases, pero eso es un poco… duro…» Bonnibel sacudió la cabeza. Las muestras «afectivas» entre hermanos no eran de su incumbencia. De cualquier forma, no es como si fuera a ver a la muchacha más que en aquella ocasión…
«Bueno, en realidad no me importaría conocerla más a ella… y a su hermano». Iba pensando la chica mientras entraba en el baño. Cerró la puerta tras de sí y empezó a quitarse la ropa: «Marshall es un chico muy simpático…»
Mientras pensaba en lo que iba a convertirse su vida a partir de ahora, la pelirrosa fue lavándose el cuerpo y el pelo. Justo cuando empezaba a preocuparse de que no llegara a tiempo para coger el último tren, oyó un par de voces al otro lado de la puerta:
—Venga, va, alárgala, sabes que yo aún no puedo conducir la moto…
—Tus "amigas" no son problema mío, que yo sepa… —suspiró una voz de chica—. En fin, ¿y esa camiseta que me has quitado?
—Necesita cambiarse, y ya casi no te la pones, ¿qué más da?
—¿Sabes que esa camiseta es…? … Aaaaah, ¡vale, vale! ¡No me pongas ojitos! ¡La llevaré, ¿vale?!
Aquella voz irritada le sonaba mucho a Bonnibel, pero no fue hasta que su propietaria abrió la puerta para asomarse al baño que la reconoció. Quedó perpleja al ver aparecer la cabeza de la pelinegra, causa de todas sus desgracias aquel horrible día. La rabia se le escapó por los labios en una sola palabra:
—¡Tú…!
Dicen que la primera impresión es muy importante cuando conoces nuevas personas o lugares y, tras apearme del tren de las doce en el pueblo de Ooo, constaté que aquello era muy cierto.
Lo primero que pensé en cuanto salí de la «estación» (si puede llamarse así, ya que en realidad no es más que una pequeña parada junto a las vías y un habitáculo para el vendedor de billetes) fue que me había equivocado de lugar. Estaba en medio de ninguna parte; mirase hacia donde mirase solo veía un paraje de campo interminable, ¿dónde estaba el pueblo de ensueño que mi padre me había vendido?
—Señorita, para llegar al pueblo solo tiene que esperar al siguiente bus al lado de esa señal. No debe de quedarle mucho para pasar.
Eso me dijo el anciano de la «estación». Aunque debería reconsiderar su concepto de «no mucho»… ¿Quince minutos? Ese era el tiempo que llevaba en el «pueblo» y empezaba a desesperarme.
Qué decir tiene que aquel autobús de pueblucho me dio de todo, menos buena impresión. Parecía ser posterior a los años sesenta, y hacía un ruido de motor horrendo al andar. Al menos los asientos estaban bien cuidados…
El autobús tardó otros quince minutos hasta el pueblo en sí. Me dejó en algo que parecía ser la plaza mayor del lugar, en la cual localicé el ayuntamiento y otros edificios que parecían tener alguna utilidad en el pueblo, además de algunos establecimientos, en su mayoría cafeterías. Rápidamente me llamó la atención el hecho de que ninguna construcción parecía tener una altura superior a tres pisos. El pueblo estaba situado en una llanura rodeada de montañas, y el hecho de que los edificios fueran tan bajos me daba aún más sensación de llaneza. Y para empeorar las cosas, no había visto ningún edificio que no estuviese pintado de un horrible color blanco. Aquel lugar era totalmente monocromático.
—Ains… —suspiré, ante la perspectiva de tener que vivir en este lugar pintoresco durante lo que me quedaba de instituto.
Y es que esa era la palabra para definir lo que sentía: «pintoresco». Aquel sitio era el típico lugar que salía en las postales que te mandan tus abuelos cuando se van de aventura por el país y en las que te escriben cosas como «deberías ver esto, cariño, parece un lugar hecho de porcelana». Era un lugar para hacer una corta parada o visitar algún tipo de formación natural impresionante, como una cascada, despeñadero, acantilado… Pero no era un lugar donde establecerse para vivir.
Tras preguntar a un viandante, descubrí que en Ooo solo había tres líneas de autobús: una directa hasta la «estación», otra circular que recorría el pueblo, y una tercera que llevaba al instituto que iba a visitar. Lo gracioso es que esta última solo disponía de un bus que funcionaba por la mañana y por la tarde: solo un viaje para llevar y traer de vuelta a los estudiantes. No podía creerlo. Me explicó cómo llegar usando el circular: tenía que bajarme en un tal «parque Álamo» y caminar unos diez minutos por la carretera que salía del pueblo. En fin…
Mientras montaba en aquella línea circular, casi vacía, constaté que el tono predominante hacia las afueras del norte de Ooo también era el blanco. Era como estar en un pueblo nevado y desierto. Estaba empezando a odiar aquel lugar.
Aquello no se parecía en nada a lo que estaba acostumbrada. Extrañaba los altos edificios y los rascacielos de mi ciudad natal, las grandes aglomeraciones en cada esquina, los museos, los parques, los grandes almacenes, la cultura urbana, la variedad de color, las gentes… Allí por donde pasaba el autobús solo podía ver más casas y casas: ni tiendas, ni lugares divertidos para salir, ningún sitio cultural; nada. Aquel lugar no estaba hecho para alguien como yo…
—Es un placer tenerla por aquí, señorita Bubblegum. Estoy seguro de que su estancia en nuestro instituto no la decepcionará.
—Sí… Seguro que no…
Fue lo único que conseguí articular. Tras haberme bajado donde me indicaron y andar a través de un sendero de tierra paralelo a la carretera que era la salida noreste de Ooo, al fin llegué al que era mi destino aquel día: el instituto Ooo, el único sitio para estudiar en aquel lugar. Aquí se concentraban alumnos de todas las edades, desde el preescolar hasta el fin del instituto, o eso me había contado el director.
Al ser yo la hija de un famoso político de la región, había insistido en enseñarme él mismo las instalaciones principales. El director me fue explicando que cada nivel escolar se encontraba en un sector de las instalaciones diferentes, y que realmente con conocer el sector norte (de 7º a 12º) sería suficiente para desenvolverme por allí los dos próximos años. Justo cuando íbamos a atravesar los jardines que llevaban hasta la zona del instituto, un señor que parecía un conserje (por su indumentaria), se acercó hasta nosotros y le susurró algo en el oído al director.
—… ¡¿Otra vez ella?! ¿Es que no puede pasar una semana sin que monte algún espectáculo? —gimió para sí el director. Entonces, se giró hacia mí—. Disculpe, señorita Bubblegum, ¿le importaría esperarme aquí? Procuraré no demorarme demasiado.
—Sí, claro —dije mientras les veía alejarse. Por dentro pedía a gritos que no tardasen mucho, ya que el calor a estas alturas de abril ya empezaba a apretar.
Justo estaba pensando en desplazarme bajo la sombra de un árbol cercano cuando lo vi. A unos dos metros de mí, había unos ojos que me miraban fijamente a través de unos grandes arbustos floridos. Me quedé paralizada con la visión… ¿Esos ojos… eran humanos?
—Eh, tú. La hipster de ahí.
Me sobresalté al oír una voz humana tras los arbustos y casi caigo hacia atrás. «Un momen… ¡¿Cómo que hipster?!»
—¿Se han ido ya…? ¿Están mirando? ¿No? ¡Entonces salgo!
Y así, de debajo de los arbustos, una chica salió arrastrándose. Se incorporó a la vez que se quitaba restos de ramitas y hojas de su larga melena oscura. Tenía unos ojos grandes y rojos, del color de la sangre. Unos ojos que me miraban directamente a mí.
—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara, o sigues en shock? ¿Nunca has probado a echarte una siesta entre la vegetación? —se rió de su propio chiste, con una voz algo ronca, de un tono precioso.
—¿Qué hacías ahí? —Fue lo único que pude decir en aquella situación al recuperarme del shock.
—¿Realmente, dices? Pues me escondía del conserje. Me están buscando, ¿sabes? Por no sé qué de unos botes de pintura. En fin… ¿Y tú quién eres? No me suena tu cara, y no hay muchas hipster por estos lares.
—No me llames así, por favor. —No me gustaba nada el tono de aquella chica.
—¿Acaso no lo eres? ¿No son hipsters todos los que se tiñen el pelo así? —Se acercó y me acarició el pelo—. Porque no esperarás que me crea que ese rosa es natural…
—Me gusta el rosa… Es el color del chicle… —repliqué apartándome, algo avergonzada.
La chica calló por unos segundos, asimilando mi respuesta. Entonces, rompió su silencio con una sonora carcajada.
—¡Jajaja! ¡Pero ¿qué clase de persona se teñiría el pelo por algo tan absurdo?! ¿Tienes 10 años? ¡Jajaja!
—¿Qué problema tienes con que me guste el rosa como color? ¡Eres una grosera! —Aquella chica empezaba a irritarme.
—Ay, vale, vale —Se secó una lágrima que le caía por la mejilla con la manga de su camisa—. Perdona, no te enfades, señorita Chicle…
—¿Podrías dejar de ponerme motes absurdos?
—Bueno, ¿cómo quieres que te llame, si no? —La morena se sentó en la hierba con las piernas cruzadas, aún haciendo un esfuerzo por respirar normalmente.
—Mi nombre es Bonnibel…
—No me digas que… ¡¿Eres esa Bonn…?! No. No me suena de nada —Bostezó al tiempo que se dejaba caer sobre la hierba—. ¿Y qué hace alguien como tú en un sitio como este?
—Me mudo a Ooo la semana que viene. Simplemente estoy visitando el lugar.
—¡¿En serio?! —La pelinegra se incorporó de un salto—. ¡Genial! Una visita guiada por aquí es una excusa perfecta para saltarme geografía. —Sonrió de oreja a oreja y me agarró la mano, echando a andar a buen ritmo por el jardín.
—¿Qu… qué haces? —A pesar de que su piel era pálida como la cera, su mano era muy cálida.
—Pues está claro, ¿no? ¡Hoy voy a ser tu guía turística personal! Me llamo Marceline Abadeer, y ¡te acompañaré durante tu viaje por Ooo! —dijo con alegría.
Ninguna éramos conscientes en ese momento de lo largo que sería ese viaje, ni la de baches que nos esperaban en el camino.
—Eso de allí es el aula de física, y ahí está el seminario de biología. La sala de al lado es el laboratorio de química…
Al final acabé siguiendo a Marceline por el lugar. Habíamos entrado al edificio de ciencias, el principal.
—En la segunda y tercera planta de este edificio se dan la mayoría de clases regulares —explicó—, ya que abajo están las salas específicas de prácticas. Tranqui, a estas horas no suele haber ninguna; casi todas son por la tarde. ¿Ves ese edificio de ahí? —Señaló por la ventana—. Es el que se usa para las aulas culturales, además de biblioteca. Mitad y mitad, claro —sonrió—; imagina estar estudiando y que te toque una banda de música encima… En fin, de todas formas las salas están insonorizadas o algo de ese rollo… Ah, ese edificio no se abre hasta las tres, a no ser que quieras colarte por la ventana.
El bombardeo de información me abrumaba. Marceline hablaba muy rápido, dando la impresión de que conocía el lugar al dedillo. Apenas podía seguir el ritmo de sus pies, que la guiaban sin error, no dudando al girar las esquinas o al entrar en algún aula.
—¿Cómo sabes qué clases están vacías? —reflexioné—. Eso dependerá del horario de cada curso, ¿no?
—Mmm, bueno, me paso tantas horas paseando por aquí que a estas alturas es normal que ya lo sepa —compuso una mueca—. Total, ya solo me queda enseñarte la cafetería y las instalaciones deportivas. El gimnasio y la piscina cubierta están pegando a la zona de primaria —señaló hacia el oeste—, porque las compartimos con ellos. En cambio, los campos al aire libre están detrás de nuestros edificios, y solo los pueden usar los equipos de deportes del instituto. La cafetería es el edificio que queda a la derecha de este. ¿Alguna pregunta? —Paró en seco y se giró hacia mí.
—Creo que lo he captado… todo.
—Genial —se desperezó—, ¿y cómo es que has llegado con el curso prácticamente acabado?
—Bueno, yo…
—Ah, ahí se encuentra, señorita Bubblegum, y… ¡Tú…!
La pelinegra se sobresaltó, y yo suspiré aliviada al oír al director. Pero entonces…
—Otra vez no… ¡Hora de salir por patas! —Y, agarrándome de la mano, echó a correr.
—¡E-Espera! ¡Maldita sea, nooooo…!
—¡Vosotras dos! ¡Deteneos!
Giré la cabeza a la par que corría: acabábamos de empezar una huida del director y de un conserje, que nos seguían de cerca. Una persecución no era algo que entrara en mis planes de «visita amistosa del centro». Me resigné mientras corría con todas mis fuerzas, con la otra chica tirando de mi brazo.
Marceline me llevó corriendo por los pasillos que tanto conocía hasta que frenó precipitadamente y me empujó al interior de un cuarto de baño, donde nos escondimos en uno de los inodoros del centro y encajamos la puerta.
—Súbete ahí. —susurró cerca de mi oído, señalando al inodoro. No sé por qué, pero la obedecí.
Nos quedamos muy quietas, escuchando; esperando por un sonido que revelara la posición de nuestros perseguidores.
—Entre usted al de hombres, yo registraré el de señoras. —Al fin oímos una voz lejana, procedente de fuera de los servicios. Tras él, chirriaron las bisagras de la puerta.
—¿Estás aquí, Abadeer? —Era el conserje. Su voz sonaba resentida—. ¿Cómo te atreves a arrastrar en tus fechorías a una invitada? Ahhh, esta vez no te vas a librar… —silbó, con un pequeño tono de regodeo.
—Atenta a la jugada —murmuró la pelinegra mientras sonreía. Noté su aliento en mi cara, que subía de temperatura—. Tengo un plan.
Aprovechando que el conserje entraba en el primer inodoro, salió del nuestro y se coló bajo los lavabos, pegándose a la pared todo lo que podía para no ser descubierta. El conserje, obcecado en su búsqueda, no se percató de nada. Tras unos instantes, Marceline hizo un movimiento rápido, saliendo de mi campo de visión, y unos segundos después se oyó un grito agudo y una risa ahogada.
—¡Ya puedes salir!
Me asomé. La pelinegra había encerrado al conserje en uno de los inodoros, atascando la puerta con un palo de fregona.
—¿De dónde lo has…?
—¡Qué más da! ¡Vamos! —respondió exasperada mientras tiraba de mí.
—No —La chica dejó de tirar y me miró con extrañeza—. Yo no tengo nada que ver con esto —repliqué—. Por tanto, no tengo que seguirte a ningún lado —terminé, cruzándome de brazos.
La pelinegra me escaneó con sus brillantes ojos rojos, y compuso una sonrisa torcida.
—Ahora eres cómplice de esto —Señaló al inodoro atascado—. ¿De verdad quieres quedarte atrás?
Ahí la chica tenía razón. Durante unos segundos, consideré sus palabras, y acabé aceptando que no tenía elección. Suspiré, dejando caer los brazos.
—Está bien. —Accedí, cerrando los ojos y llevándome una mano a la frente. El día estaba siendo más agotador de lo que pensaba, ¿con qué cara iba a presentarme en casa si a mi padre le llegaban noticias de lo sucedido?
—Je, je —Al oír tan cerca esa risa, me sobresalté. Noté su mano acariciar mi flequillo, apartándomelo de la cara. Tras eso, bajó la mano lentamente hasta rozar la mía. Ya sabía lo que tocaba, así que simplemente la agarré, preparada para volver a correr.
—¿Dónde… se supone… que vamos…? —Conseguí articular mientras corríamos. La chica era muy veloz y, aunque habíamos despistado al director (el cual seguramente se había detenido a ayudar a su empleado), no había aflojado el ritmo de nuestra particular carrera.
—Pueeees… Nos hace falta un sitio al que no piensen que vamos… ¿Qué tal la piscina? Está bastante lejos.
—Lo que sea… Solo quiero… respirar…
Y aún a pesar de haberle contestado afirmativamente, tenía un mal presentimiento. Mi sexto sentido decía que no debía ir hacia aquel lugar, y mi sexto sentido casi nunca falla, ¿por qué no le haría caso?
—Lo sentimos muchísimo, señorita Bubblegum; no sabe cuánto lo sentimos…
—No pasa nada, de verdad.
—Créame que esto no quedará así. A esa Abadeer se le va a caer el pelo… Déjeme que la ayude a…
—¡Por favor, ya está! Ya me las apañaré.
—Pero su pelo…
Me estrujé el pelo mientras agachaba la cabeza, viendo cómo se deslizaba sobre él un líquido espeso verde. Estaba muy enfadada, muy avergonzada; mi orgullo me pedía estar sola.
—Esto ha sido suficiente por hoy, me voy. —anuncié, irritada.
—¡P-Pero señorita Bubblegum…!
Salí a paso ligero de aquel lugar. No sabía a dónde dirigirme, simplemente no quería estar quieta, o seguramente me echaría a llorar. Dejé que mis pasos me guiaran hasta la entrada al edificio principal, y contemplé las ventanas superiores, abrazándome. Si me quedaba allí, seguramente alguien acabaría viéndome.
¿Que qué me había pasado? Bien, os haré un rápido resumen:
La pelinegra y yo fuimos hasta la piscina cubierta, de nuevo seguidas por el director. Nos colamos por una ventana y nos adentramos en el edificio, llegando hasta las puertas de la piscina, que estaban cerradas. La chica ignoró ese hecho y, de un par de patadas, rompió la cerradura y me empujó dentro. «Aquí no te encontrarán, ¡en un rato vuelvo!» y, diciendo eso, se fue dejándome atrás. Pero la fuerza del empujón, con la ayuda del suelo mojado de la piscina, hizo su trabajo… y caí a la piscina.
No hubiera sido tan horrible si el agua no hubiese sido una especie de gelatina verde.
Y lo peor, ¡todo lo había planeado ELLA! ¡Por eso la seguían! Maldita sea, que hubiese caído en su trampa de forma tan absoluta era humillante.
Sonó la campana que indicaba el final de las clases. «¡¿Tan tarde es?!» pensé, mientras me apresuraba por esconderme tras unos árboles desde los que podía ver la entrada principal, por la cual empezaban a salir el grueso de los alumnos. Había perdido mucho tiempo en el despacho del director tras el incidente, que no sabía cómo compensarme. En mi estado actual, no podría llegar hasta la estación, y si perdiera el último tren…
—Solo espero que nadie me vea así… —murmuré con lágrimas en los ojos—. Estoy harta, cansada de este sitio… no, ¡lo odio! No puedo creer que mi padre me obligue a mudarme a semejante lugar… ¡Por nada del mundo me gustará este pueblo, nunca!
—Perdona, ¿te encuentras… bien?
Terminé mi discurso abruptamente y me giré para ver a la persona que había hablado. Me quedé paralizada, notando el rubor crecer en mi cara de manera precipitada. Era el chico más guapo que había visto en mi vida.
Era alto, de cabello negro, algo largo y desordenado, y su piel era bastante pálida. Llevaba puesta una camisa de leñador, abrochada de manera informal y los vaqueros rotos ajustados que llevaba parecían haber sido hechos específicamente para él. Desde luego, ese chico no vestía como la mayoría de alumnos aburridos que acababa de ver salir por la puerta. Y sus ojos… tenía unos preciosos ojos negros.
No podía creer que alguien así existiera en ese lugar, y menos que me hubiera descubierto en ese estado. Mi primer impulso fue girarme lentamente y echar a andar, confiando en que todo estuviera pasando solo en mi cabeza.
—Ehm… Te vi hace un rato desde la ventana de mi clase y me dio la impresión de que te ocurría algo… —Maldición, no estaba pasando en mi cabeza—. Bueno, es evidente que te ha pasado algo —rectificó, mirándome de arriba abajo—. Nunca te he visto por aquí, ¿puedo echarte una mano?
Me detuve, enjuagándome las lágrimas de rabia; qué momento tan vergonzoso y absurdo.
—¡Eh, no llores! —Se acercó a mí e, ignorando que acabaría mojado también, me pasó un brazo por los hombros—. ¿Qué ha pasado con tu pelo y tu ropa? Estás chorreando… Venga, no me reiré de ti, lo prometo; solo quiero ayudarte. Me llamo Marshall, ¿y tú?
—… Mi nombre es Bonnibel. —respondí hipando.
—Bonnibel, ¿eh? —repitió en un tono amistoso—. Es un nombre muy bonito, exactamente como tú. —el chico me sonrió y yo noté cómo mi temperatura aumentaba aún más. Al fin se separó de mí, pero…
—Te has m-manchado la camisa por m-mi culpa.
Se miró la manga derecha con sorpresa, y luego hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Las camisas se pueden lavar, pero tu pelo… Bueno, cuéntame qué te ha pasado, amiga, algo podremos hacer para arreglarlo.
Y volvió a sonreír. No sé si fue el hecho de que me llamara «amiga» o la fuerza de su sonrisa, pero tras tranquilizarme un momento, empecé a contarle de dónde venía y cómo había acabado así.
—Así que un gamberro, um… —Parecía estar pensando en quién podía ser—. En fin, no podemos hacer nada con eso; seguro que mañana tendrá su merecido, no te preocupes por ello ahora. Vaya, parece que no ha sido tu día, ¿eh? —me agarró la mano para darme ánimos— ¡Uah, estás chorreando aún! Ni con este calor la ropa se seca tan rápido… Tenemos que hacer algo con eso, necesitas cambiarte. Vamos a mi casa. Allí podrás ducharte y ponerte algo limpio.
—No quiero que nadie me vea así…
—Pues saldremos por detrás —respondió con alegría—. Venga, va Bonnibel, mi casa no está lejos.
Se dirigía a mí por mi nombre… Cabizbaja, apreté un poco su mano y echamos a andar. Me guió por los jardines traseros hasta el límite del recinto, y empezamos a caminar pegados a la verja…
—Debería estar… ¡aquí! —Llegamos hasta un punto en el cual la verja estaba torcida: un hueco perfecto para que saliese una persona—. Alguien hizo esto hace un par de años. Todos aquí conocemos esta salida… menos el subdirector —Me guiñó un ojo—. Aún se pregunta cómo nos escapamos de clases sin salir por la puerta principal, ¡jajaja! —rio. Su risa se me asemejaba a la de los ángeles.
Me ayudó a saltar fuera de la verja, que daba a una carretera rodeada por ambos lados por árboles. Por un extremo, se internaba hacia las montañas.
—Es hacia allí —Señaló en la dirección contraria—. Esta carretera es la continuación de una de las salidas del pueblo, la este. Acaba llegando hasta el parque de los Álamos. Mi casa está justo frente a la entrada de ese parque. Es una suerte vivir tan cerca del instituto; soy horrible para madrugar —bromeó—. Venga, sígueme.
Comenzamos el paseo, sin duda el más agradable que había hecho desde que había llegado a Ooo. Mientras caminábamos, me fue contando cosas del pueblo: en realidad sí que había zonas de ocio para la gente joven al sur del pueblo; por lo visto, el parque de los Álamos era precioso, además de enorme; entre todos los habitantes del pueblo sumaban unas 3.000 personas, que unas 900 de estas eran chicos en edad de estudiar (pues sí que es enorme el instituto…), y que todos en el instituto eran muy agradables (déjame que lo ponga en duda…); me habló de él y de la banda de rock que había montado con sus amigos, en la cual tocaba la guitarra… Lo escuchaba ensimismada, dándome cuenta de que cada vez aquel chico me gustaba más.
Aunque tardamos casi 25 minutos en llegar hasta la puerta de su casa (fuimos evitando cruzarnos con personas, dando un rodeo), me dio la impresión de que habíamos llegado en un suspiro, y que aún no le había oído hablar lo suficiente. Pensaba que no podía existir nada de él que no me gustase…
… Hasta que vi a su hermana.
—¡Tú…!
—¡Hey, la hipster! Anda, me olvidé de ti allí atrás, ¿qué tal? —Saludó como si solo hubieran pasado cinco minutos desde lo de la piscina. Me miró de arriba a abajo, y arqueó las cejas—. ¿Qué te ha pasado en el pel…?
—¡Aléjate de mí, monstruo! —Aparté su mano, que pretendía llegar hasta mi cabello, y me sujeté la toalla al cuerpo. La expresión de su cara se tornó extraña, como si no comprendiera nada. No entendía cómo podía estar tan tranquila, con todos los problemas que me había causado…
—¿Y esos gritos, chicas? —Marshall asomó la cabeza por la puerta—. Ups, eh, ¿aún no te has vest…? Perdón. —Se excusó mientras salía.
Avergonzada, agarré la ropa que la pelinegra llevaba en los brazos y empecé a cambiarme.
—Uh, qué piel tan blanquita. —Señaló Marceline.
—¡FUERA DE AQUÍ!
Le di un portazo en las narices, cada vez más enfadada. ¿Es que esa chica no tiene ningún respeto por la intimidad? Terminé de vestirme y me arreglé el pelo lo más rápido que pude. No sabía qué hora era, pero no debía de faltar mucho para que saliera mi tren. El último tren.
—Ya son las seis menos cuarto, no sé cómo lo ves —Casi parecía que la chica contestaba a mis pensamientos. Sonaba divertida—. El pelo se te secará con el viento.
Entreabrí la puerta de nuevo. Allí estaba plantada la pelinegra, girando las llaves de su moto con un dedo.
—Mi hermano me ordena llevarla hasta su transporte real —Hizo una floritura con la mano y una reverencia fingida—. ¿Me acompaña, princesa?
Me irritaba mucho su tono de voz, pero no me quedaba más remedio que seguirla, si quería volver hoy a casa. Ya en la entrada, volvió a aparecer Marshall. Parecía algo acalorado.
—Toma —Me puso en los brazos un casco azul—. No es que no me fíe de mi hermana, pero siempre es mejor ir sobre seguro. Ehm… —El chico se rascó la nuca, y empezó a mirar hacia el suelo—. Bueno, Bonnie, que te vaya bien, ya nos veremos.
—Sí, ya nos veremos.
Salí por la puerta y me dirigí hacia Marceline, que estaba arrancando la moto en ese momento. Me monté tras de ella en una bonita y cuidada scooter roja, aunque algo antigua.
—Sujétate bien, señora hipster. Tendremos que acelerar mucho si quieres que lleguemos a tiempo. —El pequeño motor de la scooter rugió mientras empezaba a moverse.
—Por favor, ¿podrías dejar de llamarme hip…?
—¡Bonnibel!
Me giré hacia la voz que me gritaba. Era Marshall, que había salido hasta el borde de su jardín y me miraba.
—¡Bonnibel! ¡Cuando vengas, ¿querrías salir algún día a dar una vuelta por ahí?! —gritó con todas sus fuerzas, para que le oyera. Nos alejábamos rápidamente y sabía que no podría oírme, así que levanté mi brazo y un pulgar, esperando que me viera bien. Creo que sí lo hizo, ya que empezó a agitar los brazos enérgicamente y a dar saltos.
La moto empezó a acelerar más, y me vi obligada a sujetarme a la cintura de la pelinegra. Su largo cabello golpeaba en el frontal de mi casco, agitado por el viento y tapándome la vista. Ni siquiera se había molestado en ponerse casco.
Llegamos en lo que me pareció un tiempo ínfimo, teniendo en cuenta que la pareja vivía en el otro extremo del pueblo, menos de veinte minutos. Realmente, la chica había puesto la moto al máximo para no perder el tren.
Llegamos a la estación, que seguía tan vacía como esta mañana. Saqué mi móvil de los vaqueros que la pelinegra me había dejado. Aún faltaban unos cinco minutos hasta que el tren apareciera por allí.
—Vaya, ya veo que le has caído bien a mi hermano —Levanté la vista de la pantalla del teléfono para encontrarme con la mirada de Marceline—. Es bastante simpático, pero no te dejes engatusar tan rápido. Te lo digo como advertencia, no es un ángel.
Me mordí la lengua. No iba a caer en las provocaciones de la chica.
—Cuando lo conoces y tal es genial, lo sé. Y lo quiero mucho porque es mi hermano y eso, pero no te fíes. Ya me sé sus trucos, y en lo que te despistes te la jugará.
—Mira quién fue a hablar.
—¿Qué quieres decir? —me miró extrañada, y yo exploté.
—No soporto tu actitud, eres tan… desagradable —Le espeté—. Andas diciendo que tu hermano no es un ángel… Pues es el único que me ha ayudado hoy. Aunque no habría necesitado la ayuda de nadie si no fuera por TU culpa.
Le presioné el pecho con un dedo acusador, y la pelinegra me miró con desconcierto.
—¿Mi…? P-Pero ¿yo qué he hecho?
—¿Que qué has hecho? ¡¿Qué no has hecho?! —Me sacaba de mis casillas que actuara así—. ¡Deja de hacerte la tonta, lo sé todo! ¡Lo de la piscina fue cosa tuya! Debió de parecerte muy divertido encontrar una víctima inocente por ahí a la que guiar hasta tu trampa, ¿no? ¡Qué gracioso! Se me ha estropeado el peinado, y mi preciosa blusa nueva está hecha un desastre, sin contar que he estado huyendo del director un buen rato… ¡Qué impresión se habrá llevado de mí! ¿Y si alguien me ha visto…? ¡Ni siquiera he empezado a estudiar en el instituto de Ooo y ya me estás amargando mi existencia en él! ¡Te odio!
Dije todo eso casi sin hacer una pausa para respirar. En todo ese tiempo, Marceline se había mantenido muda, valorándome con la mirada. Cogí aire para seguir, pero hizo un gesto con la mano para que me detuviese.
—Ya… ya vale. Ahora entiendo por qué estás tan borde —«¿Borde yo? Ja»—. Solo quiero que sepas que yo no hice lo de la piscina. No lo sabía.
—Ya. Claro. Sé perfectamente que eres reincidente. Es tu palabra contra la del director y la de todo el mundo. —remarqué, cruzándome de brazos y enarcando una ceja.
—Sí… Siempre es mi palabra contra la de todo el mundo —Sonrió con tristeza—. Ese es el problema.
Me quedé paralizada al oírla. Tal vez no me esperaba que dijera eso, o simplemente no esperaba que sonase tan dolida. ¿A quién intentaba engañar? Aunque, su tristeza parecía real…
La pelinegra alargó su mano izquierda y me revolvió el flequillo con fuerza. Me hizo cosquillas con una gruesa muñequera de un grupo de música que no reconocí, y acabé estornudando sobre ella.
—Hey… ¡es mi favorita! —Apartó la mano y se la restregó en la camiseta— En fin, siento mucho lo de tu pelo. Me meto con él, pero en realidad me gusta ese tono chicle.
Volvía a hablar con ese tono despreocupado, como si las palabras que había dicho un minuto atrás nunca hubieran sido pronunciadas. Como si intentara borrar ese momento en el que había parecido débil. Me dio una gran palmada en la espalda.
—¡Y no te preocupes por tu ropa! La tendré seca y planchadita para cuando vuelvas —el tren empezaba a acercarse por el sur—. ¿Sabes? Esa camiseta que llevas la diseñé yo, y le tengo mucho aprecio; te la regalo, como símbolo de amistad. Así me perdonas por lo de la piscina, ¿no? —Se carcajeó. Esta chica estaba estableciendo un récord de «cuán rápido puedes enfadar a Bonnibel».
—Ni que me gustaran este tipo de camisetas… ¡Ni siquiera creo que quisiera volver a ponérmela! Te la traeré de vuelta, tranquila.
—Lo que tú digas, hipster.
Antes de poner un pie en el tren, le dirigí una última mirada de odio. Ella se despidió agitando una mano y dedicándome una sonrisa tonta, ¡cómo me irritaba!
Pero, mientras el tren arrancaba y yo buscaba mi asiento, no pude evitar recordar ese momento de debilidad que la pelinegra había tenido, ¿de verdad había sido ella?
Negué con la cabeza. «No, no, ella misma te lo ha confirmado. Y el director está harto de correr a solucionar todos sus disturbios. Es solo una chica desagradable, vaga e impertinente. Ha intentado darte pena para reírse de ti, Bonnie».
Tiré de la camiseta hacia abajo, intentando ver el dibujo por primera vez. Eran dos especies de chucherías sucias, insertadas en un palo, sobre una serpiente. Era raro, pero a la vez admitía que era guay. Realmente, la chica había hecho un buen diseño. Olisqueé la prenda de algodón y rápidamente una fragancia de vainilla inundó mi nariz. Era un olor muy agradable. La camiseta era realmente cómoda.
Me abracé a mí misma y miré por la ventana. El sol, que se iba retirando a esas horas de un día de mayo, me dio de lleno en la cara. Observé los vastos campos de cultivo, pensando en que la próxima semana viviría en aquel lugar perdido de la mano de Dios. Ahora tenía sentimientos encontrados sobre Ooo: por un lado, estaba Marshall. Por el otro, su extraña hermana, Marceline.
Dejé caer la cabeza en el respaldo del asiento, y cerré los ojos. No sabía por qué, pero mi intuición me decía que esa chica solo me iba a dar problemas…
Rincón de la autora
En fin, hacía mucho que no me decidía a continuar algo de lo que escribía, y mucho menos a publicarlo...
No sé qué decir, el capítulo más que nada es introductorio, para situar bien la historia en un lugar, más que otra cosa. Ni siquiera tengo demasiado pensado cómo voy a continuar esto o cómo acabará la historia. Tengo ideas sueltas de lo que quiero escribir y, bueno, por intentarlo no pierdo nada.
Antes de nada, debo disculparme. Sí, disculparme. Ahora mismo estoy motivada y tal (casi tengo acabado el borrador del segundo capítulo), pero normalmente mi inspiración se la lleva el viento o, simplemente, no tengo ganas de sentarme al escribir. Temo que me pase con todo lo que acabe escribiendo: que acabe aparcado en un rincón de mi memoria (un rincón que no me acercaría a tocar ni con un palo).
Intentaré no abandonar la historia. Aunque sea por una vez. Lo prometo. xD
Pues nada, disfrutadla, y espero que nos volvamos a ver por aquí. :)
