¡VACACIONES!... Oh, benditas y sagradas vacaciones.

¡Rose es libreeeeee!

Ahre.

Tres semanas para salir, dormir, comer y ser el elfo doméstico de mi amada madre. ¡Fantastico!

Ciertamente, hace mucho que no escribo alguna bobería y ¿qué mejor que este mini proyecto para comenzar de vuelta?

Pocos capítulos. Romance. Muerte. Acción. Sexo. Todo a flor de piel.

Saqué el nombre de una canción que escuché hace mucho, cuya banda realmente no recuerdo (si alguien la reconoce agradeceré mucho la mención de la misma).


Prólogo.

Y entre la tormenta, el nombre de Xanandra rugió cual trueno, sentenciando el destino del alma inocente.

El dolor de la perdida tan inmenso fue, que bajo el filo del cuchillo las lágrimas se volvieron sangre y la sangre promesa.

La promesa de nueva vida.

El rojo tiñó el suelo y el dolor se volvió alarido. Su piel erizada por la sensación penetrar la tierna carne aún viva con el acero. El cuchillo se hundió aún más en el abdomen femenino, solo unos milímetros, y el último aliento de la hembra se volvió jadeo. Los ojos del asesino se llenaron del oscuro placer de la muerte, a medida que su víctima perdía brillo en los propios.

De un momento a otro, estaba muerta.

Jamás se olvidaría de ella.

Hermosa como las flores en primavera, pero fuerte como los desnudos árboles en invierno.

Retiró la daga centímetro a centímetro, con la calma de quien ha pagado sus deudas, y tendió el cuerpo inerte en el inmaculado suelo del salón. Parecía dormir. Su rostro estaba libre de dolor, de miedo o cualquier sentimiento negativo. Ella había muerto a consciencia. Resignada, se había abandonado al destino heredado de sus antecesoras.

La tormenta rugía en el cielo nocturno y cual trueno, la risa retumbó en el pecho del asesino. Carcajadas toscas y estruendosas, risa demencial, propia de quien ha perdido ya cualquier rastro de cordura.

Alzó la mirada al techo del salón, al cielo del cual este le protegía, y con la daga bailando entre el débil agarre de sus dedos, sus palmas miraron hacia arriba. En cada una, la forma de un ojo se había cicatrizado luego de lo que parecía una profunda y dolorosa herida.

—¡Tu hija a muerto! —Bramó, cual plegaria—. ¡Sangre de tu sangre, derramada en tu propio templo!

Una noche de tormenta ella nació, hija del pecado entre la vida y la muerte, y sucedió una noche de tormenta que se fue.

Xanandra, en su último aliento, a su madre suplicó. Una única palabra, que acarició sus labios antes de que la oscuridad tirara de ella: devuélveme.

La muerte no dará vida y la vida no ha de matar.

Pero Xanandra era ambos.