Un plan perfecto

Por Lady Jossie

Prólogo

El hombre rubio, elegantemente vestido observó su reflejo en el espejo con ojo crítico. No le gustó lo que vio, a pesar de saber que sus ropas eran caras y estaban al último grito de la moda masculina según los estándares de Milán, se sentía incómodo con ellas, de igual forma como se sentía incómodo con su vida desde hacía 6 meses.

No ocultó su semblante lleno de hastío, realmente se sentía así. Insatisfecho terriblemente por estar obligado a asistir a las innumerables fiestas y reuniones que la alta sociedad de Chicago organizaba y él claro, como representante y cabeza de la familia Andley, una de las más prominentes y rancias familias de la ciudad, por nada del mundo debía faltar a estas.

Mientras se colocaba las mancuernillas de oro en las mangas oscuras de su traje, no pudo evitar soltar un suspiro lleno de resignación. Al fin y al cabo, esa sería una noche más de las tantas que había vivido, envuelto en un mundo que para él estaba lleno de hipocresías y deslealtades, siempre protegido por el poder que daba el dinero.

El llamado a la puerta lo sacó de sus cavilaciones. Un mayordomo entro a la habitación cuando él dio la orden de que lo hiciera.

- El señor George acaba de llegar – le informó con semblante frió.

- Gracias, Peter. Dile que en seguida bajo.

El mayordomo cerró la puerta tras él.

El joven, volvió a observar su figura en el espejo de cuerpo entero.

"Tengo que actuar rápido" – pensó de manera reflexiva – "Definitivamente no puedo seguir viviendo así, sé qué la Tía Elroy se molestará, pero como todo malestar, se le pasará pronto".

Echo los hombros hacía atrás y sus ojos azules brillaron a través de su reflejo. Había determinación en ellos.

Capitulo 1

Observó el pedazo de periódico por última vez antes de que el taxi llegara a su destino. La fotografía en el, era lo que le importaba y lo que la había obligado a crear toda esa actuación que llevaría a cabo esa misma noche.

El taxi detuvo su marcha frente al hotel más importante de Chicago, e inmediatamente un hombre, abrió la portezuela. La joven alcanzó a doblar y guardar el pedazo de papel dentro del escote de su vestido, que especialmente para esa noche fue creado.

- Mucha suerte, Candy – le dijo el conductor del taxi antes de que la joven rubia bajara del vehículo. Un par de ojos oscuros la observaron a través del retrovisor.

- Gracias, Tom. Ten la seguridad que no los defraudaré – le dirigió una sonrisa, que cualquier ojo experto se habría dado cuenta que era de nervios.

La risa del hombre se escuchó en el interior del vehículo.

- Regresaré por ti a las 12 de la noche – fue lo último que escucho Candy, ya que en ese momento se encontraba en medio de la acera, observando la entrada del hotel un poco asustada.

Comenzó a hiperventilar por culpa de los nervios que en ese momento se apoderaron de ella, por lo que no se fijó en el hombre joven que se acercó a ella, hasta que la tomó del brazo.

- ¿Te encuentras bien? – le preguntó.

Candy se giró al reconocer la voz masculina.

- Sí – sonrió.

Su segundo contacto en ese plan descabellado la observaba con preocupación.

- Si no estás segura, podemos abortar la misión – le dijo comprensivo.

- No… no… estaré bien – y le dirigió una sonrisa para tranquilizarlo – Ya estamos aquí, así que no podemos echarnos para atrás.

- Perfecto – exclamó el joven – Entonces, sígueme y actúa como si el mundo no te mereciera.

La joven asintió.

Pronto se vio caminando por el vestíbulo del hotel, varias personas iban y venían de un lado a otro. La mayoría elegantemente vestidos para la reunión que se celebraba en el salón del mismo.

- Señor Parker – un hombre mayor con el logotipo del lugar bordado en la solapa del traje, llamó la atención del joven.

- Diga, señor Smith – se cuadró frente al hombre para recibir órdenes.

Candy fingió interés en una enorme planta, mientras trataba de escuchar la música que hasta ella llegaba proveniente de una orquesta que tocaba en vivo.

- ¿Por qué no esta es su puesto? – quiso saber el hombre.

- En este momento me dirigía ahí. Sólo estaba guiando a la señorita al salón – respondió con solemnidad, sin evidenciar su nerviosismo.

El hombre observó por vez primera a la joven.

- Yo conduciré a la señorita…

- Grindlay – intervino la joven con altivez. Al fin había comenzado su actuación.

- Yo conduciré a la señorita Grindlay a la recepción – repitió el hombre con claro nerviosismo – Usted regrese a su puesto de portero.

- Así será, señor – él joven se giró y le dirigió una mirada en la que le indicaba a la joven, que ya no podía hacer nada más por ella.

Candy, levantó la barbilla en señal de reto y se dirigió al hombre mayor.

- Señor Smith… – fingió leer el gafete que este portaba – Me están esperando en el salón, ¿podemos dejar de perder el tiempo?

El hombre se envaró, con clara evidencia de su equivocación por haberla retenido.

- En seguida, señorita Grindlay. Sígame por favor – se inclinó hacía ella y comenzó andar a través del vestíbulo.

A cada paso, el sonido proveniente del salón se hacía más fuerte. Hasta que se detuvieron en una puerta que se encontraba abierta. La inmensidad del lugar y el extraordinario número de asistentes la abrumaron.

- Gracias, señor Smith – le dirigió una mirada de desprecio, antes de girarse y entrar al lugar.

Un hombre la detuvo.

- Su invitación, por favor.

La joven dibujo una sonrisa en su rostro bellamente maquillado y buscó la invitación en su bolso de noche, que hacía juego con su elegante vestido. Ocultó su nerviosismo y cruzó los dedos sin que nadie la observara. La invitación era una excelente falsificación, así que dudaba que el hombre la descubriera.

- Puede pasar, señorita.

- Gracias – lo observó con altivez.

En ese momento, una joven vestida de mesera se acercó a ella y le ofreció una copa de champaña.

- Llegas tarde – se dirigió a la rubia.

- Lo sé – tomó un sorbo, fingiendo que observaba con suma atención a la concurrencia – La hermana María no pudo terminar el vestido hasta esta noche.

- Lo bueno es que ya estás aquí – sonrió la mesera aliviada – He localizado el objetivo. Sígueme.

- Annie, ¿puedes dejar de actuar como si fuera una película de espías y decirme sencillamente dónde está? – susurró enfadada.

- ¡También que me la estaba pasando con este jale!... me quitas la inspiración – hizo una mueca.

- Olvida lo que te he dicho. Estoy nerviosa – suspiró resignada – Solo dime ¿dónde está?

- Cuadrante 10 – susurró sin evitar impregnar su voz con un aire de misterio.

Candy movió la cabeza lentamente.

- ¡Eres incorregible!... Llévame hasta el… objetivo – se obligó a reír.

Pronto se vio caminando entre la multitud. A cada paso que daba podía sentir la seda de imitación con el que fue confeccionado el vestido. Sonrió al recordar las palabras de la hermana María, quién era junto con la señorita Pony, una de las encargadas de cuidar a los niños en el orfelinato donde creció Candy.

- El secreto de que el plan funcione está en la confección del vestido.

E indudablemente, Candy sabía que tenía razón.

Se llevó la mano que tenía libre para tocar el collar de imitación que llevaba puesto. Todo en ella, en ese momento era falso. Creado con el firme propósito de engañar a las personas.

"Mi objetivo aquí es hacerme pasar por la señorita Grindlay, una joven rica que busca el patrocinio de la Fundación Andley para salvar el orfelinato de la señorita Pony. Solo debo realizar la actuación de mi vida y listo. Todos los que dependen de mí, serán felices de nuevo."

- Está en la mesa de la esquina del fondo, junto a varias personas – se detuvo Annie de pronto.

Candy chocó contra la espalda de su amiga y esta cayó estrepitosamente al sueño. La charola sonó ruidosamente cuando se estrello contra el mármol del piso y las copas se rompieron derramando su líquido.

Varias personas las observaban con ceño fruncido.

Candy en ese momento creyó que el plan estaba arruinado. Sin saber qué hacer y si era parte de su papel o no, miró a su amiga que en ese instante trataba de pararse.

- Definitivamente debería ver donde pisa – le dijo con desdén, pidiéndole a Dios que Annie la perdonara algún día.

Rápidamente, varias personas de limpieza se acercaron al lugar y comenzaron a limpiar el desastre.

- ¿Está bien, señorita? – un hombre rubio y buen mozo, se había acercado a Annie para ofrecerle su ayuda. Era uno de los invitados.

- Sí… sí… - respondió la morena, dirigiéndole una mirada furiosa a Candy, quién en su papel se dio la media vuelta y la ignoró. Pronto se perdió entre la multitud, dirigiéndose a su "objetivo".

Sabía, según informes de la prensa, que el señor Williams A. Albert nunca se quedaba hasta tarde, así que solo le quedaba a Candy dos horas como máximo para desplegar su encanto y convencerlo de que la Fundación Andley ayudará al orfelinato a realizar la remodelación que necesitaba, porque si no era así, el ayuntamiento cerraría el lugar.

"Lo voy hacer bien" se dijo "Voy a convencerlo de salvar al Hogar de Pony y no sabrá jamás que todo esto ha sido planeado".

Con toda determinación, rodeó con paso elegante la pista de baile en la que muchas parejas se encontraban moviéndose al ritmo de la música, hasta llegar a la fuente que adornaba una de las paredes del lugar. Se distrajo un momento admirando la belleza de la fuente y después se amonestó por eso. No debía olvidar que estaba en una misión de vida o muerte y centrarse en su objetivo.

En efecto, tal y como le había dicho Annie, allí estaba Williams A. Andley. Sentado junto a otras siete personas, todas mayores, excepto por el hombre joven, rubio y atractivo que hablaba con su objetivo. Inmediatamente reconoció al hombre joven, él era George Hamilton y según la prensa, era el mejor amigo del señor Andley.

Candy lo tenía todo planeado muy bien, así que no dudo un instante para acercarse a ellos.

Primero saludo a un conocido imaginario, después su atención la centró en el joven atractivo, sentado junto al señor Williams, actuando como si lo conociera se dirigió directamente al hombre rubio con una sonrisa espectacular dibujada en su rostro.

Sin tenerlo previsto, el hombre de alrededor de 30 años, la miró directamente y la mirada azul de este coincidió por un instante con la suya. No supo porque, pero la intensidad de esa mirada, causo que su mano temblara un poco e irremediablemente derramará parte del líquido de esta.

El hombre estaba mirándola detenidamente y eso era algo que no tenía planeado. Por un momento sintió que tenía que abandonar el plan, ya que se sintió confundida y…

"No pienses en él" – se amonestó – "Piensa que viniste por Williams A. Andley y no para coquetear con el primer hombre atractivo que te encuentras aquí".

- ¡John¡ - pronunció el primer nombre que se le vino a la mente, con claro acento aristocrático - ¡Qué suerte encontrarte aquí! Es…

- Hum… sí – respondió el hombre de forma despreocupada – Es maravilloso.

Con cierto deleite y al mismo tiempo lleno de suspicacia, observó como la escultural rubia, vestida de rojo se sentaba en el asiento de al lado. Para ser sincero ya se había fijado en ella, desde que aventará a la mesera al piso, aun así no pudo evitar sonreírle al considerar que al fin la velada había dejado de serle aburrida. Algo le decía que la culpable del cambio en su humor era la rubia que tenía frente a él.

Así que la mujer vestida de rojo había roto el tedio de hablar y dirigir su atención a los personajes más aburridos de Chicago, por lo que no la iba a dejar ir tan fácilmente y menos después de que su sexto sentido le indicara que esta mujer ocultaba algo.

- Me temo que se ha equivocado… - comenzó a decir él.

Y la mujer dibujó en su rostro una expresión de horror.

- Lo siento muchísimo. Pensé que usted era John Christenberry, un viejo amigo de Nueva York… disculpe mi equivocación…

- Siento decepcionarla, señorita…

- Grindlay – fingió una sonrisa llena de pesar.

- ¿Señorita…? – demandó saber su nombre.

- Candy… Grindlay – respondió titubeante.

El hombre rubio notó enseguida, que su amigo George estaba escuchando atentamente a la recién llegada. No se sorprendió, ya que la mujer ante él era preciosa. Hizo una valoración fría de la joven.

Una melena rubia y rizada enmarcaba su cara y sus ojos verdes brillaban de la misma forma que un pino con brisa, fundiéndolo en la profundidad de aquellos ojos. Las pestañas eran largas como marco final a la belleza de ellos.

No pudo evitar sentirse intrigado. Estaba más que claro que la mujer buscaba a alguien, lo suficiente importante como para haber fingido que lo conocía, pero ¿a quién? En esa mesa, solo estaban él, su amigo George, la tía Elroy que en ese momento conversaba con el concejal, la esposa de este y varios ancianos que por la edad los descartó de forma inmediata.

Nadie se había fijado en su actuación, pero él sí. Lo cual lo motivo a entablar una conversación con ella.

- ¿De dónde es usted… señorita Candy Grindlay? – impregno cierto matiz a su voz que le indicó a la joven que estaba al tanto de su actuación.

- Nueva York – respondió la rubia rápidamente.

Una ligera sonrisa curvo los labios carnosos del rubio.

Candy lo odió en ese momento. Ella no estaba para coquetear con él, sino para hablar con Williams A. Andley, así que hizo lo primero que se le ocurrió.

- ¡Señor Andley! Encantada de conocerlo – y alargo su brazo para tocar al hombre moreno de mediana edad, sentado al lado del rubio.

Unos ojos color marrón la miraron sorprendidos.

El hombre rubio soltó una carcajada. Estaba claro que ya sabía a quién estaba buscando la joven con cuerpo de tentación y por algún motivo el enorme esfuerzo que está estaba haciendo por cazarlo la había hecho caer en un error garrafal.

Candy lo ignoró soberanamente.

- Señor Andley, soy Candy… Grindlay y es un honor conocerlo.

El hombre moreno respondió después de observar a su compañero. Tan distraída se encontraba la joven que no se percató del asentamiento de cabeza que el rubio hizo.

- Mucho gusto, señorita Grindlay – le extendió su mano, que para sorpresa de la joven, esta estaba llena de cayos.

"Definitivamente esto se está poniendo divertido" pensó el rubio, así que no hizo absolutamente nada para corregir en su equivocación a la joven, ya que primero se encargaría de averiguar qué era lo que está quería.

- ¿Quiere bailar?

La súbita pregunta causo que los ojos verdes lo miraran con furia y eso lo divirtió aún más. Comprendía que si la llevaba a la pista la alejaría de su objetivo, el cuál era hablar con Williams A. Andley y eso a él le causaba una ventaja.

- Llévala a bailar… amigo – George entró en el juego, así que con una sonrisa los despidió.

- ¡Bailar! ¡Qué bien! – exclamó la rubia, sabiendo que la oportunidad de entablar platica con el señor Andley se le iba de las manos. Así que no tuvo más remedio que ser conducida hasta la pista de baile.

Candy estaba enfadada con el hombre rubio. Ni siquiera él se había presentado formalmente con ella y ahora se encontraba a unos pasos de estar atrapada con él en la pista de baile y sin posibilidad de huir hasta que terminará la pieza musical. Su plan se estaba yendo por el caño por culpa de él.

Él le agarró una mano, le pasó el brazo por detrás de la espalda y comenzaron a bailar. En ese momento agradeció las clases de baile que había recibido en el instituto, aunque hubiera sido mejor que fuera tan mal bailarina, porque así hubiera podido dejarlo fuera de combate y así terminar con ese baile lo más pronto posible.

Al principio no hablaron, sencillamente se dejaron llevar los el ritmo que la orquesta marcaba, y Candy lo agradeció, ya que así le permitía pensar en un plan B para la misión que tenía encomendada.

Por arriba del hombro de su compañero, observó a Annie parada a la orilla de la pista, que con los dedos le hacía la señal de victoria. Candy no entendió la razón del porqué su amiga le hacía esa señal, si definitivamente había fracasado en el primer encuentro con el señor Andley, aun así le indico que despacharía al hombre con el que estaba bailando e iría a buscar al objetivo.

El rostro de Annie mostró horror y la señalo insistentemente. Candy se encogió de hombros sin comprenderla.

Durante todo el monólogo de señas, el hombre no dejo de observarla intensamente, hasta que fue demasiado tarde y ella lo descubrió.

- ¿Tengo monos en la cara? – preguntó sonrojada.

- Digamos que… no, pero algo me indica que le gusta la mímica y… fingir lo que no es… - le sonrió mostrando la hilera de dientes.

- No sé de qué me está hablando – respondió con la mayor dignidad que pudo.

La risa del hombre le indicó que estaba perdida. Comenzó a hiperventilar sin percatarse de ello.

- Será mejor que se tranquilice – le solicitó con un brillo divertido en la mirada azul.

Por vez primera, Candy se percató del extraño color azul de sus ojos, muy semejantes a los de Paul Newman y sin darse cuenta, lo piso.

- Lo… siento…

El hombre la hizo dar vuelta en la pista.

- No lo sienta, señorita Candy o ¿debo llamarla por otro nombre? – le dijo cuando volvió a atraparla entre sus brazos.

- Candy… me llamo Candy… - qué más le quedaba que sincerarse con él, tenía que hacerlo antes que la llevaran a la cárcel.

- Hermoso nombre, señorita Candy.

Y la condujo a través de las demás parejas, hasta llevarla al otro lado de la pista.

- ¡Nos estamos alejando de su mesa! – exclamó Candy horrorizada.

Continuará:

Este siguiente fic lo estoy realizando en respuesta a un reto que acepte en uno de los grupos de yahoo, aunque no puedo dejar de declararme eterna enamorada de Lord Terry Grandchester.

Espero que disfruten esta historia.

Comentarios, con gusto los recibiré en erikajhs28 yahoo/./com/./mx

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fabiola_tgg